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Efímero por Lua

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Notas del fanfic:

¡El primer proyecto largo que pienso hacer en un buen tiempo! No estoy segura de cuanto tardaré, pero si se hacia donde se dirige. Plasmaré aquí mi propia percepción de como debieron ser las vidas de Kardia y Dégel enmedio de batallas, dioses y demás, mostrando su parte más humana, y como salieron adelante juntos.

¡Ojalá lo disfruten tanto como yo escribiendolo!

Saint Seiya (R) Masami Kurumada & Shiori Teshirogi 

Notas del capitulo:

 El inicio se ubica justo después del Special Track en el Gaiden de Kardia, asi que hay spoiler acerca de ello. Si no lo has leido, te recomiendo que lo hagas. No daña realmente el seguimiento de Lost Canvas y es muy interesante :D! -> http://submanga.com/c/138655/1

¡Espero que lo disfruten!

Una noche, vi una estrella explotar sobre el mar.

Fue hermoso su resplandor. Tan grande, colosal… decidí que así quería que fuese también mi muerte.

Yo sería como esa estrella que, aunque efímera gobernaría desde los cielos. Siendo mi ser consumido, quemado, única y exclusivamente con esa majestuosidad con la que la vida de aquel astro sobre la costa había perecido.

Ese soy yo, Kardia. El escorpión celeste.

Fugaz, pero a la vez seré eterno.

-    -    -

-¿Quién es ese niño, maestro? – Krest estaba exhausto. El viaje había sido largo y necesitaba recuperar fuerzas, sobre todo después del arranque, algo irrisorio debía admitir, que había cometido esa mañana. La técnica que había aplicado lo había dejado en un estado que le exigía reposo total, y el que su aprendiz lo bombardeara con preguntas cada cinco segundos sobre la criatura en cuestión, le exasperaba. Posó los ojos profundos sobre su aprendiz que le observaba, expectante.

-Un alma en pena – contestó al fin. El chiquillo se paró en seco, con los ojos muy abiertos, turbados con la información. Cuando vio llegar a su maestro a la pequeña cabaña que el Patriarca les había asignado para su improvisada y corta visita a Grecia por asuntos de Bluegard, con un niño en brazos, se llenó de preguntas. Pero ahora ya no estaba tan seguro si quería que le fueran contestadas. Retrocedió un poco, con miedo en sus pupilas aguamarinas.

-¿Alma en pena...? o sea que es… ¿Un fantasma? ¡Pero Unity dijo que eso eran leyendas, no son reales! – el anciano se permitió una suave sonrisa, y palmeó la cabeza de su incrédulo alumno, a la par que le daba la espalda en esa habitación lóbrega que componía el humilde inmueble. Viró su cabeza ligeramente, y le miró con fijeza.

-Las personas no ocupan estar muertas para penar, Dégel. Apréndelo bien.

El aludido escuchó con atención, como siempre que su maestro le dedicaba palabras impregnadas de su filosofía, pero aquello no respondía su pregunta. ¿Qué hacía un niño ardiendo en fiebre en la que había destinado sería su cama? ¿Y por qué su maestro lo había llevado hasta ahí? Se acercó al chiquillo, que en su letargo exudaba un calor increíble de su cuerpo, sudando copiosamente. Hubo un momento de silencio mientras lo observaba.

-¿Va a morir? – Inocente pregunta, complicada respuesta.

 -Todos morimos Dégel, la diferencia radica en cómo y cuándo – contestó el anciano, con ese tono de voz calmo, casi melancólico, al que el niño ya se había acostumbrado. El hombre se acercó a la cabecera de la cama, y colocó una palma sobre la frente sudorosa, retirando algunos mechones que se habían pegado a ella. El niño se removió un poco, pero continuó su sueño entre jadeos y temblores. Krest suspiró. – el chiquillo es de voluntad fuerte, no se va a dejar amedrentar por algo tan simple como una fiebre. Además – Dégel vio un brillo curioso en los ojos de su maestro – éste es especial.

Intrigado por la aparente familiaridad con la que Krest trataba al niño, arqueó una ceja y se dejó caer a los pies de la cama. Tocó suavemente el tobillo del paciente, y se le antojó a fuego.

Se permitió una última pregunta por ese día.

-El… ¿Cómo se llama? – Inquirió, y su maestro, fuera de todo pronóstico soltó una carcajada, divertido. Aquello acabó por descolocar a Dégel, que le miró incrédulo.

-¡Pero cuanto interés, muchacho! Y eso que no tiene ni una hora aquí. No es propio de ti -  sintió sus mejillas arder con furia ante la observación de su superior, quien seguía riendo. ¿Pues que esperaba el, si de repente hay un niño moribundo en tu cama sin explicación alguna? Curiosidad era lo mínimo que podía pedir. Pero se tragó sus palabras, mordiéndose la lengua. Se sorprendió a si mismo hallando justificación a su curiosidad por el infante, siendo, en efecto, algo poco propio de él. Desvió la mirada, aún sonrojado. Krest le sonrió.

-Su nombre no es relevante ahora, pero te aseguro que oiremos de él en el futuro – Dégel miró de reojo a su maestro, y después al chico – si… será un hombre que dé de que hablar.

Y conformándose con la escueta y ambigua respuesta, sabiendo que no le sacaría más información a su misterioso mentor, se dedicó a mirar el cuerpecillo tembloroso, que poco prometía sobrevivir mucho tiempo. Pero había algo… su maestro tenía razón.

Era especial.

-    -    -

-Así que este es el chico, Krest – Sage se dedicó a escudriñar con sus ojos claros al chiquillo, que le miraba ceñudo tras su flequillo. Al notar éste que los ojos del lemuriano lo recorrían de pies a cabeza, le sacó la lengua y le volteó la cara, haciendo que el Patriarca arquera una ceja, divertido. - ¡Y tenías razón, viejo amigo! Veo que tiene carácter.

-Es un niño, Sage. Todos son malcriados al inicio – resopló el anciano, al ver que el menor se escondía de la mirada divertida e inquisitiva que le dirigía el gobernante de los terrenos de Athena tras su propia túnica de viaje, asomando sus jades de vez en vez, huraño – un poco de disciplina no le caerá mal, y nadie mejor que tus guerreros para enseñarle algo de eso. Además – posó su mano sobre la cabecita despeinada, que le miró sorprendido por el gesto – es especial.

Sage tan solo atinó a asentir, algo descolocado con la escena. Que Krest mostrara semejante cordialidad con la criatura era ya bastante curioso, viniendo de uno de los hombres más fríos que había conocido en su vida.  Debía poseer un cosmos muy especial ese chiquillo como para que su viejo camarada le pidiese hacerse cargo de él en el Santuario, proponiéndolo como aprendiz. Se levantó de su trono, y con paso firme se dirigió hacia donde Krest y el niño se hallaban, hincándose junto al anciano para poder ver mejor al menor, que se apiñó aun más contra las telas envejecidas del guerrero. Le sonrió, extendiendo una mano.

-Dime pequeño, ¿Cómo te llamas? – el niño le miró con desconfianza, pasando sus ojos verdes de la mano blanca que el Patriarca le ofrecía hacia los ojos profundos de Krest, que asintió para infundirle confianza al responder. El niño hizo un puchero.

-¿De verdad me vas a dejar con este viejo feo? – inquirió con algo de resentimiento hacia el anciano mientras señalaba al Patriarca, haciendo que ambos adultos dieran un respingo. Krest abrió mucho sus ojos, y Sage sintió un pinchazo en su orgullo. ¿Viejo? Quizá. Pero que le llamara feo… esa criatura…

-¿Pero cómo te atreves…?

-¡No quiero quedarme aquí con el viejo feo! – exclamó el niño, ya con lagrimas en los ojos. Era la primera vez que el chiquillo se sentía medianamente querido por alguien aunque apenas lo conociera de un par de días, y el saber que le abandonarían en ese lugar con un puñado de gente extraña y ese hombre sin cejas… le asustaba. -¡Quiero ir contigo!

-¡Kardia! – regañó Krest, retumbando su voz contra las paredes de la cámara. Éste calló sus sollozos al instante, sintiendo espasmos recorrerle el pecho y los ojos de jade muy abiertos dirigidos al anciano - ¿Qué acaso no dijiste que querías hacer arder tu vida? ¿Vivir al máximo? ¡Si no aprendes a defender esa vida con tu alma, no podrás hacerlo! ¡Yo ya hice suficiente por ti!

-¡Yo no quiero vivir aquí! – gritó, con las palabras del anciano calándole hondo,  y Sage sintió la pasión con la cual eran tiradas al viento las palabras del niño. Entonces pudo comprender el interés de Krest, pudo reconocer esa llama que cada vez crecía más y más en el alma del menor. Esa flama que se manifestaba como soles de jade en los ojos fieros de Kardia.

Era la pasión de Antares.

-Así que Kardia, ¿eh? – interrumpió la discusión el Patriarca, haciendo que el aludido y Krest le miraran. Esbozó una sonrisa, cada vez más intrigado por el pequeño. Se levantó del suelo y le miró desde arriba, estricto, haciéndolo temblar – seré directo, mocoso. Este Santuario no te garantiza la vida, mucho menos que sea una feliz. Pero – se viró, dándoles la espalda y contemplando en silencio la estatua de su diosa, que se erguía a la distancia con esa paz que solo ella ostentaba. Cerró los ojos por un momento – te daré las herramientas para hallarle razón a tu existencia. Haré que quemes tu vida por un propósito, que tenga sentido… por corta o larga que sea, pelearás por algo que valdrá la pena. Eso te lo juro, Kardia. – concluyó, mirándole directo a los ojos.

Y el niño entonces sintió una oleada de algo cálido envolverle el pecho. No era uno de esos molestos pinchazos que su corazón a ratos le daba, era algo más bien… reconfortante.  Algo dentro de él le instaba a creer en las palabras de ese hombre, que con sus ojos sabios le miraba con decisión. ¿Ayudarle a darle sentido a su vida? ¿Sería capaz ese hombre de ofrecerle semejante regalo?

Quiso creer que sí.

Entonces, muy lentamente, se despegó de las ropas de Krest. Se dirigió a él cabizbajo, y a modo de disculpa le murmuró.

-¿Volverás?

¡Vaya que ese niño le sabía descolocar más a cada momento! pensó Krest. Era tan diferente a su aprendiz que cada nueva ocurrencia le sorprendía como si nunca hubiese oído antes a un niño de su edad, a pesar de que ambos chiquillos tenían los mismos años.
Por algo, fuera por el egoísmo malsano de que Dégel pudiera pegarle algo de su usual frialdad a Kardia, o éste enseñarle a Dégel algo de su irreverencia, Krest evitó a toda costa que se encontrasen ambos niños nuevamente tras aquel día que había llegado con Kardia en brazos a la cabaña. No se los imaginaba juntos, y no tenía ganas de averiguarlo. Eran tan polos opuestos que en cierto grado había sido uno de los motivos suficientemente fuertes como para decidir no llevarse al chiquillo con él a Bluegard también, además de su delicada salud.

Le revolvió los cabellos sin mucho cuidado.

-¡Vaya que eres llorón! No prometo regresar – dijo con sinceridad, ante los ojos desilusionados de Kardia -  pero quizá tengas noticias de mí en algún futuro. Quien sabe… - pensó en su aprendiz de nuevo, y emitió una mueca. Esos dos tenían un futuro tan estrecho como santos de Athena que le causaba hasta cierta curiosidad saber cómo sería su primer encuentro -  ojalá sea de boca de él.

‘¿El?’

Y salió así de la cámara del Patriarca, dejando a un Kardia más que intrigado por sus palabras. Bajó por los templos de mármol que majestuosos se alzaban ante el inclemente sol, siendo la mayoría cáscaras vacías que aún no hallaban a su nuevo dueño, pensando.

Kardia quería un sentido para su vida, una razón de ser, pero se preocupaba demasiado queriendo hallarlo lo más pronto posible que se lastimaba en el proceso. ¿No podía simplemente dejar que la vida corriera cual río, trayéndole con sus afluentes esa razón de existencia con el tiempo? Era una certidumbre que había intentado hacer comprender al niño en esos días que había cuidado su fiebre en la cabaña, sin mucho éxito.

A los pies de Aries, un impaciente Dégel le esperaba con sus pocas pertenencias ya dentro de un zurrón de cuero, listo para el viaje de regreso a las tierras heladas. Su maestro le había dejado a la tutela del guardián de Tauro por un par de días, y aunque el entrenamiento había sido diferente al acostumbrado le había parecido suficiente, aunque le intrigaba bastante la ausencia de Krest y la negativa de éste de dejarle regresar a la cabaña en esos pocos días en Grecia, alegando que sería bueno para el experimentar el entrenamiento a la ‘usanza griega’. Del niño en fiebre no supo más, por más que preguntó a Tauro, quien aparentemente tampoco sabía nada.

-¿Maestro? – Krest siguió de largo por el templo dirigiéndose a la salida del Santuario, instando a Dégel en silencio a que le siguiera. Sabía que seguramente la cabeza experimental y curiosa de su aprendiz debía estar nuevamente siendo bombardeada de millones de preguntas que no tenía ánimos de contestar, así que decidió atajar cualquier interrogante antes de que fuese pronunciada. Se paró en seco, y el niño casi choca con su túnica envejecida.

Era hora de que Dégel aprendiera una lección. Una que Kardia al parecer aún se negaba a asimilar.

-¿Mae…?

-La vida es vida por ser vivida, no por ser cuestionada – Dégel escuchó con sorpresa el tono melancólico de su superior, y las palabras chocaron contra su pecho, más que contra su cerebro. – vive, Dégel. Vive por algo, por alguien, pero no te detengas a preguntarte mucho el por qué, ni buscar el motivo que quizá tarde en llegar. Eso solo le quitará el verdadero sentido, la intención intrínseca, la buena voluntad… - los ojos profundos se encontraron con los aguamarinas inexpertos, que no sabían que decir – no todo tiene razón de ser, querido niño. Solo es y punto.

Y así, con las palabras rondando en la joven mente queriendo ser absorbidas, y la sonrisa vaga en el sabio rostro, se alejaron del Santuario de Athena a vivir la vida, sin saber que les depararía el destino

Notas finales:

Krest, tan ingenuo... ¡Si supiera lo que los chiquillos en cuestion iban a hacer de grandes! Jojojo, ya me imagino su cara...

El inicio es un pequeño monólogo de Kardia que realmente no tiene espacio temporal en la historia, sino que es mas bien una reflexion que en algun momento se hizo hacia si mismo para reforzar eso de 'vivir la vida al máximo y morir en el momento que yo decida'. Me pareció un buen comienzo :P quizá Dégel tenga de esos monólogos mas adelante en la trama, para afianzar ambos puntos de vista.

¡Chan, chan! ¿Cuando se hallaran de nuevo estos dos muchachos? ¿como será el encuentro? ¡Esperenlo proximamente!

Sus reviews me alimentan las ganas de seguir escribiendo :)


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