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Baby, you're the best por Destroy_Rei

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Notas del fanfic:

Dedicado a faby, porque amo a Faby, es maravillosa. Espero que te guste mucho Faby querida C: Me he tardado horrores LOL Y espero que también le guste a todos quienes lo lean c: Saludos~

Finales de verano, como una segunda primavera que se desvanece con las hojarascas resecas tan amarillentas y castañas de siempre. Los niños están más inquietos, más inquietos que nunca, Kibum lo sabia, era maestro de arte en esa escuela de enfondo de la calle pavimentada en cuadraditos pequeños, con aroma a flores secas, con una estética Europea muy clásica. Era bueno ser mentor de esos niñitos adinerados, porque en un futuro probablemente no podría ni tratarles, tenían estos padres ausentes y prepotentes, él intentaba entregarles algo de apoyo y de cariño real entre cada enseñanza, porque su infancia había sido demasiado solitaria y no le deseaba a nadie esa sensación, especialmente no a esos bonitos hombrecitos de sonrisas sinceras y ropas caras. En el barrio tranquilo en que trabajaba estaba este parque frondoso, donde a veces sacaba a almorzar a los infantes. Adoraba esas calles, si hubiese podido habría comprado un apartamento ahí, pero el posicionamiento de alta sociedad que tenía aquel lugar ponía los arriendo fuera del alcance de sus manos. Se conformaba con disfrutar las calles por las mañanas y las tardes, andando sonriente en su bicicleta, con el canastillo lleno de sus textos de docencia, con el alma plena en el disfrute del aire dulce a pastelerías y pasto húmedo. Tenía veinticuatro años, su cabello castaño impecable y una sonrisa comprensiva para cada uno de sus alumnos.


 


-       un caramel macchiato, por favor – pidió apresurado en la caja de uno de los pequeños y pintorescos café que se apilaban en la calle de enfrente.


 


Salió corriendo, tenía diez minutos para llegar a su primera clase y retrasarse no estaba entre ninguno de sus planes, pero apenas cruzó el umbral de cristal, el destino dio un vuelco sorpresivo igual que su bebida caliente, que se vertió al instante sobre la playera de un chico alto a quién impactó en su carrera. El joven estiró la tela frente a sus ojos, completamente sorprendido, dedicándole un mirada esceptica, y dejó caer al suelo una tabla de skate que traía bajo su brazo derecho, para examinar la mancha.


 


-       ¡Lo siento tanto! – se disculpó avergonzado, haciendo una pequeña reverencia


-       Diste vuelta un café entero sobre mi – exclamó el muchacho sin salir de su asombro – una disculpa no basta para pagar la tintorería – se quejó, sin dejar de examinar su playera


-       Te juro que lo pagaré, traigo mucha prisa ahora – pidió angustiado, solo tenía cinco minutos…


-       Esta bien – levantó la vista encarando al maestro. Kibum se quedó atontado por un instante, ese chico era muy guapo – pero tienes que dejarme tu número móvil – pidió cruzándose de brazos


-       Dije que le lo iba a pagar, ¿por qué no confías en mi? – murmuró enojado, sacando su galaxy para indicarle los dígitos.


-       Esta bien, te llamaré en la tarde – dijo con suavidad el alto, guardando el número


-       Lo que sea – bufó el maestro, corriendo a todo lo que daba para llegar a tiempo a su primera clase.


 


El joven con la playera manchada sonrió, observando como el otro cruzaba apresurado las calles. Valía la pena sacrificar su ropa de vez cuando.



 



 


 


Kibum mordió su labio inferior mientras esperaba con impaciencia en el mismo café de la mañana. El chiquillo con el que se había estrellado le citó a las siete de la tarde en aquel mismo lugar, pero ya iban a ser las siete con diez minutos y el joven no aparecía. Quizá era un castigo por haberle manchado la playera, pensó el maestro un poco decepcionado.


 


-       Lo siento por llegar tarde – susurró una voz ronca contra su oído, haciéndole girar sorprendido. Ahí estaba, hermoso, con esa sonrisa suave y la larga cabellera desordenada – No podía encontrar mi billetera – explicó sentándose en la silla libre, frente al otro.


-       Esta bien – respondió en un suspiro el más bajo


-       yo quiero un cheesecake de arándanos y un cappuccino – pidió el recién llegado a la camarera que se acerco apenas le vio entrar - ¿Tú? – inquirió hacia su acompañante


-       Oh, no es necesario – se disculpó nervioso – voy a pagar la tintorería y me voy, ¿cuánto es?


-       No lo has entendido bien – rió el alto – no quiero que me pagues con la tintorería, quiero una cita, ahora.


-       ¿Qué? – preguntó completamente confundido


-       Eso – respondió con simpleza, regalándole otra de sus hermosas sonrisas - ¿Qué vas a pedir?


-       Un café americano y un brownie


-       En seguida – soltó con voz cantarina la chica, aparentemente divertida con la conversación de los clientes.


 


El chico era alto, guapo, obviamente era del barrio porque tenía este aire elegante, este rostro pequeño, estos enormes ojos. Kibum se sentía intimidado por esa mirada potente, por esa belleza de pasarela. Miró por la ventana sin ser capaz de enfrentarse al otro, sumiéndose en un incómodo silencio, Dios, si no le hubiera tirado el café encima podría estar acostado en su cama pintando o adelantando trabajo…


 


-       ¿Cómo te llamas? – interrumpió sus pensamientos, apoyando los codos en la mesa mirándole con el mentón sostenido en su dorsal derecho.


-       Kim Kibum – dijo al instante - ¿Y tú?


-       Choi Minho, ¿cuántos años tienes?


-       Veinticuatro …


-       ¿Veinticuatro? ¡No pareces mayor de edad! – exclamó sorprendido, sus ojos lucían mas grandes que nunca


-       ¿Y tu cuantos años tienes? – inquirió restándole importancia a su comentario, no era la primera vez que se lo decían


-       Diecisiete – respondió con vergüenza – Pero la edad no importa, ¿verdad?


 


Pensó un momento aquello. La edad importaba cuando la diferencia de edad acarreaba también una diferencia de etapas, como entre un niño y un adolescente, o un adolescente y un adulto, pero él no sentía que esa fuera su situación. Aún cuando llevara una diferencia de siete años con Minho, no se sentía como un pedófilo, no se sentía como si transgrediera las reglas.


 


-       No, no importa – sonrió.



 



 


 


Fue un mes de encuentros sin parar, se juntaban después de que el mayor acabara las clases y en los fines de semana. El saldo telefónico de Kibum se disparó, tenía una media de cincuenta mensajes diarios enviado al móvil del otro, y esta sonrisa boba que completaba su perfecto humor diario. Era como si todo estuviera en su lugar, como si la felicidad empezara a consumir cada trocito de su alma, era perfecto, como si lentamente se acercara a algo más grande, como si estuviera juntando dinero para comprar algo que siempre hubiera deseado.


 


Podía oír perfectamente los silbidos de burla mientras caminaba en dirección a las ramplas del final del parque. Minho estaba ahí sonriéndole nervioso, entre un mar de muchachitos que le molestaban. Le dio un guiño rápido, mientras se sentaba en el pastizal a esperar que el adolescente acabara su practica y se le acercara como siempre. Tenían este ritual los sábados, el de ojos grandes solía irse a practicar desde temprano y a la hora de almuerzo se juntaban para tener una merienda rápida y seguir el resto de la tarde juntos haciendo cualquier cosa, no podría decir exactamente qué tipo de cosas hacían porque la mayor parte del tiempo terminaban hablando, simplemente hablando, y en ello podía írsele la vida entera sin que sintiera ni un ápice de remordimiento. Choi tenia una afición fuerte por el skate, lo había empezado a practicar desde pequeño y albergaba unas cuantas cicatrices en su cuerpo como muestra orgullosa de su largo aprendizaje. Había ganado un par de torneos, nada serio, porque aunque amara ese deporte, no era del tipo que compitiera por dinero ya que sentía que si empezaba a hacerlo iba a terminar perdiendo su amor por patinar.


 


-       Hola – le saludó sentándose rápidamente junto al mayor, dándole un beso suave en la mejilla.


-       Hola – correspondió sonrojado, haciéndole espacio.


-       Abrieron esta tienda de malteadas – habló emocionado, mientras abría una botella de agua para darle un largo trago – podemos ir allá un rato, dicen que tienen de todos los sabores imaginables.


-       Claro – aceptó medio riendo, en momentos como aquel recordaba que estaba tratando con un chico más joven, que se sorprendía con las cosas más simples.


 


Fue el primer beso que tuvieron, con vestigios de fresas y chocolate, con las manos grandes de Minho agarrándolo firmemente por la cintura, contra el pórtico oscuro de una de las casas que quedaba al paso. El maestro pensó que no había nada más dulce en el mundo, que nunca podría retratar la emoción que le provocó esa conexión, y se quedaron bajo la sombra del techo de concreto un rato más, aferrándose el uno al otro, tan cerca que sus corazones latían como uno solo. “Te amo” confesó el alto, trazando con sus dedos la mandíbula del mayor, besándole una vez más los labios con suavidad casi solo sintiendo el calor que ellos desprendían, con ese aliento delicioso chocando en su boca. “Yo también te amo” suspiró Kim, volviendo a abrazarle con fuerza, recostando su mejilla contra el hombro huesudo, sintiendo que se derretía en aquella sensación.



 



 


 


La familia de Minho era el prototipo exacto del hogar adinerado. Sus padres nunca habían siquiera pensado en el divorcio aunque llevaran diez años durmiendo en camas separadas, tenían este extraño lazo forjado en base a la indiferencia y la repartición de los gastos comunes, pero no había una comunicación más allá de ello, no existían tampoco apodos cariñosos, las caricias estaban fuera del mapa. Para el muchacho de ojos grandes había sido difícil asimilar esta idea de familia cuando la escuela le enseñaba patrones totalmente opuestos, donde los padres se amaban, le protegían de manera conjunta y todos se sentaban a cenar antes de dormir entre risas. Las cenas más animadas que tenia eran las de navidad y año nuevo, pero solo porque las vivía con el resto de sus primos, obviando la separación completa de sus progenitores. No le afectaba, quizá solo sentía ese vació natural que provocaba la falta de madre y padre, pero tampoco es que se encerrara a llorar noche a noche porque no estuvieran juntos, de alguna u otra forma había crecido aceptándolo como algo natural, y frente a ello, solo sabia que no quería acabar de esa misma forma, que no quería ser un frustrado sexual ni un infeliz anclado por sus hijos a alguien que no le interesaba.


 


-       ¿Seguro que no habrá nadie? – preguntó angustiado Kibum, mirando hacia todos lados en la puerta de aquella casa, era demasiado enorme para su gusto


-       Nadie – rió el menor, abriendo la puerta – mi madre esta en Japón y mi padre en China. Mi hermano dijo que se quedaría con su novia, así que si, estamos completamente solos – enfatizó en la ultima palabra moviendo sugestivamente las cejas, ganando un golpe juguetón del mayor en su brazo.


 


La cocina era un juego de grises y negros muy elegante. Kibum esperó sentado en uno de los banquillos a que el alto muchacho llegara con una cena preparada en microondas que sabia asquerosa, cocida en algunos lados y en otros completamente congelada. Entre suspiros de resignación preparó algo sencillo con cerdo y fideos, Minho lucía contento, sonriente, como un niño pequeño, mientras devoraba su comida y le explicaba los códigos de esa morada. Había sido diseñada por un viejo barbón europeo de gustos afeminados, su padre había puesto el dinero sin interés, a él le daba igual qué dimensiones tuviera su casa mientras tuviera una sala de juegos y una de estar para él solo. Su madre iba por los detalles más mínimos, como por ejemplo, que los cuartos de los niños estuvieran lejanos al suyo. El menor de los Choi no entendió el sentido de aquello hasta más grande, cuando la separación de sus progenitores se hizo más presente. Revisó la alacena central y sacó una bolsa de galletas y leches de chocolate.


 


-       Vamos a mi cuarto – propuso entusiasmado, tomándole la mano con firmeza, conduciéndole sin esperar una respuesta.


 


En alguna parte de sí, Kibum tenía envidia. Nunca pudo darse ningún lujo hasta que ya había acabado de pagar su educación y tuvo un empleo fijo. Se sentía extraño acostado en esa enorme cama, apoyado al cuerpo fuerte del chico, viendo una sitcom cualquiera en ese televisor de dimensiones abrumantes. Era como el recuerdo lejano en la casa de un amigo de infancia, como rehuir de una fiesta en la habitación de ese muchacho, con los sonidos de la música llegando amortiguados por las paredes. Era raro, no entendía porque nacía la comparación a aquello en su interior.


 


-       oye bebé – habló la voz grave del menor, haciéndole volver su rostro hacia él, quién sonreía con ternura – me gustaría que esta fuera nuestra realidad de toda la vida, echarme a comer galletas contigo acostado a mi lado.


-       Tonto cursi – rió, dándole un beso suave – te amo tanto…


 


Había un ambiente tan hogareño, era una sensación a perfección casi dibujable para el mayor, mientras continuaba sus besos por la mandíbula fuerte y se acomodaba sobre el cuerpo larguirucho del dueño de casa. No le molestaría acabar de esta manera cada día luego de la escuela, con los brazos fuertes y largos del menor enredados sobre sí, protegiéndolo. Sonrió entre el beso, sintiendo cómo los dedos flacos empezaban a colarse por sus ropas. Se apartó de un solo movimiento, mirándolo con desconfianza, ganado un puchero en que el reposaba explicito un ‘por favor’  que negó con altanería, y se acostó bajos las tapas, riendo ante la expresión encaprichada de su skater.


 


-       ya caerás – habló el más alto como si fuera una profecía, y quitándose la playera, se instaló junto a su novio dentro de la cama.


 


Despertar al otro día fue una de las experiencias más preciosas que Kibum hubiera tenido en la vida entera. Ahí estaba Minho, a su lado, completamente abandonado al sueño, con su pecho flaco y firme bajando, subiendo, acompasadamente. Dejó un beso suave en sus labios gruesos y se apretó más contra su cuerpo, sintiendo que lo amaba tanto que no era sano. Las pestañas largas reposaban tranquilamente contra sus mejillas delgadas y tostadas, inconscientemente en su ensoñación rodeó por la cintura al maestro y sonrió plácidamente. El mayor se sonrojó furiosamente, cerrando sus ojos, acariciando con la yema de sus dedos ese rostro perfecto que amaba.



 



 


 


-       ¡SunHee! ¡Ven acá! – gritó  Kibum molestó, caminando hacia la muchacha que había hecho el ademán de correr por la avenida que rodeaba el parque.


 


Suspiró molestó, arrastrando por el brazo a la muchachita que chillaba, volviendo hacia el grupo bullicioso de infantes que  estaban sentados por los pastizales revisando sus loncheras. Se sentó en el centro, haciendo que la chiquilla le siguiera, pero era la niña más testaruda con la que había tratado en toda su vida de docente. Pequeña, hermosa, pero con una actitud que dejaba mucho que desear.


 


-       ¡basta! – le espetó, completamente fuera de sus casillas - ¡No puedes tener siempre lo que quieres muchachita!


-       Princesa, si le haces caso a tu maestro, prometo que voy a comprarte un helado….


 


La voz deliciosamente ronca de siempre. El profesor se volteó sorprendido, ahí estaba Minho, con su sonrisa encantadora, con su atención completa en la pequeña niña que ahora permanecía silenciosa, mirando con sus enormes ojos al adolescente alto.


 


-       ¿Tú vas a comprar un helado? – preguntó tímida, cambiando su faceta atrevida a una completamente tierna


-       Claro, pero solo si te comportas y haces caso a todo lo que el maestro Kibum te pida – susurró, sentándose junto al castaño, acariciando con ternura la cabellera trenzada de la pequeña


-       Bueno… - aceptó dulcemente.


-       Así se habla – rió el skater.


-       ¿Qué haces acá? – preguntó extrañado Kim, mirando con desconfianza a su novio.


-       Vi que venias con los niños y me dije, ¿Por qué no darle una sorpresa a mi gatito delicioso? Y aquí estoy –explicó con simpleza


-       ¿Tienes un gatito? – inquirió Sunhee sonriente


-       No es correcto interferir en las conversaciones de los adultos – regañó el maestro.


-       ¡Quiero mi helado! – gritó, haciendo un puchero exagerado


-       bien bien – rió el alto, tomándola en brazos – me la voy a robar unos minutos, ¿Puedo?


-       Hazlo, llévatela, además se ha estado portando muy mal – replicó, volviendo su atención al resto del alumnado, que miraban toda la escena expectantes.


-       A tus ordenes~


 


 A veces el maestro sentía que odiaba a su novio, porque era tan perfecto, era tan condenadamente todo lo que quería, que lo enfurecía, que le parecía irreal, que le desquiciaba. Lo veía jugar con sus alumnos con completo cariño y eso lo enamoraba aún más, porque si algo le atraía desesperadamente y lo volvía más loco que un afrodisiaco era que los chicos jugaran con los niños. Veía los ojos chispeantes del muchacho de cabellera desordenada, cómo se sentaba entre todos los infantes y les enseñaba su patineta roída.


 


Minho era demasiado perfecto, demasiado.


 


-       Eres bueno con los niños – sonrió, cuando las clases habían acabado y estaba atardeciendo. Las calles pacificas de los alrededores empezaban a prender sus farolas, era un viernes frío con tintes de mediados de semana.


-       Siempre me han gustado, siempre he querido criar a uno propio – habían una sonrisa inocente, casi soñadora. Al mayor le daba un poco de pena.


-       Lo siento – se disculpó sin siquiera detenerse a pensar en sus palabras, el menor le abrazó suavemente, con una sonrisa


-       Qué va, podemos adoptar uno, ¿no? – propuso, acariciando el cabello caoba del más bajo, haciéndole sonrojar


-       Oye, se esta haciendo algo tarde – habló apresurado, intentando cambiar el tema, levantándose atolondrado de la banca en la cual estaba sentados


-       Sobre eso… - empezó el adolescente, rascándose la nuca de manera nerviosa - ¿puedo quedarme por la noche contigo? No quiero volver a casa esta noche…


-       Minho, aún eres menor de edad, ¿Estás intentando fugarte de casa? – preguntó frunciendo el ceño


-       No es eso – suspiró, mirándole con sus enormes ojos – Pero estoy cansado de ver a mis padres discutir, y a mi padre le da igual si es que salgo o no, se lo he comentado hoy durante el desayuno y no tenía objeción alguna , por favor


 


No era muy conveniente tener de novio a un chiquillo como aquel, no, no lo era, especialmente con ese fuerte poder de convicción que tenía. Kibum abrió la puerta de su apartamento cansado, y se hizo a un lado para dejar paso al menor, quién estaba sonriente, como si fuera un niño que había conseguido un caramelo. La estancia en que vivía el maestro era por creces más humilde que la casa de los padres de Choi, pero tampoco es que luciera pobre ni desarreglada, era todo lo contrario, estaba decorada sobriamente y se veía espaciosa aún cuando contara solo con cuatro habitaciones: Dormitorio, cocina/comedor, baño y sala de estar. Minho la inspeccionó feliz, le gustaba, le encantaba, y en ese momento no podía dejar de imaginar cómo sería vivir con el maestro entre esas murallas, cómo sería abrazarlo mientras veían televisión o cuando le estuviera preparando la merienda. Kim estaba mucho más desinteresado, acomodando sus documentos de la escuela en la mesita de centro de la sala de estar que más parecía un estudio, llena de atriles de dibujo, pinceles, oleos, lienzos y ese olor a aceite de linaza potente que rodeaba todo.


 


-       Dibújame – pidió el skater, dejando sus cosas a un lado, mirando fijamente en los ojos felinos


-       ¿Qué? – preguntó extrañado el mayor, sin entender la clara petición


-       Que me dibujes – ahora ordenó, quitándose la chaqueta,  con la mirada penetrante. Se veía mucho más adulto, mucho menos niño, a Kibum lo descolocaba.


 


Trazó en la tela la mandíbula fuerte, el torso plano casi imaginándolo bajo la playera de algodón y los ojos oscuros, preciosos. Se mordió el labio mientras trabajaba, con el muchacho larguirucho como un verdadero modelo, apoyado en el ventanal, con las luces haciendo un juego hermoso en sus mejillas delgadas y lucía tan serio, tan maravillosamente irreal, que le daba una angustia terrible.


 


-       dibújame como a una de tus chicas francesas – rió la voz jovial, intentando aligerar la atmosfera pesada y silenciosa, haciendo sonreír suavemente al más bajo, quién sentía su corazón desesperado con esa risa limpia, gruesa.


 


El menor era una obra de arte por si solo, con su cabello oscuro, con sus dientes casi perfectamente alineados, con la cicatriz en su pómulo, con su cabello enmarañado, con su figura delgada, tostada y firme. Dejó el pincel en el respaldo y caminó sin contenerse, hasta abrazarse al cuerpo esbelto, llenándose de su esencia adolescente con esos fuertes brotes masculinos que se desprendían por todos lados


 


-       Eres hermoso – el aliento cálido, disparado precisamente en su oreja – te amo gatito, te amo de verdad.


 


Cerró los ojos, respirando pesadamente, sintiendo cómo los besos del menor se esparcían por su cuello. Lo amaba, lo amaba a un nivel desorbitante, hasta casi decir basta, y se sentía tan bien en sus manos, contra su cuerpo. Era como si Minho le llenara con su vitalidad, como si le transportara a un dimensión donde solo existieran ellos, donde las cosas fueran más simples, donde amar resultara más fácil. El alto se apartó, acomodándose ahora frente a él, con esa sonrisa suave, levemente sonrojado. Le dio un beso lento, de esos que siempre le robaban el aliento, mientras se despojaba de su playera roída, exponiendo su torso largo y fuerte.


 


-       ¿Estas seguro? – preguntó Kibum avergonzado, mirando fijamente los ojos enormes y dulces.


-       Más que nunca – suspiró, atrapando entre sus manos la cintura del otro, volviendo a descolocarle en un beso.


 


Era bueno vivir en un departamento pequeño, con todas las habitaciones a la mano. El adolescente lo supo cuando en un dos por tres estaban en el dormitorio, besándose junto a la cama, desesperados, mientras algo hacia ebullición en sus interiores. El menor le subió el sweater para unir sus estómagos, para sentir aquella piel deliciosa contra la suya, haciéndole jadear contra su boca. El mayor era todo lo que deseaba, era todo lo que siempre quiso y lo que siempre necesitaría, lo sabia mientras lo escuchaba suspirar entre cada beso y roce, mientras lo sentía bajar por torso y desabotonarle el pantalón, la pretina, deslizándolo hasta dejarlo reposar en rodillas.


 


-       Bebé – jadeó, cuando los labios suaves, preciosos, empezaron a delinear su pene por sobre la ropa interior.


 


A Kibum jamás le había gustado hacer eso, no lo había hecho con nadie antes, y siempre había pensado que era ir un poco más allá en la línea de los respetos, de los espacios personales, pero en Minho era una cosa que lo seducía, que le atraía como el fruto prohibido graficado en los textos católicos que le leía a sus alumnos. …l podía ser desterrado y le importaría un carajo, solo quería saborear al menor entero, sentirlo suyo, enloquecerlo con su lengua mientras engullía cada milímetro de piel palpitante y caliente. Era exquisito escucharlo desesperarse, había una cuota excitante de frenesís, amoldó un muslo fuerte en su mano, los dedos largos se ensortijaban en su cabello bien cuidados. Dios. El calor era agobiante, le quemaba todo y lo interior se lo derretía, con cada exclamación, con cada maldición que nacía en esa boca jugosa, entre esos labios hinchados. Se alejó jadeante, mirando el bóxer húmedo con una mezcla entre sus saliva y el liquido pre seminal del skater, levantó la vista quedando embobado ante la expresión placentera y represora que se dibujaba en cada uno de esos rasgos perfectos, desde el ceño fruncido, hasta la mandíbula apretada, y todo era erotismo gráfico, maravilloso. Mordiéndose el labio, con la vista nublada en lujuria bajó la ropa interior y el pene grande se alzó frente a sus ojos, tan apetecible, tan encantador, tan extrañamente agraciado. Lo acomodó entre su palma y sus dedos, cerrando los ojos para escuchar con mayor claridad lo que estaba causando en el adolescente, sintiendo su propia excitación incrementarse. Lamió la punta como si fuera el más dulce de los postres y en algún retorcido lugar de su mente lo era, trazado entre Las señoritas de Avignon de Picasso, entre los acordeones medio muertos de Nirvana.



 


 



 


 


Minho tenía los ojos bien abiertos, la respiración recién acompasada, Kibum estaba durmiendo pacíficamente en su cama mientras él reposaba mirando el techo en un colchón dispuesto en medio de la habitación. ‘Eyaculé en su boca y no quiere dormir conmigo’ pensó en un suspiró, colocándose de lado, observando la pequeña espalda que subía y bajaba con suavidad. Sonrió como un niño, porque lo amaba, porque sentía que era el hombre más afortunado de la Tierra, con su gatito, con su novio perfecto, con su Kibum, solo suyo.


 



 



 


 


La tarde había estado soleada, ahora estaba medio húmeda porque la gente salía a regar por todos lados y el olor a tierra mojada aromatizaba todo el entorno. Minho se desplazaba con su tabla con destreza, sonreía al viento, sus dientes blancos impecables en toda su expresión, había un grupo de muchachitas en los pastizales nortes mirándole mientras cuchicheaban, las de siempre, las tontas, las que hacían la cimarra para ver a los del skatepark. Salto siete escalones y se paseó feliz por la parte oeste, donde estaba sentado Kibum desde hace un rato, vestido tan guapo, tan perfecto como él solo. Lo buscó con sus ojos chispeantes, pero al encontrarle no se sintió tan contento, porque junto a él estaba otro  chico, uno algo bajo, fuerte, guapo. Quería controlar sus emociones, porque no podía molestarle el hecho de que su novio hablara con otra persona, era absurdo en todo su sentido, pero no podía controlar ese sentimiento y esa falta de control le recordaba que era un adolescente aún, que había una diferencia de edad, que habían ya casi más de…


 


-       Puta mierda – bramó, cuando un dolor punzante le llegó al hombro, agudo, terrible. Cayó de espaldas, pero ni sintió aquel golpe porque el que se había dado contra la rampla por estar mirando como un idiota al maestro le había arrebatado el aliento, le había dejado tirado, sin ser capaz siquiera de ponerse en pie, mientras intentaba contener el dolor, apretando la mandíbula y los ojos. Sentía las voces de sus amigos, pero cada vez más lejanas, más ausentes, por un momento tuvo la certeza de  la muerte, en un instante ya se había dado a la idea, la había aceptado con resignación, y todo se fue a negro.



 



 


 


Kibum apretó las flores contra su pecho, quieto, observando desde el fondo del frío pasillo clínico.  Mientras veía a Minho sentado en una banca, silencioso, con el brazo sostenido en un cabestrillo, pensó en el sinfín de emociones que había tenido durante las horas anteriores por culpa del descuido del menor. Sintió que la cabeza le iba a estallar, que se iba a quedar sin respiración, que el corazón iba a explotar por  bombear con tanta fuerza. En momentos como esos, no era bueno estar enamorado, para nada, porque si algo le pasaba al skater él se iba a morir, literalmente, tan solo con un accidente así casi se había vuelto loco de sufrimiento viendo cómo el menor aullaba de dolor en suelo. Algo reaccionó conforme una parte de su yo se iba destrozando.


 


La madre de Minho era hermosa, era como todas las madres de los niños con los que trabajaba, tenía este porte firme, imponente y aún cuando no era tan alta, irradiaba una sensación de superioridad increíble. Llevaba el cabello ondulado, corto, su piel perfecta, una expresión seria, neutra, elegante y discreta. Aún cuando Kibum no podía ver su rostro, tenía la certeza que era precioso. Caminaba cuidadosamente con sus tacos altos, y a veces cruzaba una palabra con su hijo. Si no fuera por la semejanza física, ella podía perfectamente pasar por su abogada, por su tutora, por algo más ajeno, menos familiar y entre esas escasas interacciones que compartían se iba trazando la relación empática, casi obligatoria que mantenían, como si ambos hubieran estrechado las manos luego de firmar un acuerdo que los especificara como madre e hijo. ¿Sería correcto ir y acompañar a Minho junto a su progenitora? El maestro fue entonces consciente, por primera vez, de lo imposible, de lo difícil, de lo poco realista que era su relación con el menor.


 


Entregó las flores en recepción, sus zapatos sonaban por la escalerilla de madera de la entrada, donde él iba de salida.


 



 



 


 


La colcha se hundía a un extremo, en que el adolescente reposaba pensativo, con el ceño fruncido, su brazo fuera del cabestrillo, porque ya solo quedaba una semana de su uso. Habían pasado tres semanas desde la vez que se accidentó. Tres semanas desde la última vez que vio a su novio. El mayor estaba corrigiendo exámenes en su escritorio, con su espalda pequeña, delgada, frente a los ojos enormes del skater, que le observaba con rencor, indignación.


 


-       ¿Estás mejor de lo de tu hombro? – preguntó con voz tranquila el artista, mordiéndose el labio nervioso, agradeciendo no estar frente al muchacho


-       si, venía de pasada – se levantó apretando el puño izquierdo con molestia, porque el derecho aún necesitaba estar más fuerte – estas ocupado, será mejor que venga en otro momento.


-       No seas infantil – lo detuvo Kim, levantándose también, enfrentando su rostro avergonzado, culposo, al defraudado y lastimado del más joven.


-       No seas falso – le escupió, tomando el cabestrillo,  saliendo apresurado de la estancia.


 


Los ojos felinos se cerraron cansado, un suspiro suave abandonó sus labios sonrosados.


 


-       las llaves – habló golpeado Choi, volviendo al cuarto.


-       Minho – endureció su expresión


-       Las putas llaves – exigió, haciendo ademanes con sus manos para darle énfasis a su orden


-       Cuida ese lenguaje – le regañó molesto – no te voy a entregar nada si sigues tratándome de esa forma


-       Por lo menos te estoy tratando – se mantuvo en su espacio, cuidando la proximidad con el dueño de casa – pensé que te había ocurrido algo, ¿Y qué te ocurrió? Que te aburriste de mi, ¿no? Podrías haber tenido la decencia de decírmelo a la cara.


-       No me he aburrido nadie, necesito espacio para mi, eso es. Ahora cálmate


-       Yo también necesito espacio, quiero las llaves.


 


Cuando se trataba de Kibum, cuando las cosas se referían o giraban en torno a su boca, a su cuerpo cálido, Minho no tenía objeción ni argumento ni respaldo. Absolutamente nada. El más bajo en dos zancadas había terminado completamente pegado al cuerpo larguirucho del joven, disculpándose contra su boca, en un beso suave, que envió al carajo todo el trabajo de pensamiento racional del adolescente. Los dedos largos del menor se cerraron en la cintura estrecha, su mano izquierda trepaba las superficies planas del estomago del mayor, trazando su ombligo con suavidad.


 


-       tu ombligo es hermoso – suspiró ronco, deslizando su espalda por la pared hasta que su rostro estaba a la altura de la panza lisa del mayor, besando la hendidura pronunciada, mientras arrugaba la playera para tener un mejor acceso – todo en ti es tan hermoso, Dios, eres lo mas hermoso del mundo.


-       Ah…. Por favor detente, dejémoslo aquí – pidió avergonzado, intentando reacomodar su playera


-       Quiero hacerte el amor bebé – dijo desinhibido el mas alto, sin separar sus labios del estómago del otro, con el agarre firme en su cintura


-       Minho – dijo en tono de reproche, con el rostro colorado, el corazón latiendo desenfrenado


-       Lo quieres – aseguró, enderezándose, pegando su frente a la del más bajo – vamos – pidió contra su boca, besándolo lento, húmedo, perfecto. Sus manos delinearon el trasero del maestro como si lo testeara, tomándose su tiempo, haciéndole jadear.


 


El pene de Minho estaba tan hondo en su cuerpo, tan enterrado y calzaba tan bien tan exacto, como si hubieran estado conectados, como si les hubieran separados y ahora volvieran a unirse. El rostro del adolescente, reflejo exacto del placer casi sobre natural, estaba volviéndolo loco. Sentía un vaivén tembloroso, temeroso, casi imperceptible si es que no estuviera ocurriendo contra su cadera, en su interior. “Te amo, te amo, mi jovencito estúpido” habló ofuscado, agarrado con fuerza en una mano al hombro sano de Choi “a la vez odio amarte de esta forma, odio que sea tanta la diferencia de edad, odio tener miedo” Gimió fuerte, cuando el ritmo se hizo un poco más rápido, sus ojos cristalinos veían el cuerpo esculpido del menor, veía la ternura en la atención que ponía a sus palabras, todo era delicioso, era perfecto y en un recóndito lugar, era triste “ Quiero ser solo tuyo, que seas solo mío, Dios, te amo, tanto ” La boca esponjosa lo calló en un movimiento torpe, el glande hinchado de placer fue saliendo y entrando cada vez más rápido, las manos resbalaban por sus costados húmedos.


 


-       te amo, mi gatito refunfuñón – sonrió – eres tan exquisito, eres tan perfecto – se quejaba ronco, amoldando la espalda en una mano, masturbando con devoción la hombría erecta del castaño entre sus cuerpos – estaba molesto porque no fuiste a verme, soy un estúpido, un pendejo, pero quiero ser grande para ti, quiero protegerte, quiero amarte como un adulto. Enséñame. Por favor – Kibum se mordió el labio, asintiendo desesperado, sentía los dedos flacos haciendo movimientos suaves en sus nalgas, explorando su entrada, delineando sus contornos, la línea escasa, divisoria entre sus cuerpos, entre  la hombría y su entrada estrecha.


 


Abrió su boca en una ‘O’, mientras sentía como los labios suaves del menor estimulaban sus pezones y se sentía tan sucio, tan maravillosamente pecaminoso estar ahí, sentado sobre sus largas y delgadas piernas, como si él fuera el niño, pero un contexto mil veces más adulto, con las piernas propias apresando fuertemente la cadera que se estrellaba una y otra vez contra la propia. El sexo con Minho era una cosa de otro mundo, tan pasional, tan desenfrenada, como cualquier cosa con él, quizá porque era un adolescente de hormonas alocadas o porque era Choi Minho, su novio, su chico perfecto. El aire se sentía pesado, impregnado con el sabor ácido de las estocadas, la noche se dibujaba fuera de la ventana y las luces anaranjadas entraban por entre las cortinas, la estancia se había transformado, ahora era un lecho de perdición, su sofá era la cuna donde ellos volverían a nacer, entre los fluidos cálidos, perdidos el uno en el otro.


 


-       me voy a correr – jadeó le menor, aferrándolo con fuerza, besando su cuello lechoso


-       ¡Ah, ah! Yo también – se mordió el labio, besándole la frente, quitándole el cabello del rostro


 


El orgasmo quedó en sus rasgos unos momentos, el semen escurría lentamente, a Kibum lo excitaba de una manera extraña saberse tan rebalsado por el alto y no quiso apartarse, quiso un poco más, y terminaron saltando en el sofá más tiempo, eyaculando una vez más antes de volver a la realidad de siempre, a los temores estúpidos. Se abrazó al cuerpo fuerte, besó el hombro que se recuperaba. Lo amaba, con todo lo que podía llegar a amar alguien, con el corazón tranquilo, con la mente segura.



 


 



 


 


 


Minho odiaba la lluvia, porque no podía patinar con ella, pero le gustaba compartir un paraguas con su novio, mientras caminaban rápido por la vereda, el mayor quejándose una y otra vez de cuan mojado estaba, mientras él reía contra su cuello, sujetándolo por cintura, con el mango del paragua firme entre sus dedos. El barrio estaba vacío y tenia la sensación de que eran los únicos en el mundo. Se pararon en el pórtico del edificio del profesor, respirando desordenadamente por la carrera que se habían dado escapando de la lluvia, con las ropas estilando, mientras la ciudad se bañaba lenta y ruidosamente frente a sus ojos. El alto dejó un beso cálido sobre la mejilla fría del de ojos de gato, quién sonrió al instante, olvidando todas las incomodidades.


 


-       ¿Quieres un poco de café? – preguntó ronco en la oreja bonita de su novio el más joven, alzando una bolsa húmeda, con un gran vaso de Dunkin Donuts y un par de munchkins


-       vamos arriba – comandó, besándole los labios, sonriendo contra la sonrisa perfecta que le regalaba el estudiante.


 


Al más joven le calzaba bien la ropa del más bajo, solo que los pantalones le quedaban algo cortos, pero no era ningún problema que las calcetas de lana no pudieran remediar. Se abrazaron bajó una manta gigante y se sentaron contra el respaldo de la cama bebiéndose el Dunkalatte, comiéndose las masas dulces mientras el ventanal les daba una vista perfecta, silenciosa, de la lluvia que no paraba. Kibum sonreía pensando en lo mágico que podía ser simplemente abrazarse a su novio mirando la lluvia, una cosa tan ínfima, tan terrenal, que adquiría una connotación casi mágica cuando eran esos brazos delgados y largos los que le rodeaban.


 


-       vamos a comprar una casa en el lago – suspiró dulce el adolescente – vamos a vivir ahí, solos tú y yo, y voy a hacerte el amor todos los días de mi vida – rió, besándole la punta de la nariz.


-       Que rico – sonrió, acurrucándose contra su pecho - ¿no importa que yo vaya a ponerme viejo? ¿Me vas a seguir amando?


-       Te voy a amar toda la vida, no me importará tener que mudarte – ganó un golpe suave en su hombro y se carcajeó con diversión – bebé, ¿tu vas a amarme aún cuando sea muy estúpidamente infantil, no? 


-       ¿más infantil aún? – enarcó una ceja, viendo el puchero en la boca abultada – claro que si, niñito tonto – rió, subiéndose sobre su regazo, besándole de lleno.


 


Las manos del menor deslizaron el pantalón de pijama mientras besaba a ojos cerrados y respiración agitada la boca perfecta de su novio. Kibum gimió cuando la hombría húmeda choco contra su entrada, hacer el amor bajo la lluvia era perfecto, con su adolescente hormonal delicioso, con su príncipe infantil. Extrañamente eran iguales el uno junto al otro, no sentían la brecha temporal, no sentían la diferencia experiencial. Los estímulos los hacían sudar desesperados de igual forma, y las cosquillas del nerviosismo por el amor se desataban sin diferencia. Sonrieron agitados, no había desigualdad alguna entre ellos.


 


-       tenía miedo de que vieras a un chico más grande, a uno más fuerte y te aburrieras de estar con un crío estúpido como yo – susurró con timidez, quién seguro le aferraba las caderas


-       Me encanta cuidarte, bebé – suspiró, cerrando los ojos, sintiendo la lengua trazar uno de sus pezones – un crío no podría hacerme jadear con tanta fuerza – tembló, mordiéndose el labio.


-       ¿te vas a quedar conmigo, no importa lo que pase? – preguntó con la voz grave, atrapando en su mano grande el pene furiosamente excitado del mayor


-       Si – habló sin aliento


 


Kibum, respiró con fuerza, con la boca llena de sonrisas, sin miedo, seguro.

Notas finales: ¿Qué les pareció? Es súper simple xD no tiene mucho trabajo, pero si mucho amor eh :( igual no es que se vea trabajo reflejado, porque no tiene mucho de perfecto, pero me costó hacerlo, no sé qué me pasa ): Y eso, dedicado especialmente a Faby, pero también le daré una mención a Melena, porque ha vuelto, si ¡JUNTE AGUA! ¡HA VUELTO! LOL JK las amo chicas ;)

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