De nuevo aquella niebla penetrante y sus pies descalzos en la tierra mojada, podía sentir esa humedad incómoda recorriendo los nervios de sus piernas pero no hacía ningún ademán por ir hacia otro lado. El paisaje cada vez se veía más nítido, esos árboles sin vida a su alrededor y una que otra pequeña piedra atorada en alguna de las raíces que salían del suelo. ¿Dónde estaba?
Aunque todo se veía tan claramente, no podía saber en dónde estaba. Y allí, a unos pasos de él, se encontraba el mismo sujeto de siempre, con el traje extraño y esos ojos que invitaban a acercarse.
-Kiku- susurró de manera suave y estiro una de sus manos hacia a él, como invitándolo a tomarla.
¿La tomaría? No podía negarse, algo en su cuerpo no le dejaba tomar las decisiones que él quería, simplemente se dejaba llevar por el embrujo de las palabras de aquel extranjero.
-Kiku- tomó su mano con delicadeza.
Ah, ese tacto tan frío le ocasionaba escalofríos por todo el cuerpo, se estaba dejando llevar sin dejar de observar su verde mirada, tan apasionada y…
-¡Kiku!- la voz de Yao le despertó de su sueño pesado.
Su corazón estaba más que acelerado, sentía que se saldría del pecho en cualquier instante si no lograba calmarlo... otra vez había tenido ese sueño, pero esta vez, lo había visto más de cerca, como si con cada paso que diera se acercara más a él.
-Perdona Kiku, pero tuve que despertarte, aru- Yao miró por la ventana del carruaje en el que viajaban.- ha sido un viaje largo y se nota que estas cansado, pero llegaremos pronto, lo prometo, aru.
El chino sonrió mientras Kiku sólo asentía y miraba por la ventana lo que había a su alrededor.
Habían emprendido su viaje a Inglaterra y había sido demasiado largo y cansado, cruzando toda Asia y luego Europa para después tomar un barco y finalmente llegar a la tan aclamada isla donde tomaron otro carruaje.
Estaba hastiado de estar viajando, ni siquiera quería imaginar lo odioso que sería el regreso a Japón de esa misma manera. Si China siempre le había parecido lejos, Inglaterra ni siquiera se comparaba, era como ir a China tres veces.
El paisaje era bastante diferente, las personas caminaban por la calle apresuradas, como si sintieran que con el ocultarse el sol se les iba la vida. Era tan diferente a Japón, pero en cierta manera también era enigmático.
Su curiosidad se despertaba en cada calle que recorrían, y sus ojos oscuros no hacían más que fijarse en la desesperación de todos sus habitantes; perfectos maniquíes de la perfección con miradas desesperadas dando pasos más grandes.
Yao por su parte estaba dudando un poco el haber traído a su querido Kiku Honda, pero ya no podía arrepentirse, no había vuelta atrás, estaban allí y tenían que enfrentarlo.
-Kiku- captó su atención por un momento- ¿Volviste a tener ese sueño, aru?
El japonés dudó un poco y después contestó con una sonrisa.
-No, ya no, creo que tenías razón… era tan sólo un tipo de premonición.
El chino sonrió satisfecho y recuperó su atención en su lado de la calle. Por su parte Kiku se sintió mal de haberle mentido, pero no podía decirle que cada vez que se acercaban más a su destino, el sueño se hacía más y más real.
Sentía que iba directo a la boca del lobo… pero quizá eso no era del todo malo.
Con la ida del sol, las calles de Londres quedaron vacías y el carruaje se detuvo justo frente a una reja enorme. Era casi como el palacio en el que Yao vivía, pero claro que la mansión Londinense tenía un aspecto completamente diferente, gótico y exótico a su punto de vista, tan elegante y escalofriante como podía observarse; dos caras de la moneda en una sola construcción.
Anduvieron por un camino de tierra largo antes de llegar a la mansión, que se alzaba al final del recorrido, pero Kiku no supo que sentir cuando se dio cuenta que ese paisaje era igual al que soñaba: los árboles secos y la humedad, pero sobre todo la niebla que rodeaba todo el lugar. ¿Estaría por allí el hombre de los ojos verdes?
Se escuchó que el carruaje se detenía, justo frente a la mansión, cubierta de detalles barrocos y un color tan opaco; si, el paisaje lastimero de sus sueños se había materializado en ese lugar.
Los dos asiáticos salieron del carruaje y un mayordomo les dio la bienvenida en medio de la noche.
-Bienvenidos a la mansión Kirkland- dijo con una voz áspera.
-Gracias, aru- Yao hizo un movimiento y dejó a Kiku detrás de él- no te separes de mi, aru.
Algo en su voz había cambiado, parecía como una advertencia. Así que se quedó a espaldas de Yao, sintiendo el frío por debajo de su kimono y esa sensación de estar entrando en lo desconocido.
Caminaron por largos pasillos adornados de la manera más exagerada, paredes con cuadros, extravagancias por donde quiera, pero sin perder ese aspecto gótico que intranquilizaba al japonés. ¿En dónde se había ido a meter?
-Wang Yao- una voz resonó por encima de sus cabezas, esa voz dulce y a la vez hipnótica- No creí que fueras a traer a alguien más.
El dueño de la voz bajaba las escaleras de madera vestido con un traje sencillo, justo como el de su sueño… pero, ¡Ese hombre era el protagonista de sus sueños!
Y sonrió, mirándolo fijamente con esos ojos verdes mientras Yao le hacía señas de que permaneciera a sus espaldas, pero él tenía la necesidad de correr hacía él, de pedirle explicaciones de…
-Arthur Kirkland- estiró una de sus manos hacía él.
-Honda, Kiku… mucho gusto- hizo una pequeña inclinación y después tomó la mano de Arthur para no parecer grosero.
Arthur sonrió y se le acercó hasta rozar su mejilla con la suya para susurrarle.
-Te estaba esperando Kiku
En ese momento sintió que el mundo se desvaneció, todo se volvió tan negro y el calor de su cuerpo le iba abandonando poco a poco.