Respirar. Solo respirar. Respirar y seguir caminando. Un paso y otro, y otro más. Respirar y seguir caminando, eso es. Respirar, y nunca, bajo ningún concepto, pensar. Solo caminar, respirar y caminar. Dejar atrás aquella puerta, atrás, muy atrás, muy lejos, y seguir caminando y respirando, solo eso.
No pensar, porque si pensaba recordaría.
No recordar, porque si recordaba sentiría.
No sentir, porque si sentía dolería.
Tenía que seguir en marcha, seguir caminando. ¿Hacia dónde? No lo sabía, no importaba. Solo importaba el caminar, el seguir en movimiento. Caminar, no correr, porque si caminaba al menos podía mantener la ilusión de que todo estaba bien, que solamente estaba dando un paseo porque sí. No correr, porque entonces, ya no podría seguir manteniendo a ralla todo, no podría fingir que todo estaba bien.
Caminar, dar un paso y despues otro. Y pensar que todo estaba bien, que cuando volviese a casa se encontraría a sus padres en el salón, tal vez charlando o viendo la tele, y les contaría aquella alucinación tan extraña que había tenido, y se reirían, porque todo estaba bien, todo estaba bien y sus padres estaban bien y todo había sido solamente una alucinación, una mala pasada que su mente le había jugado, eso es, solo una mala pasada. Todo estaba bien, si seguía caminando todo estaría bien.
Sus pies tropezaron con algo y cayó de bruces al suelo. ¿Cuándo había empezado a llover? No, no estaba lloviendo, porque esa humedad que sentía se concentraba únicamente en sus ojos. Tenía que volver a ponerse de pie, tenía que seguir caminando tenía...
Súbitamente, aquella extraña humedad bajo sus ojos se desbordó, y una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla para perderse entre sus labios. El sabor salado de la lágrima en su lengua rompió algo en su interior, y a aquella primera lágrima le siguó otra, y otra, y otra más, y de pronto sus hombros se agitaban con sollozos, porque el dique que había montado en su mente se había desplomado y ahora lo que había visto, aquellas imágenes se desparramaban libremente por su mente.
La puerta entreabierta, la casa en silencio.
Sus hombros se agitaron, temblaba y se abrazaba a si mismo.
La casa en silencio, no se oían las voces de sus padres, no se oía nada.
Las lágrimas brotaban de sus ojos, imparables en su descenso por sus mejillas, buscando perderse entre sus labios o estrellarse en el suelo, suicidas.
No se oía nada, nadie respondía cuando el llamaba a sus padres. Había algo en el suelo, en el salón, una mancha oscura que aumetaba de tamaño bajo el sillón.
Sacudió la cabeza. No, no por favor, no quería recordar.
Acercarse temblando al bulto del sofá. Dar la vuelta al sillón y mirar de frente a los ojos vacíos de su padre, y volverse al escuchar un ruido.
No, no, no, no, no, no...
Volverse y encontrarse de frente con el cuerpo de su madre, caído a los pies del de su madre, y detrás de ella...
Se abrazó a si mismo, sacudiendo la cabeza. No, aquello no era real, no lo era, no lo era...
Su piel pálida salpicada de rojo. Su cabello oscuro, perfectamente peinado en una cola alta. Su sonrisa prepotente, aquellos labios crispados en una sonrisa orgullosa. Aquellos ojos oscuros, ojos que una vez contempló con amor, ahora teñidos por un brillo demente.
No era real, no lo era, no lo era ¡NO PODÍA SERLO!
-Lo hice por nosotros... Ahora ya nadie impedirá que estemos juntos, Sasuke.
No podía ser real... Pero lo era. Era real, los había matado, los había matado a los dos, estaban muertos...
La certeza lo golpeó como un mazazo. Bruscamente, echó la cabeza atrás y por primera vez desde que había huido de allí, sus labios se abrieron y dejaron escapar el alarido que llevaba todo el tiempo atrapado en su garganta, desde el instante en que sus ojos se cruzaron con los suyos.
-¡ITACHI!