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Post Blue por Yoru Eiri

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Notas del fanfic:

Hetalia no es mio, ni los personajes lo son. Los sucesos históricos que aquí relato, los dejo en responsabilidad de los historiadores que me inspiraron a ello. Lo único que es mio es la narración y, por supuesto, la ficción.

Notas del capitulo:

William Cecil fue uno de los hombres más importantes para Inglaterra en el reinado de Isabel I.
Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, pareja polémica por la cual Inglaterra dejó de ser un país católico.
En este periodo de la historia, Inglaterra hablaba, mayoritariamente, francés, fue en los años posteriores que comenzó a nacer el inglés como tal.

Cañonazos afuera, obscenidades por dentro… nada se escuchaba más nítido que las monedas de oro chocando una contra otra en la palma de su mano. Relucientes a la luz de las velas que dejaban caer sin avisar aquellas gotas de cera caliente que dejaban una que otra quemadura en algún perro malnacido. El ruido se escuchaba por encima de sus pensamientos y censuraba su mente de la manera más sutil, casi como un excelente caballero que tomaba té en la sala de estar de un hogar digno de la realeza. Las palabras que la bella dama aún rebotaban en su mente de aquí para allá… quizá una débil pero fuerte voz, susurrada en el fondo por William Cecil, que denotaba los deseos de la reina de un país que pasaba por algunas dificultades.

 

I want you to do what you have to do…

 

Yes…

 

Una conversación grata, mientras la reina paseaba de aquí para allá en un estado de admiración perpetua ante sus ojos. No podía verle sufrir de ese modo, tenía que hacerle grande en el mundo, tenía que apoderarse de los mares; tenía que destruir a los españoles.

 

Había escuchado de muy buena fuente que los españoles había descubierto la “mina de oro” no sólo porque América significaba eso, sino porque aquella parte en específico, decían las malas lenguas, estaba colmada de oro puro que los españoles transferían a España sin prisas… la corona se alegraba de tan gratos recuerdos del nuevo continente, sin embargo, Inglaterra tenía ideas rondando en su cabeza para terminar de una vez por todas con esa Época dorada que se avecinaba para los hispanos.

 

Entonces se encontraba allí, vestido de la peor forma que Cecil le hubiera aconsejado, sentado en el banco podrido de madera de una taberna de mala muerta en una de las islas de aquel bello continente que aún se consideraba virgen. Meneaba las pocas monedas de oro en su mano izquierda y sus ojos verdes se perdían en el resplandor que brotaba de ellas; tendría que deshacerse de ellas lo antes posible, pero tenía que esperar el momento adecuado.

 

Bebía ron, pero no en exceso, eso le hubiera causado molestias más adelante para cerrar el trato que tenía en mente. Sólo bebía un poco y negaba groseramente a las prostitutas que acariciaban sus brazos con ademán lujurioso.

 

-Menos para ti, cabrón- y se iban a buscar a algún otro marinero “decente” que quisiera pasar la noche con ellas.

 

Ah, pero que hermoso era escuchar aquellas palabras en español en un tono diferente, ya no era ese acento suave y desconcertante que escuchaba en el viejo continente, no, era un español más agresivo, con un dejo de desprecio que se vinculaba a la esclavitud. Pero no debía confundirse, él no era un héroe que había venido del más allá para terminar con una colonización bien planeada, no, él era el ladrón que roba a ladrón.

 

Comenzó a delinear el filo del vaso cuando una mano se posó sobre su hombro, un hombre alto, rubio y de sonrisa inexistente apareció detrás de él.

 

-…My pleasure- el inglés sonrió maliciosamente al reconocer al hombre de los países bajos. Luego sus ojos divisaron al francés que había estado esperando y la triada estuvo completa para hablar de negocios.

 

Los tres no pasaban inadvertidos, pero en aquellas islas lograba juntarse la más mísera gentuza del mundo, así que no había mucho problema por llamar la atención o no. Hablando francés, llegaron los tres a un acuerdo que me veré en la necesidad de traducir al español por mi falta de conocimiento en esta lengua.

 

-¿Por qué habríamos de unirnos a tu empresa?- el francés fumaba galantemente, con su cabello rizado escondido debajo de un sombrero- ¿Qué ganancia habría para mi si tengo tan buenas relaciones con España?

 

-Pensé que tenías las mismas relaciones que tenías conmigo- el inglés sonrió mostrándole las monedas que tenía en su mano- esto es un poco de lo que encontré por allí, los tesoros de los nativos son tan grandes que con sólo un poco podríamos conquistar todo el territorio que quisiéramos. No me lo tomen a mal, tuve malas relaciones con España recientemente- quizá recordaba las bodas que había habido con la familia Tudor y el pleito religioso que venía desencadenándose desde que Ana Bolena había llegado a la corte – Pero lo que más me importa en este momento, es la economía de un territorio que se despedaza.

 

-Exagerado como siempre- el francés tomó las monedas en sus manos y dio algunas al holandés.

 

Los ojos de ambos quedaron maravillados, ¿cuándo habían visto oro tan puro, tan extraño, tan brillante? El sabor del extranjero les hizo agua la boca; la oportunidad de ver un territorio así con sus propios ojos…

 

-¿Cómo haremos para conquistar un territorio que ya está conquistado?- el holandés le miró con desconfianza. Aunque habían sido compañeros de batalla desde siempre, no confiaba en tener el poder suficiente para derrotar un imperio tan grande.

 

-No vamos a entrar a América- y soltó una risotada que inundó el lugar por unos momentos- vamos a asaltar sus barcos, apoderarnos del oro y a vivir como reyes.

 

Los dos hombres se quedaron pensando un poco más en aquella proposición.

 

-Acepto- el de los países bajos no hizo esperar mucho su respuesta, sonaba tentador y un poco de aventura no le caería mal… para algo le habían mandado allí sus superiores.

 

-No lo sé- el francés lo pensó un poco más, unirse al que recientemente se había convertido en su enemigo para hacerle la guerra a un amigo… sonaba exquisitamente tentador- lo haré con una condición.

 

-¿Cuál es?- el inglés arqueó una ceja.

 

-Con la Armada española, te las verás tú.

 

Era algo simple, con la confianza que le caracterizaría de ahora y para siempre, cerró el trato con los dos extranjeros y les dio las monedas como recuerdo de aquello; sólo se quedó con una para poder recordar también todo lo que había dicho.

 

- The Spanish Armada…- susurró con cuidado y sintió un escalofrío.

 

No importaba, por algo se había auto proclamado Capitán Arthur Kirkland cuando la reina le había dado, en secreto, su bendición para partir al nuevo mundo.

Notas finales:

:) Muchas gracias por leer


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