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Recuerdos de un triste día de Otoño por Neko uke chan

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Notas del capitulo:

 Después de casi dos meses en producción al fin logré finalizar este segundo one-shot para publicarlo a suerte de continuación del primero.

 

 Tiene relación en cuanto a temática pero el espacio-tiempo es levemente diferente, también pueden considerarlo un spin-off del capítulo anterior, o bien, un extra del mismo donde se narra lo que ocurrió luego de la llamada de Takahiro y de la visita a la tumba de sus padres. 

 

 ¡Gracias a quienes esperaron pacientemente! es por ustedes que decidí darle formita a esa idea que me sobró luego de publicar el primer cap.

 

 Espero guste tanto como su antecesor. Sentí que Misaki merecía una redención. 

 


–Misaki ¿seguro qué estás bien? ¿No quieres que cenemos  afuera? Insisto–Usami cerró la puerta, colgando su abrigo en el perchero y Misaki pasó directo a la cocina.


 Regresaron al departamento entrada la noche, el otoño seguía tan presente como el aura intranquila del castaño, revoloteando con la fría brisa que se acentuó  con el paso de las horas. Ya no llovía, pero el fresco de la noche calaba en los ánimos…Akihiko pensó, que pese a ello, su apartamento se encontraba más cálido de lo normal.


–Estoy bien Usagi-san, de verdad. Sólo quiero cenar  y dormir. Estoy cansado– dio por respuesta y le regaló una desgastada sonrisa, Akihiko no se la devolvió al no estar del todo convencido de la veracidad de la misma pero su mirada comprensiva le brindaba calma hasta donde podía. Le observaba clínicamente: sus delgados labios estaban cuarteados por culpa del frío y el viento cruel, sonrojaban su nariz y sus mejillas. Sus ojos también estaban enrojecidos, no por el frío, sino por la lluvia. La lluvia interior que emanaba en grandes y gruesas lágrimas, tan amargas como  dolorosas.


Sabiéndose observado, el universitario se dispuso rápidamente a dar inicio a los preparativos de la cena para distraerse, ya que el sólo recordar en donde estaban hace un par de horas, le hacía arder la vista de nuevo en un esfuerzo de contener más lágrimas.


Habían visitado, al fin, la tumba de la pareja Takahashi en el altar familiar junto con sus abuelos, tíos y otros parientes fallecidos. Se sentía como en un sueño, en una pesadilla bastante surrealista….pero sabía que todo era real: desde el más feliz de sus tiernos recuerdos de antaño hasta el más crudo y venenoso sentimiento de culpabilidad.


Todo era tan real que no podía creerlo. No quería creerlo y se sentía tonto, tonto por profesar que ya había superado esa etapa de negación en su duelo cuando en verdad sólo había evitado aceptarlo, cargando con toda la culpa emocional y haciéndose el fuerte. Lo cierto es, que pese a su auto-convicción de no visitar a sus padres por miedo a sentirse acusado por sus fantasmas,  no resistió el impulso brindado por su hermano y su pareja de tener la posibilidad de pasar esa página negra de su vida.


Era casi como saberse revivido luego de un largo letargo. Igual de confuso y atrayente.


Ellos le hacían creer, casi confiar en aquellas simples palabras que tanto evadía  y, a la vez,  aquellas que tanto deseaba escuchar.


No es tu culpa, Misaki.


Lo sé, quiso responder en una de las tantas ocasiones de su niñez en que Takahiro le repetía esa frase, pero algo dentro de él no terminaba de dejarse convencer. Muchas veces pensó en escapar de casa para no causarle problemas, pero era cobarde, cobarde y consentido por su único familiar vivo al que le causaba más inconvenientes de los que podía resolver; aún sabiéndolo, no se atrevía a liberar a su hermano de su carga.


 A liberarse.


Al ir creciendo, comprendió que él no controlaba el destino de ninguna forma, y de esa manera estaba consciente de su inocencia en el caso, pero no se sentía en la generosa capacidad de aceptar que sus padres murieron por una caprichosa y maldita casualidad.


No.


Alguien debía de ser responsable, alguien debió de haber desatado el punto de no retorno en aquella ruleta rusa de desgracias y azares y ese alguien, indudablemente, fue él  por sus caprichos. Eso era una razón, alguien debía de tomar la responsabilidad…no soportaba la idea de quedar huérfano  porque si.  Odiaba el destino y su egoísta e injusta forma de juzgar.  


                –Misaki


                Sacudió la cabeza para alejar sus cavilaciones, sintió un leve olor a humo en su nariz, reaccionó como pudo y apagó la estufa. El caldo estaba listo aunque las verduras casi estaban pasadas de cocción. Usami se le acercó y le abrazó levemente, acariciando su mejilla.


–Si no quieres cocinar no te obligues, podemos pedir algo a domicilio si no quieres salir– Misaki miró el platillo con desdén ¿hace cuánto no quemaba una comida? Creo que hace años pensó, y luego de hacer una mueca de resignación, decidió hacerse cargo de sus actos.


–No, gracias Usagi-san. Además, es malo botar la comida, debemos de terminarnos esto, aún está bastante comestible. Puedo preparar bocadillos para compensarlo– agregó, retirando suavemente la mano que le asía contra el cuerpo del mayor.


 –Está bien– concluyó Akihiko en un inaudible suspiro, tomando asiento para comer. No tenía hambre, pero de alguna forma debía de intentar distraer al joven Takahashi.


Cenaron en total silencio, siendo roto por el inquieto comentario del escritor al ver al menor tan rojo y adormecido.


– ¿Te sientes mal? ¿Tienes fiebre? – se levantó  de la silla y velozmente posó una de sus palmas en la frente del aludido, y la otra, en la suya propia. Parecía ser una leve fiebre. Misaki tardó un par de segundos en reaccionar, sonriéndole –Debe ser un quebranto, tal vez por el tiempo tan frío que ha hecho este mes.


–Te llevaré a un médico– se dispuso a levantarse para ir por las llaves del auto pero el castaño lo detuvo, sosteniéndole la mano


 –No hace falta, con pocas medicinas y descanso me recuperaré en dos días ¡No hay de qué preocuparse! – añadió convincentemente. El mayor accedió, sabiendo que necesitaba tiempo para canalizar todos sus sentimientos, por más que sólo deseara abrazarlo y no soltarlo jamás. Inclusive si lo asfixiaba.


–Entonces empieza por tomarte tu medicina. Deja los platos así, ya habrá tiempo de ocuparse de eso– ordenó cual madre, empujando a su pequeño para que se apartara de la mesa y haciéndole subir las escaleras. Takahashi daba traspiés forzados ¡quería reclamarle la rudeza! Pero simplemente no podía, no tenía ánimos ni fuerzas para ello. Se dejó guiar a la habitación.


El chico le hizo prometer al dueño del piso que no iba a lavar los platos -para no quebrarlos todos- y que dormiría solo esa noche para que no se contagiara de su aparente resfrío. Extrañamente aceptó a la primera, saliendo de inmediato de la habitación.


                Supo que estaba siendo considerado. Como todos.


                Al saberse solo, suspiró y cerró los ojos, sintiendo que los analgésicos y descongestionantes libraban una incómoda batalla contra su conciencia con todas las intenciones de ganarle, logrando así adormecerle. Lanzando de nuevo sus preocupaciones abruptamente.


–Debo ser fuerte – habló para sí, esperando que su voz no se quebrara en su patético intento de darse ánimos –Debo ser fuerte para poder sonreírle a nii-chan, para que no me vea llorar así otra vez – lágrimas silenciosas le traicionaban, se sentía avergonzado de su propia debilidad, sabía que esa tarde había llorado demasiado.


Tanto, que le ardían los ojos y los párpados, tanto, que había desesperado a su hermano…tanto, que podía escuchar la voz conciliadora de sus padres, aquellos a quienes extrañaba más que a nadie, susurrando suaves palabras de aliento a sus espaldas.


                Odio tener fiebre, me hace sentir inútil. Causo problemas a nii-chan y a Usagi-san cuando estoy enfermo. No debo estorbar a nadie. Debo ser fuerte…debo ser fuerte aunque no tenga más energías para pelear.


Se quedó completamente dormido, y soñó con la última vez que vio a sus padres. Un día de lluvia y hojas cambiando de color y cayendo de los árboles con el viento fresco. Un día cualquiera de otoño hace más de diez años que recordaba con angustiante nitidez.


                Ese día sus padres debían salir por un viaje de negocios. También estaba enfermo en ese entonces, con fiebre alta, y sus progenitores dudaron en dejarle solo y sin cuidado ya que Takahiro estaba estudiando en la biblioteca. Estuvieron a punto de suspender su negociación para quedarse a cuidarlo, pero el pequeño Misaki se negó, así que les convenció de que se fueran tranquilamente, y como compensación pidió regalos y recuerdos del viaje con mucha vehemencia.


                Sus padres nunca regresaron.


 La autopsia reveló que murieron en un accidente de tráfico por conducir a altas velocidades, aún con el pavimento mojado e ignorando toda precaución  por la insistente lluvia, aparentemente apresurados por llegar a casa para cuidar a su hijo menor enfermo y entregarle muchas golosinas y regalos.


                Desde entonces siente miedo y mucha tristeza ante cada despedida, por breve que sea, de un ser querido. Le pasa siempre que ve a su hermano y a su esposa despedirse para regresar a Hokkaido. Le pasa cada vez que ve sus siluetas alejarse, inclusive con Usami.


                Odia ver como sus seres queridos le dan la espalda.


~~


Misaki sentía una gran mano en su frente, reconfortante y fría. Le preguntó a los dos adultos, que en ese momento estaban frente a él, quien le brindaba aquella agradable sensación.


¿Mamá? ¿Papá?


Ambos sonrieron alegremente ante el llamado y negaron enérgicamente con la cabeza. El joven seguía percibiendo el suave tacto pero no lograba distinguir a quien pertenecía 


¿A su amable y protectora madre? ¿A su cariñoso y alegre padre?


 Ambos le observaron dudar antes de aventurarse a interrogar nuevamente.


¿Nii-chan?


La mujer miró al hombre de forma elocuente, ambos asintieron levemente para sellar lo que parecía ser un mutuo acuerdo y lentamente comenzaron a despedirse con el gesto en alto, dándose la vuelta.


Misaki vio como poco a poco le daban la espalda mientras se despedían alegremente. Pensó en decirles “no se vayan” pero aquellas palabras no salieron de su boca, en su lugar, un silbido sordo sustituyó su voz, impidiéndole hablar. Levantó su mano y la agitó levemente, despidiéndoles como no pudo hacer ese día. Escuchó la pacífica risa de sus progenitores.


Se sorprendió sonriendo y llorando, pero no se sentía triste: el contacto seguía allí, muy grato.


¿Quién?


Escuchó  el eco de su propia voz en su mente cuando no había pronunciado palabra alguna y, en respuesta, una fresca y sutil sensación se expandió por todo su cuerpo. Ya no se sentía extenuado ni sofocado.


¿Quién?


Percibió de nuevo su voz, interrogándole lejanamente.


Usagi-san


Respondió al fin.


~~


– ¿Misaki?


Sus retinas tardaron un largo par de segundos en enfocar a su alrededor, ofreciéndole  incomodidad ante la luz de la lámpara del techo. Se cubrió, por reflejo, con el dorso de su brazo y al rozar su frente sintió humedad. Sentado junto a la cama, en un pequeño taburete de madera estaba Usami, sosteniendo un paño de tela mojado, estrujándolo para luego remojarlo nuevamente en un pequeño recipiente con agua y colocarlo en su frente.


De allí venia la agradable sensación  fresca.


– ¿Cómo te sientes? – preguntó Akihiko, retomando su asiento tras descobijar al otro: ya había sudado bastante la fiebre; el castaño arrugó un poco el entrecejo, un leve mareo le hacía creer que su cabeza era  muy pesada para su cuello, además de sensible, pero se las apañó para sentarse en la cama, recostándose con ayuda de su casero contra la cabecera del mueble.


–Supongo que las medicinas hicieron efecto. La verdad no pensaba dormir– confesó, buscando con la mirada el reloj-despertador de la mesa de noche. Marcaban las 01:00 a.m.


01:00 a.m.


¡¿Qué diablos?!


– ¡Waaa! ¡¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?! – preguntó exaltado, Usami sólo le observaba, cansado y con visibles ojeras: se esperaba una reacción como esa. – ¿Y qué haces tú en mi habitación? ¿Por qué no estás en tu cuarto? ¡Mañana Aikawa-san busca el manuscrito, ¡¿lo terminaste?!


Akihiko suspiró, se levantó del taburete, sacudiendo su verde pijama y le posó una mano en el hombro al intranquilo Misaki. Habló lentamente, haciendo énfasis en las palabras una por una:


– ¿De verdad creíste que te haría caso y te dejaría solo y enfermo? No en esta vida– y allí, Takahashi notó que en los dedos índice y medio del mayor habían unas banditas. Se cortó con algo concluyó.


–…Usagi-san ¿estuviste todo el tiempo aquí? ¿Con qué te cortaste?


–Ah, eso– encogiéndose de hombros –Traté de pelar unas manzanas en forma de conejo como lo hacen las familias normales en la televisión pero no es tan fácil como parece, así que trate de aplastarlas contra el plato y terminé rompiéndolo. Me corte con el cuchillo y con un trozo de la cerámica– confesó.


Takahashi sintió que se coloraba de rabia ¿Podía ser más descuidado el hombre? ¡Dios!


– ¡Por eso te dije expresamente que no tocaras nada! ¡Eres un desastre Usagi-san!


Se estaba revolviendo los cabellos cuando escuchó la risa del adulto, crispándolo –¿¡Qué es tan gracioso?!


–Me alegra saber que ya estás mejor.


Y de repente aquel subidón de adrenalina se evaporó como agua en desierto. Esquivó la mirada serena del otro y bajó la cabeza, sintiendo como si de nuevo se mareara.


–Usagi-san…disculpa por causarte problemas– apenas terminó de hablar, un par de amplios brazos le apresaron, cortándole el aire de golpe – ¡U-Usagi-san n-o respiro!


–No digas eso de nuevo. Entiéndelo. No eres un problema– el universitario se estuvo quieto un momento, y sin pensarlo más de lo usual correspondió el abrazo; Usami, en respuesta suavizó el agarre hasta volverlo un tacto leve y cómodo.


–Perdón. Lamento pedir disculpas a cada momento pero no puedo evitarlo.


El más alto se sorprendió cuando el chico bajó su rostro contra su propio pecho,  aguantando lo que, supuso, sería el impulso de llorar. Aunque claramente sus hombros temblaban, Misaki mantenía el rostro contrariado, convencido de que no iba a llorar de nuevo.


 No tan fácilmente.


Sintió un reafirme en su hombro y esa misma mano que le sostenía, lo arrastró hacia el torso de su portador. El estudiante correspondió a medias el gesto.


El escritor no pudo evitar soltar un bostezo.


–Usagi-san, deberías acostarte, saliste durante horas en la tarde, llevas toda la noche despierto  y no me gustaría que estuvieses agotado mañana, que tienes que entregar tu manuscrito– como si le costara, se separó lenta y pesadamente del abrazo que le mantenía recluido Está frío, se siente bien…Usagi-san siempre se siente frío recapacitó, y comprendió que el calor en sus mejillas se debía de nuevo al quebranto.


–No me dormiré hasta que tú lo hagas.


Misaki pensó  que en esos momentos Usami representaba al enorme candelabro de vela: iluminado, atrayente y prohibido, como lo era para una polilla ciega y desesperada. Y sabía que debía de tomar el riesgo de acercarse a la llama porque había gastado todas sus opciones y comodines en huir de ella por años…se quemaría al fin, después de tanto roer sus alas.


Después de tantas vueltas en la nada.


 Pero quemarse, en un contexto inesperadamente alentador, le confería un significado más amable a la palabra: renacer.


Sin avisar, le abrazó de nuevo. Fuertemente, sin llegar a ser brusco pero con firmeza. Su rostro se escondió entre las solapas y dobladillos de su pijama verde de botones. Se sentía a gusto entre sus brazos, no podía negarlo.


–…No me sueltes.


–No lo haré. Pero a cambio, tú te mantendrás de pie, a mi lado


–… ¿Sin representar una carga? – preguntó, sintiendo que aquella duda se marchaba, dejando sólo un intermitente rastro que desaparecería con el tiempo. Ahora si lo haría.


–Nunca lo has sido– le sostuvo la mano más firmemente, brindándole la fuerza que había sido consumida por la culpa y la desidia y más recientemente, por enfrentarlos a la vez.


–Lo sé– respondió luego de afianzarse a ese pensamiento lo más fuerte y firmemente que creía posible, en contra  de esa resistente costumbre de mantener la cabeza gacha frente a sus conflictos. No me retractaré de nuevo seria su mantra desde ahora.


–Pensé que dirías eso– y sonriendo, le besó suavemente.


–Gracias por confiar en mí– susurró al separarse, instando al adulto a descansar lo que les restaba de noche. Juntos.


Entendió por fin que Usami fue el único que siempre creyó en el, aun mas que en sí mismo.


Y sonrió. Sin llorar…ya no habría necesidad de hacerlo.


Madre. Padre. Los amo, buenas noches.

Notas finales:

 Fue la mitad del anterior en extensión, pero pensé que sería conveniente no extenderlo más, sólo quiero cerrar algún cabo suelto por allí. 

 

 Con esto si cierro, definitivamente este fic. Muchas gracias por llegar hasta aquí y por comentar ¡quiero saber si no estuvo demás la continuación! tampoco quiero convertir el sufrimiento de Misaki en una novela patética. 


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