A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.
Alphonse de Lamartine (1790-1869)
Quien
Por: Eruka
Él es quien se lleva la peor parte…
A él le tocará lo peor de ahora en adelante…
Será él quien más sufra…
Debe ser él quien peor está ahora…
Su vida será un infierno de ahora en más…
A partir de este suceso difícilmente podrá ser un niño feliz…
Todos lo comentarios calaron en sus pequeñas orejas. Tenía 6 años y no comprendía el alcance de un para siempre o la lejanía del cielo; apenas sabía que para llegar a casa desde la escuela tenía que pasar por una lechería, un supermercado y una cafetería para niñas, y que sino pasaba por ahí, de inmediato debía llamar a sus padres para informarles que su chofer personal lo estaba llevando por un sitio desconocido.
Sabía que cuando su gato murió no iba a regresar y que se iría al cielo de gatos, donde perseguiría todo el tiempo pelotas de estambre y comería pescado a diario, pero no se puso triste porque enseguida llegó un pequeño perrito a llenar el espacio. También sabía que cuando su madre decía “te amaré para siempre” se refería a que lo haría durante mucho, mucho tiempo, quizás interminable, pero todavía no podía comprenderlo.
Cuando dijeron “tu madre ha muerto” y él preguntó “¿qué significa?”, le respondieron con un compasivo “significa que se ha ido para siempre, dulzura” que a él no le quedó claro. Pero era un chico listo y su padre lo estaba mirando (aunque sus ojos en realidad parecían bastante perdidos), así que aseguró que lo comprendía.
Pero no era verdad.
¿Su madre estaba muerta? No lo entendía. Entendía que no iba a volver, pero no entendía que eso era verdad, no entendía que nunca más estaría ahí, no entendía que crecería sin ella, no entendía que “no estar ahí” se refería a que no estaría con él. Cuando Itachi le gritó a su padre “es tu culpa” y se encerró en su dolor “para siempre”, no entendió que lo que hablaba por su gentil hermano era la pena y el sufrimiento de entender claramente lo que significaba la muerte.
Él, el primer día, lloró bastante. Lloró porque todos lo hacían y le parecía que ese dolor que le crecía en la barriga y que parecía dispuesto a instalarse en su corazón desbocado, sólo saldría si lloraba durante mucho rato, y también lo hacía porque siempre que lloraba su madre acudía rápidamente dispuesta a consolarlo.
La primera vez que ella no se apresuró a tranquilizarlo, fue también la primera vez que comprendió que su madre no volvería. Pero era demasiado pequeño para comprender que no volver se refería a un futuro incierto y en el que él viviría asustado, un futuro que ahora daría todo por no haberlo comprendido en su presente.
Él es quien se lleva la peor parte…
Se lo dijeron tantas veces que terminó creyendo que en realidad era verdad: él era quien llevaba la peor parte. No su hermano que se fue de casa tres años después y murió triste, pobre y enfermo de odio una década más tarde, no su padre que encerró su corazón en una burbuja lamentable y no volvió a verlo con cariño nunca más, que se olvidó de él y que gimoteaba el nombre de su esposa cada noche en la que se enfrentaba a la pesadilla de la soledad.
No ellos, él.
Su vida será un infierno de ahora en más…
Todo era una prueba de lo cierto que era aquello, cuando comenzaron a bajar sus notas, cuando subieron al cielo porque ahora que nadie le decía que hiciera los deberes le daban ganas de hacerlos, cuando lo secuestraron y su padre tardó horas en percatarse de que su hijo no estaba, cuando dejó de ser un niño normal para convertirse en el chico que todas las niñas quería para sí pero que no era considerado amigo de nadie.
Él había perdido a su madre cuando tenía seis, pero perdió su corazón con los años, porque estos le iban escupiendo a la cara que era él quien peor la llevaba: porque había crecido sin madre, porque le había faltado afecto y porque no había nadie más en el mundo que sufriera tanto como él.
Nadie esperaba que fuese un buen hijo ni un buen chico, porque había perdido a su madre y nadie espera que niño que pierde a esa importante figura se convierta en un adulto respetable. Cuando decían “Sasuke ha sacado buenas notas de nuevo”, sólo oía decir a la gente “pobrecillo, ojalá su madre lo viera”, cuando tuvo su primera novia todos asumieron que lo que buscaba era la aceptación femenina que le había faltado, cuando se declaró gay las murmuraciones acerca de lo triste que estaría su madre estuvieron a punto de enloquecerlo, y cuando lo vieron pasear feliz con Naruto, esos murmullos se transformaron en lamentables: el pobre intenta salir con alguien que no le recuerde en lo absoluto a Mikoto.
Pero finalmente, no importaba lo que ellos creyeran; lo importante es que él se creía miserable por haber perdido a su madre siendo muy niño.
Y miserable se sintió para siempre.
Cuando Naruto lo dejó, cuando su vida quedó arruinada por el alcohol, cuando no tuvo más remedio que dejarse morir en su propio patetismo inútil, todo el tiempo fue miserable.
Porque no tenía otro camino que seguir que el siempre le habían puesto delante.