Es diferente.
Todo comenzó a ser diferente desde que lo vio. Baja las escaleras y su desayuno está ahí, intacto. Se levantó tarde, y la idea de que algo será diferente no se va de su cabeza. Coge el primer autobús que le deja a un par de cuadras de la secundaria.
Cursa el último año, y se sorprende, porque los años pasados no lo vio. Y toda la escuela sabe quién es él, pero él no lo sabía. No lo sabe aun, tampoco.
Toca la puerta y recibe una reprimenda por llegar tarde. Se disculpa y se sienta en la silla, SuHo no ha llegado. Su lugar se sitúa al lado de la ventana, donde a veces observa a ese chico.
“El chico del autobús”
El chico juega basquetbol, lo hace malditamente bien. KyungSoo olvida anotar lo de la pizarra, se concentra en como el chico mueve su cuerpo, sin hacerlo exactamente. Es como mágico y lo encapsula en una burbuja.
Es invierno, como aquella vez.
La campana suena y KyungSoo tiene que cambiar de salón.
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Kim JongIn es bueno en todo. Y coño, porque hasta parpadeando luce guapo. Sabe que el chico de tercer grado le observa y se luce jugando basquetbol. Los deportes no son algo entretenido para él, no como cuando baila y la música lo envuelve tan jodidamente bien. Que olvida que la semana que viene hay tantos parciales que no sabe ni como estudiará.
Hoy lo hará, quiere compartir algo más con ese chico.
Deja que el balón bote libre, se hecha sobre la hierba. Le gusta ese chico. Mucho. Con esos ojos bonitos y grandes, que parece que puede ver el mundo entero con una sola mirada. Y robarles unos cuantos besos a esos labios.
Sonríe. No sabe su nombre, pero sabe que debe ser lindo igual que él.
Tiene clases libres. Va a bailar para armarse de valor.
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Espera en la parada del autobús. El cielo aun brilla, y el Sol no termina de esconderse. KyungSoo juaga con sus manos, nervioso y alegre. JongIn está en la parada, no junto a él, pero ahí está. Con el cabello revuelto y la sonrisilla traviesa.
Cuando lo vio, demonios, ese chico le hipnotizo. Lo atrajo como un imán. Con la piel morena y los ojos nadando felices. Ese día hacia un frio de los mil demonios, y la bufanda tejida le calentaba el cuello. Leía un libro, como siempre cuando regresaba a casa.
Era un día ajetreado. El autobús se llenaba y KyungSoo le cedió su asiento a una anciana. Guardó su libro de bolsillo y se acomodo al lado de aquel chico, que en ese momento no le importo.
Era más alto que él, no lo miro más de dos veces pero eso fue suficiente. Durante el recorrido a casa y el pasar del curso escolar, JongIn bajaba primero.
Desde ahí, los costados de sus brazos se rozaban y estaba bien para ellos. No importaba si había asientos libres, ellos se acompañaban uno al lado del otro. Sin palabras.
Era el último curso para KyungSoo. Quedaba poco tiempo para seguir viéndose en el autobús.
El autobús hizo parada y la gente subió, JongIn fue el último. JongIn se situó a un lado de KyungSoo, y todo empezó. Y ambos sabían que era diferente. Que tal vez hoy se rompería la rutina. Su rutina.
Aquella ocasión KyungSoo dejó de cargar libros de bolsillo. Ya no era necesario.
KyungSoo reconoció la parada donde JongIn baja de lunes a viernes. Pero JongIn no bajó. KyungSoo volteo a ver a JongIn y este le regaló una sonrisa. Avergonzado, bajó su cabeza.
Minutos después, KyungSoo bajó del autobús, sabía que JongIn caminaba detrás de él. Dobló por la esquina y las luces de su casa se veían como algo lejano.
-Hyung, le invito una taza de chocolate.
Ambos estaban ahí, quietos y los latidos del corazón retumbando fuerte.
KyungSoo volteó, con los ojos muy abiertos. JongIn pensó que eran las lunas más brillantes del mundo. KyungSoo no dijo nada pero asintió.
JongIn tomó su mano y caminaron juntos.
Los dos sabían que sería diferente, lo seria de ahora en adelante.