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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Bueno, muñecas: un miércoles más, una escena más =)

“Quiero decirte algo desde mi corazón

Tal vez estoy demasiado herido, pero todavía podré lograrlo.”

I for you, Luna Sea

 

       Colgué un tanto preocupado por el tono inapetente con el que me había contestado Sugizo, preguntándome si tal vez había sido grosero de mi parte no indagar si se sentía bien. De cualquier manera, podría enmendarlo con una inesperada visita a un spa o algo por el estilo. Ya tendría tiempo para pensarlo.

       Acabé de vestirme y de examinar unas cuentas, de las cuales le envié una copia a mi jefe para que la revisara mientras teníamos ocasión de vernos. En eso, me percaté de que una nueva comunicación ingresaba al buzón de entrada de mi correo electrónico, y que provenía de un remitente hasta ahora desconocido. Se trataba del avalúo de la propiedad en Nueva Jersey. No pude evitar llevarme la mano a la parte baja de la cara una vez que observé con estupefacción el monto total al que ascendía el estudio. Ya había visto el rubro que correspondía al falso arreglo del subsuelo –el cual incluía excavación hasta la roca madre y relleno- pero detecté de inmediato que el precio había sido inflado por todos lados. Castillo me adjuntó el avalúo anterior, y ahí fue donde me percaté de los incrementos en el precio por metro cuadrado y otros tantos detalles que, a la larga, convertían la cifra considerablemente. Su intención era que yo revisara la pertinencia de los cambios y emitiera un veredicto.

       Decidí ignorar el mensaje y hacer como si no me hubiera dado tiempo de verlo, no estando dispuesto a que nada me atrasara más. Cerré la computadora y, tras tomar las llaves del coche y de la casa, me fui. Los choferes de Kawamura eran muy puntuales siempre.

       Me sorprendió mucho mirar el atuendo que había escogido mi amante para ese día: un vestido negro y largo, cuya capa superior de tela era brillante y satinada. La falda estaba hecha de flecos separados que se movían graciosamente conforme él caminaba, y el corte en la parte superior era al hombro. Lucía largos collares de perlas grises que le daban varias vueltas a su cuello y caían sobre su pecho, y en los brazos llevaba guantes hasta más arriba del codo. Su cabello iba suelto.

       Yo ya estaba fuera del auto cuando él llegó, por lo que lánguidamente se aproximó a mí. Tomé mi cigarrillo con la siniestra para abrazar su cintura con la otra mano y besarlo, contacto que el menor no rechazó. Por el contrario, se acurrucó en mi pecho, quedándose en silencio. Dicha actitud me sorprendió pero me complació muchísimo, por lo que sonreí y acaricié su espalda.

-Siento no haberte llamado ayer para avisar que no te vería.-

       El pelirrojo asintió con la cabeza, separándose de mí después. Una vez dentro del coche, conduje hacia mi casa, como sin duda se lo esperaba mi acompañante, pues no hubo ni una sola pregunta de su parte. Cuando arribamos al penthouse y entramos, lo tomé por la parte alta de los brazos y me acerqué a su oído, estando tras él aún.

-Ordené que nos trajeran la cena aquí porque me di cuenta que la última vez no estuviste muy cómodo en el restaurante.-

       Luego lo solté, permitiendo que se volteara.

-Te lo agradezco. Más bien tú discúlpame por habérmelo tomado tan a mal. No era para tanto…-

       ¿Una disculpa en labios de Sugizo? Levanté ambas cejas sin dejar de mirarlo. Él rehuía mi atisbo.

-¿Te sucede algo? Estás raro…- Ladeé el rostro, trasmitiéndole con mi gesto, una vez que me vio, que no deseaba que siguiera apartando su mirada de la mía. -¿Hay algo que deba saber? ¿Algo en que pueda ayudarte?...-

-No, no te preocupes.-

       Sin decir más, dejó su bolso en el sillón y se dirigió a la mesa, la cual ya estaba completamente puesta, con velas y todo. La comida se encontraba en un pequeño tablero anexo. Mi amante observaba todo con un dejo intrigado, empero, sin sobresaltos ni reacciones inesperadas; esperables, no obstante, en su caso.

-Pensé que ya habíamos celebrado la vez anterior…-

       Me encaminé también hacia donde él estaba y tomé los platos de ambos, destapando luego las ollas.

-Los motivos no tienen por qué acabarse, ¿no crees?- Lo vi intentar acercarse un tanto sonrojado por no ofrecerme su ayuda antes, pero al instante lo detuve. –Ni lo pienses. Yo soy el anfitrión.-

       Me miró confundido por unos segundos, hasta que mi sonrisa contribuyó a relajar de nuevo su expresión. Terminé de servir la exquisita cena italiana en ambos platos, colocándolos en los respectivos lugares, que estaban puestos formando ángulo. Ambos nos sentamos y comenzamos a comer.

       En un momento determinado llevé el dorso de mi mano hacia mi frente para limpiar las diminutas gotitas de sudor que habían empezado a aparecer. Se me había olvidado abrir los ventanales del balcón y aún permanecía con el saco, por lo cual resultaba obvio que sintiera calor. Paseé entonces mi mirada por la anatomía del pelirrojo en aras de determinar si él también se encontraba incómodo por la temperatura de la noche, y descubrí algo que me dejó estupefacto. Ya fuera por la poca luz nocturna o debido a mi embeleso por verlo completo y no detalladamente, no había descubierto el enorme moretón que sobresalía en su cuello ni la sombra gris que –a pesar del maquillaje- se posaba en su pómulo izquierdo, debajo de su ojo.

-¿Qué… demonios te pasó ahí, Sugizo?- Aún no podía creer las dimensiones de la marcas, por lo que las repasaba una y otra vez, receloso. Él pareció no comprenderme.

-¿Ahí dónde, Hide? ¿De qué estás hablando?-

-¡No te hagas!- exclamé, dejando los cubiertos sobre la mesa para acercarme más hasta tomarlo e inmovilizarlo. Pronto descubrí que la contusión en su cuello era de muy distinta índole de la que tenía en el rostro. -¿Quién fue? ¡Dímelo!-

-¡Suéltame, me lastimas!- se quejó el menor a su vez, y con razón. Debido a mi abrupta reacción lo estaba sujetando con mucha fuerza, cosa que por supuesto no medí. Así que lo solté y él inmediatamente puso sus manos sobre su regazo y se negó a alzar la mirada. Temblaba.

-Fue Kawamura… ¿verdad?- Hablé por fin, en un tono más sosegado que no mantendría por mucho tiempo. El chico alzó los ojos.

-¿Por qué lo dices? ¡Podría haber roto su palabra con cualquier otro imb…!-

-Sé muy bien que no lo suele hacer así- lo interrumpí. –El único que nunca está en discusión en sus negocios es él mismo. Eso lo supe desde que conocí a Inoran y la verdad no me esperaba que hiciera menos contigo- mentí, pues en realidad esa no había sido mi esperanza, pero no habría podido soportar que Sugizo siguiera negando el hecho. –Además, es algo que a nadie más le permitirías.- La decepción se coló en mi tono; hecho que detesté, pues no quería sonar ingenuo pero tampoco acusador.

       Vi los bellos ojos marrones de mi dama cristalizarse e inmediatamente me sentí muy mal. Había adoptado nuevamente y sin percatarme, aquella actitud de juez que el menor tanto odiaba desde el día en que me conoció. No obstante, entonces más que nunca resultaba absolutamente fuera de lugar, pues lo que debí haber hecho era consolarlo y hacerle decirme la verdad. Siendo genuinamente idealistas, mi papel como su amante me acercaba ya más al de un protector, superando con creces la relación insana que mantenía con su proxeneta.

-Perdóname; no debí hablarte así.- Me allegué de nueva cuenta a él tras tomar asiento. Cogí una de sus manos entre las mías y la acaricié. –Sobre todo porque entiendo muy bien para qué te requería tu jefe…- Busqué sus ojos y él los míos. –La marca que tienes en el cuello no se hace con un golpe.-

       Apretó los párpados una vez que hube terminado de hablar y de sus orbes cayeron dos lágrimas, una de las cuales acabó sobre mi mano. Era cálida, contrastando visiblemente con el frío de sus dedos largos y finos.

-Le dije que no iba a obedecerlo esa vez y por ello comenzó a golpearme- narró Sugihara al fin, para mi admiración. –Sin embargo, al final no pasó nada. Me dejó ir… porque se lo supliqué.-

-Y todo por mi culpa…- me lamenté, tomándome la frente con una mano, mientras que con la otra aún apresaba la ajena. Dirigí mi angustiada mirada al frente, buscando pedir perdón sin mediación de palabras, como si las considerara insuficientes debido a mi yerro. De manera inútil recordé cómo el chico me insinuaba que no lo devolviera a su casa aquella noche, y con sobrada razón. Sugizo sonrió tristemente.

-Siempre ha sido así, desde que estoy con él. Más bien, esto no fue nada.- Con su mano me devolvió el contacto de forma suave, pero ello no me hizo despreocuparme. Ya no estaba dispuesto a dar por sentado ese tipo de situaciones y resignarme a verlas como naturales; como, para mi desgracia, las circunstancias me habían forzado a mirar tantas otras dentro de mi cotidianeidad y en mi trabajo. Odiaba esa sensación; esa índole de sentimiento culpable que afloraba en mí como aquella vez en Atlantic City. Si yo no estaba de acuerdo con lo que veía acontecer, ¿por qué tenía que fingir que lo aprobaba?

-No quiero que esas cosas sigan sucediendo. Sencillamente, no lo soporto. Quisiera poder sacarte de ese mundo.-

       Mi interlocutor suspiró pesadamente, bajando su rostro hasta quedarse observando nuestras manos unidas. Ante la falta de réplica, tomé su mentón y lo levanté, atrayendo su atención.

-Yo también quisiera salir de una vez por todas, pero ¿cómo?- El pesimismo implícito en la respuesta, que no era infundado, fue como un golpe a mis ínfulas. -¿Recuerdas la vez en que te insinué algo sobre este asunto en el balcón? Fue justo lo que me preguntaste: ¿cómo? Y yo, al igual que nosotros ahora, también me quedé sin palabras.-

-Algo se debe poder hacer- contesté, levantándome y tendiéndole la mano al chico para que hiciera lo mismo. –Puede que por ahora no sepamos qué, pero daremos con ello. Si alguna vez se te ocurre algo, no dudes en contármelo. Sabes que yo te apoyaré.-

       Adoré la pronunciada y bella sonrisa que entonces se dibujó en sus labios como réplica tranquilizadora. Pasaron los segundos y aún no era capaz de despegar mis ojos de su rostro, perdido como estaba en la contemplación. Cuando ya caí en cuenta de que había transcurrido algún tiempo, me alejé de la mesa habiendo tomado a mi amante por la mano, y me encaminé con él a mi recámara.

-Por hoy, lo único que importa es que no volverás a tu casa- declaré, volteándome hacia el menor y abrazando su cintura para atraerlo hacia mí. –Nadie va a lastimarte.-

       Lo estreché con fuerza y comencé a besarlo apasionadamente, paseando de forma incesante mis manos por su frágil cuerpo. Mis labios se resbalaron de los suyos hasta caer por sus mejillas, mentón y cuello, al tiempo que mis manos avanzaban por su trasero y largas piernas, arremangándole la falda para poder palpar sus medias de red. El pelirrojo gemía entre mis brazos.

-Nhhh… No, Hide. Espera…-

       No muy convencido, pareció querer soltarse, pero no lo dejé.

-¿Qué sucede, Sugichan?...- Llevé mi lengua hasta su oreja, apresándola entre mis labios para poder introducir aquélla en su oído, ante lo cual pude sentir cómo se estremecía.          -¿Acaso… no te gusta?-

-No… ahh… no, no es eso…- dijo a duras penas, mientras clavaba sus largas uñas en mi brazo y espalda. –Es sólo que... mmm… yo soy quien debería estar haciéndote eso…-

       Reí levemente por su respuesta, colocando después ambas manos en la cremallera del vestido, la cual estaba en su espalda.

-No; te equivocas. Yo soy tu cliente, y a ti te toca complacerme en lo que yo quiera. Esta vez quiero ser yo quien te seduzca.-

       Y sin esperar más, empecé a desnudarlo. Como siempre, dejé que conservara las joyas, los guantes y las medias, pues me fascinaba el contraste que hacían la piel negra y el sobrio brillo de las perlas con su alabastrina dermis, digna de una hermosa escultura. Su vestido cayó al suelo y él al lecho, llevado por mis brazos.

       Me quité el saco y el pantalón, arrojándolos también a la alfombra. Cuando me volví a subir a la cama, Yasuhiro me tomó por la corbata y deshizo su nudo, sonriéndome sensualmente. Me ubiqué a gatas sobre él, con las piernas separadas, por lo que instantes después manoseaba mi trasero –todavía enfundado en el bóxer- y la parte trasera de mis muslos. Lenta y escabrosamente subió hasta mi espalda, y luego sus dedos filosos hallaron el sendero hasta mi vientre.

-Ya es hora… Sácate eso…- susurró, desabrochando él mismo los botones de mi camisa. Yo no podía dejar de observar su maestría: lograba torturarme al hacer gala de fingida paciencia incluso cuando ya había logrado abrir la prenda del todo. Se acercó para lamer desde mi ombligo hasta el límite superior de mi esternón, sin dejar de clavar en mí su hambrienta mirada, la cual sabía que me volvía loco.

-¡No me mires… así!- exclamé, muerto de ganas, hundiéndome en la suavidad de sus hombros, cuello y pecho; lamiéndolo y succionándolo con un ardor ingente. Lo abrazaba con firmeza con tal de sentir todos y cada uno de sus escalofríos, y sus suspiros nublaban mi entendimiento. Descendí por el torso ajeno hasta colocarme de frente a la estrecha pelvis que tenía delante, y usando los dientes le bajé la braga al pelirrojo. Sentí su miembro erecto golpearme la mejilla al hacerlo, por lo que no soporté e inmediatamente di inicio a las lamidas.

       Me acomodé como mejor pude luego de que él separara las piernas para cederme espacio, regocijándome con la manera en que se sacudía con cada garganta profunda y cada succión e incluso pequeñas mordidas en su glande. Me despeinaba con insistencia al procurar que me acercara más y más a su cuerpo, y los fuertes jadeos que emitía eran para mí un enorme suplicio. Mi hombría goteaba por la voluntaria falta de atención, pero no acabaría aquel preludio hasta cumplir todo lo que tenía en mente.

       Me incorporé para dirigirme hacia una de las gavetas de la mesa de noche, extrayendo de ella un lubricante sabor cereza. El menor me miraba expectante, por lo que sin decir una sola palabra, lo tomé de la cintura indicándole que se volteara hasta quedar de costado: una de nuestras posiciones favoritas. Después, abrí la botellita y vertí sobre su cuerpo cremoso el dulce contenido, embadurnándole en especial los hombros, la espalda y el exquisito trasero.   

       Requerí sus caderas y lo coloqué de modo que de la cintura para arriba siguiera de lado, pero la parte inferior de su cuerpo estaba boca abajo. Sin poder esperar ni un segundo más separé sus tentadoras nalgas y comencé a devorar el ansiado postre, recogiendo el rojizo jarabe no más de lo que lo esparcía por todos lados, embarrándome con placer hasta la cara. Usaba la lengua para hurgar en lo más profundo de su pequeño y apretado músculo, arrancándole con dichas atenciones grandes suspiros y sonidos desesperados. Me percaté de cómo su diestra intentaba colarse por debajo de su cuerpo hasta alcanzar su dura virilidad, así que tomé su mano con la mía, imposibilitándole su cometido.

-¡Ahhh, Hide! ¡Ya no… ya no lo soporto!-

       Comprendí su angustiada demanda; así que, presto a socorrerlo, llevé mi dedo medio a la deliciosa abertura que no cesaba de contraerse una y otra vez. No bien mi dígito experimentó la placentera calidez y las succiones que el cuerpo ajeno me prodigaba, mi miembro volvió a dar un salto, rozando así la tela ya irremediablemente húmeda de mi ropa interior. No podría controlarme por mucho tiempo más; sin embargo, mi mano oscilaba rápidamente, y en un abrir y cerrar de ojos no fueron uno ni dos, sino tres dedos.

-¡Nhhh! ¡Ahhh!... Por favor, cariño…- la advocación hizo que inmediatamente lo mirara al rostro, el cual ya había volteado en aras de buscar a su vez el mío. Arqueándose con infinita sensualidad, se colocó sobre sus rodillas, subiendo el trasero y llevando las manos a sendas nalgas, dejando la parte superior del cuerpo apoyada en su hombro y cabeza. –Te necesito… dentro de mí… ahora…-

       La lujuria afilada que brillaba en aquellos orbes acabó de despertar de golpe en mí toda la voluptuosidad que yo casi que heroicamente contenía. Así que sin pensarlo dos veces, me acerqué y coloqué mis manos sobre las suyas, adelantando mi pelvis hasta hacer que mi cuerpo calzara perfectamente entre sus blancas y largas piernas. Me moví lentamente al tomarlo, enarcando la espalda de forma extática cuando la presión en mi órgano me hizo contener el aliento y apretar los párpados. Una vez que estuvo adentro, fue el propio pelirrojo quien comenzó a moverse.

-Aaahhh… ¿Así que… te parece que estoy falto de… ¡ahhh!... sabor?...- susurró entre jadeos, tomando un poco del lubricante que le resbalaba por el hombro para llevárselo a los labios y lamerlo, al tiempo que me obligaba a embestirlo con creciente fuerza. Luego de eso, estiró el brazo para embadurnarme la boca con la lasciva mezcla de la cereza y su saliva. La flexibilidad que poseía siempre me dejaba anonadado.

-Claro que no… Mmmm…- respondí a como pude, disfrutando de los deliciosos sonidos que hacían nuestros cuerpos al chocar. –Es sólo que… más dulce nunca está de más…-

       Incliné el torso para asir su miembro, cubriéndole de una manera tal que la pose me permitió redoblar las fuerzas y la velocidad de las acometidas; ello además de poder masturbarlo con brío. Fue tan eficiente el ataque que en pocos minutos el volumen de sus gritos se tornó deliciosamente ensordecedor, y los violentos espasmos de su culmen no hicieron sino confirmar la urgencia de la presión que era capaz de sentir en mi mano; misma que reventó en pocos segundos, manchando las sábanas azules.

       Yo sonreí satisfecho; no obstante, aún no había acabado. Retrocedí hasta quedar sentado sobre mis pantorrillas, y fue cuando miré a mi incansable amante tomar de la cama la botellita y derramar una cierta cantidad de lubricante en mi entrepierna.

-Nunca está de más… ¿no?-

       Sonrió pícaramente y, aún a cuatro patas pero de frente a mí, dio inicio a una exquisita y experimentada felación, usando para ello únicamente los recursos en su boca. Sus dedos arañaban mis muslos y mi abdomen, conforme la agitación en mi pecho crecía y mis instintos se desbordaban.

       Se detuvo cuando todo en mi aspecto indicaba que no duraría mucho tiempo más, irguiéndose tal cual estaba yo y mirándome luego a los ojos. Sonreí con una mezcla de lascivia y ternura, alargando mis brazos para tomar las delicadas manos de finos y delgados dedos que tenía delante.

-Ven aquí y siéntate en mi regazo.-

       Sin dejar de mirarme, hizo tal cual le dije, separando las piernas para ubicarse de frente a mí. Luego se apoyó en mis hombros y descendió lentamente, resbalando su exquisita y sensual anatomía hasta hacer que su carne se juntara por completo con la mía. Ambos nos vimos imposibilitados de contener un profundo gemido una vez que aquello sucedió, y a la vez que retomábamos las fuerzas para continuar fornicando, la expresión en nuestros ojos se hacía cada vez más expresiva y anhelante. Coloqué mis manos en sus afiladas caderas, tomándolo con firmeza e imponencia, como si deseara dejarle en claro y con cada una de las embestidas que, a partir de entonces, su dueño sería por siempre yo. No importaba lo que sucediera.

       La pose colaboró para que ninguno de los dos tuviera que hacer demasiado esfuerzo en aras de alcanzar el orgasmo, ya que debido al ángulo, para mí era sumamente sencillo llegar a su próstata, mientras que la gravedad jugaba a favor de la presión que él ejercía en su interior. Mis manos ascendieron por su marcada espalda hasta hacer que me sujetara de sus costados en un abrazo caliente y sudoroso, al tiempo que continuaba deleitándome con los jadeos que el menor prácticamente depositaba en mi oído. Lo estreché con gran fuerza en el momento mismo en que mi espeso fluido inundó sus entrañas; justo en el instante donde todo su ser temblaba entre mis brazos, desfalleciendo segundos después.

-Te amo, Sugichan. Y aunque no me había atrevido a decírtelo antes, ya hace algún tiempo que lo pienso, y quería que lo supieras.- Me separé de él buscando su mirada marrón, la cual, justo como me lo esperaba, no lucía sorprendida. Las claves emitidas hasta entonces habían cumplido su cometido. –Te necesito a mi lado. Por favor, no te vayas.-

Notas finales:

Espero que hayan disfrutado esta escena casi tanto como yo lo hice al escribirla... *q* jaja, y pues, claro está, que ciertas dudas que tengan se hayan encaminado ya más a su posible respuesta.

La descripción del atuendo de Sugichan está basada en el que usa aquí http://www.youtube.com/watch?v=Cr1BROefLyw. Amo cómo se le ve cuando da vueltas <3 Por cierto que también el que lleva Ryuichi en ese video es justo con el cual lo presento en la quinta escena: momento en que conoce a Hide XD


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