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YO SOY AQUEL por OTORY_KAEDE

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Notas del fanfic:

Hola, debido a la anulación de mi cuenta, estoy subiendo de nuevo los fics que he escrito y, de paso, les lavo un poquito la cara, jejej. Un beso, y que lo disfrutéis. Lástima que no podré hacer lo mismo con los rewiuvs que tan amablemente me dejasteis, XD.

Notas del capitulo:

HOLA!!!
Hace tiempo que escribí este fic y hoy lo subo aquí. Es un songfic basado en la canción "Yo soy aquél" de Raphael. Con esta canción ganó el festival de 1966 de Eurovisión. La canción es antigua, pero me gusta mucho y creo que va muy bien con este fic. Espero que os guste, besitos.....

Yo soy aquél

 

 

La nieve caía a su alrededor, formando furiosos remolinos que intentaban acariciar aquella piel de fuego que se resistía a tan helado contacto... ya había tenido suficiente con el toque helado del desprecio.

 

El día en que el Caballero del Fénix pensó que sería el más feliz de su vida... de sus vidas y que, sin embargo, se había convertido en uno de los más crudos, tristes y desolados de toda su existencia, había acontecido casi seis mese atrás. Día arriba, día abajo. Fue peor incluso que aquellos tiempos, no tan lejanos, de luchas cruentas e incansables.

 

Su corazón había sido herido de muerte con tan solo una palabra. "Que ironías tiene la vida" -se dijo para sí-. Una simple palabra... un simple monosílabo había conseguido lo que enemigos inimaginablemente más poderosos que él no lo habían logrado antes: extinguir las llamas inmortales del Ave de Fuego.

 

Sus pasos lentos se hundían pausadamente en la nieve de un país extranjero. De un país muy lejano al que le vio nacer y, no mucho tiempo después... morir.

Una triste sonrisa asomó a sus labios al notar la fría caricia que pendía de su cuello. Pese a todo lo sucedido, pese a ese "NO" que tan certeramente había clavado el Caballero del Cisne en su corazón cual daga afilada provocando una herida que, tras el tiempo trascurrido, aún continuaba sangrando en silencio "¿Dejaría de hacerlo algún día...?" -se preguntó-. Pese a su sufrimiento. Pese a su muerte en vida. Pese a su desolación. Pese a todo... él, aún lo continuaba amando. Con la misma intensidad que el primer día; con la misma ilusión con la que aquella aciaga noche se decidiera, al fin, a abrirle las puertas de su corazón para, entregárselo; con la misma emoción con la que lo había amado en silencio durante todos aquellos años sin atreverse siquiera, con el más mínimo de los gestos, a desvelarle sus verdaderos sentimientos, los cuales ardían en su pecho con mayor fuerza e intensidad que toda la cosmoenergía existente en el Universo concentrada en un único punto.

Sin embargo, todo ello había sido en vano...

 

 

Yo soy aquél que cada noche te persigue

Yo soy aquél que por quererte ya no vive

El que te espera, el que te sueña

El que quisiera ser dueño de tu amor

De tu amor

 

 

Durante todo aquel tiempo en que, por voluntad propia, se había convertido en su fiel amante desde las sombras, no había dejado de anhelar, de ansiar, de desear... de soñar despierto el poder ser, algún día, correspondido por aquel ser de luz que, sin saberlo, lo había conseguido rescatar de la terrible obscuridad en la cual había estado sumergido durante casi toda su vida.

 

Aquel hermoso ser le había enseñado, aún sin proponérselo, el significado de la palabra amar. Aquella palabra que por tantos años se la había negado a sí mismo.

 

El Fénix había comprendido que ya no era nadie sin su adorado pato, que su corazón, su alma... su vida entera, ya no le pertenecían, ya no significaban nada si no podían girar en torno a aquel hombre del cual se había acabando enamorando perdida e irremediablemente.

 

Los pasos del peliazul se detuvieron frente a la modesta y precaria cabaña en la que se alojaba en Canadá, por un tiempo indeterminado...

 

La ventisca arreciaba con fuerza, pero ni un solo copo de nieve había conseguido lamer la cálida superficie de aquella tostada piel con aroma a canela. Se lo había jurado a sí mismo: nunca jamás permitiría que el frío lo volviera a tocar. Su cosmos lo había protegido, lo había aislado, con su extrema calidez, de las inclemencias del frío... "Lástima que no hubiera sido tan efectivo con las del dolor..." -suspiró con resignación-.

 

Miró a su alrededor antes de internarse en el pequeño refugio que había alquilado. ¿Qué demonios estaba haciendo allí cuando se suponía que lo único que quería era alejarse del frío... y del dolor?

 

- Soy imbécil... Un perfecto y masoquista imbécil -matizó el moreno-. Quiero alejarme de él, de su esencia, de su ser... de su recuerdo. Y no escojo mejor lugar al que ir que a un jodido país cubierto por la puta y blanca nieve que para lo único que me sirve es para congelarme el culo y... y para pensar aún más en ese estúpido y desgraciado pato... en su cuerpo, que un día tuve el privilegio de estrechar entre mis brazos; en su boca, de la cual bebí la más dulce de las mieles; en su tersa y ligeramente dorada piel, la cual era tan suave como la más preciada de las sedas; en...

 

El moreno sacudió con un brusco movimiento la cabeza, como intentando sacar de su mente esas dulces evocaciones que lo único que hacían era causarle un mayor dolor y recordarle el triste fin de su esporádico romance.

 

 

Sentado cómodamente ante el alegre fuego que ardía en la pequeña chimenea y que, paradójicamente, casi de una forma cruel, contrastaba con la inmensa tristeza y apatía que inundaba al único habitante de aquella pequeña estancia, el moreno dejó vagar a su mente en completa libertad por los recuerdos que ésta insistía, una y otra vez, en traer de regreso a su memoria.

 

Lo había intentado todo para evitarlo. Para no rememorar aquella terrible desolación en que lo había sumido aquel simple NO del Cisne. Sin embargo, su mente se revelaba mostrándole, casi con burla, las imágenes de días pasados, en que ambos fueron... ¿Felices?

 

Sí, por supuesto que lo habían sido. De eso no había la más mínima duda. Aunque, claro está, por un breve, brevísimo espacio de tiempo, comparado tan solo con un simple suspiro. No podía negarlo... no quería negarlo, pues era la única evidencia de que, cuanto vivió en aquellos días, no había sido un sueño ni una cruel broma producto de su obnubilada imaginación. Era lo único que aún lo mantenía cuerdo y con una minúscula esperanza en su interior de que toda aquella situación cambiara algún día, a su favor...

 

 

Yo soy aquél que por tenerte da la vida

Yo soy aquél que estando lejos no te olvida

El que te espera, el que te sueña

Aquél que reza cada noche por tu amor

 

 

Los carnosos y sensuales labios del peliazul se plegaron en una diminuta y melancólica sonrisa, cuando las imágenes de aquel primer beso entre ambos Caballeros, le asaltaron casi por sorpresa.

 

Lo recordaba como si, en realidad, tan solo hubieran transcurrido unos cuantos segundos desde que sus labios se unieran bajo aquel hermoso manto de estrellas que los cobijó de miradas indiscretas, junto al árbol en donde el Fénix acostumbraba a entrenarse cuando tan solo era un infante.

 

El peliazul cerró sus ojos para así, poder disfrutar mejor de ese recuerdo precisamente, como hiciera también aquella misma noche... para disfrutar aquel beso.

 

La suavidad y calidez de aquellos delgados labios contrastaron notablemente con la frialdad que casi siempre desprendía aquel rubio arrogante. La pasión y la ansiedad que depositó en aquel primer contacto tomaron al moreno desprevenido en un primer momento. Sin embargo, no tardó mucho en reponerse y en corresponder con toda su pasión y su amor a aquella entrega del hermoso siberiano.

 

El peliazul lo tomó entre sus brazos, acercándolo más a su cuerpo, a su pecho, en donde un desbocado y palpitante corazón latía con indomable salvajismo por él... y para él. Un corazón que no tuvo otra opción que la de rendirse ante aquel hombre pues, de ahora en adelante, y el Fénix lo tenía muy claro, su vida le pertenecía y siempre lo haría, al Caballero Divino del Cisne... de su Cisne.

 

Y quizás, sin saberlo, ese había sido su único error: el de creer que era suyo. El de pensar que por aquel beso, y todos los que le sucedieron en días posteriores, se reafirmaba, de alguna forma, el mismo amor que el Fénix le profesaba con una adoración tan absoluta y palpable que rayaba en lo sagrado.

 

A lo largo de aquellos maravillosos días, el simple hecho de permanecer alejado de su pato durante unas cuantas horas, se convertía en un martirio, en una tortura que tan solo la etérea visión de su amado podía transformar en el más dulce de los regalos...

 

Una distraída mano del peliazul se elevó con lentitud hasta llegar a una de sus mejillas. Sus yemas la rozaron con temor como, si con aquel leve toque, la esencia de su pato que un día se dignara a depositar en ella en forma de la más sublime de las caricias, se desprendiera de su piel... para siempre.

 

Le resultaba imposible de explicar pero, desde aquel día en que el dorso de la mano del Cisne se deslizara por su piel de fuego, había quedado allí, como si de una huella imborrable se tratase, una extraña calidez mucho más intensa, que la que su propio cosmos era capaz de generar. Y ni tan siquiera el viento más helado, ni la más recia de las tempestades invernales, ni tan solo, el frío más intenso habían podido mitigar, mucho menos borrar, aquella enigmática y misteriosa sensación que lo acompañaba desde entonces y que, extrañamente, se hacía más intensa cuando su tristeza y sufrimiento se intensificaban, como en aquel preciso instante.

 

Era entonces cuando, en un ritual aprendido quizás del pato... quizás por su propio intento de no hundirse más en la soledad y la devastación que lo envolvían a diario, el peliazul tomaba entre sus manos la cruz del Norte que pendía de su cuello. La misma que el Cisne depositara en su tumba años atrás... La misma que le acompañaría siempre, desde entonces... La misma que él se olvidó de devolver a su legítimo dueño tras su marcha y que éste tampoco le reclamó tras su rechazo...

 

Con sumo cuidado la acercaba hasta sus labios, y la besaba estrechándola, acto seguido, entre sus manos para que, con su frío contacto, le ayudara a mitigar aquel insoportable dolor, aquella insigne devastación que amenazaba con destruir todo a su paso.

 

Tras un tiempo indeterminado en aquella misma posición, totalmente quieto, con las manos entrelazadas y los ojos cerrados, el espíritu del Fénix acababa por calmarse, por rendirse ante lo inevitable, ante lo innegable: la aceptación y la sumisión... Palabras que, en otro tiempo, el orgulloso Caballero Divino del Fénix hubiera desechado con una canallesca sonrisa de medio lado en su rostro, de esas que le sentaban tan bien y que sus facciones parecían haber olvidado como dibujar en su bello rostro...

 

 

Y estoy aquí, aquí para quererte

Estoy aquí, aquí para adorarte

Yo estoy aquí, aquí para decirte que como yo nadie te amó

 

 

El peliazul abrió sus manos lentamente. La cruz del Norte le había parecido al tacto un poco más fría que en ocasiones anteriores... como llevaba días sucediéndole.

Aquel intenso frío hizo que acudieran a su memoria recuerdos no tan gratos.

 

La noche en que decidió pedirle a su pato que le concediera el honor de convertirse en su pareja y de aceptar su amor, no había sido como las demás. Una brisa mucho más fría se paseaba por el extenso jardín sacudiendo, con algo más de brusquedad, las poderosas ramas de aquel árbol en donde había descargado por tantas veces su incontable frustración. En aquellos momentos, instantes antes de reunirse con su pato, no sabía que, desafortunadamente, una más no tardaría mucho en unirse a las demás.

 

Como así sucedió.

 

El Fénix, pese a su innegable falta de experiencia en sacar a la luz sus propios sentimientos, y a la comunicación en general con otros seres vivos, había conseguido, con hermosas y dulces palabras (y con alguna ayudita de su hermano, claro está), sorprender al Cisne con una bella declaración de amor en toda regla.

 

Por unos breves instantes, una luz diferente brilló en los hermosos cielos del Caballero de los Hielos. Una luz tan luminosa y brillante solo comparada con la felicidad que irradia el alma al haber sido cumplido el mayor de sus anhelos. Sin embargo, ésta pronto se extinguió.

 

El Cisne se quedó callado tras oír la declaración del Fénix y la posterior entrega de un delicado anillo que él mismo le colocó en el dedo anular de su mano izquierda. Era un precioso anillo de oro blanco y amarillo. Ambos metales entrelazados haciendo alusión a sus diferentes elementos pero también, a la perfecta e indivisible unión de sus almas y corazones: era un anillo de compromiso.

 

El moreno, atribuyó el silencio inicial del Cisne a su sorpresa y emoción, pues había percibido sin ningún género de dudas aquella maravillosa luz que había iluminado sus hermosas orbes como jamás antes las había visto brillar.

 

No obstante, aquello no fue suficiente para el orgulloso Cisne. Como tampoco el ver hincado en tierra al arrogante Fénix confesándole la intensidad de su amor, la seriedad en sus palabras y en sus actos y, poco después, tras la fría e inexistente reacción del ruso, la suplica de una respuesta... de una explicación, que nunca llegó.

 

El único gesto, la única respuesta que el siberiano se dignó a ofrecer ante aquella propuesta fue su inminente y sorpresiva huída del lugar dejando tras de sí un inesperado NO, que destrozaría por completo el corazón de uno de los Caballeros más duros e indestructibles de cuantos hubieran vestido Armadura alguna. El trabajo que un día dio comienzo en la Isla de la Reina Muerte, había concluido... satisfactoriamente.

 

Allí quedaron también, destruidas en mil pedazos, las esperanzas y las ilusiones de una vida en común junto a un amor tan puro y verdadero como jamás antes tuvo parangón. Tan solo el vacío, la desesperación y un dolor lacerante que le desgarraba el alma fueron los únicos testigos de las silenciosas lágrimas que el Fénix derramó ante aquel inesperado y mortificante rechazo.

 

El resto, los escombros de lo que un día había sido la totalidad de su vida habían sido barridos, sin la más mínima consideración, por las últimas ventiscas de un frío otoño. La inminente llegada del frío invierno, no auguraba nada mejor...

 

 

Yo soy aquél que por tenerte da la vida

Yo soy aquél que estando lejos no te olvida

El que te espera, el que te sueña

Aquél que reza cada noche por tu amor

 

 

La mañana llegó, como acostumbraba, radiante y luminosa, entre las montañas.

 

Un repentino escalofrío le recorrió la totalidad del cuerpo. Quizás por eso se había despertado tan temprano...

 

Una extraña sensación de frialdad le recorría el cuello y parte del pecho.

 

Tomó la cruz del Norte que pendía entre sus manos y un frío aún mayor le caló hasta los huesos.

 

- ¿Qué cojones...?

 

La maldición murió en sus labios al ver la joya casi totalmente congelada entre sus dedos.

 

El ceño del Fénix se arrugó de aquella forma tan característica cuando algo no le agradaba. Aquello, indudablemente, era una señal... Sin embargo él ya había tomado una decisión o, mejor dicho, la habían tomado por él.

 

 

**********

 

 

A los pies de un enorme árbol, marcado su tronco por las amargas huellas del dolor y la desesperación a lo largo del tiempo, un tembloroso y sollozante cuerpo se acurrucaba, aferrado a sí mismo, entre las nudosas raíces que sobresalían por entre el blanco manto que había formado la nieve sobre el extenso jardín de la regia Mansión Kido.

 

Durante toda la noche pasada y parte de aquella misma mañana del 25 de Diciembre, Navidad, la nieve no había cesado de caer de forma lenta y parsimoniosa pero, constante.

 

Sin embargo, aquel ínfimo detalle no le había importado en lo absoluto a aquel joven rubio. Ni aquel día, ni el anterior, ni el otro... ni ninguno desde hacía más o menos seis meses. Desde que, por culpa del miedo y la cobardía, había rechazado al amor de su vida...

 

Cuánto dolor se hubiera, les hubiera ahorrado a ambos, con tan solo una única palabra... con tan solo un SÍ. El mismo que su corazón, su alma y todo su ser se morían por gritar desde que fuera escuchada aquella pregunta, la pregunta, tan amorosamente efectuada... como anhelada.

 

- Hyoga... ¿Me... me harías el honor de unirte a mí, por el resto de nuestras vidas? -le había preguntado el moreno con los nervios y la emoción a flor de piel, sentimientos que nunca creyó ver reflejados en las profundidades de aquellos zafiros que, desde hacía tiempo, alumbraban su vida...-.

 

Y él, el Caballero Divino del Cisne, el mismo que se había enfrentado a innumerables y crueles enemigos, no había tenido el valor necesario para aceptar a aquel hombre que, postrado ante él, no dudaba en entregarle lo más preciado que poseía: su vida, su corazón... su amor incondicional.

 

Por el contrario, ni una sola palabra había logrado escapar de la cárcel en que se había convertido su garganta, férreamente custodiada por unos labios que se habían negado a proclamar lo que su corazón le exigía, y lo que su fría mente le negaba. Excepto aquel estúpido y desafortunado NO.

 

Y todo por el miedo, por ese estúpido sentimiento que le había empujado, de manera inmisericorde, a negar los sentimientos que albergaba hacia el arrogante y testarudo Caballero Divino del Fénix.  El miedo a la pérdida, a perderle a él como ya había sucedido antes con todas aquellas personas a las cuales había amado a lo largo de su no muy extensa, aunque sí intensa vida: su madre Natasha, su maestro Crystal, Camus... los Caballeros Dorados...

 

Demasiadas pérdidas, demasiada tristeza para un corazón tan joven...

 

Y no obstante, aún había sumado una más a la ya larga lista: a fin de cuentas, había terminado perdiendo a su amado Ikki, sin tan siquiera haberlo tenido antes. Una cruel broma del Destino... otra más...

 

Sus sollozos se intensificaron aún más, motivo por el cual no pudo escuchar los amortiguados pero firmes pasos que se dirigían hacia él...

 

Tan solo cuando la presencia del visitante se dejó notar a unos cuantos pasos de donde se encontraba el Cisne, el joven elevó sus llorosos cielos hacia aquella imponente silueta que le observaba con una aparente calma que, sin embargo, estaba muy lejos de sentir.

 

El sobresalto y la agitación que se dibujaron en el húmedo rostro del ruso no tardaron en dar paso a un sinfín de muchos y variados sentimientos contrapuestos, todos ellos con la clara y única intención de alcanzar la victoria sobre los demás: el miedo, la alegría, la ilusión, la esperanza, la incertidumbre, el desconsuelo, el arrepentimiento, los remordimientos... todos ellos amenazando con provocar una auténtica hecatombe de proporciones bíblicas en el cansado y también lastimado corazón del Cisne... como muy bien había sabido apreciar el Fénix.

 

Éste, previendo la total incapacidad del rubio para articular cualquier tipo de palabra, saludo, comentario, etc..., se vio en la necesidad y la obligación de tomar la iniciativa.  

 

El Cisne, su bello Cisne, lucía ahora un aspecto lastimosamente demacrado: sus preciosos ojos se veían ensombrecidos por unas profundas ojeras, y sin brillo. La palidez de su rostro se había acentuado, así como la delgadez en todo su cuerpo. Sus labios se percibían extremadamente ajados, y un descontrolado temblor sacudía hasta la última fibra de aquella perfecta anatomía. El peliazul no dudó, ni por un momento, que si su exterior se veía así de mal, en su interior el daño debería de ser aún mayor. No quería ver sufrir de esa forma a su patito.

 

Hyoga había conseguido levantarse del suelo a duras penas. De forma torpe y vacilante se mantenía ahora en pie, frente al Fénix, frente a su amado Fénix... frente a la persona que jamás debió rechazar. ¿Qué ocurriría ahora?

 

La voz del moreno se dejó oír con una extraordinaria calma, aunque no exenta de una leve pizca de nerviosismo. Tan solo esperaba que su autocontrol y su fuerza de voluntad no le abandonaran ante aquella frágil y desvalida visión de su amado. Daría lo que fuera por correr hacia él y estrecharlo entre sus brazos para poder consolarlo, para poder mitigar todo el dolor y el sufrimiento que su lívido rostro dejaba traslucir por cada poro de su piel... Sin embargo, aún no era el momento. No podía saber cual sería la reacción del rubio.

 

- Hyoga... -saludó-.

 

El aludido hizo un supremo esfuerzo por responderle, dejando al moreno estupefacto, al oír el tono ronco y apagado de su voz.

 

- I...Ikki... -tartamudeó-.

 

El peliazul se acercó un paso más.

 

- Pato...

 

El Cisne lo interrumpió de forma sorpresiva y atropellada. Tenía una segunda oportunidad y no tenía el más mínimo interés en desperdiciarla.

 

- I... Ikki... yo... yo lo... siento... yo...

 

El constante temblor del cuerpo del rubio le hacía tartamudear y los nuevos sollozos que se agolpaban en su garganta y que pugnaban por escapar de ella, no ayudaban en mucho a que su voz se escuchara firme y clara.

 

- Hyoga, esp...

 

El rubio le volvió a atajar.

 

- Yo no... debí... nunca... yo lo... siento... tanto... yo...

 

 

- Lo sé -se limitó a decir el moreno con una leve sonrisa asomando a sus labios-.

 

La sorpresa hizo que los ojos del ruso se abrieran como platos.

 

- ¿Lo... lo sabes...? Pe... pero ¿Cómo...? Tú... -el rubio era incapaz de entender nada-.

 

El moreno se limitó a asentir.

 

- Percibí tu cosmos, su agitación, su tristeza y dolor. Además, esto, me avisó -concluyó enseñándole la cruz que pendía de su cuello y que ya no se encontraba en aquel estado de semicongelación-.

 

Hyoga, ante aquella visión de la cruz de su madre se quedó estupefacto. No pensaba que Ikki la continuara llevando. Sin poder evitarlo, sus lágrimas comenzaron a recorrer con total libertad sus mejillas, una vez más, en un llanto tan silencioso como desgarrador.

 

- A... aún la... conservas... -musitó llevando su diestra hacia su pecho, como intentando detener el furioso galopar de su propio corazón-.

 

- Sí, es un regalo muy preciado para mí -replicó el moreno con absoluta convicción y, echando un rápido vistazo a la mano izquierda del rubio, añadió con una emoción que no pudo evitar-. Y tú, también lo... conservas.

 

 

Y estoy aquí, aquí para quererte

 

 

 

El rubio esbozó una levísima sonrisa y, con un intenso sonrojo, replicó.

 

- Sí...

 

El moreno acortó la distancia con otro paso, a lo que el Cisne, por primera vez, le imitó.

 

- ¿Por qué? -inquirió el peliazul con la emoción velándole la voz-.

 

El rubio acarició con extrema ternura la fina joya con su mano derecha, mientras la contemplaba como la misma reverencia y fervor con la que se observa algo sagrado. Con un ligero movimiento retiró parte de sus lágrimas de su rostro y, mirando a su amado a los ojos, respondió al fin de forma queda.

 

- Porque me... hace recordar a... a una persona muy... querida...

 

 

Estoy aquí, aquí para adorarte

 

 

Un nuevo paso del Fénix... y otro del Cisne.

 

El rostro del rubio volvió a entristecerse. Sus ojos se cerraron por unos segundos, como intentando encontrar las palabras adecuadas para volver a hablar. Ahora que estaba más calmado debía explicarse; pedirle, suplicarle, rogarle... una segunda oportunidad.

 

- Ikki, yo...

 

Una nueva interrupción, esta vez, por parte del moreno, el cual, sin que el ruso se percatase, se había acercado a tan solo unos cuantos centímetros de su cuerpo.

 

- Shhh... no digas nada -murmuró con la misma dulzura de aquella noche-.

 

El ruso abrió de golpe los ojos al notar la presencia del moreno justo frente a él. Su cuerpo se agitó de nuevo víctima de un intenso estremecimiento, provocado por la turbadora y penetrante mirada de aquellos hermosos zafiros que no se apartaban, ni por un segundo, de su rostro.

 

- No es necesario.

 

- Pero, yo quiero que tú... que entiendas, que me puedas perdonar...

 

- Ya lo he hecho, patito. Lo hice hace mucho tiempo...

 

El rubio suspiró al notar como los brazos del Fénix le rodeaban con una extrema suavidad, proporcionándole una añorada calidez.

 

 

Yo estoy aquí, aquí para decirte

 

 

- Tenía tanto miedo de... perderte, como a todos los demás. Y, sin querer, eso fue lo que hice, perderte, alejarte de mí, hacerte... sufrir, sin motivo...

 

Nuevas lágrimas resbalaban por sus pálidas mejillas humedeciendo la camisa del Fénix.

 

- Ya nada importa, patito. Ya todo pasó... Sólo déjame preguntarte una cosa -musitó el moreno separándolo un poco de su cuerpo y mirándolo directamente a los ojos con expresión algo seria-.

 

- Lo... lo que quieras, Ikki.

La voz del ruso tembló ligeramente. No sabía que querría saber el Fénix, sin embargo, no podía negarse.

 

- Hyoga...

 

 

- ¿Si...? -replicó en un hilo de voz que apenas pudo salir de su delgado cuerpo-.

 

La seriedad del moreno era algo extrema, cosa que no auguraba nada bueno para el rubio.

 

- ¿Me harías el honor de casarte, de una jodida vez, conmigo? -habó al fin el moreno con aquella característica mezcla entre arrogancia y coquetería-.

 

Ante la desmesurada sorpresa que se dibujó en el rostro del Cisne, una amplia sonrisa no tardó en dibujarse en el rostro del peliazul. Una de esas como hacía tiempo que no se veían...

 

Ante la clara y, digamos, "directa" petición de Fénix, el ruso no tardó, esta vez, ni una milésima de segundo en responder.

 

- Sí, sí, sí, siiiiiiiiiií....

 

Una enorme felicidad había iluminado de nuevo aquel pálido rostro. Una felicidad que, en esta ocasión, sería disfrutada el resto de sus largas vidas...

  

 

Amor, amor, amor, amor

 

 

Sin poder, ni querer controlarse por más tiempo, el Fénix tomó de nuevo entre sus poderosos brazos a aquel hombre al que, días atrás, había creído perdido para siempre.

 

Lo estrechó con fuerza, plegándolo contra la totalidad de su cuerpo. Sus labios de fuego depositaron un delicado y casto beso en aquellos otros que se morían de deseo por degustar el dulce sabor a canela que desprendía la piel del peliazul.

 

Con la voz ronca por el deseo y la añoranza, el Fénix musitó con ternura.

 

- Te amo, patito...

 

El moreno no permitió la réplica del Cisne pues, en el preciso instante en el que éste iba a hacerla, el peliazul se le adelantó sellando con su boca aquella boca tan amada, internándose en sus profundidades, saboreando el adictivo afrodisíaco de aquel oasis, el cual le pertenecía por derecho propio.

 

- Te... te amo... Ikki... -musitó el Cisne cuando la necesidad de oxígeno les obligó a interrumpir tan apasionado encuentro-.

 

Un nuevo beso dio comienzo. Uno más íntimo, más calmo. Uno, en donde la necesidad de transmitirse mutuamente toda la intensidad de sus sentimientos, todo su amor, les urgía de forma irracional.

 

Un nuevo beso que dio paso, a un nuevo renacer: el de las ardientes llamas de un poderoso Fénix forjadas, esta vez, en el fuego incombustible de un amor puro y verdadero, elevándose con la majestuosidad de otros tiempos, pero con la férrea convicción de una unión imperecedera.

 

El poderoso y ardiente cosmos del Fénix se expandió envolviéndolos a ambos, protegiéndolos de la continuada caída de la nieve, la cual, celosa como nunca, no alcanzaba ni a rozar los cuerpos de los jóvenes Caballeros que se habían vuelto a fundir en otro de aquellos apasionados y dulces besos, como si de un solo ser se tratase... un solo corazón... una sola vida, desde ahora y para siempre.

 

Un buen rato después, los Caballeros Divinos del Cisne y el Fénix se dirigían de regreso a la Mansión Kido. Al parecer, la ventisca de nieve había arreciado, visiblemente molesta por el inesperado cambio en sus afectos efectuado por el rubio siberiano pues, desde la partida del moreno, aquella fría y solitaria compañera había convertido la desolada alma del joven en su residencia permanente.

 

- Ah, por cierto, se me olvidaba comentarte una cosa pato.

 

- ¿El qué... mi amor?

 

Una dulce sonrisa y un tierno beso en la sien de su prometido le hicieron saber al Cisne cuánto le había gustado al peliazul oírle hablar así.

 

- Saori y los demás han tenido la... cortesía -sonrió el moreno maliciosamente- de dejarnos la Mansión para nosotros solitos durante un par de días.

 

- Oh, vaya. Entonces ¿No celebraremos la Navidad con ellos? Me hubiera gustado contarles... -un dulce rubor inundó de nuevo las pálidas mejillas del Cisne- lo de nuestro... compromiso.

 

A esas alturas el rostro del rubio parecía ya un enorme campo de tomates maduritos, maduritos, XD.

 

El Fénix sonrió ampliamente, atrayendo hacia sí con mayor fuerza el cuerpo de su amado. Aquella condenada ventisca soplaba cada vez con mayor fuerza, como si quisiera arrebatarle al Fénix aquel hermoso Príncipe de los Hielos.

 

- No te preocupes por eso, patito, ya lo saben.

El rubio arrugó un poco el ceño.

 

- Ikki ¿Has tenido tú algo que ver con la apresurada marcha de Saori y los chicos de la Mansión?

 

- ¿Yooo...? Nada de eso, patito mal pensado. En todo caso, el responsable de todo esto es Zeus: el muy cabezota al fin ha aceptado revivir a los Dorados.

 

- ¿¿CÓMO...?? -inquirió el Cisne con una enorme expresión de alegría en su rostro-.

 

- Lo que has oído, patito. Seguramente, para mañana ya estarán todos aquí de nuevo tocándome los coj...

 

- ¡Ikki...! -le regañó el Cisne ante la inminente grosería del moreno-.

 

- Oh, vamos, Hyoga. Pero si sabes que tengo razón. Empezaremos por Camus: tú llorarás como jamás antes lo has hecho al verle de nuevo, a fin de cuentas eres un patito llorón ¿qué se puede esperar de ti si no que nos inundes a todos con tus lágrimas de patito incomprendido? Por su parte, el Gran cubo de hielo aparecerá con su habitual frialdad gabacha mirándonos a todos por encima del polvo que va levantando su capa de Caballero... y con ese insoportable tonito arrogante que se gasta se acercará hasta mí y me escupirá: "Oye, mocoso, no te atrevas a lastimar a mi alumno o, ni el más ígneo de los volcanes será capaz de descongelarte el culo. ¿He sido lo suficientemente claro, niño?" -habló el moreno imitando a la perfección el marcado acento seco del Maestro de los Hielos-. ¡Qué asco! ¡Puajj...! Odio cuando me llama... niño -concluyó el peliazul algo fastidiado-.

 

El ruso sonrió ante la perfecta imitación de su Maestro, por lo que el Fénix continuó con su repaso a los Caballeros que, pese a todo, también los había añorado, como el resto de Caballeros de Bronce.

 

- Después, como es lógico, está Milo, lamiéndole las botas y, si le dejan, otras cosas mucho más privadas a tu querido Maestro. Seguidamente, Shaka: oh, sí, El hombre más cercano a un Dios... más cercano a su propio ombligo diría yo. ¡Dioses! Jamás he conocido a un hombre tan vanidoso como él. Dejando a un lado a los gemelos, naturalmente. En cuanto entren ese par de pervertidos en escena no tardarán mucho en comenzar otra de sus estúpidas y pueriles discusiones por saber, por ejemplo, quién de los dos tiene el cabello más sedoso... idiotas. Eso, si no se les adelanta Dita porque, de ser así, ya te puedes imaginar quién será la Reina de la fiesta, la cual, vendrá acompañada, como es de suponer por ese psicópata de novio que se ha echado, y que no es otro que el tarado de DM. Después verás aparecer al grupito de los borregos, con Mu a la cabeza, Shura y Aiolos que pueden considerarse como los más normalitos... Aunque de Shura, no sé, no sé -dudó el peliazul acariciándose la barbilla-. Bueno, es igual, en algún lugar tendría que colocarlo ¿no?

 

El Cisne se encogió de hombros intentando, por todos los medios a su alcance, contener las enormes carcajadas que su estómago no podría contener por mucho más tiempo.

 

Pero, esto aún no había acabado, pues la disertación del Fénix, continuó...

- Por no hablar de la pareja más exhibicionista de todo el Santuario y que son, como no: Shión, nuestro querido Patriarca y Dhoko, ese viejo rejuvenecido que siempre anda más caliente que la pipa de un indio. Y para cerrar, con broche de oro, el buenazo de Aldebarán, el único de entre todos ellos capaz de agotar las reservas de víveres de la Mansión Kido, si no somos los suficientemente astutos como para ponerlos bajo llave... y aún así.

 

- Me parece que te has olvidado a alguien... y ese alguien tiene mucho que ver con tu signo -se burló el rubio con ternura-.

 

- Nada de eso, mi amor. Si Shaka es El hombre más cercano a un Dios... Aioria es El hombre más cercano al culo de Shaka... En donde esté ese rubio, andará ese gato.

 

Ambos jóvenes dejaron salir, al fin, las estruendosas carcajadas que resonaron por toda la Mansión Kido... como preludio de las Navidades más felices que, seguramente, habrían festejado hasta el momento.

 

 

*_*_* FIN *_*_*

Notas finales:

Pues esto ha sido todo, deseo que os lo hayais pasado muy bien y hasta prontito...
Besitos...


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