Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

[Reviews - 149]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

No me morí q.q sé que esta vez tarde mucho, pero el clima ha estado muy mal y tuve problemas con el internet, sumándole que ya entré a clases y todo eso... pero por fin pude subir el capítulo que ya lo tenía desde hace días >.<

Aunque Andrés había regresado a casa, no significaba que fuera del todo bueno; su actitud había dado un giro radical, se comportaba bastante antipático y me evitaba por todos los medios posibles. Quería creer que actuaba así con todos y no sólo conmigo, de lo contrario me sentiría más rechazado que ahora. Si bien sabía que lo que había hecho con él semanas atrás estaba mal, y tenía todas en mi contra, por lo poco que lo conocía, podía asegurar que él jamás sería grosero conmigo. Asumí que me pasé de la raya, y que debió afectarle más de lo que creí. 

Comenzaba a entender que no todo el mundo era como lo esperaba, no todos eran iguales a mí, y que por supuesto, yo no podía controlar los sentimientos de las demás personas. Dicen que "mejor tarde que nunca", pero, ¿"tarde" significa cuando te das cuenta que te hace falta la otra persona? Jamás me di el tiempo de entender a los demás, solo me preocupaba por mi bienestar. 
Dicen que ser egoísta es una virtud, el que si tú no ves por ti, nadie lo hará, y yo me escudaba en eso, llevándolo a otro nivel. 

-Deberías hacer algo de provecho, llevas toda la tarde ahí sentado. 

Me hundí más en el sillón en protesta y le subí el volumen al televisor. Mi madre, la mujer que me hace rabiar cuando me trata como un niño de quince años. Aunque mi forma de pensar tampoco era muy madura, al menos no por ahora. 

-Está bien que no trabajes ni estudies por ahora, pero no puedes estar todos los días así. —Continuó la mujer a un lado de mí. Me irrité más. 

-No me dejas escuchar, mamá. —Bufé y señalé el televisor con el control remoto en la mano, haciéndole entender que se callara— ¿Tú no tienes que trabajar? 

-Yo también tengo mis vacaciones, hijito. 

-¿Sí? —Pronuncié con ironía— Pues déjame disfrutar las mías. 

No volteé, pero aseguraba que mi madre puso los ojos en blanco, reprimiendo sus ganas de regañarme, y yo estaba consciente de eso, no podía desquitarme con los demás, de todas formas, lo hacía, mis impulsos me ganaban y aunque después me reprendía por ello, me disculpaba con mi silencio. 

Divagué mi mirada cautelosamente por todo el panorama; mi hermana estaba en el sillón opuesto, con su teléfono móvil entre sus manos, ignorando lo que pasaba a su alrededor. Nadie decía nada, y pensé que estaba fuera de peligro. 

-Por cierto... —Dijo mi mamá en un tono más amable, llevando la conversación por otro rumbo— ¿No sabes si ya desocupó el departamento el jovencito que vive contigo? Bueno, vivía. —Se corrigió. 

-¡¿Qué?! —Ya estaba de pie, casi por instinto, cualquier cosa relacionada con él, disparaba mis alertas— ¿De qué hablas? 

-¿Q-Qué te pasa, Sebastián? Sién... 

-Mamá, ¿de qué estás hablando? —Le interrumpí, exigiendo, aunque sonaba más a súplica. 

-¿Pero es que no te lo dijo? Esta mañana antes de que vinieras vino a hablar conmigo acerca del acuerdo de vivienda, me dijo... —Hizo una pausa, tratando de recordar—...que tenía algunos inconvenientes y tenía que regresar. Tú sabes que yo soy una mujer bondadosa y no le pude decir que no, después de todo es buen chico, ¿no crees? 

-¿A qué hora se iba? ¿A dónde va? —Interrogué con desesperación, mirando a Sandy de reojo, a diferencia de mí, se veía resignada y serena. Miré a mi mamá, quien me veía confundida. 

-Debe de estar empacando, o quizá ya se fue. 

Pasé entre los muebles de un salto, oí a lo lejos la voz de mi madre gritando mi nombre. En ese momento ya iba corriendo por la acera a todo lo que mis piernas me permitían, el aire helado chocaba contra mi cara y mis ojos, secándolos, pero eso no me detuvo. En los cruces tuve que hacer movimientos rápidos o moría atropellado. No diría que soy todo un atleta, pero las prácticas de tenis en mi infancia y las horas de gimnasio, hicieron su trabajo. 

Sentí mis piernas hervir en cada zancada que daba, estaba consiente que me podía lastimar las articulaciones si seguía corriendo de esa forma, sobre todo porque la superficie no era del todo lisa, más los brincos que pegaba en cada obstáculo. 

La adrenalina corría por mis venas, ni el intenso frío de la nieve me afectaba, a pesar que no llevaba ni una chaqueta. Jamás fui creedor de aquel ser superior que todos llaman "Dios", pero ahora rezaba porque Andrés aún siguiera ahí. 

Di una vuelta en la última cuadra, que me hizo derrapar, casi caer, pero me incorporé rápidamente. Llegué a la entrada del edificio y subí las escaleras de dos en dos, hasta llegar al penúltimo piso, empujé la madera, abriéndola de un portazo. 

Enseguida corrí hasta la recamara de Andrés, revisando su closet, cajones, baño. Todo, absolutamente todo, había desaparecido. Sin duda se había ido. 

Más que triste, salí frustrado al corredor, ambas manos cubrían mi cara, sofocando alaridos. 

-Sebastián... 

Esa dulce voz me tranquilizó por un segundo. 

-Andy... Andy... —Fui hasta el umbral de la puerta, tomando al pequeño chico por los hombros, zarandeándolo, quería sentirlo entre mis manos, comprobar que no alucinaba— ¿Por qué tus cosas no están? Oye, no tienes que irte. Si... si es por lo de la última vez, lo siento, te ofrezco la más sincera disculpa que podrás obtener de mí. —Lo miré con el corazón a todo lo que daba, el sudor frío recorría mi espalda— Lo sé todo, absolutamente todo y me equivoqué, lo lamento, no tuve porqué tratarte así. Vi tu regalo y me encantó, también eres importante para mí, por eso quiero que te quedes. —Tomé aire tratando de regular mi respiración, aunque no fue más que un pretexto para reunir valor suficiente— Andy... me gustas, no te vayas, por favor. —Dije apenas con un hilo de voz, sentí un extraño revoloteo en mi estómago. 

Él me miró boquiabierto, asimilando el momento. Sacudió su cabeza y me miró fijamente. 

-Me voy y de eso venía a hablarte, no puedo irme sin decirte unas cosas, sería ingrato de mi parte. ¿Puedes sentarte? —Me evadió por completo y señaló un asiento de la barra, más que invitando, me obligaba a sentarme. 

-Andrés, escúchame... te estoy diciendo que... 

-Por favor. —Insistió firmemente. 

No me quedó más que suspirar y me senté, él hizo lo mismo, tomando asiento junto de mí, volteándose de frente. 

-Pensaba esperarte hasta que volvieras antes de partir, pero ya que estás aquí, quiero aprovechar. Primeramente... Muchas gracias por dejarme vivir aquí estos dos meses, fue de gran ayuda, al igual que tu madre, ambos fueron amables... 

-Dijiste que te gusto. 

-Sebastián, no quiero entrar en eso. —Resopló con el ceño fruncido. Era la primera vez que lo veía de esa forma. 

-Pues yo sí. Si tanto te importo no te irías. 

-¡No es eso! No te das ni una idea de lo que sucede. 

-¿Cómo puedo saberlo si no me lo dices? Estás tomando todas las decisiones por tu cuenta. 

-No hables como si fuéramos algo. 

Primera verdad. ¿Qué éramos? No sabíamos nada del otro, no éramos lo suficiente cercanos para ser amigos y mucho menos pareja; eso solo apuntaba una cosa: conocidos. 

-Sebastián... —Volvió a llamar ante mi silencio. Ciertamente estaba herido, ese punto débil que nadie jamás tocó, él lo encontró con facilidad— Escucha, si hago esto es porque es lo mejor. 

-Tú no sabes qué es lo mejor, no sabes cómo me siento. No vengas a decir esa porquería. 

-No entiendes, no entiendes nada. Estoy cansado de todo esto, ya no puedo seguir así, esto es por ti, porque solo te traería problemas, ¿acaso no te das cuenta? Veas por donde le veas no somos compatibles. Tú tienes el mundo y yo el mío, mientras tú lo sabes todo, yo no sé nada. ¿Te imaginas lo que dirían los demás si te vieran con alguien como yo? Te arruinaría la vida. Sebastián, tú estás en lo más alto y yo en lo más bajo. No quiero un fracaso. Es inaceptable, no quiero ser un problema, no para ti. —Se bajó del taburete, yendo a la salida. 

-Cobarde... —Andrés se detuvo con la mano en la manija, de espaldas a mí— Eres un cobarde. —Alcé la voz— Tienes diecinueve malditos años y no puedes hacerte responsable de la situación, prefieres huir en vez de dar la cara al mundo. Yo seré lo que quieras, pero siempre te he hablado de frente a ti y a los demás. ¿Cómo demonios sabes qué pensará la gente si me ven contigo? ¿Acaso predices el futuro? Me importa una mierda lo que diga el mundo, lo que diga Dios y hasta el presidente. Dices que no quieres un fracaso, pero ¡sorpresa! Ya estás fracasando con el hecho de salir por esa puerta. Que sepas que no le ruego a nadie y tú no serás la excepción. 

-Lo siento... —Murmuró, yéndose definitivamente. 

La descompensación se me vino encima. Mi cuerpo no tenía suficiente energía por falta de alimento y yo haciendo esas carreras. Me sostuve del mármol para evitar caerme ante el mareo que presenté. Mis ojos me ardían, amenazando con que unas lágrimas salieran, pero no me lo permití. Refugié aquellos sentimientos que quedaron en el aire tirando y golpeando todas las cosas a mí alrededor. Agradecí por no haber soltado que no sólo me gustaba, sino que era algo más que todo eso; en mi mente jamás pensé que esto resultaría así, él era tan complejo e impredecible, llevaba todo a los extremos por culpa de su miedo. Ese miedo que no lograba comprender, ¿qué hacía que no fuera capaz de creer que yo podía sentir algo por él? Se protegía demasiado, tanto que no permitía que yo lo hiciera. 



Al cabo de una hora y después de una segunda ducha salí del apartamento con rumbo a mi casa. Mentiría si dijera que me sentía bien, a pesar de que estaba más calmado y sin derramar una lágrima, no me sentía del todo seguro en que no ocurriría en un futuro, los ojos me pesaban y cualquier mínimo pensamiento lo sentía como un plomazo en mi corazón. 

Bajé del auto y abrí la puerta con mis llaves, rara vez lo hacía, siempre me había gustado que me recibieran, pero era distinto, esta vez no venía en modo visita. 

Subí por las escaleras, sin fijarme en que mi mamá podía estar en la sala. Llegué hasta el cuarto de Sandra abriendo la puerta de la misma forma, sin tocar. Ella estaba sentada en su cama de sábanas moradas, organizando su maquillaje, volteó a verme con una expresión temerosa, sabía a lo que venía. 

-Dímelo ya. —Ordené, parado en el marco de la puerta. 

-¿De qué hablas? —Se hizo la desentendida volviendo a lo suyo. 

-¿A dónde fue? —Esta vez mi voz sonaba tranquilamente amenazante. Ingenuo no era. 

-Le prometí no decirte. 

-Me prometí no cometer otro error. —Por una parte era verdad, pero por la otra estaba la duda. Si dijo que ya no quería más, lo justo es que respetara su decisión, pero yo no quería lo justo, quería lo mejor. 

-Sebas, confío en mí, no quiero traicionarlo. 

-Y no lo harás. Sólo me estás proporcionando información, no quiero portarme mal contigo, dímelo de una vez. 

Suspiró un momento con la cabeza gacha, la ponía en una situación difícil, lo sabía, pero no quería quedarme con los brazos cruzados. Puede que estuviera actuando por instinto y que quizá lo que iba a hacer no era lo correcto. 

El amor puede ser tan malo como quieres que sea y yo puedo ser tan insistente como quiera serlo.

Notas finales:

No dejaré tirada esta historia, así que agradezco la paciencia y apoyo <3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).