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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Notas del capitulo:

Último capítulo del 2013, perdonen las faltas de ortografía que pudiera tener, pero ya es de madrugada, y como en todo el día no estaré, tenía que ser ahora y de verdad quería subirlo antes de que acabe el año(? 

Había pasado la tarde en casa, con Sandy, como se lo había prometido, mi padre incluso salió de su oficina para venir a acompañarnos. Mi hermana no tardó en preguntarme y ponerse al tanto de cómo iban las cosas con Andrés desde la última vez que le hice saber que ya estábamos saliendo juntos, ella jamás había estado tan emocionada con alguna pareja mía, y eso también me alegraba a mí, al menos saber que tenía la aprobación de alguien de mi familia, me reconfortaba muchísimo y también porque podía hablar con ella sobre él y pedirle uno que otro consejo, después de todo, se llevaba muy bien con Andrés, también me atreví a comentarle la aún increíble historia de lo que pasó con Luciana y que al fin me la había quitado de encima, pero por otra parte, sentía que había muchas cosas más que Andrés no me mencionó, pero ya no tenía que volver a verle, al menos no en ese plan. 

Mi madre, que se puso como loca en cuanto le avisé que no pensaba trabajar con mi papá al graduarme, no dejaba de presionarme que debía de arreglar las cosas con Luciana cuando Sandy le dio la noticia, por supuesto omitiendo que estaba saliendo con alguien más y que ese era un chico; no me sentía con el valor suficiente para confesarle algo así, no es que saliera del clóset, porque nunca estuve dentro, pero sí que en algún momento de mi vida, había llegado a sentir sentimientos más que fratenarles por un hombre, y que además vivía conmigo por coíncidencia, aunque en cierta forma me sentía menos responsable si un día llegaba a decírselo, porque ella había sido la que eligió con quién compartiría mi nuevo hogar. Mi padre no reaccionó tan alterado ante las dos noticias como ella y sólo soltó un "Si así lo quieres", y me hizo saber que en cualquier momento el trabajo permanente en la constructora siempre estaría disponible, pero por supuesto, me negué rotundamente alardeando que lo iba lograr, que iba a ser reconocido por mis propios medios, aunque aún no estaba seguro del todo. 

Salí de mi casa como a eso de las seis y media de la tarde y en el camino pensé en comprar unas rebanadas de pastel para compensar a Andrés por haberlo dejado solo en el almuerzo sin previa anticipación, no es que tuviese que hacerlo, pero sentí que un pequeño gesto no le vendría mal, aún sabiendo que le encantaban las cosas dulces tanto como a mí. Dejé el auto a unas cuadras de la cafetería donde vendían unos postres bastante ricos, a pesar que no solía venir con mucha frecuencia, pero había venido con Luciana un par de veces y si de algo no me podía quejar de ella, era su buen ojo, para todo. Sonreí con autosatisfacción subiendo mi ego. 

 -¿Sebastián? —Escuché una tenue voz a mis espaldas y volteé al instante, encontrándome con una pequeña figura envuelta en una gabardina color beige y unos ojos cálidos observándome— Nunca me llamaste. —Continuó al ver que no había reacción de mi parte. 

 -Julieta... Es que... yo...—Balbuceé sin ninguna explicación. Lo había estado pensando pero cuando tenía el teléfono en mano, me arrepentía, diciéndome que "lo que pasó en el pasado, en el pasado de queda". Extendió su mano frente a mí, dándome a entender que no siguiera. 

 -Podemos hablar ahora. —Me sonrió señalando la cafetería que teníamos al lado— Si tú quieres, claro. —Se apresuró a decir. 

 Asentí con la cabeza, excusando que si se me había presentado la oportunidad por algo debía de ser. Escogimos una mesa al fondo, pegada a la pared del cristal y ella ordenó un chocolate caliente y yo un americano. 

 -¿Cómo has estado? —Tomó una de las flores, que estaban en el jarrón de centro de mesa, me resultaron extrañamente familiares y la acarició con delicadeza. 

 -Bien, muy bien. ¿Y tú? 

 -¿De verdad estás bien? —Clavó sus ojos en los míos y me sentí levemente intimidado. 

 -Por supuesto que sí. —Dije con cierta apatía. 

 -¿Qué tal tu carrera? ¿Sigues siendo tan excelente como siempre? 

 -Y lo seguiré siendo —Le sonreí denotando mi orgullo y en ese momento se acercó la mesera entregando el pedido— No me has dicho cómo estás tú. 

 -Pues... —Dudó revolviendo su chocolate con la cuchara— mi ex me ha vuelto a buscar. 

 -¿Tú ex marido? —La miré sorprendido, supuse que deberían llevar unos buenos años separados por lo que me dijo cuando me la reencontré— ¿Piensas regresar con él?

 -No sé, no sé si deba perdonarle. 

 -¿Perdonarle? ¿Tú a él? —Pregunté confundido. 

 -Sí. Sé que dirás por qué, si yo fui la que terminó todo, —Aclaró— y que probablemente sea una descarada, pero no sólo nos divorciamos por eso, sino porque cuando éramos recién casados, me enteré que él tenía otra mujer y hasta un hijo. Esos eran sus supuestos viajes de trabajo, él muy cabrón me mintió durante casi un año. 

 -¿D-de verdad? —Dije íncredulo— Pero si Agustín siempre se vio como un hombre correcto, algo estirado, eso sí... pero jamás creí que fuese capaz de hacer algo como eso, ¿cómo lo supiste?

 -Una madrugada regresó a casa de repente —Comenzó a explicar— algo alterado y dejó su celular sobre el comedor mientras entró al baño... —Suspiró como si le fuese algo difícil recordar y dio un trago a su chocolate— contesté y era una mujer soltandole insultos y preguntándole cómo se atrevía, le colgué en seguida, de seguro se enteró que estaba casado. —Se encogió de hombros— No negaré que me dolió, pero después, cuando se entró que yo estaba con... alguien más, fue el colmo. Se puso como una fiera; no estuvo bien lo que hice, pero no tenía derecho. 

 -Vaya... —Me costaba asimilar todo lo que había pasado en ese tiempo y me imaginé de lo sola que se sintió, ella siempre fue alguien necesitada de compañía y de afecto. Era inevitable no sentirme responsable— Entonces, ¿eso es un no? ¿no lo volverás a ver? 

 -Aún no sé. —Me sonrió con amargura— A veces me gustaría intentar nuevamente, ambos cometimos errores y él me ha jurado que no me abandonará si le doy una nueva oportunidad. —De nuevo tomó la flor dorada y me la entregó. Yo la miré sin entender, pero la acepté— "Amor sin esperanzas" —Recitó, cambiando de tema y entendí que quería seguir hablando de ello; colocó sus ojos sobre mí de nuevo y observé una enorme melancolía en su interior. 

 -¿Qué quieres decir? —Mascullé mirando el capullo que parecía recién cortado. 

 -El lenguaje de las flores. Ese es un tulipán amarillo y significa amor sin esperanzas. —Me dedicó una gran sonrisa llena de jovialidad que arrasó con su tristeza interior.

 Y entonces lo recordé. Aquellos primeros días de convivencia con Andy, él entró a casa trayendo consigo un gran ramo de tulipanes, estaba nervioso, avergonzado y con tanta inocencia, él me estaba diciendo todo a través de unas flores, todo lo que me quería decir era tan sencillo como los tulipanes amarillos; y yo me acobardé, le hice un desplante tan infame que lo intimidé y lo herí, aun dándome cuenta de lo vulnerable que era ante mí, me aproveché de ello, despreciándole. 

Inconforme conmigo mismo me distraje cuando miré el silencio que se había producido, Julieta miraba a un punto inexistente detrás de mí y por incercia volteé también. 

-¿Qué? —Pregunté al no ver nada interesante allá atrás. 

-Nada, nada. Me pareció ver a alguien... —Sacudió la cabeza— Debe ser la edad. —Retomó la sonrisa, algo tímida. 

-No creo, ¿qué edad tienes? —Miré mi café y me di cuenta que no lo había tocado en toda la charla, sin embargo, ya no sentía antojo y estaba en un estado de tribulación hacia mí. Seguía reflexionando mis acciones del pasado y estaba consciente que me contradecía si lo comparaba con el tema de Julieta de dejar todo como estaba en el pasado. 

 -¿Acaso no sabes que jamás le debes preguntar eso a una mujer? —Río, dejandome ver una faceta más relajada de ella. 

-Oh, perdona. —Dije, avergonzado. 

-Era una broma. Tengo treinta y nueve. —Dejó salir un chiflido para señalizar un largo periodo de tiempo. Sonreí. 

-No es tanto. —La miré con candidez. 

-Ya me dirás cuando llegues a esa edad... 

Esbocé una sonrisa, pensando que aún me faltaba un largo camino por recorrer y que durante ese tiempo aprovecharía al máximo mi juventud; pensar en ello me hizo quitarme otro el remordimiento de los malos tratos que le di a Andrés en un principio y asumí que debía aprovechar el tiempo al máximo, dándole ese cariño que se merece. También recordé que se estaba haciendo más de noche y que él estaba solo en el departamento. 

-Me tengo que ir ya. —Me puse de pie algo apurado y saqué el móvil mirando la hora. 

-¿Sucedió algo? —Dijo alterada, probablemente pensando en algo grave. 

-No, no, es sólo que tengo que llegar a casa y... —Tomó mi mano y mi cuerpo se estremeció por el contacto. 

-Sebastián, dime algo, ¿estás saliendo con ese chico, verdad? ¿el que acompañaste la otra vez? 

La miré perplejo, preguntándome cómo es que se había dado cuenta, no tuve ningun contacto físico, ni mucho menos crucé ninguna palabra malinterprerada con Andrés, el día que estuvimos en las oficinas. Volteé para asegurarme que nadie la hubiese escuchado, pero era imposible, la cafetería estaba casi vacia. Asentí con la cabeza, avergonzado y ella me sonrío, soltándome. 

-Anda, ve. Yo invito, no te preocupes. 

-Gracias. —Murmuré y tomé el tulipán, después de hacerle un gesto con la cabeza en señal de que lo guardaría. 

Salí del establecimiento en dirección a mi coche, extrañado de todas las cosas que habían pasado desde que Julieta y yo nos dejamos de ver, pensé en que si yo hubiese tenido más cuidado aquella vez, hace 4 años, nada de esto hubiese pasado. 

 

                                                *     *    * 

 

Mientras ordenaba unos papeles que mi padre me había encargado para que estuviesen bien archivados al acabar la tarde, en mi cabeza visualizaba los detalles y posibles cambios que podría darle al diseño que aún moldeaba en mi portatil y que presentaría como proyecto final.

Organizaba mecánicamente el papeleo, deseando poder estar frente de mi computadora y plasmar toda mi inspiración que sabía que me abandonaría en cuanto llegara a casa por la noche y me viera sumergido en el cansancio que me obligaba a posponerlo para otro día. Tal y como me estaba pasando las últimas semanas. 

También pensé en Andrés. En su comportamiendo tan eludible que había estado presentando desde ya hace un tiempecito, si bien, nuestro contacto físico era límitado, ahora era inexistente, parecía irritado y sensible todo el tiempo, tanto que sentía que podía herirlo con cualquier mínimo comentario. 

Ciertamente, estaba bastante estresado, porque sumándole a eso que, me había concentrado en buscar trabajo desde ya, y mis estándares eran bastante altos, y a veces meditaba mucho lo que me dijo mi papá en una ocasión: "No todos están acostumbrados a lo que tú", lo que me dejaba en una encrucijada, ¿debía conformarme con cualquier compañía independiente? o ¿buscar algo más sofisticado? Aún no entendía del todo lo que mi padre quiso decirme, y me sentía imbécil en preguntarle el verdadero sentido de aquel comentario. Pero por lo pronto y quizá por la costumbre, me iba por lo alto, por las grandes compañías y proyectos difíciles que podían ofrecerme, porque por supuesto, no sólo iba a ofrecer mis servicios por el placer de trabajar, necesitaba un buen salario que fuera acorde a mis necesidades, aunque más que necesidades, eran comodidades, mismas, que a pesar de estar consciente que podía vivir sin ellas, no por eso me iba a resignar a dejarlas ir. 

En cuanto terminé con el trabajo, apresurado, salí con rumbo al apartamento; supuse que Andrés debería estar llegando ya. Había conseguido un trabajo de medio tiempo como ayudante en un almacén de cosas de papelería que quedaba cerca de casa, aunque no recordaba haberlo visto nunca. 

Una tarde él, que lucía menos crispado de a como había estado, me explicó la situación en la que estaba y de la que yo no me había percatado. Resumidamente dijo que no se sentía cómodo con que yo absorviera todos los gastos de la casa y que si me forzaba en no cobrarle renta, que por lo menos aceptara una mensualidad para cubrir los demás gastos, y a pesar de que me negué, porque si mi razón principal para compartir piso fue alguien que me ayudara en el mantenimiento y obterner un ingreso extra, me di cuenta que era innecesario, de por sí, no pedía mucho dinero por vivir ahí, y Andrés hacía muchísimo con eso de la limpieza, cocinaba para mí y además me brindaba compañía y apoyo. ¿Cómo podía pedirle más? Pero ese cáracter tan terco que le sale cuando quiere hacer algo de verdad, no me dejo de otra más que ceder, pese que ese dinero no lo usaría para nada y terminaría generando pequeños intéreses en mi cuenta bancaria, pero si eso le hacía sentir mejor, no se lo iba a quitar. 

Abrí la puerta del departamento y la luz de la cocina estaba encendida, alumbrando pequeña parte del living, en los pasillos, las pequeñas farolas con su tenue brillo, dejaban ver lo suficiente para no matarte al pasar a las habitaciones. Andrés estaba de espaldas a mí y frente al tostador, supuse, por el cable que sobresalía por el costado. Él no se daba cuenta de mi presencia hasta que la puerta de la cocina de vaivén rechinó, haciendo que volteara su rostro hacia mí. 

-¿Qué haces? —Pregunté lo más obvio, pero no encontraba alguna manera de iniciar una conversación sin saber su estado de ánimo tan impredecible. 

-Tostando pan. —Abrió un pequeño frasco de mermelada de fresa que tenía al lado y se lamió el dedo meñique cuando vio rastros de jalea sobre él— ¿Quieres? 

-No. —Me recargué contra el borde del lavabo— Quiero otra cosa. 

-S-sebastián, ahora no... —Se quejó y agachó su rostro escondiendo su sonrojo, un mechón de cabello, atrapado detrás de su oreja, se escapó lentamente cubriendo su perfil. 

-No me refería a eso. —Recriminé. Crucé los brazos soltando un bufido ante los malentendidos pensamientos de Andy— Quiero saber qué demonios te pasa. 

-¿D-de qué hablas...? 

-De tu comportamiento, —Aclaré— ¿Por qué me evitas? ¿por qué huyes cada vez que intento besarte? —Di varios pasos, acercándome a él— ¿Es que acaso no te gusta tenerme cerca? ¿Es que ya no te gusto? —Le dije, cada vez más severo.

-¡No es eso! —Soltó el cuchillo y las rebanadas de pan dieron un salto del tostador. Andrés resopló fuertemente y entendí que se había enfadado, sin embargo, sacudió la cabeza y se dio su tiempo para calmarse antes de hablar, pero yo supe que buscaba las palabras adecuadas para decirme algo y el suspenso me consumía, no veía venir algo bueno— Es que... yo... —Balbuceó— ...cuando te fuiste a casa de tus padres, aquella vez... —Se mordió el labio y apretó los ojos con fuerza, como si le costase decir algo— Mi mamá me habló y quiere que vayamos a pasar un fin de semana con ella. —Soltó de repente y me quedé descolocado, en seguida baje la guardia por decir todas esas cosas tan paranóicas. 

-Oh. 

-Sí. Dice que le parece buena idea que ahora que... ya sabes, —Suspiró, tomando el pan— cree que es correcto vernos. 

-Debo pedir la aprobación de tu madre. —Me lo planteé seriamente y también pensé que era buena idea, después de todo, ella se veía una persona bastante tolerante, pero Andrés no se lo tomó de la misma forma cuando oí el sonido del metal chocar contra el plato y se puso rojo hasta la raíz. 

-¡Eso no es necesario! Ya se lo dije a mi mamá y ahora te lo digo a ti, no hay razón, no soy una mujer. —Me miró con el ceño fruncido y aún seguía sin entender su mal humor, si me lo había dicho ya, ¿por qué seguía actuando igual? 

-Bien. —Dije condescendiente para tratar de librar su molestia. Me acerqué despacio a él y lo tomé del rostro, juntando nuestros labios en un beso ligero, lamí la comisura de sus labios y un sabor dulzón a fresa impregnó mi lengua, su respiración no tardó en ponerse irregular y me separé furtivamente de él, sin embargo, su aliento seguía invadiendome y era porque se había abalanzado a mí, me sostenía por la cintura, acercándome más a él y se lo permití. 

Coloqué mis brazos alrededor de sus hombros, fundiéndonos en un abrazo dominado por la necesidad que guárdabamos de estar próximos el uno del otro. Succionaba sus labios con ansías, impregnandome de su saliva y su aliento, mi lengua, que se cruzaba con la suya, era testigo del deseo y la posesión con que lo aprisionaba contra mi cuerpo, sintiendo como como su pequeño pecho se movía entrecortadamente contra el mío, y mi corazón amenazaba con salirse en cualquier momento; mi mano comenzó a bajar, a deslizarse por su espalda y llegar a su parte baja, la estática que producía el sútil roce de mis dedos, le hacía colar pequeños jadeos entre el ósculo y dejamos que la distancia emergiera de nuevo cuando nos dimos cuenta que el oxígeno ya no daba para más. 

Sus ojos cristalinos me miraban con cierto deje de anhelo, sus mejillas teñidas de rosado y sus labios entreabiertos, hinchados de tanto usufructo y que me clamaban más, más de él. 

Recargó su frente en mi pecho de una forma insesperada y un tanto brusca, creería que tal vez se hubiese desmayado sino fuera por que sus dedos se entrelazaron con los míos, quitando cualquier esfuerzo por aprisionarlo entre mis brazos de nuevo. 

-Por qué... —Murmuró. No comprendí y por un impulso tuve ganas de levantar su rostro al no poder decifrar lo que quería decir, pero la fuerza de sus manos me lo impidió, haciendome entender que no tratara de ejercer algún movimiento— ¿Por qué te quiero tanto? —Dijo al fin y mi estómago se encogió. Su cara se volvió a mí, me miraba con esos ojos enormes y ahora empañados, una silenciosa lágrima se deslizó por su mejilla y pronto comenzó a sollozar y llevó sus manos a su rostro tratando de contener vanamente su llanto, por más que se frotaba los ojos no paraba y sólo se miraba como un niño pequeño desconsolado. 

Rodeé su cintura con mis brazos y para eso, mi playera ya estaba empapada y el sorbido de sus mocos era el único sonido que se escuchaba. No sabía con exactitud lo que me producía tenerlo tan cerca y llorando, ¿tristeza? ¿conmoción? Una de mis grandes fobias era ver a la gente llorar, no importa quién fuera, por qué fuera, no obstante, lo menos que sentía en ese momento era miedo, sino un deseo escondido en lo más profundo de mí alma, que me obligaba a cuidarlo más que a cualquier otra cosa en mi vida. 

Se veía tan frágil, como si un mínimo toque pudiese romperlo, estaba indefenso, y a la vez tan expuesto y entonces comprendí que, si había algo que necesitaba para poderlo ayudar era paciencia, más que la que alguna vez necesité. Llevar las cosas con calma y a paso seguro, pero sobre todo, mimarlo demasiado. 

-Quizá porque yo te quiero más. —Respondí. Una pequeña sonrisa, casi imperceptible se dibujó en sus labios. 

 

                                      *      *     * 

 

Pasaron varios días y todo parecía volver a la normalidad. Andrés comenzó a ceder cada vez más y entendía que estaba tomandome más confianza, pero aún sentía que algo andaba mal, cuando íbamos a la universidad, insistía en acompañarme hasta el edificio, como si cuidara que me fuera a otro lado y no es que me molestara, pero me resultaba algo incómodo que se comportara como una madre al dejar a su hijo hasta la puerta del salón, sobretodo porque temía encontrarme a Héctor y empezara a molestar, aunque tampoco era como si no lo hiciera ya, en cualquier oportunidad aprovechaba para preguntarme "cómo iba". 

Era miércoles y estabamos a mediados de febrero, el sol comenzaba a salir con más frecuencia y ya no era necesario estar tan abrigados; había salido de la clase de Factores económicos y me quedé de encontrar en el edificio de psicología con Andrés para comer algo juntos durante el descanso. 

Venía algo apresurado y con un montón de papeles en mano y su mochila colgando de un tirante, usaba una camisa roja de manga larga a cuadros y encima un jersey azul marino, acompañado por unos pantalones negros ceñidos y tenis del mismo color, restandole formalidad a su vestuario. 

-Siento el retraso, es que la profesora de neurología no dejaba de hablar a pesar de que la clase ya había terminado, —Trató de acomodarse la mochila en el hombro, pero en el intento sus hojas se escapaban de sus manos y opté por ayudarlo— Uf, y todavía se ponía histérica si alguien intentaba echarla y a penas se fue, salí corriendo. —Suspiró, agotado y me sonrío. 

-No te preocupes. —Le devolví la sonrisa, regresándole sus cosas y le hice un gesto ademán en dirección a la cafetería más cercana— ¿Vamos ya? —Asintió. 

Yo pedí un café y un panquesito, últimamente había agarrado una adicción a todo tipo de repostería. Y él con su eterno jugo y un croissant, no sabía si hacía una buena combinación, pero a él no parecía molestarle. 

Fuimos a sentarnos en el rincón donde yo había estado ya un par de veces, era una especie de escondite, alejado de tanto ajetreo y donde podíamos darnos uno que otro beso sin miedo a ser señalados. Recargué mi cuerpo en la pared de concreto y me deslicé, dejándome caer al césped y crucé las piernas, dándole un sorbo a mi café, Andrés hizo lo mismo pero con más delicadeza. 

-Oye, estaba pensando y creo que este fin sería bueno para ir a ver a tu madre. —Mi mirada estaba plantada en el panquesito mientras lo desenvolvía del capacillo. 

-¿De verdad? No tienes porqué hacerlo ahora, si estás ocupado podemos posponerlo para otro día. —Sentí su mirada sobre mí, pero aún estaba concentrado en quitar el papel perfectamente. 

-Sí. —Asentí, dándole a entender que no tenía que preocuparse— Es decir, no te voy a negar que estoy algo ocupado con todo, pero creo que me vendría bien respirar otros aires, aunque sea por un par de días. —Me encogí de hombros— Además, a lo mejor y me inspiro con algo de por allá, y creo que deberías ver a tu mamá, ya ha pasado un buen tiempo desde la última vez, ¿no crees? 

-Sí. —Sonrió ampliamente arrancando un pedazo de su pan. En sus ojos se notaba un pequeño brillo, ¿estaba emocionado?— Entonces le hablaré a mamá y le diré que estaremos por allá... —Pareció recordar algo y puso cara de disgusto— Tendremos que salir muy temprano para llegar a buena hora, ¿verdad? —Uso un tono un tanto chocante, probablemente planteandose la idea que tendría que despertar temprano en sábado y si de dormir se trataba, Andrés era un experto. 

-Iremos en avión. —Me apresuré a decir antes de que comenzara a tener ideas locas para reponer su sueño. 

-¿Qué? P-pero allí no hay aeropuerto, en todo caso habría que ir al más cercano y de ahí tomar un autobus... —Hizo un mohín que me resultó adorable— ...y es más costoso. 

-Mira, te diré que no pienso arriesgar mi trasero manejando más de doce horas, tardaríamos más tiempo en llegar que en estar. —Lo miré a los ojos tratando de transmitirle mi sufrimiento y lo mal que la pasé la última vez, mientras él se la pasó durmiendo casi todo el camino— Será más costo pero valdrá la pena, y yo pagaré todo. 

-No. 

-¿Qué? 

-Yo pagaré mis cosas, ya fue suficiente. —Se cruzó de brazos, imponiendome que fuera preparandome para otra disputa. 

-Es un regalo. —Me excusé— Por el tiempo que llevamos juntos y... lo que sea que eso implique. 

-Pues no lo quiero. 

-Pues no te estoy preguntando. 

-Sebastián, en serio, deja de tratarme como si fuese tu esposa o algo por el estilo. —Relajó sus hombros y se acercó, dejándose caer de rodillas frente a mí.

-Me has arruinado la sorpresa, y yo que ya había comprado el anillo y todo. —Andrés rió bajito y lo tomé de una mano sentandolo pegado a mí, hasta que nuestros costados se rozasen y pasé una mano por debajo de su brazo, rodeando su pecho— Ya, en serio, jamás quise hacerte sentir de esa forma, pero lo juro, es un regalo y es algo que de verdad quiero hacer, además, ya estoy aceptando el dinero que me das, así que no sientas que estás viviendo de gorra. 

-Jamás podré contra ti... —Suspiró con resignación y acarició mis nudillos con sus delgados dedos. 

 

                                                  *    *    * 

Ese día llegamos temprano al aeropuerto, eran las seis de la mañana y abordamos el avión, Andrés estaba de mal humor por haber tenido que levantarse más temprano de lo usual y yo decidí no hacerle plática porque sabía que lo que menos quería era hablar. 

Al principio estaba asustado porque jamás había volado en avión y porque la otra vez, en la construcción me demostró su miedo a las alturas y aunque no me decía nada para probablemente no preocuparme, durante casi todo el vuelo se mantuvo sujeto de la manga de mi chaqueta hasta que cayó dormido. El tiempo del trayecto fue la mitad y paramos en una pequeña ciudad para tomar el autobús que nos dejaría a unos kilometros de la casa de Andy, la única desventaja de esto, era que nos teníamos que mover en taxi porque no tenía el auto conmigo. 

-Pudimos habernos quedado en hotel. —Volví a insistir porque pensé que sería más cómodo para los dos y no causar problemas a la mamá de Andy. 

-Estas loco, es mi casa, ¿por qué quería estar en un hotel? Son sólo un par de días. —Tocó la puerta con una mano mientras que con la otra sostenía una malteada que había comprado en la estación. Se asomó por uno de los ventales, tratando de ver entre el pequeño espacio que la cortina dejaba para averiguar si había alguien dentro. Por mi parte, llevaba los dos bolsos con la ropa y demás cosas que necesitabamos. 

La mamá de Andy nos recibió con una gran sonrisa y mientras se abrazaba con su hijo noté el parecido que tenían: mismos ojos redondos, nariz recta y ligeramente afilada, además de su contextura pequeña. Por un momento me pregunté cómo sería su padre y si de él habría heredado al menos su caracter, porque su mamá era una mujer extrovertida y que no se guardaba nada, todo lo contrario él. Y también era bastante bonita, se veía muy joven, al menos ya sabía de donde provenía el físico tan aniñado que tenía Andrés. 

-Oh, Sebas... —Me besó en la mejilla en forma de saludo y le sonreí— ¿Cómo has estado? 

-Muy bien, señora, gracias. —Me sentí algo cohíbido por el familiarismo con que me recibió. 

-No me digas señora, llámame Belén, ¿quieres? Después de todo, ahora que ya... hay más confianza, me parece bien. —Miré de reojo a Andrés, estaba ruborizado y tenía su mirada hacia un punto inexistente en el suelo. Belén pareció notar el silencio que se había producido y decidió cortarlo aclarando su garganta— Cielo, lleva a Sebastián a tu cuarto a dejar sus cosas. 

Andy asintió y me hizo un gesto indicandome que lo acompañara, le dediqué una última sonrisa cómplice a Belén y ella me la devolvió, entendiendo que su hijo se avergonzaba con facilidad cuando se trataba de nosotros. A mitad del pasillo, Andrés se detuvo bruscamente, como si hubiese olvidado algo y volteó a ver al salón. 

-Mamá, ¿hiciste lo que te pedí? —Dijo asomando su cabeza por un lado de mi brazo, ya que yo me quedé detrás de él y le dificultaba la visión por ser más alto que él. 

-Claro que sí, amor. Cada semana, sin falta. —Oí una voz aguda detrás de mí que usaba un tono como si repitiera eso muy seguido. Andrés no contestó y entró a su habitación e hice lo mismo, dejando las cosas sobre la cama. 

-¿A qué te referías con eso? —Pregunté, intrigado por saber qué es lo que hacía su mamá cada semana y por qué Andy parecía tan interesado en ello. Que yo supiese, no tenía mascota. 

-A esto. —Dijo con admiración y se postró delante de lo que parecía ser una repisa, pero en realidad era una especie de vitrina horizontal, que ya había visto pero no le puse mucha atención. 

Lucía más ordenada, dentro de ellas había "figuras de acción" recordé, como él me lo aclaró la última vez, algunos permanecían en sus cajas y otros estaban sin envoltura. El vidrio que los protegía estaba sellado por un cerrojo con un pequeño candado. Andrés se agachó y sacó de su mesita de noche una cajita con la llave dentro que suponía, abriría las puertas. 

Y aunque sé que quería aclararme a qué se refería, en realidad, me generó más preguntas que respuestas. ¿Qué tenía que hacer su mamá cada semana con esto? ¿Por qué demonios lo mantenía bajo llave? ¿No era ilógico mantener algo sellado si tan sólo podían romper el cristal para tener acceso? 

-¿Qué hay con eso? —Me acerqué a Andrés que acomodaba con sumo cuidado la posición de cada supehéroe, o lo que sea que fuesen. Él parecía muy concentrado y a mí me entró mucha curiosidad. 

-Le pedí a mamá que cada semana los limpiara para mantenerlos en buen estado. —Se apoyó en la punta de sus pies para alcanzar el fondo y levantar uno de los accesorios que se salió de su sitio— Últimamente los había tenido algo descuidados. Mira... —Puso en mi mano una figura que reconocí al instante, aunque se veía algo diferente y antigua. 

-¿Spider-Man? —Pregunté algo dudoso, por si quizá me había equivocado. El muñeco pesaba más de lo que me imaginaba. 

-Síp. —Sonrió ampliamente y por fin me miró— Es de la primera colección, mi mamá me la regalo cuando cumplí trece años, dice que le costó trabajo encontrarla, y le creo, además de que salió algo cara y ahora está valuada en varios miles. 

-¿De verdad? —Lo miré atónito. Jamás me pasó por la mente lo valioso qué podía ser. 

-Ajá. Mira esta. —Me colocó otra en la mano, esta vez no lo reconocí. Era un hombre fortachón, de traje azul, con botas y guantes plateados al igual que el cabello— Es Quicksilver de la colección 71, venía con una revista. Es de mis ex-villanos preferidos. Cuando leí la edición cuatro de X-men, fue como... ¡wow! ¿Pero sabes dónde me emocioné aún más? —Preguntó casi al borde del desmayo de tanto entusiasmo y antes de que pudiese tan siquiera emitir un sonido, continuó— Cuando en Fantastic Four Anual, peleó junto con los Cuatro Fantásticos y los Inhumanos para derrotar a Sphinx. ¡Si tan sólo hubieses visto! —Sonreía tan emocionado que me daba pena decirle que no entendía ni una mierda de lo que decía. 

-Y-ya veo... —Dije nervioso y tratando de ocultar mi falta de interés. Le devolví sus figuras después de echarles un vistazo más, y él puso de nuevo en su sitio— ¿Qué es eso? ¿Solías medirte? —Le miré, señalando una cinta métrica pegada a la pared que llegaba hasta el techo, estaba adornada con figuras infantiles y tenía rayones a lo largo. 

-Oh, sí. —Se acercó a ella— Lo hacía, al parecer a mi mamá le importaba llevar el conteo de cuantos centímetros crecía, pero ahora creo que ya es irrelevante. 

-¿Por qué no lo haces de nuevo? 

-¿Ahora? —Asentí— Sólo si tú también lo haces... 

-Está bien. —Lo miré divertido y me acerqué a la cinta, de espaldas hacia ella. Él se acercó tratando de mirar el número a la altura de mi cabeza pero no alcanzaba. Al final, se puso de puntitas sobre mis pies y yo lo ayudé a subir más sujetandolo por la cintura— ¿Ya? —Pregunté. Mirando ansioso sus labios que estaban casi en frente de los míos, en seguida noté como se curvaban en una sonrisa. 

-Ya. —Se bajó de mí— 1.77. Eres un grandulón. 

-Bueno, creo que no está mal. —Le sonreí en consolación, sabiendo que él estaba más pequeño que yo— Ahora tú. —Lo tome por los hombros y lo coloqué de igual forma, a mí me fue fácil y no tardé más de dos segundos. 

-¿Cuánto? —Me miró expectante, separandose de la pared. Me senté sobre la cama sin decir nada, tratando de contener la risa— ¡Sebastián! 

-1.68 —Pronuncié despacio mirando su expresión que en seguida se transformó en un puchero. 

-¿Te estás burlando? 

-No. —Me puse de pie, acercandome y él retrocedió, serio. 

-No. —Y en ese momento entró Belén y le susurró algo al oído a su hijo que no logré escuchar. Andy le iba a responder, pero la mirada que le echó su mamá no le dejó de otra más que salir de la habitación. 

Colocó sus ojos sobre mí y me sentí levemente intimidado, ¿qué había hecho mal? 

-¿Puedes acompañarme a la sala? 

-Sí. —La seguí, preguntándome dónde estaba Andrés que había desaparecido después de que su actitud diera un cambio drámatico. Me estaba preparando para oír un buen regaño, pero me sorprendió cuando Belén me sonrió cálidamente, como si todo estuviese bien y creo que debió notar mi expresión de desconcierto cuando me invitó a sentarme en el sofá. 

A unos metros de mí estaba la puerta por donde entramos y al otro extremo la cocina, el sillón donde me senté estaba de espaldas al pasillo, en una esquina la televisión y en frente había una especie de cómoda con muchos portarretratos, en todos eran fotos de ella con lo debí suponer que era Andy cuando era un niño. 

Estaba demás decir que era muy bajito y se veía algo andrógino, además de demasiado tierno. No tardé en notar que en todas las fotos su expresión era la misma, con los ojos muy abiertos y sus labios en una suave línea, y siempre salía abrazado de la pierna de su mamá, excepto cuando ella lo cargaba. 

-Es adorable cierto, ¿cierto? —Me sacó de mi ensimismamiento mientras tenía su mirada clavada en el mismo lugar que yo, sonreía con orgullo contemplando las fotos de su retoño. 

-Sí. —Admití con cierto pudor. 

-Creo que no hace falta decir de quién quiero hablar. 

-¿Pasa algo? —Me sentí algo alterado de repente. 

-Hay muchas cosas que debes saber y que como madre, siento la obligación de enterarte de la situación. Andy está tomando un baño ahora, así que no te preocupes por él. —Informó al ver que estaba algo ansioso— No sé si lo sepas ya... —Continuó— pero cuando quedé embarazada de él, su padre nos abandonó, y... no te voy a negar que la mayoría de las personas que me rodeaban, incluso mis padres, me orillaron a abortar, pero yo no quería hacerlo, no por deber moral, sino porque yo sí quería a mi bebé, y así fue, a los dieciocho tuve a mi hijo sola, y fue díficil, porque no tenía ni en donde caerme muerta, estuve en casa de mis abuelos con un niño y pasamos muchísimas carencias, que incluso me hicieron dudar si había sido una buena decisión tener a un bebé, sabiendo que íbamos a estar de esa forma. Y ahora, me arrepiento de haber pensado de esa forma, ¿sabes? Porque no hay nada que me haga más feliz que ver a Andy crecer. —Sonrió con melancolía— Pasaron los años y todo mejoró, obtuve un buen empleo y al fin conseguimos un lugar donde vivir. Andrés comenzó a ir a la escuela, al principio fue complicado, era un niño callado y lloraba con mucha facilidad, lo molestaban y por más que trataba de enseñarle a defenderse él no podía, se sentía culpable y yo no sabía por qué. Pero a pesar de eso, él estaba bien, seguía siendo un niño dulce y le fascinaban los juguetes, eso lo mataba, ¿sabes? Y a mí me encantaba verlo contento cada vez que le compraba algun artículo nuevo para su colección. 

-¿Desde esa edad ya le gustaban? —Interrogué con curiosidad, entendiendo porque las cuidaba tanto y les tenía cariño. Había sido una especie de escapatoria para él. Ella asintió. 

-Sí, comenzó muy pequeño y no le digas, pero... realmente no le encuentro la gracia. —Dejó escapar una pequeña risita— Pero a él le gustan, así que... —Se encogió de hombros como diciendo "ya ni modo"— Pero bueno, siempre quise buscarle una imagen paterna que le ayudara en su crecimiento, porque... no te voy a decir que mi hijo es el hombre más masculino del mundo, porque no es así, y creo que su conducta influenció porque siempre estaba conmigo y veía todo lo que yo hacía. Pero algo, —Se reacomodó en el mueble algo incomoda y noté que su sonrisa se había desvanecido— sucedió y... —Tragó saliva y suspiró, yo la miré sin entender y sentí mi corazón dar un vuelco— dejó a Andrés muy mal, no te diré qué pasó, porque sé que se enfadaría conmigo, así que dejaré que él se tome su tiempo; el caso fue que, cambió, dejó de hablar, de comer, no quería ir a la escuela y tenía que dormir conmigo siempre porque no soportaba las pesadillas, y yo consciente de eso, lo llevé a terapia y fue un largo proceso, más de cinco años, hasta que él me dijo que estaba bien, aunque yo sabía que no. Cada noche lloraba y aunque insistía en que regresara al psicólogo, él se negaba, supongo que no quería preocuparme. En una de sus sesiones, él terapeuta habló conmigo y resulta que le diagnosticó un Trastorno de personalidad que se le desarrolló a raíz de lo que pasó, fue tan traumático para él que lo dejó estancado en esa etapa de la niñez y le hace tener episodios como el que acabas de ver hace rato. 

-¿O sea que... no era él con el que hablaba? —Y entonces, comencé a atar cabos de las extrañas manías que tenía Andrés. El porqué a veces se enojaba muy rápido, y lloraba con cualquier cosa, el porqué a veces no paraba de hablar y luego estaba tan callado. Pero había algo más, ¿qué le había pasado? ¿estaba relacionado con las marcas que había en sus piernas? ¿tan malo había sido? Por dentro estaba escandalizado, yo no sabía si podía lidiar con esto. 

-No. O sea, sí, pero él no está consciente de lo que hace. ¿Sabes cuantas veces traté de cambiar su habitación? ¿sacar sus juguetes, cambiar la pintura, sus cobijas, todo? Miles de veces, pero él siempre hacía unos berrinches enormes, ¡a sus dieciséis años! Se tiraba al suelo, lloraba, pataleaba, era todo un show. —Suspiró agotada— Por eso, no sabes lo feliz que me puse cuando me dijo que le gustaba alguien, él jamás mostraba interés por cualquier persona, estaba aislado en su mundo y, desde que llegaste a su vida, lo he visto más humano que nunca. —Dejó sus ojos sobre los míos y por un momento vi el reflejo de los Andrés— Y después de ver por todo lo que ha pasado a su corta edad, estoy feliz. Siempre se lo he dicho y te lo diré a ti también, a mí no me importa si es un chico o una chica, si eso es lo que quiere, está bien. Además, yo sé que tú cuidarás bien de él, no te conozco aún lo suficiente para dar una opinión acertada, pero... eres bueno, una buena persona. 

De todas las cosas que me pudieron haber dicho de él, esta era la más impensable. Estaba inquieto y por mucho tiempo dudé si esto sería buena idea, pero al ver a su mamá depositando toda su confianza en mí, me hizo reafirmar mis sentimientos. Yo quería a Andrés, y era la primera vez que recordaba aceptar con tanta naturalidad este sentimiento, ¿qué me había hecho en tan poco tiempo?

En eso, Andrés salió por el corredor, en pijama y con el cabello mojado, nos miró en silencio por unos segundos y luego habló: 

-¿Q-qué pasa? 

Belén negó con la cabeza y se puso de pie, sonríendome por última vez y dando por terminada la conversación. 

-Nada, cariño. Les prepararé algo de comer. —Y se fue a la cocina, dejandonos solos. 

-¿Te dijo algo raro, verdad? —Se acercó, quedandose en frente de mí. 

-¿A qué te refieres? —Dije. Me hice el tonto y le di unas palmaditas en el sofá, invitandolo a sentarse, y él hizo caso. 

-Olvídalo. Sólo no le hagas mucho caso, a veces dice cosas raras. —Se recargó sobre el respaldo dejando todo su peso hacia atrás y soltó un pequeño suspiro. 

'Si supieras...', pensé. 

Realmente no hicimos nada productivo durante el día, más que ver televisión y comer galletas que su mamá hizo para nosotros. Me sentía extrañamente acogido y consentido, y me gustaba, era diferente, mi mamá solía ser más distante con nosotros, no es que fuera fría o no nos quisiera a Sandy y a mí, pero cuando eres niño, la falta de afecto es algo que nunca se olvida. 

Cayó la noche y yo no dejaba de vigilar a Andrés, esperando darme cuenta si tenía un cambio repentino, pero no fue así, se mantuvo lo que yo llamaría 'estable' y se quedó junto a mí todo el tiempo. Era inevitable olvidarme o asimilar así como así lo que acababa de escuchar sobre de él, de hecho, me sentía más alerta que nunca, en cierta forma me molestaba un poco prestar más atención en cuándo Andy daría un vuelco a su personalidad, que en disfrutar el tiempo que pasabamos juntos. 

Eran las once de la noche y me sentía cansado, tal vez por madrugar para tomar el vuelo y Andrés estaba igual, bostezaba a cada rato y pensaba que no me quería decir que se caía de sueño por si yo me quería quedar un rato más a ver la televisión, así que tomé la iniciativa. 

-¿No quieres dormir? 

-¿Tú quieres? —Me miró con los ojos entreabiertos por el cansancio y las mejillas arreboladas, su cabello ya estaba seco pero alborotado, no se pasó un peine encima desde que salió de la ducha. Volvió a bostezar. 

-Sí. Vamos ya... —Me puse de pie, ayudandolo a hacerlo también, las piernas le temblaban y le rodeé la cadera por atrás para mantenerlo erguido, recargó su cabeza en mi hombro. Su mamá se había ido a dormir ya, después de despedirse de nosotros, así que apagué todas las luces y fuimos a su habitación. 

En seguida metí a Andrés debajo de las sábanas, pero se revolvió algo incomodo. 

-¿Qué pasa? —Le pregunté, quitándome la camiseta para ponerme una para dormir. 

-M-mis calcetines... —Murmuró apartando las cobijas de encima. Y recordé que no podía dormir sin ellos. 

-¿Dónde están? 

-En la bolsa... delantera. —Me acerqué a su equipaje y saqué un par, me senté al borde de la cama después de terminar de cambiarme y le fui colocando uno en cada pie mientras se reía entre sueños por el roce de mis dedos en su planta— ¿Así está bien? —Pregunté cuando termine. 

-Mjjjm. 

-Tomaré eso como un sí. —Mascullé más para mí mismo que para él y me acosté a su lado. Su cama era matrimonial y cabiamos perfectamente los dos, aunque claro, nada como el colchón King Size de mi habitación. 

Cerré los ojos dispuesto a conciliar el sueño cuando sentí algo chocar contra mi pecho. Andy. 

Estaba de espaldas hacia mí y a pesar de tener un buen espacio del otro lado, estaba recargado sobre mí. 

-Oye... —Le susurré para saber si estaba despierto, pero no contestaba. Lo rodeé por atrás, sintiendo como su pequeño cuerpo se movía al compás de su respiración, agaché mi cabeza hasta quedar a la altura de su cabeza y aspiré su aroma, a champú y a él. 

Dejé un cálido beso sobre su nuca, sintiendo como su cabello me rozaba la cara, y de repente, él se volteó boca arriba y entreabrió los ojos. 

-D-deja de comerte mi cabello... —Susurró entredientes y volvió a cerrar los ojos con pesadez. 

-¿Qué? —No me contuve la risa y la reprimí soltando pequeños sonidos agudos. Miré sus labios esbozar una sonrisa y de nuevo volvió a mirarme. 

-Dime... ¿te gusto? 

-Muchísimo. —No me detuve a pensarlo y sólo miré como su sonrisa se ensanchaba adormilado. 

-Tonto. Tenías que decir que no. 

No entendí qué quería hacer y quizá ni él mismo lo sabía, estaba demasiado somnoliento para hablar con coherencia. Le rodeé de nuevo y pegué mi boca a su mejilla, acariciando su suave piel con mis labios y él me miraba, casi inconsiente, sentí como su brazo se escurría hasta mi cara y me acariciaba la frente, fue subiendo y enredó sus dedos en mi cabello. 

Le di un lametón a su cara y se río. Volvió a cerrar los ojos y quitó su mano de mi cabeza, volteándose, esta vez quedando de frente a mí, a escasos centímetros de mi rostro. Le di un ligero beso en los labios, sin profundizar, no quería despertarlo de nuevo y nos tapé a ambos con las sábanas. 

Me estaba enamorando de él.

Notas finales:

Feliz año nuevo a todos!!!


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