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Descubriendo La Primavera por kakashiruka

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Notas del fanfic:

Ha sido la historia que ha cautivado mi mente durante el último tiempo. Espero poder plasmar la escencia máxima de los personajes en la prosa. 

 

Pese a que comienzo con Fernando y Carlos como principales, los segundarios son mis favoritos XD.

Notas del capitulo:

Bueno XD aqui otra de mis historias. Espero que os guste y la disfruten mucho. Intento danrle los toques de humor y dramas suficientes para que les guste.


Se que no he terminado las demás historias, pero es netamente porque mi notebook se echó a perder porque se me dio vuelta el mate encima de él, incluso el trabajo en mi blog lo he tenido algo detenido porque lo perdí todo, se murió el disco duro, y justo había terminado la historia de "la hija de Kamijou" y el tercer cap de "Es caprichozo el azar" u.u de verdad que fue fome.


hablando de mi XD estoy trabajando =D espero poder trabajar y estudiar cuando se me acaben las vacaciones. 


Lo que más quiero es terminar "editorial Konoha".


a proposito no puedo avanzar mucho porque comparto el pc con mi hermano y la inspiracion me baja a la noche y es todo un drama poder usarlo a esa hora t-t 


gracias por su comprencion y espero que les guste =D 

Siempre se había preguntado sobre los faroles de las calles. Le parecían el arma más romántica y disponible hasta en las ciudades más aburridas del país. El encanto de dichos postes le traía la nostalgia sobre  sus veintitantos. Pisar los treinta le parecía el peor maleficio que ya estaba viviendo hacía tres años. Derrochar la vida para que después ésta se vengue con la soledad no era tan bonito como se lo pintó la juventud.

En ocasiones Le invadía el insomnio y se desgastaba viendo la televisión, y luego en el día, durante el almuerzo dormitaba un poco para sacarse la modorra tan criticada de su rostro por parte de los compañeros de oficina. Lo que si le parecía una anomalía de su cabeza, y que en ocasiones pensaba seriamente ir a verse al médico era la manera exacta de levantase por las mañanas un minuto antes que el despertador el hiciera dicho favor.

También últimamente debía conformarse con los abdominales en el comedor, ya que, desde que lo pillaran jodiendo en los vestidores con una muchacha  de veinte cerrados le prohibieron ingresar nuevamente a ese lugar. De momento se frustraba a causa de que dichos ejercicios ya no eran tan efectivos como lo eran en sus diecisiete. Quién mierda le habría robado esos días, se preguntaba. Y al instante recordaba el sinfín de fiestas, copas, cigarrillos, mujeres y el alocado sexo que rendía su cuerpo a los veinticinco.

Nunca se enteró del por qué, pero por lo general odiaba a los nuevos y en especial a los empleados part time. Cuando llegaste eras un desastre, le decía Melinda al verlo refunfuñar a causa de los novatos, por supuesto que éstas palabras fueran cuando aun ella estaba ahí.

—Deberías darle una bienvenida por lo menos para quitarte el cartel de ogro ante los nuevos —comentó su compañero de junto, Nicolás.

No le sonaba como la mejor idea, pero quizás no sería malo empezar con el pie derecho aquel mes, en particular si el nuevo le estaba dando alguna clase de buena espina. Además se le notaba más despierto que el resto de los que solían llegar al lugar. Se lavó el rostro en combate efectivo contra su letargo habitual y se acercó al muchacho que fotocopiaba unos documentos.

—¿Carlos, no? –enunció con disposición accesible al llamarlo, aunque nunca sin sacarse el tilde de jefe. El muchacho a su llamado respondió poniéndole atención con una sonrisa dispuesta a acatar –. Quisiéramos hacerte una bienvenida, asique te queremos sorprender con un buen local, aunque te advierto que este departamento tiene gustos superiores a los de cualquier chiquillo —rio con algo de egocéntrica.

—Lo siento, señor Gutiérrez —replicó el chico –. Creo que debo rechazar su propuesta, pero se lo agradezco —se inclinó unos grados a modo de reverencia y dio un gesto tan limpio como su tez.

—Entonces si quieres lo eliges tu, pero nos gustaría —intentó convencer, pero fue interrumpido.

—Lo siento pero sigue siendo no —sonrió con lástima al tener que rechazarlo.

—Es que sería bueno…

—Soy gay —interrumpió con algo de rubor en sus mejillas, pasándose la mano por la frente para despejársela de un mechón castaño que se le caía.

La incomodidad se hizo obvia, en especial cuando Fernando plasmó en su rostro la incomprensión a plena vista del que pasara por ahí. No pudo evitar la ocasión en que los tragos se le pasaron y el hermano de una de sus antiguas novias le intentó besar en medio de una fiesta. Y cómo olvidarla sí le quebró el tabique a centímetros de tocarse ambos labios.

De todos sus discursos previamente preparados, ninguno se ajustaba al caso. Por lo que juntó un par de palabras y lanzó lo que él creía como un comentario intelectual.

—Asique eres un hijo de la tolerancia —habló con tranquilidad, pero a la vez con ignorancia interna sobre el tema –, lo escondes bien. Ni pareces una loca.

La mirada de Carlos se fue hacía el costado, junto con un suspiro tan pesado como los ánimos de Marlene, la de tesorería. Este mismo llevó su dedo índice a la sien y rascó la línea entre la cabellera castaña y la piel blanca de su frente.

—No oculto nada, señor Gutiérrez —aclaró, ahora mirando a los ojos de su jefe — y de verdad molesta que nos fichen como amanerados y que el único oficio que podemos realizar es de estilistas.

Echándose sobre su silla miraba el cielo pensando que la universidad jamás le capacitó para ello. Tanto habían cambiado las empresas durante el último tiempo. Luego colocó su codo sobre el escritorio y con su mano puso pedestal para la cabeza. Una vez detectado su estado por Nicolás, Fernando comentó lo sucedido, en especial su silenciosa huida tras las palabras tan directas del muchacho. Al menos debió tener más tacto.

—A mi me suena bien — resolvió a lo sucedido —, además es su opción ¿No?

—Nico, ¿También eres gay? — le consultó Fernando mientras lo miraba de cerca por si existía alguna evidencia física que delatara alguna tendencia sobre ello, lo que a su vez provocó una respuesta visual reacia a la actitud del emisor.

—Idiota — respondió con un movimiento torpe de sus manos —. Mejor preocúpate de que el chico no nos denuncie por discriminación.

— ¿Eso existe? —preguntó con sorpresa —. ¿Qué diablos le ocurre a este mundo? —exclamó con una leve dramatización.

—Bastardo — murmuró con molestia Nicolás —. Por eso te dejó Melinda.

 

Melinda

 

Ahí estaba su problema, o más bien lo que traía su elevado ser al barro. La mejor chica de todas las que conoció, o como decían, la única que humanizó al bastardo más grande del planeta. Hasta el mismo admitía que había comenzado a entender eso de la menstruación, y de alguna u otra forma uno que otro modal propio mutó en el transcurso de su vida junto a ella.

Incluso algo de moral aprendió, ya que, no puedo evitar la culpa al ser descubierto, en la misma cama que dormían, con otra chica. Exactamente una amiga de Melinda. Claro estaba que no le perdonó, además no era la primera vez, pero si la primera desde que Fernando le prometiera dejarlo todo por ella.

No se la pudo sacar de la mente hasta la hora de almuerzo donde durmió con ronquidos en un balcón que poseía la cocina del edificio. Aunque siempre estaba vacía debido a que la mayoría salía a comer en los restaurant o algo similar, y los que se quedaban al verlo ahí, por temor a su rango elevado, se espantaban y comían en otra parte. Sin mencionar el difícil carácter que le poseía al ser interrumpido a la mitad de su siesta.

Al despertar revivía su alma y sonrisa de viernes y sábado por la noche. Aparecía a eso de las cuatro, cuando todos estaban ya hartos de la jornada, llegaba él a ponerle picardía al lugar. Entre ello piropear y fanfarronear con las del departamento de presupuestos y seguir como radar a cualquier par descubierto de piernas que brindaba el clásico uniforme de primavera.

En medio de sus observaciones de las cinco treinta, en medio de su eminente vigilancia desde la comodidad de su escritorio, en tanto Nicolás le avisaba cuando pasaba a ser muy notorio su acoso, Fernando notó a lo lejos un contraataque a lo que estaba haciendo; desde el otro extremo de la oficina un par de ojos cafés le seguían con atención. Era Carlos que le miraba, pero no lograba denotar las intenciones del por qué lo hacía, solamente le veía sujetar un par de carpetas que por el color rojo indicaban ser de la sección de Nicolás. Le respondió mirándolo también, pero éste notándolo se asustó y retornó de inmediato a la continuidad de sus labores.

Por desgracia para Fernando, que aún no descifraba lo anterior con claridad, simplemente le olía a la demanda laboral que anteriormente le habría anunciado su entrañable amigo. Además junto con lo que  Nicolás llamaba discriminación le significaba otra multa, otra que si antes le costó el ascenso a la gerencia, ahora ya le parecía inevitable la degradación, o quizás peor, el despido. Por lo cual concluyó que la única solución para el asunto era el poder aclarar las cosas aunque tuviera que ponerse a la defensiva de la diversidad sexual y lo que ello contraía. Por todo ello debió proponerse esperar al muchacho en la salida y así aclarar los asuntos pendientes que podrían asegurarle un par de años más en la empresa.

Puntualmente fue al encuentro junto a la puerta principal, que era de vidrio, del edificio. Cargaba con un cigarrillo encendido en la mano, sin mencionar la chaqueta de su traje azul rey, que tantos halagos siempre recibía de parte de todos, y los valía, no por nada era toda una especie de exportación y uno de los primeros frutos de su trabajo, por ende lo cuidaba como a sus ojos, aunque pocos lunes en el mes los demás tenían la oportunidad de verlo lucido en la oficina.

Entre un tumulto de gente pudo notar aquella cabellera caoba que abandonaba la faena. Con un gesto de su mano le hizo llamar para que entendiera donde ir, pero de todas maneras lo debió hacer por segunda vez, junto con un chiflido, debido a que el muchacho no dedujera en primera instancia para quien fuera el citado. Lo que le llamó la atención a Fernando fue el caminar del chico, no entendía el por qué de atender de manera cabizbaja hacía él. Ignorando ello empezó a planear su discurso con la mira clara en un solo objetivo; evitar la demanda laboral.

—Señor, le pido disculpas — interrumpió antes Carlos, sin poder mirar otra cosa que los zapatos de su superior.

La perplejidad no le dejó tomar otra actitud que la de confusión; siquiera esperaba escuchar esas palabras. En la inseguridad de su silencio escuchó el monologo sobre las múltiples disculpas del chico referente a la supuesta altanería manifestada en la cuestión de sus tendencias, además de espiarlo cuando debería estar trabajando, y resaltando a casa instante su ferviente deseo de permanecer en el lugar, ya que, a toda costa buscaba no ser despedido por ello, con el argumento de que necesitaba verdaderamente ese trabajo.

Sin saber qué diablos decir, y en vías de que la supuesta bienvenida no se había llevado a cabo, le invitó a un bar, aunque solamente por conveniencia propia porque vaya que necesitaba un trago o de seguro los raros sucesos se lo tragarían. De alguna manera buscaba conversar con el chico y ver si lograba captar su forma de pensar para no mal interpretarlo, asique insistió pese a la constante negativa del muchacho. Solo lo logró cuando le dijera que no aceptaría sus disculpas si persistía en rechazar su invitación.

Caminar por la calle junto al chico se volvía, en parte, una angustia. Era algo amargo ver a Carlos, quien era solo unos centímetros más bajo que él, cabizbajo y sin decir siquiera una palabra. Además a cada tema que buscaba incluir Fernando, su acompañante daba escuetas respuestas que revelaban la incomodidad entre ambos seres. De momentos se arrepentía en haberle invitado, pero después de tanto insistir no existía forma de poder desecharlo; podría ocupar ello en la demanda, pensó. Buscando una distracción del chico que parecía andar examinando el suelo por si se encontraban monedas en él, puso en práctica su hobby favorito; catar con la mirada las piernas de las jóvenes oficinistas.

En medio de su labor de jurado interno se vio interrumpido al escuchar un carraspeo que le dañaba la concentración. En el instante se le vino a la mente el momento en que durante su momento de ocio sobre el escritorio hacía lo mismo, y ya Carlos le sorprendía en el acto por segunda vez. Consultó por si ese hábito le molestaba en algo, aunque si bien no le debería porque afectar, preguntó de todas maneras ese hecho. Lo único que escupió fue un no, pero estaba claro que impugnaba aquellos actos.

Asentados una vez en el bar, Carlos no rechazó el vaso de cerveza, antes bien, le pareció a Fernando que lo bebió algo rápido, pese al repudio que mantenía en su faz mientras ingería la bebida. También se sorprendió la rapidez con que soltó datos de él, entre ellos cosas tan personales como que sus padres le habrían echado del hogar al saber sus tendencias homosexuales, y que la razón de su esmero en permanecer en el trabajo no era otra que la continuidad de sus estudios, y que si así no lo había hecho fuera meramente por la razón de no poder sostenerse aún por sí mismo.

Inevitable fue la lástima que sintió por el muchacho. Esto aumentó al enterarse que siempre fue un alumno modelo, el tercero en su clase, y con notas tan excelentes al punto de poder quedar sin problemas en la universidad que quisiera, y que jamás en su vida tuvo vicios algunos. Pero por sobre todo, mayormente le angustiaba que un chico tan joven viviera solo entre cuatro paredes. Sabía mejor que nadie eso, claro estaba que ya no extrañaba tanto a los suyos como cuando los perdiera, mas de todas maneras nunca encontraba mal tener dónde llegar en navidad; que la chimenea ardiera a causa de su padre y que la casa oliera a pavo horneado a manos de su madre.

Mirando con detenimiento como el chico bebía su segundo vaso de cerveza, con la misma velocidad que caracterizó al primero, además de un patente tono rojizo en su cara, supo en el momento que se hallaba ebrio. No le creyó completamente hasta que empezó a cabecear de sueño sobre la barra. Lo malo consistía en que con suerte había logrado tomar una cerveza, y  al parecer debería dejarla a medio beber e ir a despachar al sujeto a su casa o arriesgaba que se durmiera en cualquier parte, o incluso que lo violaran. No supo por qué en su mente, por el simple hecho de ser gay, lo hacía más propenso al último evento supuesto.

— ¡Va! ¡Me estás jodiendo! No estoy borracho — exclamaba Carlos con una leve risa al ser cargado por el hombro de Fernando.

—Si lo estás, sube al taxi.

Desde que el conductor lo comenzó a mirar con desconfianza desistió en dar ojeadas al espejo retrovisor. No podía decir que era su hijo, físicamente era nula una posible semejanza entre los dos, quizás un sobrino, pero seguí siendo arriesgado. Poniéndose en el caso de un tercero le parecía claro; prostitución infantil, trato de blanca. En especial porque Carlos constaba de rasgos bellos, como la terminación de sus ojos y la bella piel que le vestía, sin mencionar que aparentaba dos o tres años menos de los que ya tenía. Lo único bueno que podía rescatar de la salida se veía reflejado en que la cuenta del bar era inferior a lo presupuestado en su mente.

Cuando descendieron la mirada del taxista nunca cambió, tan querellante como al momento de subir. Contemplando el ambiente entendió más la situación de Carlos; vivía en un edificio bastante barato y con algo de precariedad.

El chico, mientras hablaba locuras de su niñez, iba direccionando a donde le debía llevar Fernando, diciendo el piso y la habitación. Era el quinto piso, y como la escalera estaba oscura costó bastante hacerlo llegar a dicho nivel, pero para cuando lo hicieran fue expedito el trámite de encontrar la llave de la puerta.

— ¿Por qué no vas donde tus padres y les dices que ya no eres gay? Por último podrías aguantar hasta graduarte de la universidad — recomendó Fernando con un íntegro sentimiento.

—Lo pensé,  pero hay alguien que me gusta — dijo con algo de ridículo misterio mientras jugaba con la corbata desajustada de Fernando —, pero él no lo sabe — rió mientras hacía un gesto de silencio.

—Entonces díselo, para que valga la pena que tú estés aquí.

La mirada de Carlos se quedó pensativa por un momento, como si discutiera algo con su consciencia. Al recibir Fernando una sonrisa de parte del beodo se sintió aliviado, imaginando haberle ayudado en su dilema, aunque no advirtió las reales intenciones de Carlos hasta que éste se apoyó sobre su pecho e hincando la alta cabeza con una mano aprovechó la instancia de besarle.

Mientras lo besaba quería repelerlo, o al menos ese era su primer impulso, mas de alguna u otra forma no podía, menos al sentir un raro calor detonante a la presión que hacía el cuerpo de Carlos contra el suyo. No sentía culpa, pero si una enorme confusión al ser dejado por los otros labios.

—Me gusta, señor Gutiérrez.

Y junto a un suspiro con aroma a alcohol entró en su departamento, cerrando la puerta tras de él.

Casi por inercia caminó un par de cuadras para ventilarse de dicho encuentro. Deteniéndose bajo la luz de un farol pensó que quizás por primera vez sentía esa incomoda sensación que pasa por las mujeres cuando un desconocido les roba un beso.

— ¡Maldición! ¡El maricón me metió la lengua! 

Notas finales:

Gracias por leer, esperen con ansias un segundo capítulo =D 


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