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Noches de Brooklyn por Yorunotenshi

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   Enterré la mano en sus rizos dorados, empujando profundamente en su garganta y gruñendo algo entre dientes antes de correrme. Él se esforzó para tragar todo lo que salió de la cabeza de mi pene, acomodando su garganta para que bajara libremente. Cerré los ojos un momento, aturdido ligeramente por el orgasmo, y cuando los abrí me encontré con su mirada.

 

   Jessy es uno de los tantos chaperos que puedes encontrar en esa oscura calle de las afueras de Brooklyn luego de las diez de la noche. Llevo frecuentándolo más de un mes; cualquiera podría preguntarse por qué tanto.

 

   No se puede decir que sea feo. A mis 28 años de edad soy lo que muchos hombres desearían ser. Mido casi un metro noventa y peso noventa y cinco kilos de puro músculo. Gano al mes lo que muchos apenas llegan a percibir en un año, motivo más que suficiente para tener a todas las secretarias del buffet hipnotizadas. Pero ninguna de ellas me interesa.

 

   Empezó como una mera apuesta conmigo mismo. Atravesando el barrio me pregunté «¿por qué no?» Pero no fue hasta que lo vi a él que me dije «definitivamente sí».

 

   Bajé el vidrio del asiento del copiloto y le hice señas para que se acercara. Él así lo hizo. Abrió la puerta e ingresó a mi vehículo, un Mercedes coupé modelo 2011 negro con vidrios polarizados. De cerca era aún más impactante. Sus rizos rubios caían a un costado de su rostro, llegándole casi hasta las axilas, y sus ojos eran de un azul tan claro, casi transparentes, que por un momento me perdí en su mirada carente de sentimientos. En apariencia no podía tener más de quince o dieciséis años. No me costó nada ignorar todas las leyes que estaba violando al pensar en pagarle a un menor para tener sexo con él. Cualquiera que lo hubiera visto pensaría igual.

 

   Ese primer día decidí que no podía ser el último. Jessy era precioso con sus ropas harapientas, pero desnudo no había diosa griega que pudiera igualar su belleza. Un tipo completamente hetero no hubiera podido controlar sus impulsos de saborear cada porción de esa piel color crema, de sentir la cálida boca cubriendo su erección con la expertez de quien lleva tiempo haciéndolo, y de enterrarse en su apretado culo, capaz de llevarte al éxtasis con unas pocas embestidas.

 

   Sólo unas horas bastaron para que sintiera que su cuerpo había sido hecho a mi medida. Que él había nacido exclusivamente para complacerme, para saciar mis sentidos, para convertirse en mi paraíso.

 

   Desde ese día cada noche, al salir del buffet, paso a recogerlo. Y él está siempre ahí, esperándome. Quiero creer que no toma ningún cliente aparte de mí. Me fuerzo a pensar que mi pene es el único que invade su boca y su culo.

 

   —¿Cómo me quieres hoy? —pregunta, sacándome de mis cavilaciones. Su mano ha trabajado tan bien mi verga que ya se encuentra semirrecta cuando solo han pasado unos minutos desde que me corrí en su boca.

 

   Sin contestarle tiro el respaldo del asiento del copiloto hacia atrás y él sabe lo que quiero. Se quita su ropa lentamente mientras lo observo, arrojándola a un lado y apoya las plantas sobre el asiento, dejando su entrada a la vista. Lame un par de dedos hábilmente y comienza a introducir uno en su apretado agujero. Un gemido escapa de mi garganta y con una mano acaricio el palpitante trozo de carne entre mis piernas.

 

   Él introduce otro dedo, empujándolos profundamente mientras jadea. Quito con desesperación su mano, sabiendo que si eso continúa podría correrme instantáneamente antes de meterme en su interior. Saco un preservativo de la guantera, y él se precipita a quitármelo para romper el envoltorio y colocármelo. Me tiro sobre él, el espacio del vehículo apenas es suficiente para que quepamos los dos en el mismo lado pero Jessy no se molesta.

 

   —Fóllame duro —susurra a mi oído, y es lo único que me falta para llevar la corona de mi erección hasta su culo y meterla de una sola estocada. Puedo sentir el grito que ahoga mordiendo mi hombro, pero ya no quiero detenerme.

 

   Sus dientes aflojan la mordida cuando salgo, para volver a enterrarse cuando mis pelotas chocan contra las nalgas que mantengo firmemente separadas, buscando llegar tan profundo como su cuerpo me lo permite.

 

   Pronto el calor dentro del vehículo se vuelve sofocante. Sólo puede oírse el constante sonido del impacto de nuestros cuerpos, mi respiración agitada y sus gemidos ahogados. Comienzo a jalar su erección al tiempo que mis movimientos se vuelven erráticos, pero no es hasta que siento su caliente semen esparciéndose entre nuestros cuerpos y sus músculos contrayéndose que vuelvo a eyacular, dejando mi semilla encerrada en el fino cilindro de látex.

 

   Salgo lentamente de su interior y lo quito, anudándolo y metiéndolo en una bolsa para luego botarlo en cualquier cesto de basura. Agarro una franela y se la paso para que se limpie mientras empiezo a vestirme. Él en seguida lo hace y empieza a tantear en el suelo, buscando sus ropas para hacer lo propio.

 

   Le tiendo dos billetes de cien, que él guarda en su bolsillo sin reclamar. La primera vez lo dejó claro: cincuenta por una mamada, cien por follar. Siempre le di doscientos, tal vez como una confesión de aquello que no puedo decir con palabras. A cambio decidió que las mamadas podían ser sin condón. No me opuse.

 

   Abre la puerta del Mercedes y sale, cerrando sin demasiada fuerza. Mete las manos en los bolsillos de sus desgastados jeans y empieza a recorrer los trescientos metros que hay entre el lugar donde siempre estaciono el auto y la esquina donde todas las noches paso a buscarlo.

 

   Enciendo el motor y me alejo, pensando ya en la noche siguiente. En estos momentos pienso que debería dejar al mundo de lado y llevarlo conmigo. Comprarle ropa nueva, resguardarlo del frío, alimentarlo bien y dormir a su lado todas las noches pero no es tan simple. Brooklyn no es tolerante con los homosexuales, y el buffet se vendría abajo si saliera a la luz que uno de sus prestigiosos abogados lo es. Por eso me obligo a pensar que es sólo sexo, y lo seguirá siendo hasta que la ciudad empiece a aceptar lo que somos.

 

~Fin~


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