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I4u por metallikita666

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-No sé cuál sea tu punto. En verdad me sorprendió muchísimo que fueras tú el que llamara…-

El rubio suspiró pesadamente del otro lado de la línea. –Ya han pasado cinco días, Hide. Es demasiado tiempo como para que sigamos actuando como niños pequeños.-

-No lo puedo creer. ¡El burro hablando de orejas!...- Matsumoto sabía que lo que seguiría de inmediato sería una queja de su novio, por cuanto la atrapó justo a tiempo. -¿Quieres que conversemos, no es así? Dime primero una sola cosa: ¿has seguido viéndolo?-

-¡Hideto, por favor!- Hayashi comenzaba a estresarse. Inconscientemente, se tomó la frente, resbalando luego la mano por el costado de su rostro. En verdad se estaba controlando al máximo. –Yo podría preguntarte exactamente lo mismo…-

-No, mi amor- interrumpió el pelirrosa, cortante. –Sabes que no.-

-¡Pero yo no quiero tener esta plática así, por teléfono! Una cosa llevaría a la otra, y esta no es la mejor manera. Quiero hacer lo posible por salvar las cosas…-

-Las cosas se salvan no equivocándote.-

El teléfono era muy frío, sin duda. Y definitivamente, no se comparaba con los pocos kilómetros que los separaban. Pero es que había entonces una tensión en el ambiente muy distinta a las veces anteriores. Había algo muy diferente.

La araña, con la mano todavía sosteniendo el auricular, aunque ya hacía rato que lo hubiera colocado sobre la base, miraba el aparato con gesto perdido. Lo miraba pero no lo veía. En realidad, no veía nada.

¡Y todo parecía ser tan fácil! Casi como un protocolo puntualmente escrito, o una receta de cocina. Paso uno, buscar al tipo. Paso dos, gritarle el mejor y más abundante aluvión de insultos, seguido por unos cuantos golpes. Paso tres, dirigirse al verdadero ofensor y apelar a su responsabilidad, amenazando o condicionando, si fuera necesario. Al final de esos tres puntos, su orgullo debería estar vengado, su ego en vías de recuperación y su conciencia, tranquila. Pero no.

Dolía. Mucho más que las anteriores peleas. Mucho más que cuando mirara el tiradero en la habitación de Yoshiki, aquella mañana en que lo encontrara arropado como un capullo, y comenzara a sospechar lo peor. Con lo obsesivo que era, no existía ninguna razón en la tierra para dejar su ropa desparramada de aquella forma. Ninguna, excepto esa.

Y dolía saber que a quien le había tendido la mano tan generosa y despreocupadamente, se tomaba el codo así, sin más. Recordó entonces algunos reproches de cierta gente importante en su vida, entre ellos el rubio, que le recriminaban su sempiterna ingenuidad y gran corazón. Porque nadie así lograría salir más o menos indemne de la selva de la vida. Y se estaba dando cuenta que no hablaban infundadamente.

Pero existía algo que no calzaba. No podía odiar de manera visceral al pordiosero, aunque no por ello dejaba de sentir un gran resentimiento y mucho enojo. Recordaba la expresión en sus ojos; la culpa. La misma que confesaran sus palabras porque los dos se sabían mutuamente apreciados. Pero había algo más. Una especie de sufrimiento profundo, manifestándose de manera creciente cada vez que debía tocarlo, acariciarlo, o besarlo. Llegando a niveles ingentes cuando por los actos del guitarrista, era doblemente obligado a corresponderle. Una amargura que sería como la que se experimenta al no poder dejar de pensar en alguien más.

Todo eso era en realidad, de todo lo que estaba sucediendo, lo único que le importaba.

Se levantó del sillón y se fue directo al perchero, a la par de la puerta. Se calzó y tomó sus llaves, y del suelo, donde permanecía desde que por su acción ahí cayera, recogió el periódico. Cerró el departamento y fue en busca de su auto.

No sabía muy bien a qué iba; ni siquiera había ordenado sus pensamientos. Pero todo eso era secundario. Sólo no quería ser burlado de nuevo. No a sus espaldas. Cuando llegó, dejó el auto frente al edificio de apartamentos, sin meterse al aparcamiento.

Arribó pronto al sitio. Extrajo las llaves de su bolsillo y las mantuvo en su mano, mientras miraba la cerradura. Pensaba. No debía tener ningún significado particular que el baterista lo llamara justo ese día. Con la copia que poseía de las llaves de su casa, podría llegar en cualquier momento. Quiso poner la mente en blanco.

Acurrucado sobre el pecho ajeno y en medio de las piernas del menor, su femenino líder le besaba con lentitud y evidente ternura. No lo sorprendió. Empero, agradeció que estuvieran comenzando, porque conocía a perfección la fogosidad del rubio. De los dos, al fin y al cabo, si las circunstancias eran favorables. ¡Cuántos paparazzi habrían hecho su agosto con aquella toma!  

Al advertir que la puerta se había abierto, Yoshiki volteó para mirarlo, todavía en silencio. Itaya, por su parte, se turbó. Se notaba a leguas que, a diferencia del mayor, no esperaba su repentina presencia.

Hide cerró tras de sí y se adelantó hasta donde estaban los otros dos. Tomó una de las extremidades superiores del rubio, cogiéndole por la muñeca, y se introdujo su dedo medio a la boca, comenzando a chuparlo sin despegar la almendrada mirada de su pareja. El pelinegro notó que era el mismo atisbo enfurecido y rencoroso con que prácticamente lo había obligado a hacerlo suyo. Hayashi permanecía impasible.

Decidido a no vivir nuevamente aquella horrible situación, el vocalista se puso en pie, dispuesto a largarse. Pero el brazo contrario de el de áureos rizos lo detuvo. Incrédulo, el menor de los tres se volteó, descubriendo en los orbes preciosos y brillantes de la Barbie, la más dulce y enternecida expresión de súplica que jamás hubiera podido imaginar. Quien entonces pudiera negarse a esos ojos cristalizados y conmovedores, que gritaban en el más puro silencio, que desconcertaban en la vastedad de su simpleza, definitivamente tendría el pecho yerto.   

Retrocedió y tomó asiento nuevamente, tras de lo cual el baterista se acomodó encima de su regazo, de espaldas a él y con las piernas separadas. Hide, a horcajadas sobre ambos, metió los brazos debajo de los de Yoshiki, llegando con sus manos al torso de Tusk, el cual comenzó a manosear decididamente, al tiempo que hundía el rostro en el suave cuello del pianista. Éste, a su vez, empezó a sentir los efectos de las excitantes atenciones, removiéndose inquieto en los muslos ajenos.

El chico de extraña cabellera coló sus manos hasta las ingles del rubio, toqueteándole la entrepierna; obedeciendo al impulso extremadamente fuerte de las circunstancias, sin por ello dejar de sentir esa punzante incomodidad, y aquel escrúpulo que le recordaba lo contraproducente que acabaría siendo el episodio. Pero es que la tercera era la vencida.

Observó a Matsumoto, al tiempo que experimentaba el comienzo de su propia erección, por causa de los incesantes movimientos de quien estaba en medio. El pelirrosa levantó la mirada, y luego de erguirse ligeramente hasta rozar su miembro despierto, cautivo bajo su ropa, con el de el de Tateyama, atrapó los labios del vocalista con sensualidad, lamiéndolos primero.

Hayashi sabía que los celos, en una inusitada situación como esa –la cual en realidad jamás pensó que podría darse, a pesar de planear muy concienzudamente la provocación- estaban absolutamente fuera de lugar. Se neutralizaban por su presencia, aunque ahora eran lo que menos importaba.

Delante tenía a Hide, completamente dispuesto a no dejarse burlar una vez más. Y tampoco  a aceptar su venganza, porque se sabía, con verdad, el primero de los ofendidos. Y por otro lado, detrás aguardaba quien lo condujera al error -yerro él en sí mismo- mas fiel a que su palabra acabaría liberándolo.

El rubio se removió para que le concedieran espacio, y cuando lo consiguió, se colocó a gatas a lo largo del sillón, cambiando ahora la orientación de su cuerpo. Puso las manos sobre la bragueta del menor de todos, no sin antes acariciar su presa hombría por encima de la tela. La araña, a su vez, hacía lo propio con el pianista. Debido a que su única vestimenta era la suave bata de paño, cumplió con levantar la falda, para descubrir pronto el bello trasero que bien conocía. Se acercó, posando sus lindos labios en la blanca piel de las nalgas de su amante, lamiéndolas luego con pasión, hasta llegar al receptáculo de sus amores.

El pordiosero suspiraba, objeto de la maestría de la boca del líder de X-Japan, quien a su vez ahogaba los gemidos a que lo obligaba la ardiente lengua del mayor paseándose a lo largo y en medio de su entrada. El de más larga cabellera arqueaba la espalda por la desesperación, pues experimentaba entonces el inequívoco temblor en sus piernas que lo haría no poder seguir sosteniéndose en aquella posición. Hide, que muy bien lo sabía, se colocó de rodillas sobre el sofá, y mientras se bajaba los pantalones, lo empujó con el muslo. El chico comprendió, y aunque dificultosamente, se movió un poco; lo suficiente para echarse en brazos de Tusk, rodeándole el cuello con los suyos, pero con las caderas levantadas para su más antiguo amante.

-¡Aaahhh! ¡Ahh, Hide, sí! ¡Más!- gritaba el hermoso baterista, arañando los hombros del pelinegro mientras se sujetaba de su cuerpo, disfrutando de las fuertes embestidas. El menor había colocado sus ansiosas manos en el trasero del blondo músico, separándole las protuberantes carnosidades para que el guitarrista pudiera penetrarlo con profundidad. Los gritos de su pequeño le llenaban los oídos, y enardecido, le besaba el cuello y las mejillas, hasta llegar por fin a poseer los deliciosos labios que todavía conservaban su propio sabor.

No tardó el pelifucsia en sucumbir a los designios de su naturaleza, bañando con su cálida simiente el interior del delgado músico. Exhausto, cayó sobre su dorso, abrazándose a él y recogiendo con ávida lengua las preciadas gotas de sudor que perlaban ya su dermis. Yoshiki continuaba jadeando y moviendo la pelvis, pues el cantante lo masturbaba con brío. Instantes después, y tras un sonoro gemido, eyaculó, manchando la mano ajena.

Luego de unos momentos, la araña se levantó de encima de Hayashi, y éste también lo hizo de sobre el chico de los ojos negros. Tras tenderse a lo largo del sofá, fue desnudado por el rubio, quien no despegaba su deseosa mirada de la corpulenta anatomía que tenía delante. Pero su turno ya había pasado.

Se inclinó para lamer un poco más su miembro, de nueva cuenta. Cuando ya los suspiros que salían del pecho de Tusk se parecían más a gemidos, se retiró, y entonces Hide se colocó sobre el pelinegro, con las piernas a sendos lados de su cadera. Se tomó de las manos del menor, quien había levantado los brazos adrede, y entrelazaron los dedos. Se miraron, y a ambos les pareció que aquella era sin duda la más extraña, incongruente e irónica manera de sostener una encarnizada riña.

El de Tateyama, en la misma pose que Matsumoto pero encima de los muslos de Itaya, abrazó a la araña por la espalda, sosteniéndolo para que fuera sentándose muy lentamente en la virilidad ajena. Saboreó el palpitar del agitado pecho del pelifucsia, pues podía no solamente sentirlo, sino que casi escucharlo, debido a la cercanía que mantenía con el líder de Spread Beaver. Mordió la sensible piel de la base de su cuello mientras le llevaba hasta el culmen de la intromisión, empujándolo repentinamente hacia abajo.

El de los cabellos color azabache estrujaba los masculinos dedos del mayor entre los suyos, con fuerza, víctima de las acciones de los dos chicos que estaban sobre su cuerpo. La posición estratégica de Yoshiki hacía que no pudiera azotar la pelvis a voluntad, por lo que básicamente estaba a merced del movimiento rectilíneo del pelirrosa sobre su entrepierna. Tras unos instantes, éste apuró su vaivén con creciente vigor, siendo además ardorosamente manoseado por su novio. El rubio, muy complacido con la excitante escena, no cesaba de mirar la expresión de deleite en la faz del vocalista, sintiendo también los roces del trasero de la araña contra su hombría, y la manera en que sus gemidos entrecortados golpeaban placenteramente sus tímpanos.

-Aahhh… ¡Más!- suplicó por fin el pordiosero, en un hilo de voz, visiblemente mal de su grado, por la manera en que fruncía el entrecejo. El pianista entonces rió bajito, quitándose de sobre sus muslos; colocándose en medio de sus piernas. Así, Itaya pudo por fin flexionarlas, logrando el agarre necesario para embestir a Hide, quien por las feroces arremetidas, acabó cayendo hacia el frente y tuvo que sostenerse con los brazos, poniendo las manos en el sillón. Sintiendo su dorso ser arañado por las largas uñas de Hayashi, apretaba los párpados, intentando por todos los medios mantener cautivos los jadeos que brotaban de su agitado pecho.

Mártir del deleite ajeno en un principio y ahora lúbrico protagonista, el vocalista de profundo y sensual tono fue asaltado por el clímax mientras todavía acometía potentemente las tibias entrañas del carismático guitarrista. No pudiendo soportarlo más, Matsumoto enarcó la espalda una última vez, contrayendo de tal manera su sensible cavidad que el vacío fue decisivo; con profusión, el chorro blanquecino de su amante golpeó las paredes de su recto, y ambos alcanzaron juntos el orgasmo, haciendo las delicias de quien los observaba satisfecho.

 

 

“I for your burning love…”[1]

Zi:Kill

 

El hermoso rubio abrió los ojos lentamente, con evidente pereza. Notó la gran cantidad de luz que inundaba el recinto. Era patente que hacía mucho que había amanecido.

-Buenos días, precioso…-

Se incorporó sobre el lecho, mirando extrañado a todos lados.

-¿Cómo llegamos aquí? ¿Y Hide?...-

El chico que le observaba desde hacía rato, embelesado con su expresión tan placentera y cómoda al dormir, frunció el entrecejo, suspirando acto seguido. Estaba apoyado en uno de sus codos, entre sentado y recostado, arropado ligeramente con la colcha.

-No lo sé. Cuando desperté, ya se había ido. Yo te traje a tu cama. Parecías con frío e incómodo estando allá afuera.-

El mayor sonrió con dejo coqueto, desviando la mirada. Alzó la mano para rascarse un costado de la cabeza.

-Aún no puedo creer todo lo que sucedió ayer…-

-Creo que ninguno de los tres.- Itaya se volteó hacia una de las mesitas de noche de los costados de la enorme cama, tomando el periódico que la araña trajera consigo la noche anterior. Después, se lo puso a Hayashi sobre el regazo. –Mira.-

En primera plana de la sección de espectáculos, dos enormes fotos de ambos[2], del edificio de Extasy y hasta de un ejecutivo de la Fool’s Mate adornaban el escandaloso titular que las encabezaba. El baterista se quedó pasmado.

-¿¡Qué demonios es esto!?-

-Pues un tabloide. ¿Nunca viste uno?- No pudo evitar sonreír por el gesto en la cara del otro, quien milagrosamente se había ahorrado los insultos esta vez. –Tu novio lo dejó extendido sobre la mesa de centro, justo en esa página. Supongo que quería enseñártelo anoche, antes de darse cuenta que yo también estaba aquí. Pero no ha de haber sido tan importante para él, porque no dijo nada.- Rápidamente cambió su gesto de despreocupación por uno más serio, buscando los orbes del pianista. –Yoshiki, tú le pediste que viniera, ¿no es así?-

Dudando por unos segundos qué reponer, el mayor se mordisqueó el labio nerviosamente. Movió un par de veces sus piernas, debajo de la frazada, teniendo que admitir el asunto, al final de todo.

-Sí, así fue…- su mirada se posó de nuevo en el amarillista ejemplar. -¡Pero no es momento de preocuparse por eso! ¡Mira nada más el problemón que tenemos encima! ¿¡Quién habrá sido el idiota!?-

El otro se molestó por la atropellada evasiva, pero de repente también le entró curiosidad con la cuestión de la prensa rosa.

-¿En verdad te preocupa un chisme como ese?-

-¡Por supuesto! Puede que tú no te des cuenta de lo importante que es lo que dicen los medios, porque apenas si acabas de entrar al negocio. ¿¡Pero y yo!?... ¡Mi banda, mi sello! ¡Mi imagen! ¡Malditos habladores!-

Itaya le arrebató el periódico al mayor, tirándolo al suelo. –Ya déjate de estupideces. No va a pasar nada malo, te lo aseguro.- Acto seguido, se echó sobre el rubio, apachurrándolo con su peso. –Mejor cuéntame por qué fue que no quisiste salir en la película de Hide…-

-¡Tusk, me arrugas!- A como pudo, liberó al menos los brazos, jadeando tras lograrlo. -¡Si no dejas de aplastarme, no voy a contarte nada!-  

El menor se hizo a un lado, sonriendo con amplitud en el proceso. Sencillamente, adoraba ver al más pequeño enfurecerse, cosa que no requería mucho esfuerzo. Yació a su vera, y levantó un brazo para acariciar esos hermosos cabellos sedosos que tanto le gustaban.

-Te vas a reír de mí…-masculló Yoshiki, luciendo un bonito sonrojo en sus mejillas blancas. Miró furtivamente a su interlocutor, quien le dio a entender con el gesto que tuviera confianza. Entonces suspiró. –Me da mucho miedo… que se me acerquen a los ojos. La idea de que me los laman, simplemente me horroriza.-

El vocalista lo allegó a su pecho, tomándolo delicadamente entre sus brazos, y lo estrechó con cariño. El baterista estaba un tanto confundido.

-¿No te parece… una estupidez? ¿No te vas a burlar?- Miró hacia arriba, buscando sus orbes oscuros como la noche, sin resistirse al tierno abrazo.

-La peor tontería del mundo. Pero no, no lo voy a hacer. De no haber sido por ese motivo, probablemente nunca te hubiera llegado a conocer más que de vista, condenado a tu odio eterno por la impertinencia que te dije la primera vez.- Remató sus palabras con media sonrisa. Aún le hacía gracia recordar aquello.

El sonrojo de el de Tateyama se triplicó, pero como pocas veces en la vida, no le tomó importancia. Relajó su cansado cuerpo y se permitió estrechar de vuelta al menor, sintiéndose sumamente cómodo entre sus ásperos y lastimados brazos, con el rostro recostado sobre las injustas y antiguas heridas, que a pesar de todo, no rivalizaban con la agradable sensación que le producía su calor.

-¿Sabes algo?... Quien me contó todo eso que te reclamé sobre la hermana de Seiichi… fue Ken.-

Por supuesto que el pordiosero lo sabía. Que no hubiera querido concederlo frente al mayor era una cosa, pero que no conociera bien lo que era capaz de hacerle y decirle a los demás su pequeño e impetuoso hermano, llevado por la irracionalidad del impulso, era otra. Ya lo había escuchado recriminándole muchas cosas al líder de X-Japan, aun en su ausencia, incluso cuando apenas si poseía un mínimo de información de lo que estaba aconteciendo. Pero siempre había preferido que el tiempo le demostrara su error, enseñándole con la experiencia que no era lo mismo observar los yerros ajenos, que protagonizarlos en carne propia. Y que, definitivamente, no había nunca que adelantarse a los hechos, porque una situación jamás sería igual a otra, por mucho que se parecieran.

-Si bien me enojé y lo cacheteé porque se portó grosero conmigo, no quise ir más allá. Comprendí un poco su forma de actuar. Yo también crecí huérfano…-

Tusk se asombró muchísimo por lo que acababa de escuchar. La confesión logró sacarlo de sus meditaciones, y le trajo a la mente aquella primera vez en que él y el pianista habían estado juntos de forma íntima, cuando se sorprendiera sobremanera por la expresión de dolor en el rostro del chico, en el momento que le contara parte de las duras experiencias de él y Kenichi en el orfanato. Evocó con viveza el semblante sombrío y apesadumbrado, recordando que daría todo por estar al tanto de la razón detrás de semejante cambio en el talante del siempre orgulloso y atrayente Yoshiki.

-Nunca habría podido imaginármelo. Cuéntame.-

Descendiendo un poco más por entre la frazada y el colchón, el más alto se ubicó al mismo nivel que su blondo interlocutor y lo miró fijamente a sus orbes cobrizos, los cuales en ese instante comenzaban a nublarse por las lágrimas.

-Mi padre… se suicidó cuando yo tenía diez años…-

A pesar de que sus ojos estaban tan acostumbrados a mirar la cercana miseria a diario, a veces era como si hubieran perdido la capacidad de llorar. Era algo que había prometido no volverse a permitir; acaecido por vez postrera tras lo de Yukihiro, y mucho antes de conocer a quien ahora ocupaba su pecho. Pero ahora sentía de nuevo los tibios cristales llenarle los ojos, en virtud de las palabras del pianista. Entonces, nada quiso más que acoger de nueva cuenta al delgado chico entre sus brazos, como si con ello fuera a arrebatarlo de cualquier causa de amargura o sufrimiento. Pensar en escuchar su pesaroso llanto, como aquella vez en casa de Hide, acababa con cualquier comedimiento y le llenaba el alma de aflicción; de una tan inexplicable que lograba desesperarlo de tormentosa manera.

Situándolo entonces en amoroso lazo, se ahorró las palabras, reconociendo que por fin ahora hallaba algo más cruento que haber crecido sin padres: perderlos de violenta manera, y quedarse con los dulces recuerdos vividos como asesina posesión. Como un parásito ingrato que con el tiempo extraería toda cordura y toda alegría de su huésped, hasta dejarlo seco e inerte cual vil cadáver. Cual roca que no hubiera poseído hálito jamás.

Cuando los sollozos del femenino músico disminuyeron hasta tornarse en pequeños resoplidos, y de ahí casi a ronroneos, Itaya besó su frente con ternura, separándose luego de él. Se sentó en el lecho y comenzó a vestirse, pues también había traído a la recámara la ropa de ambos. Hayashi le miraba un tanto incrédulo, pero sin atreverse aún a hablar. Cuando notó la decidida resolución que tenía el vocalista de irse, lo interpeló.

-¿Te vas?-

-Me gustaría pensar que luego de todo lo que ha pasado entre nosotros, las cosas por fin van a aclararse. Pero cuando me acuerdo de que ustedes dos me usaron para vengarse de la ofensa previamente infligida, en vez de confrontar el asunto como adultos, mis esperanzas se desvanecen. Y por más que yo te ame, falta todavía que todo se decida de tu lado.-

Observando todavía la distancia que mediaba entre su habitación y la puerta de salida, la cual el callejero pelinegro había recorrido en silencio, ante su absorta y triste mirada, el dueño de la cabellera de oro estrujó la sábana entre sus dedos. Un agudo dolor se le posó en el corazón, porque comprendía perfectamente lo que debía hacer.

Cubriéndose el rostro con ambas manos, antes de romper a llorar en la soledad de su departamento, susurró finalmente

-Yo también… te amo… Tasuka.-



[1] I 4 u, cuarta canción del álbum Close Dance de Zi:Kill.

[2] La foto de Tusk había sido tomada durante la filmación de Seth et Holth.


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