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I4u por metallikita666

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Por primera vez en muchísimos años iba a pasar una noche bajo el dulce cobijo de un techo. Y no sólo eso, pues a su delgada anatomía la sostenía una cama. Una de verdad, con sábanas y frazadas nuevas.

Pero para su ensimismado ánimo, ni siquiera el acogedor apartamento -que Extasy Records había rentado para dos miembros de su última adquisición musical- era motivo de alegría. Estaba solo.

Tras revolverse una y otra vez en el lecho, no podía reprimir los deseos enormes de morderse los labios hasta querer hacerlos sangrar, y aunque aún no lo había logrado, se encontraban ambos bastante amoratados, resecos y lastimados. La noche tan silenciosa le parecía un insulto, y había accedido a ir al que sería su nuevo hogar solamente porque, por primera vez, no había otro sitio en el mundo al que pudiera recurrir. Incluso la calle le negaba su consuelo, pues no haría sino remarcarle una y otra vez su pesar.

 

“Estaba cansado. Apenas si era un chiquillo, y ya esa inacabable y dolorosa búsqueda de supervivencia, día tras día, lograba herirle y mortificarle hasta las fibras más íntimas del alma. Había mañanas en las que deseaba no levantarse del sucio cartón nunca más, cerrar los ojos y quedarse quieto hasta despertar nuevamente en el hermoso lugar adonde había escuchado a muchos decir que iba la gente que moría. Si era un lugar tan bello, probablemente no existían allí el dolor, las lágrimas, el hambre y las personas pobres como él. Pero jamás había podido llevar a cabo su deseo, ya que cautivas en su cuerpo, las ingratas entrañas se encargaban de impedírselo, forzándolo siempre a levantarse para buscar algo con qué aplacarlas.

Ocupado en esas meditaciones, el niño se había mantenido despierto pero inmóvil, permitiéndose voltearse sólo hasta que escuchó que la apacible respiración del mayor se había estabilizado. Se retiró con los dedos una pequeña y silenciosa lágrima del rostro, contemplando a quien guardaba su descanso como leal centinela, pero que ya para entonces había sucumbido al poder de su propio agotamiento.

Aquellos labios amoratados por el frío y agrietados a causa de la resequedad se le antojaban a pesar de todo muy hermosos, y era inevitable para él sentir el deseo de querer unirlos con los suyos. Había visto a muchas parejas tomarse de las manos, abrazarse y besarse como clara muestra de afecto, y estaba seguro de no poder llegar a hacer tal con nadie que no fuera la persona más importante de su vida y su mundo; aquel ser que, al contrario de sus padres, jamás le mintiera, pues había mantenido su palabra y demostrado su cariño al no haberlo abandonado nunca.

Se arrimó más al cuerpo ajeno, levantando una de las extremidades superiores del chico para ubicarse debajo de ella, ante lo que por instintiva respuesta y aún en el sueño, Tusk lo abrazó protectoramente. Sus rostros quedaron muy cerca, y Ken seguía mirando con embeleso las facciones de su hermano. Empero, un punzante dolor lastimó su pequeño pecho y nuevas lágrimas brotaron de sus ojos, pues sabía perfectamente que aquel íntimo anhelo suyo no podría hacerse realidad nunca, por culpa del destino que los había separado de antemano habiéndolos hecho hombres a ambos.”

 

Se sentó en la cama del que era ahora su cuarto; espalda contra la pared. Estaba furioso, porque entre sus múltiples recuerdos, aquel que acababa de traer a la memoria era el único que jamás se permitía evocar. Pero lo vivido justo hacía unas horas lo había obligado a desenterrarlo de su mente infranqueable. No se había percatado del momento exacto en que la adoración por su hermano se había transmutado en esa sensación más compleja e intensa que le embargaba el cuerpo y el entendimiento cada vez que lo tenía cerca. Probablemente, habría ocurrido cuando dejó de ser un niño y a sus sentidos los acometió una irracional necesidad de experimentar cosas en las que jamás antes había pensado siquiera. Por ello, más que todo, era que aún requería su presencia a su lado en el lecho, porque si bien las pesadillas no habían acabado ni aún ahora, no sucedían con la misma recurrencia e intensidad que en los primeros años de su niñez.

¡Cuántas veces, habiendo estado abrazados, deseó con toda su alma que las tranquilas manos del mayor se desplazaran por toda su anatomía; no como en aquellas ocasiones que aún siendo niño le ayudaba a vestirse, sino con la ansiedad que él sentía correr por sus venas! Pero Tusk no se daba cuenta de ello; jamás pudo haberlo notado. Porque él no se lo permitía. No obstante, y contra todo pronóstico, ese día se había atrevido a tomarlo con fuerza, a dejarle sentir su respiración golpeada. A besarlo. Se odió por recordar el evento de forma tan vívida, y quiso arrancarse la existencia al advertir que su desazón se agolpaba en forma de sangre dentro del sensible órgano entre sus piernas.

Con la ira a modo de calientes lágrimas y tensas contracciones en su aún lastimado rostro, Ken llevó la mano a la segunda parte de su cuerpo que más detestaba, siendo la primera su odioso estómago. Su miembro cautivo entre sus dedos recibía de su brazo el firme y agitado castigo de tan repulsiva reacción, producto del doloroso lamento que escapaba de su pecho en forma de llanto y negaciones. No era así como había soñado por tantos años con ese querido beso, ni era aquella la manera en que deseara sentir al corpulento varón en que se había convertido su mejor amigo inmovilizándole para robarle la respiración y nublarle la mente con su abrumadora cercanía. No; definitivamente no lo era.

Maldijo una y otra vez al hombre que en su inconmensurable dicha era venerado objeto de las atenciones de aquel a quien tanto él amaba. Dueño indiscutible de la tibieza de sus caricias y de la dulce pasión de sus besos; del reconfortante y protector calor de su piel. Sólo existía alguien más aborrecible en el mundo que el maldito rubio bardaje del demonio, pero sería sólo cuestión de segundos para que su condena brotara impertérrita y tajante delante de sus ojos, confirmando de una vez y para siempre su vergüenza.

La sórdida pared que su orgullo había construido desde que fuera un mocoso para protegerlo del cruel mundo externo, cayó con estrépito. Se derrumbó dentro de su ser al mismo tiempo que su espeso fluido viril le condenaba para siempre, como inequívoco culpable del delito atroz que lo persiguiera incansablemente desde su infancia. Lanzando un lastimero y final alarido que no logró acallar sus sollozos, se cubrió el cuerpo y se dejó caer en el lecho, acurrucándose en posición fetal sin poder dejar de tiritar y abrazarse el torso con brusca firmeza.

Escuchó unos pasos en la pequeña sala, pero no quiso saber quién era. Tal vez el impertinente baterista, deseoso de comenzar una nueva discusión. Empero, Kenichi ignoraba que se trataba de una de las personas que mejor lo conocía, a pesar de los años que habían transcurrido desde su distanciamiento.

La chica se sentó a su lado, sobre el colchón, y colocó su gentil mano sobre los cabellos cortos del joven callejero, quien miraba hacia el otro lado de la habitación, con el rostro semienterrado en la almohada.

-Duele más cuando por fin comprendes el motivo de tu llanto…-

Aquella suave voz todavía era lo bastante inocente como para considerar a su dueña una niña, empero, su aspecto había cambiado con el tiempo. El mismo cabello rojo y liso, pero con un corte distinto, propio de su edad. Los ojos grandes y aquellas pestañas enormemente pobladas que los hacían resaltar al primer atisbo; ropa discreta pero apta para una joven como ella. Ante todo, Shizuka seguía siendo muy hermosa.

Ken se sentó en la cama y miró a la chica con gesto sorprendido, pasado el ingente desconcierto inicial, aunque no repuso nada. Ella le ofreció una dulce sonrisa, y pronto quien fuera su mejor amigo y el primer amor de su infancia, se arrojó en sus brazos, brindándole y pidiéndole a la vez el fuerte abrazo que hacía siete años le negara.

-¡Shizuka! ¿¡Qué es lo que debo hacer!?-

La pelirroja sonrió, acariciando delicadamente la espalda del guitarrista de una manera absolutamente maternal.

-El Ken que yo conozco no soporta que le digan las cosas que él ya sabe.-

-Itaya nunca va a perdonarme…- murmuró el músico, pensando en voz alta más que contestando.

-Depende de ti que lo haga o no.- La joven alejó suavemente al chico de su cuerpo para mirarlo a los ojos. –Dale razones para que no se le haga tan difícil. Aún así, dudo que lo sea, una vez que deje pasar el tiempo para superar lo mucho que le dolió la decepción. Tu hermano tiene un corazón de oro, y eso tú lo sabes mejor que nadie.-

Su interlocutor calló por unos instantes.

-¿Desde cuándo lo conoces tan bien? ¿Cuándo comenzaron a hacerse tan amigos?-

La hermana menor de Seiichi suspiró con un dejo de tristeza, el cual, a pesar de todo, no permitió que se impusiera en su tono.

-Desde que empecé a comprender la forma tan devota y pura en que se dedicaba a ti por completo. Y como no podía acercárteme porque no me lo permitías, era la única manera de sentir que no nos encontrábamos tan distantes…-

Ken estaba absorto mirando la seguridad y la calma que transmitía el lindo rostro de la joven. Esa calma también lograba tranquilizarlo y otorgarle fuerza. Pero más que todo, admiraba profundamente la manera en que le hablaba y reconfortaba, sabiéndose perfectamente indigno de tales consideraciones. Sonriendo con abatimiento, tomó una de sus manos, apretándola un poco.

-Desearía tanto poder amarte, Shizuka…-

Ella le devolvió el gesto, tornando suplicante su mirada.

-Ámate a ti mismo primero, Ken. Acéptate como eres, y acepta a quienes te quieren. Si lo demás tiene que suceder alguna vez, sucederá.-

 

 

 

“Quiero hundirme en tu ternura que nunca puedo encontrar.

 Nuestras memorias están en mi corazón.”[1]

Zi:Kill

 

El tiempo, sabio curandero de todos los males que entrañan solución -pero que los seres humanos no logran comprender sin dificultad y muchísima paciencia- había cedido un poco de sí mismo, trayendo los frutos de cuanto se había padecido hasta entonces. Los fieles y extáticos seguidores de X-Japan y Zi:Kill ya no se apostaban en las afueras de la disquera como ménades embravecidas; sino que, gustosos, se agrupaban con gran ilusión en los masivos conciertos de cada una de las bandas y en los concurridos festivales que organizaban juntas, al lado de sus hermanas de sello y demás amigos todos.

Era por ello que en las últimas horas de la tarde de un día cualquiera de trabajo -al tiempo que los empleados comenzaban a dejar sus funciones en el edificio- el músico de las teclas de ébano y marfil, y el vocalista de la extraña cabellera subieron a la azotea siempre desolada para observar juntos el precioso atardecer de la mortecina jornada.

El mayor de ambos se colocó contra el viejo barandal de hierro, siendo tiernamente flanqueado por los brazos y el cuerpo de su pareja, a ambos lados y por detrás.

-¿Recuerdas el día en que nos conocimos?- preguntó el pianista, colocando sus delicadas manos sobre los miembros superiores del chico, acariciándolos levemente.

-Dudo que pueda olvidarlo. Tu auto siempre me ha deslumbrado.-

-¡Pesado!- se quejó el de los ojos cobrizos, volteando la mirada hacia arriba. Sus brazos se cruzaron sobre su pecho, gesto que fue aprovechado por el menor para estrecharle con fuerza por debajo de éstos. El orgulloso rubio se mantuvo en silencio, sin poder reprimir, muy a su pesar, un bufido que indicaba lo mucho que le molestaba el apretujo.

-¡Una bromita, mi amor!...- lo obligó a mirar de nuevo al frente, y cuando su rostro se ubicó de la manera deseada, se inclinó un poco para poder hundir el suyo en la curvatura de aquel cuello terso, blanco y perfumado. –Tú sabes bien en qué tenía la cabeza puesta, y que eso no ha dejado de ser así desde ese día, hasta hoy…-

Susurró de sensual manera al oído de su amante, aprovechando grandemente la oportuna y sucia polisemia de cuanto acababa de decir, además de su propia voz, que a la perfección sabía motivo de ansias para su pequeño. Hayashi suspiró pícaramente, volteando la hermosa faz hasta dar con la del antiguo pordiosero, y subiendo el brazo con lentitud para acariciarle la perfilada y muy masculina mandíbula, repuso, antes de fundir sus carnosos labios con los de quien los requería de forma imperiosa y embelesada

-Es una verdadera lástima que este lugar no tenga techo ni paredes… Te amo, mi vida.-

 

 

 

-¡Yo-ch…!-

Silenciando su llamado a tiempo, la araña se detuvo, todavía manteniendo el pomo de la puerta en su mano. En la otra, portaba una copia del último ranking musical del Original Confidence chart, obtenida hacía pocos minutos por el departamento de estadísticas de la disquera, la cual deseaba enseñarle a su dueño antes de que terminara ese día.

El guitarrista más querido de Japón observaba a su exnovio y a uno de sus mejores amigos a la luz policromática del agradable fenómeno solar, sonriendo con tristeza cuando evocó de repente la historia tan excepcional de cómo transcurriera todo entre los tres. Era cierto que los días habían pasado y poco a poco comenzaba a acostumbrarse a verlos juntos a todas horas, pero no por ello era capaz de dejar de percibir un sentimiento retorciéndose moribundo en su pecho; resistiéndose a fenecer, de cierta manera. Después de todo, no habían acontecido en vano los mejores dos años de su vida.

No había mentido cuando declarara que el cariño por su rubio compañero no estaba sujeto a la posibilidad de desaparecer de su corazón, ya que después de todo, existen personas que se ganan para siempre un sitio en él; ni tampoco al asegurar que lo único que deseaba, más allá de cualquier cosa en el mundo, era verle feliz. Tal vez era aún demasiado joven como para entenderlo, pero no lo suficientemente viejo como para dejar de sentirlo y desearlo.

Dándole tranquilidad por fin a su tenso gesto, Hide retrocedió silenciosamente, cerrando la puerta que daba a la amplia terraza superior. Bajó por las escaleras con cuidado, trayendo a la mente lo bien que le sentaba la dorada luz del alicaído astro rey a ambos amantes. Las largas hebras áureas que adornaban la cabeza de Yoshiki no hacían sino resplandecer con magnánimo brillo, confirmando la perenne apariencia angelical de su poseedor. Mientras que en la cabellera profundamente negra del vocalista –recientemente devuelta- su efecto resultaba más bien enigmático, delineando una silueta y una textura que no eran sino el reflejo de un hombre extraño pero atrayente en su singularidad misma; camaleónico y especial. Insólito y peregrino.

Pareja por demás -y viérase desde donde se viere- innegable y graciosamente dispar.

Matsumoto llegó a la oficina ajena y colocó el documento que portaba bajo un pisapapeles en el escritorio, quedándose momentáneamente concentrado en las posiciones y títulos que él mismo había marcado con visible subrayador amarillo fosforescente, cuando en eso, una conocida voz lo sacó de su ensimismamiento.  

-Hola, Hide-chan...-

Venía embutido en unos apretadísimos shorts negros, y luciendo cobertores de antebrazo, ambos de piel. Portaba un chaleco blanco de reluciente cuero y botas charoladas de caña alta, también blancas; sin olvidar sus sempiternos e innumerables collares de perlas alrededor del cuello y sobre el pecho. Sugizo le miraba con ojos juguetones, sosteniendo el índice dotado de larga uña, como el resto de sus dedos, entre sus labios pintados y entreabiertos. Su cabello rojo y liso caía desde arriba sobre sus hombros descubiertos, acomodado en una coleta alta, como solía llevarlo siempre el guitarrista y violinista, logrando un hermoso contraste con su piel pálida. Llevaba los ojos maquillados de negro y las uñas esmaltadas de la misma manera.

La araña rosa sonrió con amplitud mientras se dirigía al chico, reconociendo mentalmente que jamás antes le había visto lucir tan radiante y hermoso.

 


[1] Suicide –omoide nante-, novena canción del álbum Desert Town de Zi:Kill.

 

Notas finales:

Gracias por leer. Espero que les haya gustado. Si desean, dejen reviews n.n


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