Londres. 12 Febrero 1902.
Le dolían los pies de tanto correr, estaba con un brazo herido debido a que mientras corría cayó sobre vidrios rotos , hizo caso omiso al dolor que aumentaba cada vez más, si se detuviera tan solo un instante sus perseguidores no se apiadarían de ella y la ultrajarían y matarían allí mismo en la calle.
Le vino a la mente el rostro de su nana, sabía que si era mancillada ahora, ni aunque fuese hija de un conde la salvaría de ser una paria ante la sociedad, pero fue tan idiota en salir a los jardines con el caballero con que bailó, no sabía que habían otros dos hombres esperándolos, cómplices de aquel mentecato.
De repente sus piernas flaquearon, su cabellera larga y de color negro azabache fue teñido de lodo, su vestido blanco si es que se lo podía decir, estaba manchado de sangre y lodo y para el golpe de gracia estaba roto, suspiro y cerro sus ojos ya sabía que había llegado a su fin, cuando de repente oyó una voz femenina.
-Ciela, Oh por todos los demonios!-
De seguro su mente le hacia una mala jugada, no podría ser Sebastiana, su guardiana, sonrió, imagino su caminar con su deje de elegancia y altivez, su corto cabello negro y sus inigualables ojos rojos, imágenes de su infancia invadieron su mente de Sebastiana cuidándola.
Pero cuando ella cumplió 15 años , su padre mandó a Sebastiana a un encargo en Rusia y ya había pasado dos años en el cual Sebastiana había desaparecido de su vida, ni siquiera le mando una carta en todo este tiempo, le rompió el corazón con aquella indiferencia, los primeros meses le escribió cartas todos los días luego cada mes, pero nunca obtenía respuesta así que decidió olvidarla también aunque invadía sus sueños cada noche, nunca podría decirle que sentía un amor impuro y prohibido por ella, que cada vez que miraba sus labios tenía un deseo desesperado de besarla.
Sintió un toque en su mejilla, elevo su mirada y allí la vio, Sebastiana se veía hermosa e imponente, aunque llevaba el cabello más largo atado en una coleta y vestía con pantalón, algo no propio de ella, pero debía admitir que parecía un hombre, se veía tan atractiva, pero una belleza perversa, ahora estaba agradecida con ella , el trance terminó cuando oyó mas pasos ,trató de incorporarse pero solo consiguió caer y hacer sonar sonoramente su occipital contra el suelo, todo sucedió tan rápido, Sebastiana sacó un arma de su bolsillo y le disparó en la cabeza a uno de aquellos hombres, al otro lo dispara en el pecho, pero el caballero con el que baile corre, Sebastiana arroja el arma y saca una navaja y lo persigue corriendo sin antes gritarme que me quede quieta, como si pudiera.
Pasaron unos minutos y ya comenzaba a tener frio y contar estrellas ya no le distraía, se sentía tan idiota, tan vulnerable, si su padre se enteraba de lo que le ocurrió seguramente no la dejaría asistir a ningún baile por el resto de su vida, oyó unos pasos y su cuerpo se tensó, y si le había ocurrido algo a Sebastiana, con tan solo pensarlo un dolor en su pecho apareció, no podría ser, Sebastiana manejaba a la perfección la defensa personal, fue calmada cuando volvió a oír aquella voz que la hacía suspirar.
-Se encuentra bien, mi lady?-
-Pues acaso me ves bien? , mira estoy bailando de tan bien que estoy- le respondí sarcásticamente, odiaba esa parte mía, pero merecía pagar por abandonarme sin ni siquiera despedirse.
En cambio Sebastiana no respondió a mi sarcasmo, solo se arrodilló y puso su brazo derecho en la cara posterior de mis muslos, no pude evitar sonrojarme, su otra mano la puso en mi espalda baja y me alzó, estaba entre sus brazos y escuchaba el latir de su corazón, ella estaba respirando agitadamente mas su rostro era inexpresivo, a unas cuadras estaba un carruaje, alguien abrió la puerta desde adentro y ella me acomodo allí, cuando me ubique en el asiento me fije que había otra chica en el carruaje, aquella dama en cuestión era verdaderamente hermosa, tenía una belleza encantadora, su cabellera pelirroja iba suelta y rebelde pero aun no dejaba de estar radiante, sus ojos verdes me estaban analizando, llevaba un vestido rojo como la sangre, ella me dijo un buenas noches, yo le respondí lo mismo meramente por inercia, Sebastiana entró al carruaje y se sentó al lado de aquella mujer, me invadió una incomodidad que me picaba en el medio del pecho pero no tenía fuerzas para replicar algo, mis parpados me pesaban, lo último que vi fue el rostro de Sebastiana.
Al día siguiente…
Desperté, me encontré en ni cuarto, aun llevaba el vestido andrajoso de anoche y el brazo herido lo llevaba vendado , me levante y la vi allí, Sebastiana estaba dormida en el piso, se veía tan hermosa dormida.