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About a Cloud. por Lenore Pendragon

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Notas del capitulo:

Ya saben, ¿No? Katekyo Hitman Reborn no me pertenece en ningún sentido. 

Han de saber también que el D18 está acabando con mi corazón y mis neuronas.

 

Otro día les dejo un fanfic decente.

Obvio

 

A pesar de que estaba corriendo tanto como podía para salvar su vida y evitar ser mordido hasta la muerte, Tsunayoshi pensó que se le notaba, que estaba escrito por toda la cara del prefecto, en color rojo y con mayúsculas. Sonrió un poco al darse cuenta de que Kyoya lo perseguía más por costumbre que por verdadero deseo de darle una lección.

-¡Tsuna!-escucho una voz muy conocida y con acento italiano frente a él, y quiso echarse a reír.

Levantó la vista y se encontró a una distancia demasiado corta de Dino, Yamamoto y Gokudera, que se encontraban platicando en el patio, puesto que las clases habían terminado. El problema era que estaba corriendo tan rápido como podía, y huyendo alcanzaba demasiada velocidad como para detenerse a tiempo. Y aunque lo intentó, los cuatro terminaron en el piso. Gokudera preguntó al Décimo si se encontraba bien, mientras éste no podía evitar mirar de reojo a Dino, perder control de sí mismo y dejar salir una contagiosa carcajada.

-Dejen de amontonarse en mi escuela y váyanse de una vez-exigió Hibari una vez que llegó hasta ellos.

-¡Kyoya!-el Cavallone dejó de reírse para dejar una sonrisa increíblemente grande ocupar su rostro-. Quería verte.

Tsuna se dio cuenta de que un ligero, ligerísimo rubor -al que Hibari bien podría poner como pretexto el haber estado corriendo para explicarlo- se presentaba en la mejillas del moreno, y notó también que, si Kyoya lo tenía escrito en la cara, entonces Dino tenía anuncios luminosos a su alrededor, señalando lo obvio.

El rubio intentó ponerse de pie, pero perdió el equilibrio, cayendo de nuevo y arrastrando a Hibari consigo. Todos, excepto el prefecto, rieron una vez más.

-Suéltame- ordenó, intentando levantarse.

-Te extrañé, Kyoya-rió debajo de él el capo, abrazándolo fuertemente-. Debería venir a visitarte más seguido. Tú también deberías ir a verme, a Italia.

A pesar de que el guardián de la nube agachó la cabeza de inmediato, el tono rojizo de su rostro había sido demasiado obvio. Tsunayoshi, Yamamoto y Gokudera intercambiaron una mirada de complicidad, mientras se levantaban.

-Tsuna, ¿Tú crees que…?-inquirió Takeshi.

-La cara de Dino… Y la de Hibari…-añadió Hayato.

-Sí-respondió el joven capo, mientras comenzaban a andar, dejando a Dino y Hibari forcejeando en el piso.

Se gustan.

 

Desgraciado

 

-No tienes nada. No puedes un final feliz, desgraciado –el hombre escupió sangre sin poder moverse. Tenía varios huesos rotos y una de sus extremidades estaba en posición anormal ¿A qué se refería con "un final feliz"? -. Estas jodido, hijo de puta.

Hibari sonrió de manera imperceptible. Él no esperaba un final feliz, sabía que estaba jodido desde el principio. Nunca intentó ocultar el olor a sangre ni el aura a muerte que le rodeaba. Pero, ¿desgraciado?

Por un instante, estuvo a punto de reír a carcajadas.

¿Desgraciado, él? Hijo de puta, sí. "Desgraciado" no le llegaba a los talones. Porque los desgraciados eran los que no dormían por la noche pensando en aquellos miserables a quienes habían matado, en todos los huesos que habían roto, en todas las familias que habían dejado incompletas.

Los desgraciados eran los herbívoros.

Desgraciado era Sawada Tsunayoshi, que no había tenido más opción que volverse el Décimo capo de la Mafia, siendo que no podía matar ni una mosca. Desgraciado era Gokudera Hayato, que había estado en ese mundo sin siquiera decidirlo. Y Yamamoto Takeshi, que todavía se preguntaba si era lo correcto antes de desenvainar la espada. El niño vaca, Lambo, no se quedaba atrás, teniendo que seguir las órdenes de un jefe idiota. O el extremo Sasagawa Ryohei, que sufría –de manera estúpida e innecesaria, si se le pregunta a Kyoya- todos los días por tener que mentir y ocultar cosas a su hermana. Desgraciado era, por supuesto, el estúpido cabeza de piña, el herbívoro Rokudo Mukuro, que todo lo hacía por venganza.

No. A Hibari Kyoya, ex -líder del Comité Disciplinario y forzosamente nombrado Décimo Guardián Vongola de la Nube, no le costaba matar a sangre fría. No perdía el sueño sumido en remordimientos. No se preguntaba si estaba bien. No tenía nada que proteger (a excepción de Namimori, claro está), ni por lo cual vengarse.

Pensó una vez más en el montón de herbívoros, sonriendo como estúpidos todo el tiempo, haciendo ruido y amontonándose en cualquier lugar. Le daban lástima. Él no tenía nada que ganar. Nada que perder. No tenía nada, y tampoco lo necesitaba. El "final feliz" no le interesaba en lo más mínimo.

Pensó en el Cavallone. Quizá, sólo quizá, él era realmente el desgraciado.

La idea desapareció de su cabeza, reemplazada por gotas de sangre y el crujir de un cráneo contra su tonfa.

Esta vez, su sonrisa se mostró abierta y sin reservas.

 

 

Literatura

 

Hibari caminó un par de calles, pensando en que cuando Dino se ponía ebrio, tenía la tendencia a citar autores de los que él nunca había escuchado hablar y de quienes no tenía puta idea de que existieran.  La literatura no era su fuerte: pasaba más tiempo mordiendo hasta la muerte que perdido entre hojas llenas de, lo que a su parecer, no era más que palabrería inútil.

-Las palabras también muerden, Kyoya-le había dicho la noche anterior el Haneuma, antes de darle otro trago al whiskey.

No supo si Dino citaba a alguien en esa ocasión, y comenzó a dudar sobre qué tan correctas eran sus palabras en caso de que hiciera alusión a uno de esos desconocidos autores.  Los borrachos no le inspiraban la mayor confianza del mundo.

Lo que al exprefecto sí le había quedado claro un rato después de la cita dudosa, fue que le gustaba que Dino le susurrara cosas sucias en italiano. Las palabras del rubio podrían no morder, pero le lamían y calentaban ciertas partes del cuerpo a través de los oídos. Quizá, con más ejercicio, el Haneuma podría morderlo con sus palabras. Y con mucha práctica, podría incluso hacerle mamadas verbales.

Kyoya sonrió, entrando a la librería erótica que había encontrado unas semanas atrás, mientras paseaba por Italia.


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