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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

A partir de ahora, actualizaré este fic dos veces por semana; probablemente a mediados y al final. Gracias a todas aquellas [lo digo en femenino porque hasta ahora sólo sé que sean chicas, y porque de todas formas son mayoría XD] que siguen la historia, por su tiempo y elección nwn

       Recordar la manera en que llegué a parar en este oscuro negocio de apuestas y fraude no es para mí del todo placentero. Sin embargo, intentar olvidarlo tampoco sería útil; ni siquiera, posible. Y el hecho de que no soy ni remotamente el peor de los protagonistas, debería alentarme. Como sea. Esta es mi visión de cómo empezó todo.

       Durante los primeros días en que comencé a trabajar bajo las órdenes de mi antiguo compañero de la universidad, Yoshiki Hayashi, todo transcurrió con normalidad. Incluso, satisfacción. Después de todo, era para lo que yo tanto había estudiado y me había esforzado. Él mismo me hizo saber que había pensado en mí para el puesto debido a que recordaba mis excelentes calificaciones en aquellos años que compartimos.

       Pero mi amor por los números no me había salvado de trastabillar en el intento de conseguir luz propia en el competitivo mundo laboral. Algunos me dijeron que se debía a mi poco colmillo y enorme ingenuidad: ser bueno en los cálculos no significaba que mi arte me daría de comer. Mucho menos, que me haría rico. ¡Qué ironía: velar por el dinero ajeno para nunca tener el propio!

       Pero había cosas que no dejaban de costarme. La más patente de ellas fue un día en que mi rubio jefe llegó con unas hipotecas que se supondría le venderíamos a los bancos estatales. Hipotecas fantasmas, perdidas desde el mismo momento de su existencia. Vil especulación.

 

“-¿Qué tanto miras?- inquirió Hayashi con un dejo de molestia. No estaba acostumbrado a que yo, con mi brillante diligencia, dejara de cumplir sus órdenes después de dos minutos de haber sido dadas.

-¿Qué rayos pretendes, Yoshiki? ¿Quebrar a Japón? ¡Cómo diablos te figuras que vamos a vender esta pantomima!-

-Vendiéndola.- Sus ojos marrones se clavaron en mí de una manera que no me gustó en absoluto. Se acercó entonces, extrayendo de mi cajetilla –que estaba en mi mesa, junto a los papeles que revisaba- un cigarrillo. Lo prendió con mi encendedor, dándole una tranquila calada. Luego puso todo en su lugar.

-Hide, mi querido Hide…- comenzó, con una falsa nostalgia en la voz. –¿Dime cómo, si te pones así por una cosa de esas, es que pretendes seguir lavando millones y millones de dólares para la mafia?...-

Me quedé atónito, no tanto por el hecho que había mencionado, sino por aquella afirmación. ¿“Seguir”? ¿¡Quién lo había hecho ya!? Me sobresalté, levantándome de mi silla.

-¿De dónde sacas semejante calumnia? ¡En mi vida he hecho yo algo así!-

El menor sonrió de lado, acomodándose el cabello con una mano.

-¿Y qué crees que estuvimos haciendo ayer con el dueño de la franquicia de tiendas por departamentos? ¿Es que eres tan ignorante como para pensar que ese negocio deje semejante dineral?...-

-¡Pero tú traías las actas, los recibos; las finanzas enteras!- exclamé. Ninguna palabra hizo falta para que yo lo comprendiera todo. El sugerente silencio, aunado al gesto sardónico en el rostro de mi jefe, terminó de echarme en cara mi imprudencia y falta de malicia. Me abatí, teniendo que volver a tomar asiento. Mi mirada se clavó en el suelo. Y como si leyera mi mente, Yoshiki, tras apagar el cigarrillo, finalmente habló.

-Tú llegaste para ser mi apoyo, mi mano derecha; adonde me mueva yo, te mueves tú conmigo.- Aquellas palabras me cayeron pesadas, como una carga inaguantable sobre mis no precisamente robustos hombros. –Todo irá bien mientras las cosas sigan así. Créeme.-

Levanté el rostro con desorientado gesto de incredulidad. Quería replicar; quería decir algo. Pero la encrucijada que tenía delante era abrumadora.

-Pronto te darás cuenta de que todo ha sido para bien, porque- hizo una estratégica pausa, captando mi atención que, desesperada, deseaba escuchar las fraudulentas razones que pudieran calmar mi escrúpulo, al menos como un maldito placebo que tuviera su efecto psíquico en mí. –Porque dudo que quieras regresar a la vida que llevabas antes. Muchos rumores llegaron a mis oídos; todos lamentando el terrible hecho de que tu brillo no trascendiera la escuela…-“

 

       Sí, en aquella época estuve viviendo mal; muy mal. Prácticamente, no me alcanzaba siquiera para llevar una vida decente. Y sí; el recuerdo de mis años universitarios no dejaba de atormentarme día y noche, porque muchos de mis antiguos condiscípulos –con su currículum mediocre y su inexistente ética- habían tocado ya el cielo con las manos. ¿Y qué había sido de Hideto Matsumoto? Era sólo una sombra en los recuerdos de todos.   

       Así fue como, a pesar de seguir con aquella inconformidad clavada en mi pecho y en mis pensamientos, continué en el negocio. Albergaba, empero, el firme convencimiento de que no sería para siempre. De que no viviría como todos esos hombres corruptos y sucios, cuyo único móvil en la vida era el dinero por sí mismo. No; yo no era así.

       Una noche de tantas, mi jefe me comentó que deseaba darme la bienvenida oficial. A pesar de mi reticencia y mi gesto de fastidio, no pude negarme del todo. Al fin y al cabo, ¿qué diferencia haría una noche de farra? Acudimos al carísimo burdel de uno de sus amigos más íntimos, por lo que me contó en el viaje. Un tipo llamado Ryuichi Kawamura.

 

“-¿Es un burdel… normal?- pregunté un tanto tímidamente, acabándome mi trago de whisky mientras la limusina todavía avanzaba. Mi superior me miró fijamente, ladeando la cabeza.

-Sí, mucho. Lindas “chicas” provistas de lo necesario…- Su diestra se desplazó a en medio de sus piernas, presionando el para nada despreciable bulto que poseía. Me sonrojé, pero la tenue luz nocturna no permitió que se notara.

-¿¡Pero qué demonios estabas pensando!? ¿De dónde sacaste que yo…?-

-¡No me hagas reír, Hide!- me interrumpió, a viva voz. -Todo el mundo en la universidad lo sabía. Tanto de ti como de mí.-

Resignado, bajé la cabeza. Decidí que antes de seguir presenciando cómo Yoshiki daba con mi dignidad contra el suelo cada vez más, resultaría mejor mantenerme en silencio. Después de todo, yo nunca quise ir a aquella “bienvenida”.

Nos bajamos en un sitio que poseía la elegante fachada de una especie de restaurante exclusivo. Eso sí: todo cambiaba una vez que se traspasaba la puerta. Era un ambiente oscuro, iluminado sólo por tenues luces de colores fríos –azul, morado y violeta-; hecho que contrastaba completamente con mi gusto y con mi cabellera.

Un hombre se encaminó a recibirnos, el cual asumí sería el famoso Kawamura. Era de estatura mediana y vestía unos pantalones de cuero negro y una camisa blanca de seda, amplia y con adornos recamados sobre el pecho y en los puños; mangas largas. En sus dedos llevaba varios y lucientes anillos plateados, y en la cabeza –a un costado- extensiones brillantes incrustadas en su propio cabello largo, negro y enmarañado. Botas negras de punta aguda.

-Yoshiki, ¡qué sorpresa!- exclamó de una manera que me pareció más que ensayada, si no sarcástica. -¿A qué debo tu visita?-

-Te presento a Hideto Matsumoto, mi nuevo compañero de trabajo.-

Me acerqué e hice una leve reverencia, para luego tenderle la mano al hombre.      –Mucho gusto. Puedes llamarme 'Hide'.-

-Y tú a mí 'Ryuichi'. Bienvenido a Luna Sea.-

Continuamos hacia otro ambiente que se parecía mucho a la discreta recepción, excepto porque era bastante más grande y estaba provisto de mesas redondas y sillones semicirculares.

-Ah, Hide… Creo tener algo perfecto para ti- dijo el pelinegro de largos mechones. A pesar de no estar desierto, el salón estaba más bien vacío. Habíamos llegado temprano, pues Yoshiki mismo dispuso acabar el día laboral antes de lo acostumbrado, por lo cual sólo unos cuantos hombres opulentamente vestidos         –acompañados de guapas “damas” de escandalosas faldas cortas- bebían y gastaban sus miles de dólares ilegalmente obtenidos.

Nos sentamos a una de las mesas. El dueño del lugar llamó a la mesera con un gesto, y ella acudió prontamente. Me volteé cuando sentí que alguien más se acercaba. Pronto descubrí que se trataba de un altivo y hermoso chico pelirrojo, el cual caminaba sobre botas negras descomunalmente altas; tanto de tacón como de caña, pues le llegaban hasta más arriba de la rodilla.

Mi jefe se puso en pie y comenzó a inspeccionar al prostituto.

-Yo a ti te he visto antes, ¿no es así?... Me gusta su cabello… Y esas piernas no están nada mal.-

-Si es un trío, creo que tú lo puedes atender mejor que yo, Ryuichi. Tienes mucha más experiencia.-

Aunque era el primer muchacho en su condición que veía de cerca en mi vida, cierto bagaje de dominio público me hizo pensar que se mantendría en silencio, soportando cuanta suciedad quisiera hacerle y decirle Yoshiki. Por lo cual, mi sorpresa al escuchar aquella réplica salir de sus labios no pudo ser para menos. Sonreí ligeramente y sin que nadie lo notara, sintiendo que mi satisfacción por ese pequeño hecho se acrecentaba al mirar la cara de abrupto desconcierto en la faz de mi mandamás.

-¿¡Cómo permites que esta arrastrada te hable de esa manera!?-

Sin duda, de haber sido él su proxeneta, ya lo habría golpeado repetidamente, sin miramiento alguno. Pero ahora restaba conocer al hombre de cabello brillante y enmarañado, pues con sólo mirarlo no había podido yo sacar conclusiones sobre su posible personalidad. Y he de confesar que las sorpresas se sucedían unas a otras.

-No le digas así y no te metas en lo que no te importa, Yoshiki.- Entonces, el yakuza miró al recién llegado, ejerciendo por fin su mando, aunque sin asomo de agresividad. –Sugizo, siéntate a la par de Hide.-

Una vez que lo tuve al lado, pude mirarlo con atención, sabiendo con certeza que, por el contrario, él ni siquiera había reparado en mí. Sus labios pintados de intenso rojo acapararon mi mirada, pues además de su linda forma, hacían –a juego con su cabello- un atractivo contraste con su piel pálida. Era tan notoria la blancura de su tez, que ni la gargantilla de perlas que llevaba al cuello podía comparársele. ¿Cómo era que alguien tan bello se encontraba en un lugar de esos?

De pronto, Yoshiki rompió la tranquilidad de mis pensamientos con una demanda. Se notaba a leguas lo mal que se había tomado el desplante de aquel chico, y por lo que pude observar, los sentimientos eran mutuos.

-Ryuichi, tráeme a Inoran. Todas las malditas zorras deberían ser como él: calladas y obedientes.-

Bastante había escuchado hablar a mi jefe del tal Inoran, y usualmente, a modo de queja. Cosa que no hacía sino aumentar la contradicción de su proceder: muchas veces lo oí al teléfono encargando enormes arreglos de flores que debían ser entregados en una dirección que luego comprendí era la del burdel. Otras tantas, cargaba grandes paquetes con el logo de las más finas y caras tiendas de ropa para mujeres. Todo aquello contrastaba desconcertantemente con la manera en que, una vez teniéndolo cerca, trataba al pelinegro.

-Ya está bueno de discusiones. Estamos aquí para celebrar, ¿no?- Terminó Ryuichi, por la buena. –Bueno, entonces pónganse cómodos porque la noche aún empieza, y no es todos los días que un hermoso ángel negro escancia la bebida para ti…-

Por fin se presentó el chico, y luego de servir champaña para todos, se colocó al lado de Yoshiki, entre él y Kawamura. Me invadió entonces una leve conmiseración por su suerte, al observarlo entre los dos mayores que no le quitaban la libidinosa mirada de encima, mientras que él no despegaba la suya del suelo, y sus labios no se habían separado ni un solo instante. A pesar de que su ropa era bastante cubierta estaba muy ceñida, permitiendo apreciar las formas de su estilizado cuerpo. Su gesto habría sido terriblemente difícil de describir, por cuanto era inexpresivamente revelador.

Me aburrí pronto con la conversación que mantenían los dos tipejos, y como Sugizo ni alzaba a verme, decidí hablarle. Levanté mi mano y rocé con los dedos su cabello, apartándoselo del oído para poder dirigirme a él sin que los demás se percataran de mis palabras.

-Vámonos a otro lado. Ya estoy harto de esta conversación.-

Sin replicar nada, el más joven se puso en pie y comenzó a caminar hacia uno de los largos pasillos que se vislumbraban desde la mesa. Empecé a pensar que, aunque yo era un completo desconocido para el dueño de aquella casa de perdición, no había errado el hombre al afirmar lo que dijo. Porque si bien él lo había aseverado en un sentido absolutamente físico –habría que tener gustos muy “especiales” para no considerar al pelirrojo una belleza- la cosa no se quedaba ahí. Algo respecto de a quien yo tenía delante captó mi atención más allá de su cuerpo, desde el momento mismo en que apareció con la frente en alto y la lengua dispuesta a lanzar palabras irreverentes y políticamente incorrectas.

Llegamos a un cuarto alejado y amplio; bastante ostentoso para ser un vil revolcadero. Entré tras del prostituto y cerré la puerta, justo como él esperaba que hiciera. Yo permanecía en silencio y lo miraba con atención; hecho que, al parecer, a él se le hizo en extremo raro. Eso, o el chico buscaba siempre la manera de portarse insolente.

-No pareces muy emocionado. ¿Seguro que no eres hetero?- me dijo con un gesto que no pude interpretar de otra manera que no fuera burla. -¿Seguro que eres hombre?-

Mi sentir había pasado rápidamente de la admiración a la molestia. Bien. Por un lado, me figuraba que posiblemente para alguien como él cualquier hombre que se le acercara a menos de cinco metros por voluntad propia sería un motivo de repulsión, harto como estaría de tanto tener que abrir las piernas; pero por el otro, esa actitud no le convenía en modo alguno ya estando ambos donde para entonces nos encontrábamos. No tendría ningún sentido comenzar a explicarle que no era el único que hacía cosas contra su voluntad, pero el hecho de que me fichara de una vez y sin más como otro de sus clientes, sencillamente me sacó de mis casillas.

-Y tú… ¿seguro que trabajas aquí? Porque desde que llegaste, no has parado de sentirte la novena maravilla del mundo. ¿Qué te crees? ¿La dama de las camelias?-

Pude contemplar con gusto la expresión de molestia en su cara. Se había quitado el abrigo hacía unos momentos, así que no pude evitar deslizar mi mirada por su seductor cuerpo a duras penas cubierto. Comprobé inmediatamente –y ya sin posibilidad de duda- que lo que tenía de bello, lo tenía de osado. 

-Dudo que seas tú el más indicado para hablar de decencia, ni sentirte juez de nadie. De seguro andas en malos pasos, porque ningún amigo de Kawamura es precisamente una santa paloma; eso, además de que estás en un burdel. Fino, sí; pero burdel, al fin y al cabo.-

Definitivamente, con ese comentario se había perdido todas las posibilidades de conseguir mi magnanimidad. Lo que menos necesitaba yo era que me recordaran la situación en la que estaba; aquella que me encendía en rabia cada vez que me tomaba un momento de esparcimiento a lo largo de una jornada de trabajo. Porque –dicho sea de paso- solía recargarme de éste para suprimir la mayor cantidad de tiempo libre, y así no pensar.

Me desnudé casi del todo, sintiendo el comienzo de una extraña adrenalina recorrerme por completo. Muchas veces, guiados por mi pequeña talla y menuda complexión, algunos sujetos más fornidos se habían confiado demasiado a la hora de medir sus fuerzas conmigo. El delgado y visiblemente frágil Sugizo, con seguridad, no sería la excepción.

-¿Sabes? Creo que Yoshiki tiene razón. Qué va a saber una puta como tú de algo que no sea su oficio. Pero no te preocupes; ya tendremos tiempo para ver quién le quita las ínfulas a quién…-“

Notas finales:

Como pudieron constatar, esta es la primera escena en donde se presenta Hide a manera del otro narrador protagonista. Para evitar confusiones y propiciar una buena consecución, es aconsejable asegurarse de identificar desde el principio a quien relata -Sugizo, Hide, narrador externo o alguna excepción- con las claves que para ello se brindan en el texto =)


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