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Cuando los sueños se hacen realidad por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Hola!!! perdon por la tardanza >.<

se me vino el fin de semestre de la Universidad encima con todo!!! asi que no tuve tiempo antes de escribir.

Pero aqui les dejo el quinto capitulo, espero que les guste =)

 

 

Capítulo 5: Ausencia

 

Ya había pasado un buen tiempo desde que me encontraba en Alemania. El Centro de Rehabilitación era como mi nuevo hogar ahora, tenía mi propia habitación ahí y gran parte del tiempo la pasaba en aquel lugar, aunque como no era un hospital, tenía la libertad de poder salir cuando yo quisiera. La institución tenía la mejor infraestructura y especialistas para poder tratar adecuadamente diversos tipos de lesiones en tenistas. También era el espacio adecuado para conocer a otras personas como yo, con un inmenso amor al tenis y con mucho talento, y que trataban con todas sus fuerzas de recuperarse.

Recobré las agallas al llegar a aquel lugar. En este último año, no había podido evitar sentirme miserable y mezquino, comencé a tener una apreciación desastrosa de mí mismo, era como si me hubiera olvidado de quien era, y tenía razón, toda la fuerza y determinación que en algún momento me habían caracterizado, las había perdido. Fue el llegar a este lugar el que me hizo recuperar la fe en mí mismo, el ver a tantos jugadores ahí, dando su mejor esfuerzo, me obligó a mí a hacer lo propio.

Por lo tanto, desde que llegué, no hice otra cosa más que comenzar con mi rehabilitación. Tuve la fortuna de tener además, dos excelentes especialistas ayudándome: una doctora y una entrenadora, quienes hicieron una labor extraordinaria desde que llegué.

Una de las primeras medidas que se tomó en mi caso, después del chequeo médico completo para determinar la real condición de mi brazo, fue la estricta prohibición de practicar tenis. Tal vez esa fue una de las partes más difíciles de la rehabilitación.

Pero mi estadía allá no se limitó sólo a estar encerrado en un pabellón médico, uno de los puntos importantes fue que me permitió explorar y desarrollarme en otras áreas. El Centro de Rehabilitación contaba con una revista de circulación interna, de la cual me hice parte, escribiendo una pequeña columna. Además, estar en Europa me permitió asistir a torneos con un nivel de exigencia muy distinto a los torneos japoneses. La calidad de los participantes era muy alta, así como también lo era la calidad de su tenis. Todo esto lo estaba guardando como una rica experiencia, que podría aplicar después, cuando volviera. La verdad es que me sentía afortunado de poder estar en un lugar como ese. En Alemania, el tenis es un deporte mucho más popular que en Japón, acceder a información relacionada al tenis es muy fácil, el Centro de Rehabilitación era de primer nivel y Múnich era una hermosa ciudad. Tenía muchas razones para sentirme feliz, aunque no puedo decir que ese era  precisamente el sentimiento que me definía en ese lugar.

En el Centro de Rehabilitación, mi rutina diaria era sumamente exigente, si lo comparaba con mi rutina normal en Japón, se podía decir que la cantidad de obligaciones se había duplicado. Me levantaba muy temprano, me mantenía ocupado todo el día, realizando entrenamiento de rehabilitación, pero también de fortalecimiento físico, supervisaba algunos partidos, escribía en la revista o simplemente recopilaba información sobre tenis en la biblioteca especializada del Centro, por lo que cuando llegaba la noche, caía rendido a la cama, sin poder mover un musculo por el cansancio y me quedaba dormido casi automáticamente. Aunque estaba agradecido por eso, el tener muchas exigencias mantenía mi mente ocupada, lo que me impedía recordar, me impedía pensar en él.

En el momento en que tomé la decisión de viajar a Alemania, tomé también la determinación de sacar a Atobe de mis pensamientos, lo cual creía estar logrando ahora. Aunque sabía que poder sacarlo de mi corazón sería imposible. Enamorarse es gratis, el precio se empieza a pagar cuando se quiere olvidar. Pero que algo sea difícil no significa que sea imposible, y aunque sea imposible no significa que vaya a rendirme.

Mi decisión estaba tomada, yo lo olvidaría y seguiría con mi vida y con mi sueño de ser un tenista profesional… o eso era lo que yo creía, pues todo cambio el día de la visita de mi equipo a Alemania.

Los titulares de Seigaku habían viajado a celebrar junto a mí el primer lugar obtenido en el Torneo de Kantou, habían vencido al Rikkaidai Fuzoku, y a modo de premio, nuestra entrenadora les había invitado a Alemania. Llevaba más de dos mes en el Centro de Rehabilitación cuando recibí esta inesperada visita y lo que ello significó para mí.

El equipo llegó por la mañana, mi doctora los fue a recoger al aeropuerto y los llevó hasta el Centro. Yo los esperaba en la entrada, lo observé bajarse del autobús, se veían tan animados y entusiastas, no me había dado cuenta de cuánto los había extrañado hasta que los vi ahí de pie frente a mí. Recuerdo hasta haber reído con sus comentarios inapropiados, sus peleas infantiles y sus inevitables locuras.

Los llevé a dar un paseo por las instalaciones, para que conocieran el lugar y se familiarizaran con el trabajo llevado a cabo en el Centro, visitamos las salas de entrenamiento y rehabilitación, las canchas dentro de las instalaciones, la biblioteca y finalmente los llevé a mi habitación.

Era pequeña pero acogedora, bien iluminada y con el espacio justo para mis necesidades, tenía una cama de una plaza, un escritorio donde había un computador y algunos papeles en los que estaba trabajando, un closet al fondo y un baño privado, la estantería se encontraba llena de revistas y libros dedicados al tenis. Las blancas paredes de la habitación estaban decorada con fotografías de cumbres famosas que algún día me gustaría escalar.

En un momento, cada uno de los titulares tomó su propio rumbo, por lo que yo me quedé solo en mi habitación con Oishi. Era un día soleado y la luz inundaba el lugar, yo me encontraba sentado en la silla del escritorio y Oishi estaba sentado en la cama, hablábamos de todo un poco, del colegio, del equipo, de cómo había sido para él esta nueva experiencia de reemplazarme como capitán… cuando de pronto, la pregunta más inesperada salió de su boca:

-Y… ¿Has pensado mucho en Atobe?-

Me quedé helado, sabía que Oishi era una persona muy observadora, que se preocupa mucho por los sentimientos de los demás, lo que lo llevaba a conocer muy bien a la gente que le rodea. Además, debió darse cuenta de algo, el día en que vimos la final del Campeonato Nacional el año pasado, aunque nunca me había mencionado nada sobre el tema. Es por eso que me impresionó tanto que de pronto me haya hablado de él, y no sólo eso, sino que por lo visto estaba muy enterado de mis sentimientos por Atobe ¿tan obvio era? Desvié la mirada hacia el paisaje afuera de la habitación que se alcanza a divisar a través de la ventana.

-A decir verdad, pensé que me preguntarías por él- volvió a decir

-Cuando decidí venir a Alemania, tomé la decisión de no pensar más en él- dije secamente

Quise cortar el tema con esa frase, realmente no quería tener esa conversación, no quería que mi decisión fuese cuestionada, pues corría el riesgo de arrepentirme demasiado fácil. En ese momento sentía que todo mi mundo era tan frágil como un cristal, la poca estabilidad que había alcanzado en Múnich, se podía ir al traste en un abrir y cerrar de ojos.

-¿Y de verdad crees que lo lograrás?- preguntó asombrado

Lo miré a los ojos sopesando sus palabras, pues la verdad era que me habían llegado al alma. De seguro que le sorprendió que pudiera ser tan ingenuo, y ahora que yo mismo las oía, me sorprendió también, me pareció que mi forma de pensar era tan inocente. Yo no lo podría lograr, aun cuando lo intentara con todas mis fuerzas, yo nunca podría olvidarlo.

Ahora me daba cuenta de la realidad, yo no había olvidado nada en este tiempo, estos meses que me habían parecido interminables, en los que me había esforzado cada segundo por mantener mi mente ocupada, trabajando concentrado en cualquier cosa medianamente interesante, sólo para evitar pensar en él… todo había sido inútil. Con el sólo hecho de oír su nombre, mi corazón había dejado de latir unos segundos, para acelerar su ritmo después. Sólo con escuchar que me preguntaban por él, mi nerviosismo creció de una forma incontrolable, tanto que por unos segundos no supe qué hacer.

No obstante, mis vanos intentos de olvidarle me servían para no sufrir el dolor de la distancia. Su ausencia me mataba por dentro.

 

¿En qué hondonada esconderé mi alma

para que no vea tu ausencia

que como un sol terrible, sin ocaso,

brilla definitiva y despiadada?

Tu ausencia me rodea

como la cuerda a la garganta,

y el mar al que se hunde.

(José Luis Borges)

 

Suspiré pesadamente, rendido ante el hecho inevitable de descubrir que yo aún le amaba.

-Sé que parece muy ingenuo de mi parte, pero no hay nada más que pueda hacer- confesé

-Podrías decírselo- sugirió Oishi con optimismo en la voz, aunque sólo él podría ser optimista en un caso como este.

-Claro que no, ni siquiera sé cuánto tiempo más tendré que permanecer aquí. Además… dudo mucho que sea correspondido- dije

-A veces… uno es afortunado por el simple hecho de amar- dijo con una sabiduría inesperada en él.

-Tienes razón, esa es una razón más para no decirle nada a él- sentencié

-¿Estás diciendo que te conformas con tratar de ser sólo un amigo para él?- preguntó

-La verdad es que me conformo con mucho menos-

Esas palabras salieron difícilmente a través de mi garganta, dejando un gusto amargo en mi boca. Era la confesión más personal que le había hecho a alguien, ahora me sentía completamente desnudo, mostrando mi alma a este amigo, nunca me había sentido tan expuesto, pero también me sentía como un completo cobarde, y me asustaba que los demás vieran esta debilidad en mí. Había oído que el amor nos hacía fuertes, pero yo nunca me había sentido así, por el contrario, sentía que este amor me hacía más débil e incapaz cada día.

Estábamos en esta conversación, cuando de pronto la puerta se abre, dejando pasar a un sonriente Fuji.

-Así que aquí estaban, los estaba buscando- dijo Fuji

-Lo siento Fuji ¿para qué nos necesitas?- preguntó Oishi

-Vamos a salir a dar una vuelta por la ciudad ¿vienen?-

-Claro, vamos juntos- dijo Oishi mientras se ponía de pie y yo lo imitaba

-¿Y de qué tanto hablaban?- preguntó Fuji curioso

-Cosas de capitanes- dije desviando el tema

Salimos los tres de la habitación y nos dirigimos abajo, donde nos esperaban los demás miembros. Salimos a conocer Múnich, los llevé a los lugares más interesantes para ver. Recorrimos el Castillo de Nymphenburg, el Estadio Olímpico de los juegos del 72, hasta visitamos el Campo de Concentración de Dachau. Todos se veían divertidos, sacando fotografías y comprando souvenirs.

Se quedaron sólo dos días y cuando se fueron, no pude evitar sentirme triste y mas solo aun. Sentí que un nudo se formó en mi garganta al momento de decir adiós, quería irme también con ellos, quería regresar, pero sabía que no podía hacerlo.

Ese día, al volver del aeropuerto, me dirigí a la iglesia de San Pedro en el centro de la ciudad. Yo no soy católico y aun no sé qué fue lo que me empujó a ir a ese lugar, tal vez fue la majestuosidad del edificio lo que me atrajo.

Se trataba de una iglesia de proporciones inmensas de estilo renacentista. El cielo del atardecer enmarcaba la alta y delgada torre en la entrada, y hacía que la luz que entraba por los coloridos vitrales tuviera un aspecto casi divino. Me sentí sobrecogido ante la grandeza de aquel edificio y el solitario ambiente me produjo paz.

Una vez dentro, me dirigí hacia una banca en la nave derecha, me senté y cerré los ojos, reposé unos instantes mirando los cuadros de escenas bíblicas y las doradas esculturas de antiguos santos, esperando que la armonía de aquel lugar me inundase a mí también.

Permanecí ahí, esperando que la paz del lugar lavase mi alma de los miedos y las culpas que la inundaban. Pedí al silencio que me hiciese recordar que yo era mejor de lo que pensaba, que era más fuerte de lo que creía, y pedí perdón por haber tratado de negarme a mí mismo, pues negar mis sentimientos, era también negar quien era. Me di cuenta que durante toda mi vida, había vivido bajo la constante obsesión de controlar cada segundo de mi existencia, que durante años, había tratado de luchar contra mi corazón, porque tenía miedo, sentía terror a la tristeza, al sufrimiento, al abandono y eso me había impedido amar libremente. Pero ya no más.

Así que aunque no creía en el Dios del cristianismo, le recé y le pedí, porque se dice que Él es un Dios de amor, sabía que me comprendería, que entendería mi amor. Le pedí que conserve ese amor valiente y puro en mi corazón, con las fuerzas necesarias para seguir vivo, a pesar de los abismos y las distancias que nos separaban, porque ese amor que sentía, para mí era la vida misma, era mi fuerza, mi espada y escudo, era lo que me mantenía vivo, la única cosa que realmente me pertenecía y es lo único que podré llevarme a la otra vida.

En ese momento, sentí que un gran cambio se dio en mi interior, en mi manera de ver el mundo y afrontar sus dificultades, y tal vez fue este cambio de mentalidad el que provocó que las cosas comenzaran a mejorar para mí, porque entendí que si buscamos el amor con coraje, éste se presenta en nuestras vidas y terminamos conquistándolo. Yo lo amaba, y sentía que a cada segundo que pasaba, ese amor crecía cada vez más en mi interior, transformándome, haciéndome crecer como persona cada día un poco más.

 

Dos semanas después, recibí la llamada de Sakaki sensei. Me enteré que en Japón se estaba desarrollando un Campamento de Enriquecimiento, una instancia de preparación y selección de un equipo que representaría a la Región de Kantou, para disputarían un partido amistoso con un equipo de la Costa Oeste de los EEUU. Ryusaki sensei era la entrenadora principal debido a que nuestro equipo era el ganador del Torneo, sin embargo, ella había sufrido un colapso, por lo que se encontraba en la clínica y necesitaban un reemplazo. Me pidieron que reemplazara a mi entrenadora en el Campamento, me pidieron que volviera –aunque por un breve tiempo- a Japón.

Eso para mí sólo significaba una cosa… por fin, después de más de dos meses, podría volver a ver a Atobe. 

 

Notas finales:

Gacias por leer =)


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