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Reconquista por Lenore Pendragon

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Notas del capitulo:

¡YAAAY, CAPÍTULO DOS! Lo tengo desde hace un buen tiempo, pero ya saben que la Universidad apenas y sí deja tiempo para respirar. 

En fin, disfrútenlo~ 

Despertó hasta entrada la tarde, con el Sol sobre su rostro, un pequeño dolor de cabeza y sin saber cómo había llegado hasta la cama. Encendió el celular y miró la hora. Eran las seis y veinte, y tenía seis llamadas perdidas por parte de Antonio. La más reciente tenía media hora.

-Estúpido-murmuró, levantándose de la cama.

Tomó una de las toallas secas que estaban en el perchero y se dirigió al baño. Terminó de ducharse, y para cuando salió ya tenía otra llamada perdida y un sms.

No contestas nada. Iré a verte un rato.

Le sorprendió que esta vez el mensaje no estuviera lleno de palabras e iconos cursis y melosos.

-Hasta que se digna a venir-dijo para sí. Nunca lo aceptaría, pero su corazón había dado un vuelco al saber que el español lo visitaría. Pero quizás solo era por cortesía. Eso explicaría la ausencia de corazones y te quieros en el mensaje.

Lovino se dirigió a la cocina. Lo último que recordaba es que había movido la mesa para seguir bebiendo. Regresó los muebles a su lugar y se deshizo de las botellas. Levantó los zapatos y el suéter que había dejado tirados y se dedicó a ver televisión, intentando no hacer caso a su estómago, que había empezado a quejarse por la falta de alimento. No se le antojaba cocinar nada de lo que había en su casa. Cuando se fuera Antonio, saldría a cenar.

El español llegó alrededor de las 7, cantando con toda la pasión que lo caracterizaba. Estacionó su auto frente a la casa del italiano, y se dirigió a la entrada, sin dejar de cantar. En cuanto escucho la voz cantarina, Lovino se acercó a abrir la puerta, encontrando a Antonio afinando su guitarra.

-Me has arruinado la sorpresa-rió-. Te traía serenata

-Idiota-respondió. Era la primera vez, en varios años, que lo escucharía cantar sólo para él. El italiano se hizo a un lado, abriendo más la puerta y permitiéndole el paso.

-¡Ah!-suspiró el español-hace mucho que no venía-comentó, sentándose en el sillón y terminando de ajustar la guitarra. El italiano se sentó frente a él, no muy seguro de que pasaría.

Tocó los primeros acordes de una canción. Una que Romano conocía muy bien. Era de las pocas canciones que le gustaban en el idioma de Antonio. También era una canción que le gustaba muchísimo. Cuando Lovino se alejó de España para dedicarse completamente a su país, el ojiverde había bombardeado los medios de comunicación italianos -con ayuda de Veneziano- para dedicarle esa canción y que se diera cuenta de cuánto lo extrañaba.

Si tú no vuelves

Se secaran todos los mares

Y esperaré sin ti

Tapiado al fondo de algún recuerdo

Bastó con escuchar la primera estrofa par que se le partiera el corazón en mil pedazos.

-¡Eres un idiota!-le gritó, aventándole el suéter que tenía a un lado. Antonio rió. Era exactamente lo que esperaba.

-¡Vamos, Lovi, que es tu canción!-el ojiverde colocó suavemente a la guitarra en el piso, y se puso de pie, acercándose al italiano.

-¿A qué viniste, estúpido?-cortó antes de que lo atrapara entre sus brazos.

-A hacer que te re-enamores de mí-contestó sonriente

-¡No me jodas!-exclamó Lovino-Y ahora vete, que voy a salir

Antonio se sorprendió.

-¿A dónde?-preguntó-Vamos, te llevo-sonrió de nuevo, intentando no darle importancia.

-Paso-contestó fríamente Romano-. No quiero tener nada que ver contigo

España había olvidado lo cruel que podía ser a veces aquel chico. Intentó sonreír, mientras se sentaba de nuevo en el sillón.

-Lovino… ¿Me odias?-aventuró-Ya sabes, por haberme alejado todo este tiempo.

-¿De qué hablas, idiota?-la pregunta lo tomó por sorpresa. Se dirigió a la puerta, deteniéndose frente a ella, y girando para encontrar el rostro de Antonio-No te extrañe para nada.

Sonrió a medias. ¡Si Lovino supiera todo lo que había dicho estando borracho!

El italiano sabía que si se quedaba más tiempo ahí, cedería ante cualquier cosa que Antonio le pidiera. Y no quería hacerlo. No quería volver a enamorarse del español para luego volver a sufrir su ausencia. Dio la vuelta, tomando la perilla para abrir.

-Creí que era lo que tú querías, Lovi, en ningún momento quise dejarte solo.

-Imbécil-susurró-¿Quién en esta puta vida querría quedarse sin la persona que ama?-preguntó, un poco más alto-¿Qué tan idiota eres, España?

Se alejó de la puerta, en dirección a Antonio. Tomó uno de los cojines del sillón y comenzó a golpear al español con éste.

-Lovi, cálmate-dijo, logrando tomarlo por las muñecas y haciéndolo caer bajo su cuerpo, pero aún sobre el mueble-. Ya entendí, soy más idiota de lo que creí. Cálmate, ¿Sí?

Romano, que no había soltado el cojín, se cubrió la cara con éste, una vez Antonio le soltó.

-Vete-susurró, a través de la tela.

-¿Qué?

-¡Qué te largues, bastardo!-gritó, sin separar el cojín de su rostro.

Antonio se angustió. Podría jurar que estaba llorando.

-Lovi, ¿Estás bien?-preguntó, tratando de descubrir el rostro del menor

-¡Deja de llamarme así, imbécil!-el español logró deshacerse del montón de tela que cubría el rostro de Romano, encontrándose con la mirada cristalina de éste-. Primero desapareces, importándote poco lo que me pase, luego dices que fue por mi bien ¡No me jodas, Antonio! ¿Es un juego para ti o qué? Sólo vete ¡Tú y tu maldita guitarra lárguense de aquí!

A decir verdad, el español ya se esperaba algo así. Pero el saber que iba a pasar no evitaba ni disminuía de ninguna forma la culpabilidad que sentía. Lovino tenía razón, hasta cierto punto. Había estado saliendo mucho con Francia y Prusia, tanto que realmente se olvidaba a ratos del italiano. Pero no tenía la razón del todo. Dale espacioes lo que le habían dicho todos. Y no encontraba otra forma de dejar de pensar en Lovino que no fuera saliendo con sus amigos. No todo era su culpa, ¿verdad?

-Sal de mi vida-escuchó entre sollozos.

El corazón español se detuvo unos instantes ¿Había escuchado bien? Sí, estaba seguro de que sí.

-No - dijo, incorporándose-. Nunca. Imposible. Sabes que no lo haré. No ahora, no en esta vida. Ni en esta, ni en otra. Nunca -recalcó-. Te prometo que me volveré a ganar tu cariño, Lovino -había demasiada seguridad en su voz. Y esas promesas hicieron renacer, en contra de la voluntad italiana, por supuesto, una pequeña esperanza. Una esperanza pequeña, frágil. Fácil de romper.

-No prometas nada que no puedas cumplir, bastardo-el italiano logró controlar su voz lo suficiente para pronunciar claro.

-Tengo que irme, Lovi. Pero te prometo que voy a regresar.

Antonio salió de la casa antes de darle tiempo de reaccionar ¿Qué demonios pasaba con ese idiota? Escuchó el rumor del motor al arrancar y alejarse de su casa. Decidió no creer en nada que dijera el español. Observó la guitarra apoyada contra la pared, como un claro mensaje de que al menos regresaría por ella.

Muy en el fondo, deseaba creer en las palabras del ojiverde.


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