Usami Akihiko era un adulto japones de veintiocho años de edad, era atractivo, escritor y también un arribista, intentaba timar a los comerciantes extranjeros, su familia prospera y rica había hecho fortuna con la seda, la fabricación de hermosos quimonos, los estampados y dibujos de los mismos pintados hermosamente de manera artesanal con *fudes de madera, el shogunato de Kioto estaba enamorado de esos quimonos, de allí la fortuna de la familia Akihiko.
Pero Usami salía de lo normal, era independiente, aventurero y prospero a realizar viajes, viajó a EE.UU en una ocasión pero no le agradó la forma de pensar tan abierta y tan distinta a la japonesa, en esta ocasión viajó al Reino Unido de Gran Bretaña, ese viaje sí que lo disfrutaba enormemente, la forma inglesa de pensar, esa mentalidad tan pulcra y decorosa era tan parecida a la de su país que casi podría jurar que se encontraba en Japón, solo eran distintos por los rasgos físicos.
Era un viaje de placer pero también de negocios, Usami esperaba poder negociar sus preciadas telas de seda con un aristócrata ingles, aunque mientras, disfrutaba de unas merecidas vacaciones, aprendiendo el idioma, la cultura y costumbres de ese país, las ropas eran tan distintas a las japonesas, las muchachas no llevaban esos estrechos obis pero sí llevaban algo que llamaban “corsés” los quimonos eran rectos y sin tantos adornos extras como los lazos, cintas, bordados exagerados, pero lo más gracioso era esas faldas abultadas por la “parte baja de la espalda” otorgándoles el aspecto de un caracol.
Los hombres tampoco llevaban *hakama, solamente unos pantalones más estrechos que los hakamas japoneses, las mangas no eran tan largas como las de un quimono, eran más simples y de corte estilo tubo y no rectangulares, usaban algo llamado corbatas y lazos en el cuello.
En definitiva, realmente eran distintos en el modo de vestir pero no en el de pensar.
Eran las siete y media de la tarde y ya estaba anocheciendo un poco en Londres, debería ir a la tienda Harrods, allí compraría un sombrero nuevo y quizás alguna bisutería a su madre.
Al llegar a la tienda vio una gran multitud de gente, la gran mayoría eran ingleses con sus sirvientes, algunos de los cuales eran japoneses o hindúes, otro país que había hecho furor en la sociedad victoriana, también pudo ver algo realmente raro y extraño, tenían forma de escaleras, pero eran de ¿hierro? y.... ¡SE MOVIAN SOLAS! Lo peor es que a nadie le extraña e incluso subían a ellas sin miedo ni temor, al final de las mismas habían empleados repartiendo brandys a los posibles compradores y sales aromáticas y hermosas a las mujeres...
¿como podían moverse solas unas escaleras de hierro? ¿que hierro se mueve por si solo? El hierro es duro y compacto sin posibilidad de moverse si solo...O eso es lo él había estado pensando toda su vida hasta ese momento, no sabía que hacer, ¿subir por las escaleras normales o por esa “cosa” metálica? Se decidió por lo primero y subió hasta el segundo piso, realmente esos almacenes eran enormes, no se entretuvo mucho, tomó un sombrero de color gris oscuro con una banda marrón oscuro y volvió a bajar por las escaleras tradicionales.
Al primer piso encontró la sección de bisutería y joyería, la mayoría de los anillos eran feos, perlas, gemas, piedras preciosas y rubíes demasiado grandes, solo parecían estar hechos y diseñador para demostrar opulencia frente a las amistades, pero no eran prácticos ni elegantes, pesaban demasiado.
Estuvo mirando un buen rato, mientras dos jóvenes dependientas le intentaban engatusar algún cachivache de la tienda, encontrando lo que buscaba, un hermoso reloj de bolsillo para su padre y una pequeña caja con una gargantilla con una diminuta esmeralda en el centro a juego con un anillo y unos pendientes con el mismo fino diseño.
Ordeno grabar en el interior de la cubierta del reloj las palabras: Usami Fuyuhiko recibiendo un justificante para volverlo a recoger dentro de dos días o sí prefería ser enviado al hotel donde se alojaba, decidiéndose por la primera opción, pues odiaba quedarse esperando en una maldita habitación la llegada del cartero.
Con las compras hechas de ese días se dirigió a su cita, ya eran las ocho de la noche y el cielo ya estaba de un color azul oscuro casi negro, tomó un carruaje que estaba estacionado esperando algún cliente y se dirigió a la Abbey Road, lugar donde se encontraba la mansión de su cliente.
Y así transcurrió el segundo día de viaje de Usami Akihiko, un viaje que le depararía grandes sorpresas, buenas y malas, pero que aún desconocia.