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De traumas y besos robados. por Melancholy

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Nada en este escrito me pertenece, salvo la trama. Tampoco obtengo ningún tipo de beneficio económico por esto; mi sueldo, al igual que el del resto de autores, son los comentarios recibidos.

Notas del capitulo:

Algo ligerito, para variar un poco~ Mil gracias a aquellos que se tomen la molestia de leer, ojalá sea de su agrado :3

Advertencia: Leve dosis de twincest y un Tom/abuela(?) xD

—No lo entiendo. Realmente no lo entiendo —expresó un sulfurado Tom, vagando cual alma en pena por cada rincón que conformaba la vivienda de los Kaulitz.

A escasos metros, Bill contemplaba la escena con cierta sorna que no tuvo reparos en denotar. En contadas ocasiones solía presentársele la oportunidad de ver a un Tom tan inquieto y exasperado, menos aún por una nimiedad. Debía admitirlo: en esos instantes, veía en la desazón del contrario un motivo de diversión, a pesar de las reiteradas amonestaciones recibidas por parte de aquella vocecilla interna a la que denominaban conciencia.

—Venga, Tom, ¿no te parece que estás exagerando un poco? —intervino el menor—. Vamos a recibir la visita de un familiar, no de la parca...

Bill no contuvo una suave risilla ante las facciones cómicamente compungidas del aludido, siendo rápidamente embestido por la implacable mirada que éste le dedicó en respuesta a aquella sátira oculta tras palabras tranquilizadoras.

—Ríete todo lo que quieras, pero lo que hace esa mujer con nosotros me parece humillante —prorrumpió Tom, cesando finalmente su tránsito con el único objetivo de encarar a su pequeño hermano.

—Solo es una anciana necesitada de cariño, ¿qué mal puede hacernos? —le rebatió Bill, restándole toda trascendencia al asunto mediante un sencillo levantamiento de cejas.

La mandíbula de Tom se desencajó de tal manera que, por un instante, éste temió que fuera incapaz de retornar a su lugar de origen, exteriorizando así su gran desconcierto. —¿Y todavía lo preguntas?

—Pues... ¿Si? —Bill resopló, hastiado y desorientado. Por más que la buscase, no lograba hallar la causa repentino ataque de pánico de su gemelo.

—¡¿Qué me dices de los besos pegajosos que siempre nos deja impresos en la mejilla?! —Tom se convulsionó enteramente ante la desagradable imagen proyectada en su mente—. Se me erizan los vellos de la nuca de solo pensarlo...

—Oh por Dos, eres un extremista —rezongó Bill, dedicándole al aludido una mirada colmada de desdén. A su parecer, la estupidez y el infantilismo de Tom parecían adquirir un mayor grado con el transcurso de los años—. Tan solo son pequeñas muestras de afecto; no veo nada malo en ello.

—Pero, ¿por qué tiene que besarnos? ¿No sería suficiente con un simple apretón de manos? —insistió el mayor, aún consciente de la falta de madurez que reflejaban sus palabras.

Realmente, Tom no veía problema alguno en ser besado por una mujer; de hecho, más bien era todo lo contrario. Sin embargo, el que esa mujer fuese perteneciente a su familia y, además, constase de una edad considerablemente avanzaba, automáticamente pasaba a constituir un motivo de aversión hacia su persona en determinadas situaciones.

—Por favor, Tom: se trata de nuestra abuela, no de una extraña. Te recuerdo que de no ser por ella nuestra madre jamás hubiera existido y, por consiguiente, nosotros tampoco —razonó Bill—. Deberías tenerla más respeto.

La breve pero no por ello menos tediosa perorata de Bill no hizo sino crispar aún más los nervios del castaño, quien viró los ojos con pesadez.

—¡Eso ya lo sé, maldición! —exclamó Tom, iracundo—. Solo digo que para un adolescente es traumático recibir ese tipo de atenciones. Ha pasado mucho tiempo desde que dejé atrás los pañales, Bill.

Los labios rosáceos de Bill se contrajeron formando una perfecta «o» mientras éste entrelazaba ambos brazos sobre su pecho exento de musculatura, en un gesto por más desafiante que resultó ser ignorado deliberadamente por Tom, quien se mantenía reacio a dejarse avasallar en medio de aquel enfrentamiento verbal en el que yacían enfrascados.

—¿Acaso estás oyéndote, Tom? ¡Me cuesta creer que seas tan superfluo e ignorante!

La nariz respingona del aludido se vio graciosamente deformada en respuesta a la punzante ofensiva del contrario. A pesar de ello, Tom se rehusó a articular palabra alguna en su defensa: Discutir con Bill era equivalente a orinar en dirección contraria al viento.

Fue entonces cuando Bill concluyó el tema de forma terminante:

—¡Tom Kaulitz! ¡Se trata de nuestra abuela, y si tienes que recibir un beso de ella lo harás!

—Bill... —gimoteó vanamente el mayor, aún sabiéndose de antemano derrotado.

—No te esfuerces, Tom —le previno Bill, cabeceando ligeramente en señal de absoluta negación. Las constreñidas facciones de Tom parecieron ablandarle momentáneamente el corazón, haciéndole suspirar vagamente—. Venga, inténtalo; no creo que sea para tanto...

—¿No crees que...? ¡Vamos, Bill! No me digas que no te asquea en lo mas mínimo... —Bill alzó las espaldas como única contestación a las insinuaciones del mayor—. ¿No sientes ni una pizca de repulsión cuando esos labios resecos, insípidos y agrietados te babosean hasta la saciedad?

Aquel interrogante pareció surtir el efecto deseado en Bill, quien pudo sentir por un pequeño instante como su estómago daba un impetuoso vuelco, robándole por completo el aliento. Tras un frenético cabeceo que, inútilmente, intentaba despejar el nauseabundo recuerdo albergado en su mente, el pequeño logró recomponerse, dedicándole una mirada severa al causante—aunque indirecto—de su patente desvanecimiento.

—¡Bueno, ya es suficiente! —graznó un exasperado Bill—. ¡Dejarás que te bese y punto! —sentenció bajo la estupefacta mirada de Tom sobre su persona.

—¿Y desde cuando representas a la autoridad en esta casa, Bill? —interrogó Tom, rehusado a dejarse avasallar con facilidad—. Te recuerdo que te saco diez minutos de ventaja: eso me aporta ciertos privilegios en ausencia de un adulto...

—Me es totalmente indiferente —refutó el aludido—. En lo referente a la edad mental, me temo que te he dejado atrás hace bastante tiempo, Tommy—apostilló, logrando enmudecer al mayor por un breve lapso de tiempo.

—Lo que tú digas —bufó el joven de la melena trenzada, sintiendo vibrar dolorosamente sus oídos ante la jovial risotada emitida por el menor—. Pero a mi me sigue pareciendo asqueroso. ¡Todo en ella lo es! Es más, me atrevería a asegurar que el hecho de que nos encontremos solos siempre que la recibimos no se debe a una simple casualidad...

—¡Tom! —replicó Bill, escandalizado—. Escucha, los dos sabemos que el tiempo de mamá y papá es muy limitado. Además, la abuela no suele escoger el momento más idóneo para dejarse caer por aquí. Deja de ser tan retorcido y dejemos el tema a un lado, ¿está bien?

—De cualquier forma, no pienso permitir que esa mujer deje un solo rastro viscoso en mi piel. De ninguna manera —dictó Tom, obstinado en debilitarse.

El penetrante y agudo sonido del timbre anunciando la llegada de un nuevo huésped a la estancia llegó a oídos de los gemelos, alertándoles.

—Tom, por favor, no hagas ninguna tontería; siempre que haces alguna de las tuyas nos terminan condenando a los dos —siseó Bill a espaldas de su hermano, quien emprendía con pasos dudosos el breve trayecto hacia la puerta principal.

—Está bien. Pero si acabo sufriendo un paro cardíaco a manos de esa vieja momia, recaerá sobre tu joven e impoluta conciencia.

—Claro, Tom. —Bill elevó la mirada con cierto deje de molestia abolido por la juguetona sonrisa adornando la suavidad de sus facciones. El dramatismo de Tom parecía acentuarse por momentos.

Ambos jóvenes visualizaron lentamente la familiar y larguirucha silueta oculta tras la lisa madera, esbozando una tenue sonrisa que no tardó en ser correspondida de forma entusiasta.

—¡Niños! —saludó la mujer, riendo con regocijo y aferrándose cariñosamente a sus nietos—. Hacía tanto que no os veía que incluso me cuesta reconoceros —comentó, escudriñándolos con la mirada—. Realmente se os ve muy bien.

—Diría lo mismo. Pero mentiría... —murmuró Tom, siendo chistado disimuladamente por su gemelo.

—Te hemos echado mucho de menos, abuela —expresó Bill, dejándose besar efusivamente por la anciana.

—¡Oh, Dios mío! Debéis crecer por las noches, ¿no es así? —exclamó la mujer, admirando la ya apreciable estatura de los gemelos—. De seguir así, terminaré pareciendo yo la nieta en vez de vosotros. —Rió.

—¿Puede ser eso posible?

—¡Tom!

En esos instantes, el mayor de los Kaulitz recibía un sonoro golpe en la nuca por parte de un encendido Bill, en «apremio» a sus «brillantes» ocurrencias.

—Tampoco soy tan mayor, ¿o si? —se carcajeó la mujer, no viendo malicia alguna en las palabras de su nieto; por el contrario y dejándose llevar por su carácter desenfadado, no pudo más que asociarlas a una simple broma inocente—. Por cierto, Tom, ¿Te parece que éstas son formas de recibir a tu abuela? ¿Es que no vas a darme un beso siquiera?

Tom palideció como única respuesta a aquel interrogante. Al parecer, había llegado el momento que tanto temía. Y no pudo evitar tragar en seco ante el sencillo y, al mismo tiempo, estremecedor pensamiento.

Un breve intervalo de silencio se dio mientras el indeciso joven examinaba con detenimiento las facciones de la anciana, no pudiendo evitar contraer las suyas en el proceso:

Un sinfín de pliegues daba—o pretendía dar—forma a un rostro pálido, maltratado por los años y presidido—como era habitual—por una sonrisa congelada que, según el muchacho, evocaba la mueca de un lobo; una sonrisa que, siendo enmarcada por unos labios casi inexistentes, podía revelar con absoluta claridad dos filas de dientes ligeramente desgastados y puntiagudos.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Tom, quien retrocedió medio paso desde la inconsciencia.

«—Por Dios... —gimoteó el chico para sus adentros—. Esto es como estar sentenciado a muerte...»

Rígido cual viga de acero y tras inhalar profundamente el aire acumulado a su alrededor, Tom guió sus trémulos labios hacia la mejilla más próxima, tratando por todos los medios posibles de postergar lo inevitable.

—¡Tom! ¿Quieres dejar de hacer el payaso y besarla de una vez? —protestó un fastidiado Bill.

—¡¿Por qué no te call...?! —En su afán por amonestar a su hermano, Tom giró inconscientemente la cara, dando lugar a que sus labios se fusionasen accidentalmente con los de la anciana.

El contacto fue breve, similar a un parpadeo. Pero lo suficientemente intenso como para lograr que Tom cesara momentáneamente su actividad cerebral.

—Tom... ¿te encuentras bien? —inquirió Bill, quien tras advertir la expresión descompuesta de su gemelo, se había visto tentado a largar una risilla burlona que, finalmente y con esfuerzo, logró contener a tiempo—. Por favor, di algo; me estás asustando... —insistió transcurridos unos pocos segundos, repentinamente ansioso.

Mientras tanto, Tom había sido trasladado a un mundo paralelo. Un espacio inerte, insonorizado y teñido totalmente de blanco. De no estar sintiendo como la sangre era impulsada con furia a todo su cuerpo, pensaría que su corazón había dejado terminantemente de latir.

—¡Oh, vaya! ¡Este sí que ha sido un recibimiento inesperado! —bromeó la mujer, ajena a las violentas convulsiones que en esos instantes sufría el cuerpo su nieto mayor.


—Desde luego. Yo sabía que, muy en el fondo, idolatrabas a la abuela, Tommy —se mofó un hilarante Bill, recreándose en el placer de contemplar semejante escena. En cierto modo, veía en aquello un castigo divino por el rechazo injustificado del mayor hacia su abuela.

—Socorro... —gimió Tom sin aliento. Su faz pigmentándose de un suave matiz azulado.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte, abuela? —se interesó Bill, ignorando deliberadamente a su hermano.

—Solo hasta mañana, cielo —contestó la mujer—. Sabéis que el abuelo no se encuentra en su mejor momento y me siento intranquila dejándole solo en casa —explicó Tras darse una breve pausa, añadió—: Mamá y papá me comentaron que pasarían toda la noche trabajando, así que decidí aprovechar la ocasión y venir a haceros compañía.

«—Genial... —replicó en su mente un Tom medianamente repuesto y, a su vez, totalmente frustrado—. Adiós a mis planes para esta noche. Y para colmo, dudo ser capaz de quitarme ese jodido beso de la cabeza, al menos durante un buen rato. Menudo sueño me espera... »

—Me gustaría que alargases un poco más la visita —expresó Bill—. Quizás no lo parezca, pero nos haces mucha falta. Especialmente a Tom. —El aludido se puso alerta casi al instante—. Le gusta hacerse el duro, pero lo cierto es que te tiene siempre presente —comentó, permitiendo que sus labios se curvasen en una sonrisa malévola que no pasó desapercibida para Tom, quien en esos instantes acuchillaba al más pequeño con la mirada.

—Oh, cariño, prometo quedarme más tiempo la próxima vez —concedió la abuela, extendiendo una mano hacia la mejilla más próxima de un Tom completamente inmóvil, la cual pellizco reiteradas veces en un gesto cariñoso que, sin proponérselo, terminó abochornando aún más al muchacho.

—Yo... tengo que ir al baño —barbotó el mayor de los gemelos, en un socorrido mecanismo de evasión—. Eres una pequeña alimaña —espetó, pasando por el lado de un risueño Bill antes de extinguir, a paso ligero, el pequeño recorrido hacia el sitio nombrado.

El aludido se limitó a reír por lo bajo mientras protagonizaba una amplia retahíla de insultos tras de sí.

***

Tom no vaciló en despotricar contra todo ser viviente dentro y fuera de sus limites, dominado por sus nervios. En medio de aquel arranque de furia incontenida, el joven atinó a aferrarse temblorosamente al lavamanos en un vano intento por serenarse.

—No puedo creer que haya sido capaz de besar a la momia. Esto debe tratarse de una pesadilla... —farfulló.

Su mirada ligeramente desorbitada se posó sobre un pequeño vaso de plástico descansando al borde del recipiente, cuyo contenido era un cepillo de dientes eléctrico y un estrecho tubo plegado varias veces sobre sí mismo. En cuestión de segundos, el sabor característico del dentífrico inundaba cara recodo de su cavidad bucal, produciéndole una intensa oleada de frescura.

A su espalda y ligeramente recargado sobre el marco de la puerta, Bill se retorcía en guturales y sardónicas carcajadas que taladraban cruelmente los oídos de su hermano, haciendo peligrar todo vestigio de cordura que aún pudiese haber en él.

—¡Déjame en paz de una vez! ¡¿A qué demonios has venido?! —rugió Tom, encarando fieramente a su igual.

—Tendrías que haberte visto en ese momento: ¡Cualquiera diría que llevabas una ristra de ajos alrededor del cuello! —exclamó Bill, ignorando aquel arduo reclamo—. ¡Esa imagen debería de haber sido capturada para la posteridad!

—No me lo recuerdes, ¿quieres? Ha sido el momento más traumático de mi vida. Seguramente necesite algún tipo de tratamiento psicológico para superar esto...

—¿Sabes? Le das demasiada importancia a las cosas...

Aquel comentario enardeció a Tom de tal manera que, por un instante, tuvo intenciones de agredir físicamente al menor. Por suerte para ambos, un tercer huésped ingresó circunspecto en el reducido espacio, frenando a tiempo la inminente contienda.

—¿Ocurre algo, niños? He oído gritos en el pasillo... —se escuchó la intrigada voz de la abuela.

Ambos jóvenes cabecearon en señal de negación. Tom escrutó inconscientemente los insípidos labios de la anciana, reparando en aquella piel lechosa y blanduzca. Sintió un revoltijo en el estómago.

—Bueno, si es así me voy... —anunció la mujer, frunciendo el ceño con extrañeza.

—¿Tom? —llamó un intrigado Bill, percatándose de la rigidez presente en todas y cada una de las extremidades del mayor—. ¿Qué te ocurre?

—Nada... excepto que quiero arrancarme los labios a mordiscos...

—Tommy, Tommy, Tommy... —canturreó Bill—. Si le das tantas vueltas al asunto debe ser porque, en el fondo, algo hay, ¿no crees?

Aquella risilla particularmente aguda y que tan bien conocía el mayor de los Kaulitz volvió a tronar incluso con más fuerza que en veces anteriores, sulfurándole nuevamente.

—Estás muy graciosillo hoy, ¿no? —mugió Tom, obligando a su hermano a abandonar el cuarto de baño a base de empujones.

Las carcajadas de Bill fueron amortiguadas tras la gruesa madera. Tom chasqueó la lengua con molestia. Definitivamente, aquel iba a ser un día muy largo.


***

Bajo el negro y denso manto de la noche, el viento rugía con fuerza por los alrededores, azotando ventanales y fustigando las endebles ramas de los árboles; perturbando aquel remanso de paz y tranquilidad en el que se hallaba sumida la familia Kaulitz. A excepción de Tom, por supuesto, quien no cesaba de rotar sobre el colchón en busca de un sueño que se sabía incapaz de conciliar. Finalmente, optó por erguirse de cintura para arriba, hastiado y ligeramente sofocado.

El demacrado y pavoroso rostro de la anciana emergía una y otra vez de entre las tinieblas de su mente, atormentándolo silenciosamente. A esto se sumaban el silencio extrañamente congregado en su dormitorio—el cual llegaba a antojársele un tanto macabro—y el sudor frío presente en su piel, los cuales no hacían otra cosa que acrecentar su desazón.

—¡¡¡Beso!!! —le asaltó una voz chillona a escasos centímetros de su nuca, acelerándole instantáneamente el pulso.

—¡Ah...! ¡Joder, Bill! —bramó un paralizado Tom, o creyó hacerlo. Su voz claramente atenuada parecía estar a punto de extinguirse.

Bill reía escandalosamente mientras se dejaba caer a un extremo del cuerpo ajeno, presionando su llano vientre con ambas manos en un vano intento por contener el aire en sus pulmones.

—¿Te has vuelto loco? ¡¿En qué demonios estabas pensando?! —chilló Tom, sintiendo bullir la sangre en sus venas.

—Lo siento, no he podido evitarlo: ¡Es demasiado bueno! —confesó el aludido entre risas.

Tom pudo sentir como los músculos de su faz se contraían en múltiples tic nerviosos ante aquella declaración.

—Recuérdame que te mate por esto... —siseó el mayor—. Dios, por un momento pensé que eras ella. He estado al borde de la hiperventilación...

—¿Aún sigues pensando en ese beso? —le picó Bill, iniciando a su vez un sugerente movimiento de cejas—. ¿Debo preocuparme, Tommy?

—¡Vete a la mierda! —espetó Tom, haciendo amago de arrojarle una de las almohadas que yacían aplastadas contra el cabecero de la cama—. ¡Y asegúrate de dejar antes la luz encendida!

—Tom, tienes dieciséis años; suponía que el tema de los miedos nocturnos estaba más que superado...

—¡Y lo estaba hasta que ese espantajo vino a casa!

Bill no pudo evitar desternillarse ante el término empleado para dirigirse a su abuela, pese a no aprobarlo realmente. —Patético —silbó.

—¡Suficiente! ¡Si no tienes nada relevante que aportar, ya sabes dónde está la puerta! —estalló Tom, rojo de ira.

—Ya me voy, ya me voy. ¡Tranquilo! —Rió Bill, guiando sus pasos hacia la puerta entreabierta del dormitorio—. Que descanses entonces, pequeño asustadizo...

Un resoplido abandonó los labios de Tom como única respuesta a las palabras de su hermano, arrastrando con él parte de su irritación. Una vez reguladas sus violentas palpitaciones, se resignó a retomar su postura inicial, haciendo el ademán de incorporarse. En ese instante, unos dedos se anclaron a sus hombros con determinación, cortándole momentáneamente la respiración.

—¡No! ¡¡Aléjate de mi, vieja depravada!! —chilló, revolviéndose con fuerza.

—¡Soy yo, Tom! ¡Cálmate!

En medio del pánico y su desconcierto, Tom logró vislumbrar con cierta dificultad la esbelta silueta que yacía ligeramente inclinada hacia sí. Bill le observaba cautelosamente desde su posición, atento a cualquier movimiento del contrario que hiciera peligrar su vida de alguna u otra forma.

—¿Por qué sigues aquí? —inquirió un Tom más sosegado—. Creí haber sido bastante claro, Bill: no quiero verte en lo que resta de noche.

—¿Y si te ayudo a superar esa enfermiza obsesión por la abuela?

El mayor frunció el ceño con intriga. —¿Cómo podrías hacerlo?

Tom se vio sugestionado ante la indescifrable mirada del menor. Por su parte y tras haber esbozado una pequeña sonrisa ladina, Bill se ocultó del mundo en la curvatura del cuello ajeno, dando lugar a que su dueño lo encogiera de forma inconsciente.

—Lo único que debes hacer es combatir el fuego con fuego... —reveló Bill en un incitante murmullo.

—¿Qué quieres decir? —se interesó Tom, irremediablemente tenso.

La ausencia de respuesta por parte del aludido le llevó a pensar que, tal vez y solo tal vez, no le interesaba recibirla. Y, en cierto modo (solo en cierto modo), no se equivocó. En poco menos de un suspiro, aquellos orbes aceitunados perturbaron sus sentidos. Y, posteriormente, los labios carnosos y acaramelados capturaron su esencia.

De pronto, el aire se tornó pesado y extremadamente cálido a su alrededor. Ambas bocas permanecieron adosadas entre sí durante unos instantes, comenzando a moverse con sutileza y lentitud. Pese a la sencillez y pulcritud de aquel contacto, el placer que le era proporcionado a ambas partes era indescriptible. Sus alientos entremezclándose, siendo absorbidos por el contrario a cada profunda inhalación.

Al transcurso de los minutos, las caricias compartidas fueron adquiriendo un mayor brío, conduciendo a ambos jóvenes a los límites de su propia cordura.

—Bill... —gimoteó dentro del beso un extasiado Tom. Los dedos gélidos y esbeltos del nombrado serpenteaban bajo la holgada tela de su pijama, explorando cada recodo a su alcance.

En respuesta a aquella afanosa llamada, el más joven afianzó ambas manos a sus trémulos costados, presionando la carne convulsa con morbosa insistencia mientras que, con sus pulgares, realizaba movimientos circundantes sobre la zona.

Tom elevó la mirada, cuestionándose en qué momento había permitido que su mente se desprendiera de su cuerpo, abandonándolo al disfrute más obsceno. Un agradable cosquilleo se extendió desde los dedos de sus pies hasta la punta de su nariz, estimulando en su recorrido aquel punto clave en la anatomía masculina. Temeroso de cometer cualquier locura, Tom se las ingenió para, en medio de su estado de sobreexcitación, crear una distancia prudente entre ambos cuerpos; descendiendo nuevamente al mundo terrenal.

—¿Cómo...? ¿En qué momento tú...? —titubeó el mayor, no pudiendo ocultar su sorpresa. Bill, su inocente y casto Bill le había hecho tocar el cielo con las puntas de los dedos en cuestión de unos pocos minutos—. ¿Dónde has aprendido a hacer eso?

Una sonrisa devastadoramente seductora (al parecer de Tom) se dibujó en las delicadas facciones de Bill. Su mirada era lúcida, transparente. Y, aun así, Tom se supo incapaz de leerla.

—Eso ahora es lo de menos, Tom. La pregunta correcta es: ¿Cómo te encuentras?

—Bien... joder, ¿cómo no hacerlo después de...? —Aquel interrogante quedó flotando en el aire. El calor acumulándose en las mejillas de Tom—. Bueno, tú ya sabes... —añadió, cohibido y reticente a sostenerle la mirada al contrario.

—Si. Lo sé... —concedió Bill, liberando una risilla pícara que, en esa ocasión, fue coreada gustosamente por Tom.

Habiendo sido sofocadas aquellas risotadas, ambos hermanos conectaron sus respectivas miradas con calma, sonriendo con complicidad. Dedujeron entonces que, en esos instantes, sobraban las palabras entre ellos.

—Que descanses —murmuró el más pequeño, depositando un breve y cándido beso sobre una de las encendidas mejillas del aludido.

Una vez solo y con una sonrisa permanente en la cara, Tom se dejó caer de espaldas al colchón. Curiosamente, el recuerdo de aquel trágico incidente con la anciana había sido borrado con éxito de su mente. Después de todo, parecía que iba a descansar bien aquella noche.

***

—¡Tom, corre y sal a despedir a tu abuela! —llamó una impaciente Simone tras haber acompañado a su madre hacia el taxi que aguardaba frente a la entrada de la vivienda.

Por su parte, el solicitado acudió casi al instante, siendo seguido de cerca por un enérgico Bill, quien no demoró en abrazarse cariñosamente a la risueña anciana, besando de igual forma sus pómulos levemente hundidos.

—Volveremos a vernos muy pronto, cielo. Te lo prometo —dijo la mujer, apretando a su nieto dulcemente contra sí—. Thomas, ven aquí y dale un último beso a tu abuela —demandó, mirando al joven que en esos momentos terminaba de aproximarse hacia ella.

—Claro que sí, abuela —concedió éste, imitando la acción de su hermano.

—Bueno, nosotros nos vamos a descansar; estamos agotados... —anunció Simone, emprendiendo el exiguo camino de vuelta a casa mientras era «escoltada» por un somnoliento Jörg—. Oh, y Tom, cuando puedas lávate esa cabeza —añadió, obteniendo un mudo asentimiento por parte del adolescente.

—Por cierto, Tom, ¿por casualidad no habrás cogido tú mi champú? No está en su sitio y ya no sé dónde más buscarlo... —comentó repentinamente el menor de los Kaulitz, enarqueando imperceptible la ceja izquierda al no recibir más respuesta que un despreocupado levantamiento de hombros. Asombrosamente para todos, Tom se hallaba totalmente concentrado en la tarea de besuquear a su abuela—. ¿Pero qué estoy diciendo? Es imposible que hayas sido tú: con solo mirarte la cabeza puede deducirse que no la has lavado en años...

Dispuesto a rebatir las palabras de su gemelo, Tom ladeó bruscamente el rostro, ignorando las consecuencias que le acarrearía aquella acción. Una vez más, los labios de la anciana fueron adheridos inadvertidamente a los suyos. Aquel matiz azulado volvió a dar color al inenarrable rostro de Tom. Y Bill tuvo la creciente e irrevocable necesidad de reír hasta la afonía.

—La he... ¿Realmente la he...? Oh, Dios... ¡Oh, Dios! —tartamudeó un incrédulo Tom, observando horrorizado como su hermano asentía mediante un leve cabeceo—. Los dientes... ¡Debo ir a lavarme los dientes! —gimió, echando a correr en dirección contraria a los allí presentes.

Bill le siguió con la mirada, visiblemente entretenido.

—Muy bien, Bill; vuelves a tener trabajo para esta noche... —musitó el sonriente muchacho, cuyos ojos resplandecieron con avidez ante el sencillo pensamiento.

Sin duda, Bill esperaba recibir muchas más visitas por parte de su abuela. Especialmente si éstas daban lugar a traumas y besos robados.

Notas finales:

Besos y abrazos <3!


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