“La muerte se aproxima, y la sombra que la procede ha arrojado una influencia tranquilizadora sobre mi corazón. Mientras atravieso el oscuro valle, anhelo la simpatía-casi iba a escribir la piedad-de mis semejantes”.
Eiri miró sus rodillas que se encontraban ya incrustradas al suelo pastoso, de un salto se puso de pie, arrancando las raices que se habían formado en sus rodillas.
-Bien...-sonrió Esog, complacido-creo que es momento de continuar.
Antes sus ojos apareció una esfera de luz que poco a poco se fue haciendo más grande y tomándo forma. Otro momento en la vida del escritor Usegui se había formando.
Eiri; a sus 16 años, se encontraba leyendo un libro sentado en una de las mesas del comedor, el cuál formaba parte del departamento que compartía con el profesor Kitasawa.
-Veo que te gusta mucho leer.-comentó el castaño, apareciendo por detrás del pequeño, provocando que éste se sobresaltara.
-Me encanta leer,-sonrió el jovencito, girándose para mirar a su profesor-pero me gusta más escribir. De hecho mi mayor sueño es volverme escritor.
-Prometo ser tu lector número uno-comentó Yuki, provocando un gran sonrojo en el rostro de su pupilo.
Aquella escena se disolvió, haciendo que la cueva se hundiera en una profunda oscuridad.
-Mentiroso...-murmuró con rencor el difunto Eiri. Esog miró el rostro dolido del escritor y con pasos suaves se dirigió a él.
-Falta poco...-susurró al oído del rubio escritor quien se quedó ahí parado y con mirada taciturna.
Otra escena se abría paso de entre la profunda oscuridad, mostrando ahora la amplia sala del departamento que en su momento había acocigo al jovencito Eiri. El pequeño miraba la televisión sin prestarle mucha atención. Pasaban de las 12 de la mañana y su maestro no había aparecido en todo el día, preocupándolo.
-Ese día...-musitó Usegui con voz cansina y los ojos llenos de dolor. Esog embozó una curiosa sonrisa.
El sonido de la puerta al abrirse llamó la atención del pequeño Eiri quien de un salto se puso de pie y miró a la persona que aparecía en la entrada de la sala dando traspiés.
-Profesor...-suspiró el jovencito, mirándo al hombre castaño el cuál iba acompañado de un hombre de la misma edad que Kitasawa y de apariencia norteamericana. Un peculiar olor a alcohol inundó la habitación, informandole al joven Usegui que tanto su profesor como el extraño hombre se habían pasado de copas.
-¡Wow Yuki!-exclamó el norteamericano, sin depegar la mirada de Eiri-tenías razón, es toda una belleza.
-Lo sé...-habló Kitasawa, arrastrando las palabras-Mi Eiri es una preciosura japonesa-dicho esto se encaminó a un estático jovencito que lo miraba con incertidumbre- es una lástima que sus compatriotas no hayan apreciado tal belleza-suspiró, mientras los estrujaba en sus brazos.
-Te doy 50 dólares si me lo prestas por una noche-habló atropelladamente el gringo, sin despegar su mirada desorbitada de un temeroso Eiri.
-Profesor-musitó el pequeño, aferrándose al cuerpo del castaño.
-Mmmm...trato hecho-Kitasawa alejó a un Eiri que lo miraba con ojos de incredulidad y dolor-pero no lo lastimes mucho, que yo también quiero probarlo-miró con lujuria al pequeño rubio y después de alejarse de él, le giñó el ojo.
-Maldito...-masculló con la mandíbula apretada el Usegui actual.
Kitasawa tomó el billete de a 50 que el extraño le ofrecía y tomó asiento cerca de la escena que pronto se iba a presentar.
El extraño se quitó la chaqueta que llevaba puesta, mostrando en uno de los costados de la cintura de este, una pistola a la cuál tomó y la depositó en la mesita de centro de la amplia sala. El joven Eiri era incapaz de mover su cuerpo, ante los comentarios de su profesor al que admiraba y amaba en secreto, lo habían dejado en un estado de estupefacción.
-Vamos a divertirnos pequeño...-el norteamericano se acercó al pequeño; a quien lo tumbó en el suelo y se acercó para besarlo.
Al sentir los labios sucios de aquel hombre, Eiri reaccionó y con una fuerte patada, golpeó la entrepierna de aquel extraño, quien se dobló de dolor.
-¡Maldito mocoso!-vociferó colérico el gringo, incapaza de moverse por tremendo dolor.
El pequeño Usegui se puso de pie y trató de escapar pero fue intercepado por Kitasawa.
-Muy mal Eiri-dijo éste, desabrochándo su cinturón-eres un niño malo...mira lo que le haz hecho a Josh.-arrinconó al pequeño contra el sofá y quitándose la camisa se acercó al trémulo Eiri-he notado como me miras-el primogénito de los Usegui abrió los ojos como platos-sé que te gusto...no me mientas.
-Yo...-murmuró en un hilillo de voz el menor.
-Y no vaz a negar que esto que te voy a hacer lo haz deseado desde que me conociste-dicho esto comenzó a desabotonar la camisa del menor y a besar toda la extensión de aquel torso vírgen.
-¡No me toques!-gritó el actual Eiri Usegui, lanzándole un puñetazo a su profesor, el cuál traspasó la imágen de éste y el joven escritor cayó de bruces. Esog lanzó una carcajada ante la acción del escritor quien se puso de pie y con los ojos llenos de una mezcla de cólera y dolor, volvió a mirar la escena, impotente.
Kitasawa, ignorando las súplicas de su pupilo, comenzaba a desabotonar el pantalón del menor, quien se resistió, recibiendo una bofetada de su querido profesor. Entre sollozos el niño divisó a un ostado de él, la pistola del norteamericano de nombre Josh, el cuál aún seguía retorciéndose de dolor. En un movimiento rápido, tomó la pistola.
-No-murmuró el escritor en su forma actual, sabiendo perfectamente lo que pronto iba a suceder-¡Por favor no lo hagas!-vociferó, cubriéndose los oídos con sus manos y cerrando los ojos.
Cegado por el dolor, el pequeño Usegui apretó el gatillo y disparó a sangre fría en la cabeza de su maestro, matándolo al instante.
Ante el sonido del disparo, Josh se recuperó, y enderezándose miró al jovencito semidesnudo el cuál le apuntaba con su pistola. Ignorando el dolor en sus genitales, el hombre se puso de pie y salió corriendo del lugar.
Con los ojos idos, Eiri se dejó caer sobre sus rodillas y con la pistola aún en sus trémulas manos, miró el cadáver del que fue su primer amor.
Con el miedo invadiéndolo, el escritor abrió los ojos lentamente observando el cadaver Kitasawa el cuál lo miraba con sus ojos vacíos y sin llenos de vida, las piernas del rubio Usegui ya no resistieron más y se dobelgarón, cayendo sobre las rodillas el joven rubio.
-N...n...¡no!-dió un grito desgarrador, mientras lágrimas salían de sus amarillentos ojos.
La escena se esfumó, dando la entrada a otra en la cuál Touma abrazaba a un temeroso Eiri el cuál no paraba de llorar, ante el cadáver de Yuki Kitasawa.
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