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Nosotros Dos por SHINee Doll

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Notas del fanfic:

Comencé a publicar este fanfic en mi blog hace algún tiempo, pero ahora decidí hacerlo acá porque quiero que encuentren mucho MinKey en AY. 

Notas del capitulo:

130307. ¡Primer capítulo! Así es como inicia esta absurda ocurrencia. Desde ahora les aviso que son únicamente once capítulos. ¿Actualizaciones? No estoy segura. ¿Una o dos por semana? Bueno, dependerá de su respuesta a esto. ¡Saludos~!

Capítulo I. Encontrándonos una y otra vez.

 

Hace un mes, mi mejor amigo me acompañó al aeropuerto para recibir (junto con una multitud que no paraba de llorar y gritar) a «Key», la sensación del momento. Kim Kibum, de nombre real, y “Key” de artístico, es reconocido por su trayectoria (quizá no demasiado larga, sólo tres años) como modelo y sus colaboraciones (bastante significativas) con algunos grupos de la onda coreana actual. Jinki, al que de cariño llamo Onew, se aferraba con fuerza a mi brazo cada que algún desesperado fan corría a su lado y le empujaba con torpeza, de vez en cuando se quejaba de mi intento por reunirme de aquella forma (dramática, patética y poco agradable, como decía él) con el recién llegado.

 

No podía negar que una parte de mí también encontraba ese medio una terrible idea, pero echaba tanto de menos al que estuvo de viaje que la ansiedad me orilló a mezclarme entre el montonal de gente apretujada en aquel corredor. Logré llegar a la primera fila entre insultos y chillidos de algunas mujeres, arrastrando a Onew conmigo. Creí quedarme sordo cuando alguien gritó «¡es él!» tras de mí. Dirigí la mirada a la puerta y entonces le vi y me quedé mudo por la impresión.

 

Key, como debía llamarlo, había abandonado (en algún punto incierto durante su estadía en el extranjero) el tono castaño acaramelado de sus cabellos, el cual fue sustituido por un rubio dorado que le hacía ver la piel más blanca y suave. Sonrió de forma tímida hacia aquellos que agitaban pancartas con su nombre y se acomodó mejor los costos lentes oscuros de marca.

 

A su lado venía Kim Jonghyun, su manager nuevo (llevaban juntos el mismo tiempo que él fuera del país) y Lee Taemin, un muchacho de aspecto infantil y mismo porte de estrella. Pasaron frente a nosotros con una naturalidad que me detuvo el corazón un momento. Supe que me había visto porque me regaló una sonrisa también e incluso tuvo el descaro de alzarse las gafas y mirarme a los ojos con sus orbes marrones. No hubo nada, siquiera ese brillo de antes.

 

La desilusión no tardó en hacerse presente y reflejarse en mi rostro al tiempo que él se alejaba con ese andar elegante y el chico de los cabellos rojizos susurrándole algo al oído. Jinki tiró de mi mano fuera de ahí y me palmeó los hombros, tratando (inútilmente) de animarme. Así fue nuestro primer encuentro luego de mucho tiempo.

 

 

 

 

 

Siempre se me consideró muy joven para hacerme cargo del negocio familiar. Minsuk, mi hermano mayor, es quien debería haber asumido el cargo luego de la muerte de nuestro padre, más no fue así. Acababa de cumplir los dieciséis años unos días atrás cuando el desafortunado accidente ocurrió y la avioneta que transportaba al conocido Sr. Choi (mi padre) y varios socios (incluido uno de mis tíos y un primo), presentó una falla mecánica y se vino abajo en picada, estallando al impactar con el suelo y dejando a su paso únicamente fragmentos de lo que alguna vez fue algo. Minsuk había cumplido los veintiuno y estaba por acabar la universidad. Sus últimos años estuvo inmerso en el mundo de los negocios gracias a su elección de carrera y su inglés era muchísimo mejor que el mío. Yo desconocía en ese entonces que él tenía una novia, planes de boda y un bebé con un par de meses de nacido.

 

Mi madre murió antes de que cumpliese los diez. Frente a la tumba de mi padre, enseguida de la suya, dos semanas después del funeral, lloré por vez primera. No sé si fue por ella, por él, por ambos, o sólo por mí. Minsuk había renunciado frente a la junta directiva a asumir la responsabilidad, empacó un par de maletas, compró un boleto de avión y cogió el primer vuelo a Londres para reunirse con su enamorada. Tenía miedo del futuro, eso estaba claro, porque a mis dieciséis años debía aceptar cumplir con un papel que no me correspondía, dirigir mis estudios futuros a un área determinada y renunciar a un montón de sueños que apenas comenzaba a concebir en mi mente adolescente.

 

— Si te quedas más tiempo, cogerás un resfriado. — dijo alguien tras de mí, con un tono entre compasivo y burlón.

 

Me incorporé lentamente y sacudí la tierra de mis pantalones, apenas podía recordar el momento en que caí de rodillas entre sollozos agonizantes y lágrimas que me nublaban la visión. Era de noche ya, hacía frío y no parecía haber más gente en el cementerio, salvo nosotros. Di media vuelta y lo encontré de frente, a una tumba de distancia. Se abrazaba a si mismo con un brazo, ya que el otro estaba flexionado de modo que la mano (formada en un puño y cubierta por el suéter gris que le quedaba enorme) le tapaba la boca.

 

— Sí. — fue todo lo que me atreví a decir, mirando algún punto impreciso detrás de él. Nunca fui bueno para relacionarme con las personas, especialmente con las que recién conocía, así que él no podía esperar más de mí.

 

— ¿Estás avergonzado? — preguntó de pronto, y le miré sin comprender. — He estado aquí el mismo tiempo que tú y te he escuchado llorar, ¿es eso?

 

Nunca noté que él se encontraba ahí, tan cerca, lo cual era desconcertante, porque de un instante a otro parecía incapaz de apartar mi mirada de él. Era una atracción desconocida. Fue así a partir del momento que se dirigió a mí esa segunda vez.

 

De pronto, saber que presenció una escena que venía reservándome para un momento en solitario, se me antojó poco agradable. Negué y entonces él sonrió.

 

Escuchamos pasos veloces y pronto tres hombres vestidos de negro de pies a cabeza se reunieron con nosotros. Uno de ellos se acercó a mi (todavía desconocido) compañero y le colocó un grueso abrigo sobre los hombros. Él lo apartó de su cuerpo con la misma delicadeza que le fue puesto.

 

— Debo irme. — susurró en mi dirección, y el hombre volvió con los otros. — Mi nombre es Kibum, espero nos encontremos de nuevo alguna vez. — asentí, confundido, y por acto reflejo alcé la mano cuando lanzó la prenda en mi dirección. — Hace frío. — me recordó. Me dio la espalda y se marchó. Los tres hombres le siguieron a un metro de distancia. Una escolta, dije para mis adentros, y eso me sembró la duda de quién podía ser él si necesitaba que tres elementos de seguridad le acompañasen al cementerio.

 

La curiosidad me motivó y avancé hasta la tumba que se encontraba visitando, la única con flores nuevas entre un montón de sepulcros olvidados. Una gaveta, dos personas en un mismo lugar, un monumento a sus recuerdos. Leí los nombres con la certeza de haberlos escuchado antes y la única fotografía visible me terminó de confirmar la identidad de los que allí descansaban. La mujer fue una actriz muy conocida y admirada, el hombre dirigía una casa discográfica (la competencia de mi padre) que cedió a uno de sus parientes un par de meses antes del accidente donde ambos murieron. Nunca se habló de su hijo, aunque no me quedaba duda de que era ese chico al que acababa de ver. ¿El motivo? No podía saberlo. ¿Ilegítimo?, ¿adoptado?, ¡a quien importaba!

 

Salí del cementerio con su abrigo puesto. Un coche esperaba por mí a una cuadra de distancia. Camino a la mansión de mi familia recibí un sermón de mi tutor sin escuchar palabra alguna.

 

 

 

 

 

Jinki entró a la oficina sin llamar a la puerta antes, mostrándome su enorme sonrisa de siempre. Suspiré al verle, apartando los papeles que estaba leyendo antes de su interrupción. Tomó asiento en el sofá dentro de la habitación y me estudió un rato con sus ojos pequeños y curiosos.

 

— Habla de una vez. — demandé molesto, incómodo ante tanto silencio.

 

— Key ha vuelto para quedarse. — me informó con aire de matón, como si eso representase una amenaza o algo similar. Aunque quizá lo fuese, porque una semana había transcurrido desde su regreso y mi humor andaba por los suelos. — Firmó un contrato con la empresa de Leeteuk. Todo parece señalar que tienen un nuevo proyecto y Key formará parte de él.

 

— ¿Qué clase de proyecto? — quizá preguntaba por inercia, tal vez porque en el fondo necesitaba saberlo todo de él, encontrar el modo de acercarme.

 

— Las colaboraciones de Key con diversos artistas han funcionado de maravilla, ¿no es así? — asentí, siguiendo su razonamiento. — Pues bien, ellos formarán un quinteto que incluirá a Kris, Key, Amber, Taemin y Kai.

 

La industria de la música estaba volviéndose loca. A mis casi veinte años, debía prepararme para ese tipo de cosas como director de una casa discográfica. Siempre imaginé que Key firmaría con nosotros si alguna vez decidía hacer tal cosa como convertirse en cantante.

 

— Conozco a Kris, Amber y Kai. — admití al transcurrir unos minutos. — Se les ha incluido en colaboraciones pequeñas durante este último año, al igual que a Key antes de su salida del país. También estoy al tanto del talento de Kai en lo que respecta al baile. — Jinki asintió, cambiando de postura y cruzando las piernas. — ¿Qué sabes de Taemin?

 

— Lee Taemin. — susurró, mirando a la pared contraria. — Estudió danza en una academia de Los Ángeles durante tres años, tiempo en que conoció a Key. No volvieron a verse hasta hace dos años, cuando se toparon en Londres. Ambos fueron invitados a un programa, Taemin al ser reconocido en muchos lugares de Japón y Key por su atractiva personalidad. En el set se encontraban actores, cantantes, bailarines y modelos, la mayoría del extranjero. Se pusieron de pie a mitad de la grabación y dieron una demostración de lo que sabían hacer. «Esto se llama “Recordar viejos tiempos”», afirmó Key con su sonrisa amplia y entonces la música comenzó a sonar. El resto del programa los presentadores los elogiaron y les hicieron un sinfín de preguntas sobre el modo en que se conocían.

 

— ¿Cómo sabes todo eso? — si yo sabía de la existencia de Taemin, fue pura buena suerte y casualidad, pero él…

 

— Yo si veo televisión. — habló descarado, echándose a reír. — Cuando eso ocurrió aún no trabajaba aquí y mucho menos te conocía. Luego pasó el tiempo y no creí necesario contártelo.

 

— Que amable de tu parte. — agregué con sarcasmo, retomando lo que hacía antes de su llegada. — ¿Tienes idea de que les ofreció Leeteuk para que firmasen allá y no con nosotros?, dudo que puedan darles algo mejor que…

 

— Fueron Key y Taemin los que pidieron la reunión con Leeteuk, no al revés. — quedé mudo y la pluma cayó de mi mano. — Supongo que fue una sugerencia de alguien de dentro. Key parece tener buena relación con varios miembros de grupos de la empresa. Ellos deben haberle animado a hacerlo.

 

— Puede ser. — coincidí, tratando de recuperar la compostura.

 

— Minho. — asentí, indicando que le escuchaba. — He estado contigo durante el último año, puedo considerarte más un amigo que un compañero de trabajo o mi jefe… — le miré, esperando fuese al punto. — jamás he cuestionado una sola de tus decisiones ni preguntado más de lo que creo conveniente, pero esta vez realmente hay algo que creo pertinente debes decirme.

 

— ¿Qué cosa? — era extraño verle así de serio.

 

— ¿Cuál es tu relación con Key? — los colores se me fueron del rostro, estaba seguro. — No quise indagar sobre ello el día que me pediste fuésemos al aeropuerto, tampoco cuando mostraste esa desilusión contundente, pero esta semana has estado deprimido y no logro encontrar un motivo mejor que ese encuentro fugaz. — no podía hablar, no sabía que decirle. — La noticia que acabo de darte tampoco te ha sentado bien, y dudo que sea por el hecho de que nuestra competencia se quede con él, sino porque tenías la seguridad de que Key vendría a ti.

 

— Onew… — mierda. Odiaba cuando dejaba de lado su actitud despistada y prestaba atención hasta al más mínimo detalle. — es una historia bastante larga.

 

— Entonces comienza a contármela — demandó, tirándose en el sofá. — o si lo prefieres, hazme un resumen.

 

 

 

 

 

Corría el mes de enero y el ciclo escolar iba por la mitad. Ese no fue impedimento para que Kangta, primo de mi padre y mi tutor legal hasta que cumpliese la mayoría de edad, secundado por Siwon, uno de mis primos, me transfiriera a un nuevo instituto. ¿La finalidad? Prepararme para los cambios que se avecinaban.

 

Sooyoung acababa de graduarse el año anterior de ese lugar con un promedio que era digno de envidiar y una beca para esa universidad a la que tanto deseaba ir, así que ella estuvo muy contenta de saber que seguiría sus pasos el año y medio que me quedaba en ese nivel. Me explicó con todo lujo de detalle el funcionamiento de los grupos sociales dentro del campus y a quiénes debía acercarme si deseaba comenzar a conseguir contactos antes de ir a la facultad de economía. Ella parloteó por alrededor de una hora sobre la gente “importante” que me toparía sin darse cuenta que me había puesto los auriculares y lo único que hacía era mirarla.

 

Llegué al instituto como todo alumno nuevo en su primer día: atrapando la mirada de quien iba pasando a mi lado. Para la hora del almuerzo todos sabían del chico recién transferido a mitad del curso y heredero de la casa de los Choi. Escuchaba los cotilleos tras mi espalda. Dejé que la primera semana transcurriese así, y no me involucré con nadie aunque más de uno me dirigió la palabra.

 

Era viernes y no tenía hambre. La cafetería estaba abarrotada de gente. Había mesas con ocho o diez personas bromeando, conversando, riendo; las más discretas tenían únicamente cinco miembros. Dos no encajaban en ese “orden” autoimpuesto dentro de la división sumamente marcada de la jerarquía social: una donde estaban más personas de pie que sentadas y la mía, donde sólo estaba yo. Me había decidido a acabar el instituto sin compañía alguna y mantenerme al margen de todo movimiento dentro del mundo estudiantil. Sólo deseaba salir de ahí.

 

Picaba la comida con un tenedor sin intención alguna de llevármela a la boca cuando la mesa de “los populares”, esa que ni se veía por culpa de los que la rodeaban, llamó mi atención. La gente se hizo a los lados como el agua de aquel mar en los relatos bíblicos y entonces mis ojos se fijaron en él.

 

Debió sentirse observado también, porque volvió el rostro en mi dirección y me regaló una sonrisa preciosa. Mi tenedor hizo eco en el silencio repentino que se plantó cuando los demás siguieron su mirada.

 

Se levantó con elegancia y dejó la mesa cogiendo su bandeja intacta. No tardaron en comenzar a hablar, pero no escuchaba algo más que sus pasos.

 

— Me sentaré contigo a partir de ahora. — me dijo con ese aire de quien todo lo sabe, y no fue un cuestionamiento como hubiera esperado, sino una afirmación que parecía orden. — Me da gusto verte de nuevo.

 

— Kibum. — fue todo lo que pronuncié y entonces él me sonrió de nuevo.

 

— Aquel día en el cementerio te dije que cogerías un resfriado, ¿recuerdas? — asentí, jugando con la fruta en mi plato. — Al final, el que terminó enfermo fui yo. Pasé los últimos días en cama con gripe y hoy he regresado al instituto, de no ser así me hubiese sentado contigo desde el primer día.

 

— ¿Por qué? — ¡brillante, Minho!, pero no lograba comprenderle.

 

— Tampoco yo lo sé… — musitó, desviando la mirada. — pero he estado pensando en ti desde esa noche. ¿Me crees tan estúpido como para desperdiciar esta oportunidad?

 

Negué, incrédulo, y entonces tomó una fresa con su tenedor y la colocó en mi plato, sonriéndome traviesamente. El resto hablaba de nosotros, sus amigos se quejaban al ser abandonados, más de uno me miraba con enfado en los pasillos cuando regresamos a clase. Kibum había dicho que las cosas serían así un tiempo y luego se acostumbrarían a mi presencia. Tenía mis dudas, pero opté por creerle.

Notas finales:

Próximo:

Capítulo II. Cayendo en las trampas del amor.

-se siente Cupido- xD

 


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