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Reconquista por Lenore Pendragon

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Notas del capitulo:

El primer capítulo de un random Spamano que tengo por ahí desde hace mucho. 

Ya saben, es un fanfic sin fines de lucro y así.

Se sentía solo, más solo que nunca en su maldita vida. Feliciano se había mudado definitivamente con Ludwig. Se veían cada fin de semana, sí, pero el resto del tiempo estaba solo en Italia. Y ni pensar en llamar a Antonio. Ése español idiota se la vivía de fiesta con el francés y el pruso. Incluso él se había olvidado de Romano.

El italiano soltó un golpe a la puerta de madera, se le habían quitado las ganas de salir. Maldijo un par de veces y se quito los zapatos y el suéter que llevaba, dejándolos en el piso. Se tumbó en el sofá , apoyando la cabeza sobre el brazo izquierdo. Ya no tenía ganas de nada, ni de salir, ni de cenar, incluso, no tenía el ánimo suficiente para golpear y maldecir a Antonio por dejarlo solo.

¿Qué no se daba cuenta de que se encontraba mal?

Claro que no, si hacía semanas que el español no se tomaba la molestia de llamarlo o de visitarlo. Aunque claro, él tampoco hacía nada por buscarlo.

¡Al carajo! Estaba perfectamente bien así, sin España acosándolo y sin que Feliciano lo molestara por nimiedades. Para eso tenía al estúpido macho-patatas.

Sin querer, el italiano se quedó dormido un rato. Al despertar, Lovino revisó la hora. El reloj de su muñeca marcaba las diez menos diez. No había dormido tanto. Se levantó desganado, dirigiéndose al refrigerador y sacando un par de cervezas de éste. Tomó el destapador que estaba en la repisa y se dejó caer en el piso. Destapó la primera, recordando que no había comido nada aún y le dio el primer trago. Sintió el frío y amargo líquido bajar por su garganta, asentándose pesadamente en el vacío de su estómago.

Dio un segunda trago, un tercero y cuando quiso dar el cuarto, se dio cuenta de que ya había terminado con su botella. Destapó la otra, con la intención de que durara más que la anterior, pero sin lograrlo. Sacó otras botellas del refrigerador, y jaló la mesa y una silla junto a la ventana, para observar las estrellas.

-Si sigues bebiendo como alemán-recordó que Antonio le había dicho una vez-, no podrás…

-¿No podré qué?-interrumpió, altivo.

-Evitar que haga cosas como éstas-terminó, deslizando su mano por el pecho de Romano.

Hasta allí llegaba el recuerdo en ese momento. Sabía perfectamente bien que era lo que seguía, pero no deseaba seguir pensando en el español. Apuró la tercera cerveza, y se quedó dormido empezando la cuarta.

Despertó a la mañana siguiente, sintiendo el celular vibrando en su bolsillo. Sintió una punzada de dolor en la cabeza al abrir los ojos y encontrarse con la luz del día.

-¡¿Qué?-gritó al aparato, que siguió vibrando. Levanto la tapa del teléfono y pulsó un botón-¡¿Qué?-repitió.

-Lovi~ -escuchó la voz de Antonio-¿No piensas venir a la reunión de hoy? Sólo faltas tú-hizo una pausa-¡Anda, que quiero verte!

-Vete a la mierda. Que Feliciano se haga cargo de todo-sentenció-Si no me has visto es porque no quieres, estúpido-susurró quedamente-¡Y no me llames así, idiota!-dijo antes de colgar.

-Pero, Lovino…-el español se quedo callado. Sabía que por más que llamará, el italiano no contestaría. Suspiró.

-Ve~-Feliciano le dio unas palmadas en el hombro-Seguro que está bien-sonrió-, él es así.

-Si, Ita-chan, seguro lo está-le devolvió la sonrisa. Terminando esa junta iría a verlo.

Las horas pasaban lentas para Romano. Después de que el celular lo despertara, no había vuelto a conciliar el sueño. La cabeza aún le dolía horrores y no se le ocurrió nada mejor que seguir bebiendo para olvidarlo. Iba ya por la tercer cerveza cuando Antonio llegó.

-¿Lovi?-preguntó, mientras abría la puerta con la llave que Feliciano le había dado.

-¡Que no me llames, así, idiota!

-¿Estás bien?-preguntó España, llegando hasta él y apartando las botellas.

-¿Tú qué crees, estúpido?-fue su , no te necesito. Idiota-remató.

-Venga, a descansar-Antonio lo tomó en sus brazos, llevándolo hasta su habitación.

Lo depositó cuidadosamente en su cama, y colocó el bote de basura cerca, por si Romano se sentía mal. El italiano le dio la espalda, abrazándose a la almohada y cerrando los ojos.

Se sentó frente a él, preocupado de su estado.

-¿Qué te hizo ponerte así, Lovino?-preguntó al aire.

-Es tu culpa, maldito bastardo-Antonio se sorprendió de que siguiera despierto.

-¿M-Mía? ¿Por qué mía?

-Porque tú me dejaste solo, idiota-el español se dio cuenta de que Romano no estaba muy consciente de lo que decía. En condiciones normales no habría dicho nada parecido-Y yo que te quería tanto-continuó-. Pero ya por mí puedes irte al carajo. Tú y Feliciano y el estúpido macho patatas y el pervertido estúpido de Francia y el estúpido de Prusia y mi estúpido jefe y todo el estúpido mundo-logró decir con hipo y la voz entrecortada.

-Pero… entonces… tú…

-¿Yo qué? ¡Si, idiota, te quería, y te quería tanto y de una forma tan estúpida que ahora me siento tan imbécil que ya no se que siento!-Lovino respondió de una forma confusa para Antonio, intercalando sollozos e hipidos apenas audibles-Y luego vas y te desapareces con Francia y Prusia y te acuestas con la primer zorra que encuentras en el primer bar y te olvidas de mí-continuó-Ah, pero ya no importa, me pudriré aquí solo.

Antonio sintió un nudo en la garganta. Realmente se había olvidado unos momentos de Lovino cuando estaba con Francis y Gilbert.

-Yo… lo siento mucho Lovino, pero…

-¿Pero qué? ¡Idiota, si con sentirlo bastara…!

-¿Entonces… ya no… sientes nada por mi?-se atrevió a preguntar.

-¡Que no lo sé imbécil! ¡Ya vete!

Antonio se levanto despacio. Quería abrazar a Lovino y pedirle perdón por haberlo dejado solo. Pero sabía que las palabras no serían suficientes. Salió de la casa, cerrando con la llave que le habían prestado.

Subió a su auto, arrancando el motor.

Mientras conducía a su país una palabra cruzó su mente: Reconquista.

Estaba decidió a volverse a ganar el cariño de Romano a cualquier costo.


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