Conocí a Kim Jung Hyuk en una de esas típicas fiestas para solteros. No es que estuviera muy interesado en esas reuniones, pero esa vez no me pude negar a la petición de unirme. Siempre me llegan invitaciones de este tipo. Considero que soy de bastante buen ver, y las chicas monas siempre acuden a las fiestas si mencionan que yo asisto. No me molesta esta clase de atenciones, al contrario, digamos que me divierten. El mundo cambia bastante cuando se es hermoso.
La primera vez que crucé miradas con él, se sobresaltó, pegando un pequeño respingo y, poniéndose colorado, desvió la mirada hacia el suelo. Me pareció muy tierno el gesto. Si hubiera sido chica, seguramente hubiera ido a por ella. Pálido, de piel nacarada, de esa que podía volver loco a cualquiera. Con el pelo a la moda, teñido de rubio con las puntas rosas claras, muy propio para su tez. Cejas cuidadas, igualmente rubias. Ojos marrón verdosos, de esos que cambian con el día y el humor y, a pesar de rasgados, grandes, expectantes. Delgado, sin muscular, pero con el punto exacto para que no sea el típico "tirillas". Incluso a veces me pareció ver los músculos un poco marcados. Labios rojos, incitantes. Era más bajito que yo, de esa estatura que es perfecta para abrazar. Y esa actitud tímida, pero a la vez atrevida. De los que ponen todo el empeño en conseguir lo que quieren, aun arriesgándose a ser rechazados. Medio coreano, medio japonés, aunque nacido allí.
Como me hacían gracia sus reacciones, ese día no hice más que observarle, riéndome por dentro de los momentos en los que se sonrojaba a sabiendas que había sido mi mirada la que lo provocaba. Consciente de que me miraba intensamente cuando yo no lo hacía. Esa noche me pregunté si ese chico sería gay.
A la mañana siguiente, mis compañeros de la universidad estuvieron comentando la reunión de anoche, y mediante trozos sueltos de la conversación pude confirmar mi sospecha y añadir nueva información. Era bi con un corazón muy herido por las mujeres. Interesante. Siempre he sido muy rápido para encajar las piezas, así que no me hizo falta mucho para comprender la situación. Yo le gustaba.
A partir de entonces, siempre que sabía que él iba a estar en las fiestas, yo acudía. Ese rato observando sus reacciones, provocándole, me divertía. Empecé una especie de juego de gato y ratón. Yo le presionaba, quería ver hasta donde era capaz de llegar. A veces, charlaba alegremente, como sólo lo haría un amigo. Otras veces, filtreaba abiertamente, haciéndolo parecer una broma, pero haciendo que mis ojos brillaran de una forma especial. Y entonces podía verle sonrojándose, desviando la mirada, tartamudeando. Otras veces, sólo filtreaba de una forma más indirecta, diciendo cosas que sólo el cogería. Entonces el me miraba, sonrojado igualmente, tímidamente, y yo esbozaba mi sonrisa torcida y enseguida bajaba la cabeza, ocultandose, aunque yo podía ver como el rubor se extendía claramente por sus orejas y cuello.
Con el paso del tiempo, dejé de ir a las reuniones, pero, a cambio, le llamaba para quedar y dar vueltas, hacer cosas divertidas. Como lo harían dos buenos amigos. A veces, tímidamente, era él el que me invitaba a dar una vuelta.
Sabía que estaba confundido. Sabía que yo le gustaba y que le estaba enviando señales muy contradictorias. Sabía que debería estar sufriendo, al menos, un poco. Lo sabía, pero aún así, no era capaz de pararme a mi mismo. No podía dejar de pensar en el siguiente movimiento, en la siguiente reacción, en el siguiente gesto. Me encontré a mi mismo totalmente enganchado y dependiente. Al final creo que el gato se dejó ganar por el ratón.
Si bien él estaba confundido, yo también. Siempre había sido hetero, aunque como bien había recalcado muchas veces, si se me ponía delante un chico demasiado mono seguramente no escaparía a la tentación. Además, mi hermana era lo que se llama una "fujoshi" convencida. Así que devoraba historias donde los chicos eran las parejas. Yo, cuando a veces me aburría, me sentaba en el pequeño sillón que tenía junto a la ventana y leía alguno de esos cómics. Así que la idea de una noche con Hyuk no me desagradaba. Sabía que podría, pero tampoco quería herirle.
Pasó algo de tiempo en esa situación. Empecé a desarrollar una especie de necesidad. Mi imaginación acababa siendo demasiado detallada y pasaba mis sueños explorando aquella piel que me enloquecía, haciendo enrojecer esas orejas que siempre me moría por morder. Así que no podía tenerlo al despertar y mis sueños ya no eran suficiente. Mi humor empezó a empeorar, siendo a veces un poco cruel sin pretenderlo. Sabía que él tampoco podría aguantar mucho más con este juego. Sabía que, posiblemente, una noche no fuera suficiente.
Un día, cuando ya estábamos en otoño, que hacía más fresco de lo habitual en esa semana, volviendo a su casa, cuando estábamos con una conversación de lo más normal, un poco vaga ya, me quedé pensativo, quizá con una mirada un poco triste, que debió de ser la gota que colmó su vaso. Se paró en seco, lo que me hizo detenerme a mi, girarme y mirarle, intentando averiguar la causa del parón repentino.
Mi sorpresa fue hallarlo cabizbajo, con lo que parecían ser lágrimas en los ojos, colorado por completo. Arrebuñaba las mangas de su jersey marrón oscuro junto con los picos sobrantes de su bufanda de otoño.
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