Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Norwegian Wood por Yoru Eiri

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Hetalia no me pertenece, ni mucho menos la historia mundial... hago uso del patrimonio que me toca para escribir algo sin fines de lucro -LIES- para diversión del lector y nada más.

El personaje de Arthur es propiedad de... La reina de Inglaterra por supuesto; y así los rspectivos niños... a excepción de Sajonia, ella es mia.

Notas del capitulo:

No es algo muy común pero espero y le den una oportunidad. Perdonen mi narración, es espantosa, lo sé... pero ya los próximos capítulos estarán más que decentes, lo juro.

-Vamos- se escuchaba una suave voz, hacía eco entre las ramas de los árboles- ¡Vamos! No te quedes atrás…- pareciera que no había nada más en aquellos bosques.

 

Un bosque lleno de pinos, y sólo se podía apreciar una pequeña sombra recorriendo un camino casi desierto entre aquellos árboles. La pequeña sombra se movía con mucha rapidez, pareciera que alguien le perseguía, pero no era así, la sombra estaba persiguiendo, en realidad.

 

-No te quedes atrás…- su voz era suave, aunque chocara con los árboles, parecía que era una melodía la que resonaba.

 

Y esos gritos infantiles iban dedicados a un pequeño conejo de color café. El conejito se detuvo a lado de un árbol, sus orejas hacia abajo como si estuviese asustado.

 

-Van a matarme…- la pequeña sombra se acercó al pequeño conejo asustado.

 

¿Así se veía él cuando estaba frente a sus hermanos? Cuando bajaba las orejas y se escondía entre las ramas de los árboles… Arthur, tenía la apariencia de  un niño de seis años, su sombra era tan pequeña, que lograba confundirse con las de los árboles a su alrededor. Además llevaba siempre una capa color verde, su color favorito; lo que llevaba debajo dependía del clima, pero casi siempre era una bata blanca, lo suficientemente larga para cubrir el comienzo de sus rodillas.

 

-Te dije que no te quedaras atrás- regañó al conejo mientras lo tomaba entre sus brazos con cariño- nadie va a lastimarte- le sonrió- no mientras yo esté aquí.

 

Pareciera que esas palabras tranquilizaron al pequeño animalito, pues subió sus orejas como si estuviese contento. Arthur no lo comprendía muy bien, pero le alegraba cuidarle, llevaba un tiempo haciendo eso. Iba a visitarle, corría un poco con él y luego le dejaba en el lugar de siempre.

 

-Quisiera llevarte conmigo- sonrió mientras dejaba al pequeño en el suelo- pero mis hermanos te comerían.

 

Sus hermanos, cuatro hermanos mayores, los hombres más despiadados e incomprendidos del planeta, ¿acaso no estaba, también Arthur entre ellos? De todos modos serían ellos siempre los niños huérfanos del bosque, los abandonados a su suerte: Los hijos de Sajonia.

 

***

 

Se llamaba Sajonia, su nombre era conocido y su envidiable figura lo era aún más. Tenía tantas cosas, y tenía además esos ojos verdes que brillaban a la más ligera provocación. Quizá era por eso que muchos hombres le deseaban, pero Sajonia no se dejaría seducir por ninguno, inclusive si ese hombre fuese el mismo Imperio Romano, ella seguiría desistiendo, corriendo por sus bosques, admirando sus bellos paisajes cual bella musa, con su alta figura y su cabello rojo, por doquier, marcando su territorio con firmeza.

Sajonia se ocultaba en los bosques, tenía algo tan preciado, algo que no quería entregar nunca, y mucho menos a todos esos que le deseaban: sus hijos.

 

***

 

-¡Alba!- se escuchaba por el bosque.

 

Mientras un pequeño pelirrojo correteaba, sin darle descanso, a un pequeño conejo. No descansaría hasta tenerle entre sus manos, y es que mamá había dicho que si cazaban algo podrían comerlo en la cena, y el pelirrojo no se iba a rendir; amaba el sabor del conejo.

 

-¡Alba!- se escuchó con más insistencia aún.

 

Sajonia le llamaba, de seguro sus hermanos ya estaban sentados alrededor del fuego y su madre había comenzado a servirles los horribles vegetales; y él no iba a darse por vencido, él iba a tomar a ese pequeño conejo, lo iba a estrangular con sus propias manos e iba a comer carne esa tarde.

 

-¡Alba!

 

Esos gritos le desconcentraban, ¿no podía callarse y ya? Apretó los dientes mientras seguía corriendo en círculos para atrapar a su presa. Por su parte, el conejo corría desesperado, en cuanto divisó su madriguera, saltó para esconderse en ella. El pelirrojo se aventó también, pero no logró nada, sólo rasparse las rodillas, ensuciarse y no alcanzar a su objetivo.

 

-¡Maldito bastardo!- le insultó poniéndose de pie para limpiar sus rodillas con sus manos- ¡La próxima vez te arrancaré la cabeza!

 

-¡Alba!- la voz estaba más que cerca.

 

Cuando el pelirrojo se dio la media vuelta, su madre estaba detrás de él, con el entrecejo fruncido y la ira radiante en sus ojos.

 

-Madre…

 

-¡Cuida esa boca, jovencito!- le jaloneó la oreja y lo llevó de regreso con ella, casi a rastras.

 

-¡Mamá duele!

 

-¡No me importa! ¡Debiste pensarlo antes de hacer tu alboroto!- la mujer era alta, llevaba su rojo cabello suelto, y a su hijo de doce años agarrado por una oreja.

 

-¡Mamá, me la vas a arrancar!

 

-¡Deja de ser tan llorón y hazte hombrecito!- si, era ruda en su forma de hablar, podría parecer una salvaje, pero se preocupaba por sus hijos, más por aquel pelirrojo al que llamaba Alba.

 

Él había sido el primero en nacer, siempre distante y poco cariñoso gracias a los tratos de su madre; ella le había demostrado que el cariño se ganaba después del pan. Alba… era su nombre gaélico, el que había elegido Sajonia cuando había decidido criarlo, el primero hijo de aquella tierra tan extraña. Sus hermanos preferían llamarle Scott, Alba era un nombre que sólo su madre podía pronunciar.

 

-¡Ya soy un hombre!- repetía con insistencia tratando de zafarse del agarre de su madre. Pero ella era muchísimo más fuerte que él.

 

-Eres un escuincle de doce años- lo dijo ya más calmada- no eres un hombre.

 

Aquellas palabras parecían tan frías cuando las pronunciaba Sajonia, tan directas y horribles, que sus hermanos se limitaron a sólo mirar cuando Alba fue sentado entre ellos.

 

-Ahora coman- fue una orden.

 

El pequeño cuenco hecho de madera que los niños sostenían entre sus manos estaba lleno de un caldo y verduras. No se veía tan mal, pero Alba prefería el conejo, era lo más suculento que jamás hubiese probado, y claro, el único animal que podía cazar con más facilidad dentro de aquel bosque.

 

-Qué asco- murmuró el pelirrojo mayor ante la vista del plato.

 

Y sus hermanos comían como si no hubiese otro alimento en el mundo. Aquellos varones habían nacido después de él, o aparecido, no lo tenía muy claro en realidad, pero no se llevaba muy bien con ellos. Estaban los gemelos, ellos eran de un pelirrojo tenue y tenía el rostro cubierto de pequeñas pecas; siempre iban juntos a todos lados y los diferenciaba porque el más pequeño siempre hablaba de más. Seguía su hermano pequeño, sus cabellos eran casi naranjas, parecía una asquerosa zanahoria de esas que comen los conejos… ¿Sus nombres? No los sabía, no le interesaban y jamás prestaba atención cuando su madre los mencionaba.

 

-¡Alba come tus vegetales!

 

-No lo haré- negó meneando el cuenco entre sus manos- si como esta porquería jamás creceré como debo, los hombres de verdad comen carne.

 

-Entonces ve a cazar algo que sea grande- uno de los gemelos intervino, el más pequeño.

 

-¡No cazaré para ustedes holgazanes! ¡Yo cazo mi propia comida!- tiró el cuenco que tenía en las manos.

 

Sajonia hizo un puño con la mano, pero antes de poder voltearse, Alba había corrido de allí.

 

-Siempre hace lo mismo- dijo el más pequeño, mirando con tristeza el cuenco que se había volcado sobre la tierra.

 

Y los niños no dejaban de pelear nunca, su madre suspiró, porque esta vez no iría por él, dejaría que se perdiera y llorara en el bosque hasta muy altas horas de la noche; entonces, cuando llorara, iría por él.

 

   

Las ramas de los árboles se mecían con violencia, y Alba corría sin dirección alguna puesto que había olvidado donde debería estar el pequeño conejo que quería comer. El hambre se había apoderado de él para cuando se dio cuenta que estaba, irremediablemente, perdido en el bosque.

 

Apretó los dientes y se dejó caer en las raíces de un árbol con los brazos cruzados.

 

-Siempre lo hacen…- murmuraba para sí mismo tratando de esconder sus emociones- me tratan como un mocoso- porque en su mente, él era todo un hombre, él era el varón que tenía que cuidar de todos, incluida su madre.- Nadie nunca hace nada por mí- y aún así sentía la necesidad del cariño que su madre no podía darle.

 

Era extraño, ya para ese momento, su madre debería venir tras él con una sed de venganza. Lo pensó pero negó rápidamente con la cabeza; definitivamente ¡No regresaría con ellos! Se quedaría allí, buscaría un refugio y cazaría conejos todos los días para comer plácidamente.

 

Un viento extraño acarició sus mejillas y meneó sus cabellos rojos en ese momento. Sus ojos verdes se abrieron de par en par… lo que estaba viendo no podía ser cierto. Había a su alrededor pequeñas luces que destellaban cuando se movían y después unas risas agudas; ¿Acaso se reían de él?

 

-¡No soy un mocoso!- se puso de pie para hacer frente a las luces que se le aparecían.

 

Pero parecía que no le hacían caso del todo, las luces se fueron alejando poco a poco, trazando un camino que dejaba destellos detrás de ellas. Acaso querían que… las siguiera? ¿Qué podía perder? El pequeño Alba se pasó una de las manos por la nariz y caminó detrás de aquellas apariciones. Si hubiese estado más grande de seguro hubiera pensando que el hambre jugaba con su mente, pero no fue así.

 

Se metió por un pequeño pasaje dentro de las raíces de un árbol, ¡quizá por allí había un conejo! Y se emocionó caminando a paso firme por entre las raíces del gran árbol; después tuvo que gatear un poco y entonces se terminó el pasaje “secreto”, salió a un claro de bosque donde había un pequeño estanque lleno de peces de colores que jamás había visto: peces dorados.

 

Las luces seguían riendo, cada vez más animadas y eso le molestaba.

 

-¡¿Para qué me han traído!?- las miró furioso y ellas se quedaron estáticas por un momento.

 

Entonces desaparecieron y Alba se quedó allí, junto al estanque, sin saber lo que realmente había pasado. El viento seguía meneando sus cabellos con parsimonia, ahora sólo podía escuchar cómo acariciaba las ramas de los árboles y el salpicar de algunos peces en el agua.

 

Todo estaba tan tranquilo que hubiese podido quedarse dormido en ese instante, pero algo se movió en la yerba. ¡Un conejo! Se emocionó ante ese pensamiento y clavó sus ojos en lo que parecía moverse, le siguió corriendo para evitar que escapara.

 

-¡Vuelve acá!- su vestimenta le impedía correr tan rápido.

 

Hizo lo último que le quedaba; se lanzó en contra de lo que se movía.

 

-¡Te tengo!- su rostro estaba iluminado por una sonrisa.

 

Pero cuando se dio cuenta, no había nada, lo que había estado siguiendo había sido una corriente de aire entre la yerba. Que fastidio, se sentía engañado ahora.

 

Y cuando se puso de pie, pudo darse cuenta, la corriente de aire que él estaba siguiendo tan afanosamente había descubierto algo entre la yerba y allí estaba, lo que parecía un niño pequeño de cabellos rubios, acurrucado, durmiendo plácidamente.

 

-Little rabbit… 

Notas finales:

Para todos aquellos que lo disfruten; gracias por tomarse el tiempo de leer y les agradecería sus comentarios y apoyo moral.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).