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A media primavera por Destroy_Rei

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- Voy a estudiar diseño de vestuario.



El silencio absorbió todo, excepto el sonido agudo que emitían los palillos de Kibum al interceptar el fondo del bol de arroz. Ni siquiera levantó la mirada porque sabía que su padre estaría estupefacto y su madre incómoda buscando tranquilizar a su marido, pero a él le daba igual, porque el Bibimbap estaba demasiado bueno.



- ¿Crees que voy a dejar que mi hijo se vuelva un marica y que incluso pagaré por ello? – gruñó el hombre mayor, apretando el puño con fuerza

- ¡Amor! – le regañó su esposa

- Papá, no tuviste que pagar nada para que yo fuera marica – levanto el rostro, sonriendo con arrogancia

- ¡Vuelve a repetir eso!

- ¡SOY UN MARICA!

- ¡POR DIOS! ¡KIBUM LLAMA A LA AMBULANCIA! ¡TU PAPÁ ESTÁ MORADO!



Los ojos felinos del muchacho contemplaban el techo alto y blanco de su habitación. Llevaba horas así, recostado, sin hacer nada. Tenía los labios medio separados, hundido en cavilaciones profundas entorno a todo, ¿En qué se estaba transformando su vida? ¿Qué eran todas estas nuevas emociones? Recordó el incidente con su padre, el pánico llenándole por entero, quizá con los años recordaría el incidente con risa, pero en ese preciso instante, toda aquella situación había girado alrededor de su primera revelación frente a su identidad: No le gustaban las mujeres.



Lo había descubierto temprano, porque jamás vio con algo más que asco todas aquellas metrópolis y playboy que sus compañeros metían al colegio casi como contrabando, y muchas veces se obsesionó con chicos mayores, especialmente en su primer año de primaria, cuando los chicos de secundaria se presentaron frente a sus ojos como una atracción única, perfecta. Al principio aquello se había confundido con simple admiración o con una imagen a la cual seguir pero… él no quería ser como ellos.



Ese gusto era peligroso; insano; horrible; degenerado; indebido; pecaminoso; sucio; pervertido; endemoniado; prohibido; antinatural; enfermo; promiscuo; asqueroso; impensable; monstruoso… delicioso; incontrolable; adictivo; tentador.



Peligrosamente tentador.



- He hecho algo muy malo padre – susurró en el confesionario.


El frío de la catedral se mezclaba con aquel silencio pesado y con un aroma a viejo que daba asco. Abrió los ojos con cuidado, apretando los dedos juntos, mirando la cabina caoba oscura, tras la cual un sacerdote noventón tosía un par de veces, llevándose un pañuelo de tela arrugado y sucio contra sus labios resecos y pálidos. Nunca le habían gustado el confesionario… ni los curas. Aquello todo era muy estricto y no paraban de juzgarle por cualquier cosa… y de hacerle sentir enfermo… diferente.



- ¿Qué has hecho hijo? – preguntó con la voz ronca y gastada

- He tenido malos pensamientos – susurró rápido, con vergüenza, bajando la mirada, escondiendo sus ojos oscuros y torturados tras sus pequeñas pestañas.



Rezó diez avemarías y un par de padrenuestros, el cura no quiso entrar muy a fondo en el tema y él tampoco quería soltar nada que delatara su horrible pecado y, para evitar ese tipo de bochornos, decidió que cada vez que tuviera estos feos pensamientos, rezaría los diez avemarías y los padrenuestros… para ahorrarse las visitas al confesionario.



- ¡Kibum-ah! ¡Nos falta uno! ¿Te unes? – le había preguntado una vez Jonghyun, en una fiesta familiar.



Hyuna, prima en algún grado de Kibum, iba a cumplir nueve años. Aprovechando que la familia estaba casi toda en Corea, hicieron una enorme reunión familiar, donde todos los Kims se reunieron a beber y a comer a destajo, celebrando el cumpleaños de la muchacha y estrechándose unos a otros ante tan inusual encuentro.



- Ese juego es para idiotas – contestó el muchacho, mirando con desagrado a su primo embarrado en lodo, sujetando firmemente un balón de fútbol

- Claro, pero no para maricones – le había soltado en broma y luego se habían largado todos los primos a reír.



La escena en su mente se hacía borrosa, aparecían las caras burlonas de todos, resonaban las risotadas contra sus orejas y veía luego el rostro de Jonghyun más cerca, más cerca y luego en el suelo, ‘vuelve a repetir eso y te vuelo todos los dientes enano asqueroso’ gritó a todo pulmón mientras le reventaba el labio a su primo a golpes, hasta que su padre lo apartó del chico y lo mandó a su cuarto con un grito firme… y con una sonrisa extraña pero satisfecha.



Estaba feliz, de ver a su hijo defenderse.



Pero lo que no sabía, o no entendía, era que su primogénito estallaba en cólera cada vez que alguien hacía alusión a su homosexualidad, porque no podía controlarlo, porque era como si le restregaran en la cara una enfermedad o como si hicieran burla de un defecto suyo, porque cada día y a cada momento, sentía más hinchada esa necesidad atroz de dejar la moral atrás y disfrutar de esta nueva afición.



‘Ave maría…’ jadeó, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de su mano izquierda una fría noche ‘… madre de Dios…’ la otra mano temblaba aún entre sus muslos. Tenía los ojos bien abiertos, sorprendidos, con los labios temblando de miedo. No entendía exactamente qué era aquello que acababa de hacer pero, entendía perfectamente que no era correcto y que pagaría las penas del infierno, por haber manchado sus dedos con aquella sustancia extraña e impura.



Al otro día, sus ojos aún vagaban por las piernas fuertes del muchacho futbolista. En la noche, luego de sus avemarías, había decidido que no volvería a mirar a ese joven o que, en el peor de los casos, le pediría al chofer cambiar de ruta. Estuvo toda la mañana nervioso, había agregado incluso dos tazones más de arroz a su desayuno por la ansiedad y se los había tragado como si el mundo fuera a acabarse. Su corazón no dejaba de latir fuerte y cada palabra parecía buscar en su mente para sacarle a flote su acción, ‘me voy a volver loco’ pensó con nervio, tomando un largo trago de café con leche.



Se metió al auto en silencio, aguardando el momento indicado para hacerle saber al chofer que debían tomar otra ruta. Iba a alegar que estaba aburrido de ese paisaje y que necesitaba un cambio de energías porque últimamente su humor andaba horrible, pero luego pensó que no tenía por qué darle explicaciones a su chofer, después de todo su padre le pagaba esos servicios, así que solo indicaría que siguiera otro camino y listo. Estuvo perdido entre las contradictorias voces en su cerebro que se gritaban entre sí, una que deseaba parar esa obsesión y otra que solo deseaba contemplar al chico como siempre e incluso más si es que aquello fuera posible. Miró por la ventana, cuando el auto giraba por la esquina, y se maldijo, una y mil veces y luego… luego se apego al cristal, con los ojos y la boca abiertos, mirando al muchacho, quien aún con el frío de la mañana había decidido trotar solo en pantalones cortos.



Tragó duro, acariciando el cristal, intentando registrar bien esa imagen en su retina. Era hermoso. La cosa más hermosa del mundo, avanzaba frente a sus ojos, sonriendo impecable con el cabello al viento, con sus perfectamente trabajadas piernas subiendo y bajando en el trote y luego…. Rejas, murallas de concreto, rejas y edificios. Guardó silencio, y luego de unos segundos, el chofer se giró levemente a mirarlo.



- Joven kibum – le llamó, volviendo a su posición, para evitar algún accidente

- ¿ah? – preguntó el menor, desorientado

- ¿pasa algo?



El chico bajó la mirada, pensándolo, ¿pasaba algo? Bueno, pasaban un montón de cosas, pasaba que estaba muy adentro de un problema enorme, pasaba que no le gustaban las chicas, pasaba que su padre lo asesinaría, pasaba que era un degenerado, que el auto iba muy rápido por las calles, que no podía contemplar al futbolista lo suficiente, que se sentía frustrado sexualmente viéndolo correr así, sin ninguna posibilidad de … Dios, pasaba que se estaba volviendo loco… por un hombre.



- No pasa nada – contestó, arrastrando las palabras.



Luego de aquella vez las noches húmedas se hicieron más constantes, a veces se le entumecían los brazos y las piernas, y se prometía que no volvería a hacerlo, pero no podía controlarlo, pensaba en el muchacho y su mano recorría su cuerpo hasta llegar a aquella zona donde su mente se derretía y solo podía jadear buscando aire con desesperación, imaginándose ese cuerpo firme y caliente contra el suyo.



- Tae – susurró, cuando el chico más joven estaba absorto apretando los botones del joystick mientras jugaba Kingdom Hearts en la Play Station 3.

- ¿Hyung?

- Tengo algo que decirte… -empezó, avergonzado, jugueteando con el dobladillo de su camisa – Tae yo… ¡Apaga esa mierda por Dios!



El chico más joven miró extrañado, frunciendo el ceño, mezclando esa imagen con pinceladas de molestia. Pausó el juego, apagó la tele y dejó el control a un lado. Kibum lo miró haciendo una mueca de incomodidad con sus labios, ¿cómo se lo tenía que decir? Mientras el chico de cabello rojo lo miraba atentamente, como intentando sacarle las palabras con los ojos.



- No me mires así, es algo difícil de explicar – suspiró el mayor, cerrando los ojos

- Somos amigos, puedes decirme lo que sea – sonrió el menor, intentando alentarlo.

- Tae, me gustan los hombres – explicó con firmeza, mirándolo fijamente



Si había alguien en el mundo a quién no podía engañar ni ocultarle nada, ese era Taemin, en realidad siempre iba por la vida con la verdad en frente, por muy hiriente que fuera, porque fijaba las bases de una vida genuina y tranquila. Aún así, obviaba cosas que sabía no eran de interés del resto, especialmente si eran tan intimas y de su personas, pero sentía que ocultarle tan importantes revelaciones a su Tae era como engañarlo.



- Kibum-ah – habló el menor, tomándole la mano – la verdad es que… no es una gran sorpresa. Los chicos en la escuela ya me lo habían dicho, yo pensé que estaban burlándose de ti y los insulté, pero con el tiempo, me di cuenta de que era una enorme posibilidad – sonrió – incluso Jjong Hyung siempre lo dice, cosas como ‘¿dónde está el marica de Kibum?’ o ‘Ese maldito homosexual’

- Jonghyun es un hijo de puta – suspiró el más alto – gracias Tae por comprender, creí que quizá te molestaría…

- Hyung – amplió su sonrisa, mirando fijamente los ojos felinos de su amigo – Te amo, no importa lo que seas o lo que te gusta, pueden ser hombres, perros…. No espera, los perros no está bien, ya sabes, es un poco enfermo –rió – pero te amo como eres, Kibum-ah, no dejaré de amarte por esto, es una promesa.



El mayor lo abrazó sonriente, si había algo que amaba dentro de su vida, era ese pequeño idiota de cabello rojo. Pensó entonces que, habiéndole dicho las cosas a sus padres y a Taemin podría respirar con mayor alivió, y algo en su vida se hizo más fácil, porque no le interesaba lo que creyera o dijera el resto respecto a sus gustos, él era feliz, estaba cómodo y ahora, para tener una paz completa, solo tenía que hablar con el guapo y sensual futbolista…



…bueno, así como ‘Fácil’, tampoco era.



- Hyung, ¿cómo descubriste que te gustaban los hombres? – preguntó el pelirrojo, separando el abrazo con suavidad

- Es algo incómodo de explicar Taeminnie, pero tampoco fue de un día para otro, el problema es que, no quería aceptarlo – explicó, haciendo un gesto con sus labios.



Aceptarlo era un alivio, pero no lo abarcaba todo, aún se sentía un poco sucio fantaseando con chicos y no se sentía con la autoridad suficiente para voltear el rostro por las calles para mirar a alguno más guapo que los demás. Con el chiquillo del estadio era diferente, porque no podía evitar contemplarlo, él era algo así como un ángel, extraño y perfecto, capturando su vista, su atención y su respiración siempre, como la cosa más maravillosa que trotara en la tierra.



Cuando ya tenía diecisiete años, decidió que no podía continuar viéndolo a lo lejos, que no podía seguir torturándose con su imagen por siempre.



- Aquí estamos joven – señaló su chofer frente al portón de su escuela, con una pequeña y cansada sonrisa – que tenga un buen día.



Como nunca, devolvió la sonrisa y se bajó del Roll Royce con elegancia. La mochila se veía un poco más abultada que de costumbre y los zapatos que llevaba no estaban permitidos en el establecimiento. A su chofer no le interesó porque simplemente no se dio cuenta, ¿qué idea podría tener él acerca del uniforme escolar? Y el auto se fue calle arriba como siempre. El chico miró en todas direcciones y caminó apartándose del alumnado que hacía bulla en la calle, esperando el sonar de la campana.



Se mordió el labio nervioso, sujetando firmemente las correas de su mochila. Caminó un par de cuadras y volvió en la dirección que siempre recorría en las mañanas, pero ha sentido contrario. Su cabeza daba vueltas en torno a esa situación desde hace meses ‘le hablaría al guapo futbolista’, no importaba cómo, esperaría a que acabara la práctica y se le acercaría o, en caso de que no le dejaran entrar, esperaría afuera, como una seguidora idiota, hasta poder interceptarlo y luego… bueno, eso lo vería en el momento.



Caminó cerca de una hora hasta llegar su cometido, el camino era fácil, porque el auto solo giraba en la esquina del estadio y luego seguía recto hasta su escuela, pero jamás tomó la distancia, así que no sabía si su recorrido tardaría segundos u horas. Cuando dio la vuelta, ya estaba completamente cansado, pero, ni el trecho más largo del mundo podía desanimarle en aquel momento, porque estaba casi en frente de su obsesión, nada lo pararía en ese momento, nada…



… exceptuando quizá el nerviosismo, que lo paralizó en la esquina, como a un idiota


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