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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Notas del capitulo:

Me he dado cuenta que la inspiración me llega por las madrugadas, estoy algo desvelada pero con nuevo capítulo.

Si alguien notó que los capítulos son más largos es porque la historia está en su pleno clímax, y no he querido escatimar en detalles y bueno... drama, drama, drama.

Sentado en una banca de concreto, enfrente de la cafetería que quedaba a unos metros del edificio donde tomaba clases, esperaba a Sebastián. 

Las nubes se encimaban unas de otras en el lejano horizonte, los rayos del sol chocaban contra mi piel produciéndome una sútil calidez que se desvanecia al poco tiempo con el aire que estremecía las ramas de los árboles y hacía volar el cabello de las chicas que pasaban frente a mí. 

Había salido cuarenta minutos antes que Sebastián de clases y por medio de un mensaje de texto me avisó que lo esperara cerca de donde yo estaba, y a pesar de que creí que lo más conveniente era aguardar fuera de su salón de clases, él insistió que no era necesario y que me esperaba aquí. 

Últimamente había evitado que él se fuese a otro lugar con esa mujer que estaba peligrosamente cerca, por lo que le acompañaba hasta su torre para descartar desviaciones. 

A pesar de que hace una semana había tenido la oportunidad perfecta para decirle que lo había atrapado fortuitamente en una situación comprometedora, me entraron los nervios y solté un comentario tonto. Y así fue como fuimos a parar a casa de mi mamá... Cuando regresamos, Sebastián pareció recomponerse y se la pasó trabajando con sus proyectos de la universidad hasta altas horas de la noche. Lo sabía porque, cuando iba a la cocina en la madrugada por un vaso de agua, era inevitable no visualizar la luz que se colaba por debajo de su puerta al asomarme por el pasillo. Incluso recuerdo aquella vez que me dio por entrar a su habitación y encontrarlo frente a la portátil. 

Estaba sentado en un pequeño escritorio de madera a la derecha de su cama y a unos pasos del ventanal que daba a la terraza que no había tenido la oportunidad de explorar gracias a las fuertes nevadas que hubo últimamente. 

Junto de su computador tenía un artefacto plano, casi tan delgado como una hoja de papel de un color plateado y una especie de bolígrafo del mismo color, con el que parecía hacer formas imposibles y a pesar de que el lapicillo ese no escribía nada, él parecía muy concentrado siguiendo con lo suyo. 

Cuando se percató de mi presencia, me miró por encima de sus gafas negras que jamás le había visto puestas, pero aún así, le iban muy bien. Su cabello aún seguía peinado, no tan pulcramente como en la mañana, pero conservaba su forma; estaba en pijama y descalzo. Junto del portátil, a una distancia considerable, reposaba una taza con lo que debía ser café. Eran las dos y media de la madrugada y él no había dormido nada. 

-Andy... —Murmuró, quitándose los anteojos y frotando el puente de su nariz con los dedos. Pude notar debajo de ese par de iris color jade unos surcos oscuros que comenzaban a florecer. 

-N-no sabía que usabas lentes... —Traté de sonreír, sintiéndome algo culpable por sacarlo de su ensimismamiento. 

-No es algo que deba usar obligatoriamente. Pero ya sabes, —Se encogió de hombros— no quiero comerme la vista frente a esta pantalla. —Asentí, entendiendo y sin saber qué hacer— ¿Necesitas algo...? —Elevó las cejas, mirándome inquisitivamente. 

-A-Ah. No, realmente. E-es... 

-Ven aquí. —Estiró su brazo, invitándome a acercarme y aparto el aparato raro con el que escribía invisiblemente. 

-¿Qué... qué es eso? —Dije, situándome al lado de él mientras lo sostenía de la mano. Por una vez me sentí más alto ya que él permanecía en su asiento. 

-¿Esto? —Dirigió su mirada a lo que acababa de echar a un lado. Asentí, nuevamente— Es una tableta gráfica. Me sirve para dibujar en la computadora con mayor facilidad; mira. —Señaló la pantalla y en un nuevo archivo comenzó a escribir mi nombre y lo adornó con un motón de garabatos rápidos. Su caligrafía era muy bonita, letras alargadas y perfectamente hechas, casi parecían proveniente de la máquina. Quedé fascinado. Era como si fuese una hoja de papel virtual y todo lo que se escribiera o dibujase en esa tableta se teletransportaba dentro de una máquina— Sería una lata trabajar con el mouse. 

-Vaya... —Me incliné sobre la pantalla, admirando lo que acababa de hacer. Tomé el bolígrafo y lo miré pidiendo permiso y él me sonrió concediéndomelo e hice lo mismo, pero con su nombre. Esto era magia. ¿Cuántas cosas más se habían inventado y yo nisiquiera contemplé la posibilidad de su existencia? 

-¿Jamás habías visto una? 

-No. —Me incorporé avergonzado y él se puso de pie, sin apartar la mirada de mí— Por un momento pensé que te estabas volviendo loco por usar algo que ni escribía. —Ensanchó su sonrisa y se mordió el labio inferior, inclinando el rostro hacia un lado. Sabía que estaba aguantándose la risa. 

-¿Por qué no te quedas a dormir lo que resta de la noche conmigo? —Acarició mi mejilla y cientos de chispas saltaron. El único que se estaba volviendo loco aquí, era yo. 

-Sólo si vienes a la cama ya... —Probablemente jamás me había atrevido a decir algo así, pero mi corazón se escapaba de mi pecho y un extraño hormigueo recorría mi vientre. 

Sin decir nada, apagó las luces de la habitación, dejando que la única luz que nos alumbrara fuese la de la laptop, hasta que ésta se apagó. Me tomó de la mano desprevenidamente, provocándome un sobresalto por el susto, no distinguía nada que no fuese su sombra; me recostó sobre la cama con suavidad y sentí su peso sobre mí. 

Sus piernas se cruzaban con las mías, abriéndose paso. Sus labios húmedos comenzaron a recorrer mi mandíbula y el roce de su nariz contra mi mejilla me hacía sonreír, el cosquilleo se fue extendiendo hasta mi entrepierna y contraía mis músculos involuntariamente; me estaba excitando por unos simples besos. 

Agradecía al cielo que todo estuviese apagado y no viera mi cara. Esos labios delgados y ansiosos se apoderaron de mi boca, devorándome la lengua, y robandome el aliento, quitándome las palabras y convirtiéndolas en agudos gemidos contenidos que parecían chillidos. 

De pronto, todas mis fuerzas me abandonaron, estaba rendido ante él, siendo esclavo de mis deseos más bajos y que hasta ahora, había considerado impensables. Se separó de mi, y me percaté que al menos podía distinguir su perfil con ayuda de la la claridad de la luna, mis ojos se habían acoplado a la oscuridad y notaba la posición en la que nuestros cuerpos se mantenían unidos por una cercanía posesiva. 

Sus cuerpo se restregó contra el mío en un intento de adoptar una posición más cómoda y otro gemido se hizo presente cuando algo duro chocó con mi parte íntima. Me llevé una mano a la boca por instinto y sentí mis mejillas arder, cerré fuertemente los ojos, avergonzado por mostrarme tan torpe en esta situación. 

Sus dedos apartaron mi mano con tanta delicadeza que casi sentí su toque imperceptible. Pasó su lengua por mis labios y los vellos se me pusieron de punta, me revolví, tratando de volver a mis postura inicial y no carecer de libertad para ejercer un movimiento; a duras penas alcé la rodilla para buscar impulso hacia arriba pero choqué con algo y por el ronco jadeo de Sebastián y sus ojos cerrados con fuerza supe que le había dado en la entrepierna. 

-Joderrr... —Gruñó, recargando su frente en mi hombro. Me quedé helado, acababa de echar a perder todo. 

-L-l-lo s-siento... —Tartamudeé, sintiendo mis ojos escocer y toda sensación agradable desaparecer. 

-No te preocup...—Me miró con los ojos muy abiertos— No. Mierda, Andy, no llores. —Se levantó de encima de mí y prendió la luz de la mesita de noche, sacando del cajón una cajita de pañuelos que no supe qué hacían ahí y no en el baño. Tomó uno y me lo pasó por debajo de los ojos, tratando de llevarse todo rastro de llanto, pero yo sentía como si me hubiesen dado un fuerte golpe en el estómago y el aire me comenzaba a faltar. 

Mi vista estaba nublada y una necesidad de huir a otro lugar, me inundó. Respiraba agitadamente, sentandome sobre la cama y buscando a alguien que sabía que no podía estar ahí, sino a dos mil kilómetros, y con lo único que me encontraba era con un chico nervioso sentado junto de mí que sostenía un montón de pañuelos en la mano. 

Me arrastré por la cama, hasta llegar al final, pero algo me detuvó y me jaló de nuevo a donde estaba, sintiéndome asfixiado, traté de forcejear con unas manos más grandes y fuertes que las mías que intentaban someterme y esfumar mis deseos de irme a otro lugar lejos, muy lejos de ahí. 

-Todo está bien —Una voz grave retumbaba en mis oídos. 

Grité al borde de la desesperación, rogando que alguien me pudiera ayudar a abandonar estas cuatro sofocantes paredes, el miedo recorría cada parte de mí y sentir que alguien me ponía las manos encima me hacía querer escapar aún más, pero él me tomó del rostro zarandeándome y obligándome a que lo mirara. 

-¿Acaso no me ves? ¡Soy yo! Soy Sebastián, no quiero hacerte daño, ¿me escuchas? No pienso lastimarte... —De nuevo aquella voz, que se fue apagando al paso de cada palabra y entonces, todo se volvió más nítido. 

Parpadeé, dándome cuenta que las manos de Sebastián que me sostenían, estaban temblando y su cara pálida, como si acabara de ver un fantasma, estaba lleno de angustia y no apartaba la mirada de mí. 

-Sebas... —Murmuré con un hilo de voz y él cerró los ojos, dejándome reposar sobre la cama, y un sonoro suspiro salió de entre sus labios mientras se cubría la cara con las manos— Sebas... Sebastián... —Me arrodillé frente a él, alejando sus manos de la cara y tomando una de ellas entre las mías. Estaba asustado. 

-Un día de estos me vas a matar... —Se abalanzó sobre mí, abrazándome con fuerza y hundió su rostro en mi cuello. Le correspondí de la misma forma sin entender qué había pasado. 

 

Me puse de pie al darme cuenta que alguien me jalaba de la manga de mi camiseta. Sebastián me observaba con ojos curiosos y con una carpeta en mano.

-¿Estás... bien? —Arrastró las palabras con cierto temor y yo asentí, haciendole ver que sí lo estaba— Bueno, necesito ir a ver algo de la graduación a las oficinas, ¿me esperas en el auto?

-No. —Tomé todas mis cosas de la banca, rápidamente. Si iba a las oficinas eso implicaba que la vería. Esta vez no se lo iba a permitir— Te acompaño, vamos. —Me apresuré, caminando delante de él, pero me detuve al darme cuenta que no me seguía. 

-¿Seguro? 

-Sí. 

Hicimos el mismo proceso que la última vez, solo que ya no esperamos que alguien nos diera el permiso para pasar. Yo estaba nervioso y me sentía al borde de un ataque de celos, de hecho, en mi cabeza comenzaba a planificar posibles frases para tirarle en la cara a esa mujer si se atrevía a hacer algo indebido. En cierta forma, estaba algo sorprendido de mí mismo, por el pequeño valor que había nacido de enfrentarme a esta situación y que, aunque sí sentía temor porque las cosas no salieran como creía y que al final, Sebastián terminara rompiendo nuestra relación y quedara humillado en frente de un montón de trabajadores, mantenía esa pequeña esperanza de que él me prefería a mí. 

Ambos tomamos asiento en las sillas frente a un escritorio que estaba rodeado de archivadores y junto de la oficina principal; era un cubículo un poco más sofisticado que el de los demás subordinados y estaba cuidadosamente ordenado. Los dos esperábamos que la secretaria viniera a atendernos. Estaba ansioso y Sebas rascaba la pasta de su carpeta tratando de que fuese algo casual estar ahí, pero yo sabía que él hubiese preferido que no lo acompañara. 

-Lamento la demora. —Una voz suave apareció acompañada de esa silueta pequeña vestida con la propia ropa que debiera usar— Sebastián. —Pronunció con una sonrisa llena de asombro cuando lo vio frente a ella. Él le devolvió una sonrisa tímida y yo me sumergí en mi asiento mientras mi estómago se revolvía— Tú... Hola, mucho gusto. —Me extendió la mano y yo se la estreché sin muchos animos. 

-Ehm, vine porque me gustaría saber cuando tengo que realizar el pago de la fiesta. —Ambos mantenían las miradas sostenidas por un hilo lleno de recuerdos del que yo no tenía idea. Estaba siendo ignorado, pasaban de mí y se concentraban en ellos, en mantener esa conversación secreta, y así fue como todo mi valor desapareció y me encontré con mi mirada puesta en algun punto inexistente, escuchando palabras sin entender. 

Ahogado en mis pensamientos me di cuenta de lo miserable que era mi subconsciente, haciendo nacer las mayores posibilidades trágicas de mi vida con una simple semilla que no significa nada, porque eso era, nada. Hasta ahora sólo oía palabras relacionadas con el ámbito estudiantil, no obstante, ahí estaba yo, clavando dagas en mi pecho y sufriendo acontecimientos que no pasaban. Entonces, me di cuenta del exorbitante poder de la mente humana. 

'Nada mal para un aspirante a psicólogo', pensé y me saqué una sonrisa. 

-¿Te estás divirtiendo? 

-¿Eh? —Me incorporé en mi asiento y me di cuenta de que casi estaba ocupandolo como si fuese un sofá. Me puse de pie al notar los dos pares de ojos colocados en mí, y a Sebastián mirandome desde arriba. Sentí mis mejillas arder y tomé mi mochila dándome cuenta que su conversación había terminado. 

-Ay, chicos... —Rió por lo bajo— Cuídense mucho. Nos vemos. 

-Hasta luego. —Le respondió, agitando su mano. 

-Adiós. —Dije deseando no volver a verla y salí del sofocante ambiente de oficina. 

-No creo que estés bien. 

-Lo estoy. Es sólo que me agobia un poco ese lugar, está todo cerrado. —Le di la espalda, queriendo regresar a casa. 

-Por eso te dije que aguardaras en el auto. 

-Ya. Estoy aquí y vámonos que se nos hace tarde para el trabajo. 

-No entiendo porqué te enfadas. —Resopló y avanzó a grandes zancadas. 

-No entiendo porqué tienes que ir allí cuando puedes preguntar a uno de tus compañeros. 

-Quizá porque ellos estaban en las mismas que yo. —Rebuscó en su pantalón las llaves del vehículo— No maté a nadie, por Dios. 

-¿Y es que acaso siempre tienes que ir tú a hacer todo? 

-Joder, ¿cuál es el maldito problema ahora? —Se volteó hacía mí en cuanto llegó al auto. 

Tambaleé un momento por el tono de voz tan agresivo, lo miré sin saber qué decir, escuchaba los latidos de mi corazón resonar por cada extremidad de mi cuerpo. Él me miraba con el entrecejo fruncido y unos ojos gélidos, su mandíbula tensa y la postura rígida de su cuerpo me intimidaban; en otra situación no me atrevería a meterme con él. 

-Nada. —Me di la vuelta y caminé en dirección contraria, buscando salir por el otro lado del aparcamiento. 

-¿Es en serio? —Escuché su grito a mis espaldas e inhalé profundamente para no perder la compostura. 

Otra oportunidad para decirle el 'maldito problema' tirada a la basura. Mis piernas se movían a una velocidad hasta ahora desconocida y no sentía la capacidad para que mi garganta pudiese emitir un sonido. Mi cobardía y el miedo al rechazo terminó por vencerme, y es que no importa cuántas veces me dijera a mí mismo que lo iba a hacer, no importa cuantos pedacitos de confianza recogiera, cuando estaba frente a él era otra cosa, me sentía tan pequeño. Aún conociendo sus diversos defectos él seguía siendo mejor que yo, ¿de dónde venía ese aire de superioridad que terminaba haciendo que todos en verdad creyeran que era así? 

Era egocéntrico, arrogante, orgulloso, egoísta y hasta hiriente, parecía que no le importase lo que los demás sintieran; se equivocaba miles de veces, solía ser grosero cuando algo le molestaba, y no sabía hacer la mayoría de las cosas más sencillas y comunes. Pero a pesar de todo eso, yo lo amaba. 

Era la primera persona que me besó, que me hacía reír sin ninguna razón, que me abrazaba y sentía que no quería soltarlo nunca, que cuando me decía tantas cosas bonitas, por un momento llegaba a creermelas, él era mi primer amor. 

Me detuve bruscamente y volteé hacia atrás, sintiéndome decepcionado por esperar que él viniera a buscarme, terminé sentandome en la jardinera del parque donde había llegado a parar. 

 

                                                              *      *      * 

 

Al final, me había quedado haciendo tiempo en aquel lugar y tuve que tomar un taxi hasta la papelería al percatarme que no sabía dónde estaba. 

Llegué al trabajo y no me quedó de otra más que pedir un uniforme usado, excusándome que el mío no se había secado a tiempo. Yo era el encargado de acomodar los útiles y demás cosas en los gigantes estantes, ayudaba a clasificar todo y a veces me tocaba hacer el inventario por las noches. 

Aún tenía mis cosas de la escuela conmigo y mi estómago comenzaba a sentir las varias horas que llevaba sin comer. Sebastián no me había llamado ni yo a él, estábamos desconectados y sería mentira asumir que estaba bien con eso. 

Pensaba que si iba y me disculpaba, probablemente todo volvería a la normalidad, pero no quería que todo volviese a ser igual; necesitaba preguntarle de frente qué se tenía con esa mujer, de la que hasta ahora, desconocía su nombre. Este era un punto crucial para nuestra relación. 

Empezaba a darme cuenta de lo diferente que podíamos llegar a ser. Quizá en este momento él estaba muy seguro de sí mismo, sabiendo que yo tengo qué volver a casa y que, él la mayoría de veces se sale con la suya. En cambio, yo, no podía concentrarme en mi trabajo, poniendo papeles donde no debía o volcando cajas por accidente. 

Anocheció y sentía como si todos mis órganos salieran por mi boca. Esta vez ya no podía irme a otro lado que fuera el apartamento, en primera, porque no tenía dinero suficiente por la baja económica que me causó el taxi y en segunda, porque sólo iba a terminar alargando la tortura mental. 

Entré cautelosamente por el departamento, aunque en todo el camino de regreso venía preparándome para el momento, ahora que ya estaba ahí, en medio del living, mis tripas estaban revueltas y sentía que me podía desmayar en cualquier momento. 

Al ver que Sebastián no estaba cerca, me asomé por el pasillo mirando esa conocida escena: la luz de la habitación saliendo por debajo de la puerta y el sonido del aire acondicionado. 

Iba en camino a mi cuarto para dejar mi mochila y para tener un último momento a solas, cuando una voz ronca se oyó a mis espaldas, rompiendo con mis planes. 

-Tenemos que hablar. 

Cuando me giré lo encontré cerca de mí, más de lo que esperaba y me sentí como un niño al que acaban de descubrir haciendo una travesura. Su semblante permanecía serio, con los ojos imperturbables y sin señas de una posible sonrisa. 

-Sí, tenemos. —Dije con la mayor firmeza que tuve y me recargué de espaldas a la barra, mientras él tenía sus brazos cruzados frente a mí. Confundido por no saber dónde empezar, me le quedé viendo, esperando que tomara la iniciativa, como siempre. 

-¿Qué sucede? —Como si esa pregunta ayudara mucho, cerré los ojos por unos segundos, aquí iba. 

-Hace varios días... Cuando fuiste a comer a casa de tus padres, ¿recuerdas? —Él asintió— Bueno, pues, y-yo salí a comprar algo a la papelería, esa... donde trabajo, y... te vi en una cafetería con la secretaria del rector. —Solté de golpe y entreabrió los labios sorprendido— No soy tan estúpido como parezco, yo sé qué hubo o hay algo entre ustedes, —Continué— así que te agradecería mucho que no me digas cosas que no sientes por mí. Sé que soy lejos a lo que tu consideras una persona ideal, pero siento que si quisiste jugar conmigo desde un principio, no tenías que llegar tan lejos. —Bajé la vista no queriendo encontrarme con su fuerte mirada que tal vez estaba llena de rechazo. 

-Ella era mi maestra cuando tenía diecisiete... —El tono de voz que usó era delicado y casi inaudible. Su reacción no era lo que esperaba— Yo tomaba clases privadas de matemáticas con ella, pero luego dejamos eso en segundo plano y me enseñaba artes. Gracias a ella descubrí que lo que más me gustaba era el diseño y el dibujo. 

-¿P-pero por qué estabas con ella y me mentiste? —Presentía que ella tuvo que ver en su pasado, pero la pobre explicación que me ofreció me hizo dudar aún más. 

-No te mentí. —Aclaró su garganta— Es verdad que estuve en casa de mis padres, puedes hablare a Sandy para comprobarlo, si quieres... Y si no te lo dije fue porque no le tomé mucha importancia; hacia años que no la veía y me la encontré por casualidad, acepté tomar un café con ella por eduación. 

-Ella parece muy interesada en ti... 

-Lo sé. Es porque tuvimos algo que ver, una aventura que no nos dejó nada bueno. —Susurró y yo tragué saliva con dificultad. Eso quería decir que no estaba del todo equivocado, y que ella lo conocía desde los diecisiete años e incluso había llegado a lugares que yo no. 

-P-pero esa mujer podría ser tu madre... Y eras menor de edad... —Dije horrorizado al imaginármelos juntos cuando Sebastián era sólo un adolescente. 

-Se llama Julieta y como te dije, fue algo del pasado. —Dijo entredientes— Sólo duró unos meses y ella no era tan mayor en ese entonces, además yo cumplí dieciocho unas semanas después de conocerla, y fue algo que ambos decidimos, no fui obligado a nada. 

-¿Dieciocho? Pero... entonces... Luciana y tú... —Comencé a sacar conjeturas al saber que ellos eran novios desde hace cuatro años, según él había dicho, y me cubrí la boca con las dos manos sin poder contener mi impresión, miré como Sebastián desviaba la mirada, consciente de lo que estaba insinuando— ¡Le fuiste infiel durante meses! P-pero, ¡¿qué te sucede?! 

-¿Ahora vas a defenderla? —Se pasó una mano por el pelo, exasperado. 

-No, por supuesto que no. Esa chica podrá estar chiflada y todo lo que quieras, pero te aseguro que jamás... Jamás se fijó en alguien más que no fueras tú. —En ese momento recordé nuestra platica en la cafetería y todo lo que tuvo que aguantar por un amor no correspondido. ¿Cómo se sentiría si supiera que además le engañaba con otra?— No te creí capaz de algo así... 

-Lamento decepcionarte, pero que haya cometido una infidelidad no es prueba suficiente para juzgarme como persona, y sobretodo si fue algo pasado. ¿Tan idealizadas tienes la relaciones que creías que era todo perfecto? —Suspiró pesadamente— Además yo no estaba enamorado de Luciana, y no es justificación, pero no puedes esperar que no me fijara en alguien más. 

-¿Entonces por qué? ¿por qué seguías con ella? 

-Porque estaba obligado. Tenía a su familia y la mía detrás de mí. Aún no era lo suficientemente valiente para decir que no, y más por lo que me decía mi mamá, por la forma en que todos esperaban que hiciera algo que no quería y en ese entonces, yo no quería decepcionar a nadie. 

-¿Tú... la quisiste... a Julieta? —Pregunté temeroso ante la respuesta, una respuesta que no quería saber, pero que necesitaba para poder avanzar. La mezcla de enfado, tristeza y suspenso, creaban una adrenalina que me impulsaba a soltar todo lo que guardé. 

-No. Me gustaba, sí. —Dio un paso hacía mí y lo miré pasmado— Pero te dije que no significó nada para mí, si se lo tomó como algo más, es su problema. Ella sabe que estoy saliendo contigo, y también estoy seguro que sabe lo mucho que te quiero. —Sus ojos revolotearon por mi rostro y rozó sus dedos con el dorso de mi mano— Ella está pensando en volver con su ex marido. No se metería conmigo de nuevo. 

-¿Ex marido? Fue porque... 

-Sí. Se divorciaron porque se enteró de lo que teníamos, aunque Agustín, su ex, tenía una esposa e hijo en otro lugar, el imbécil se enojó bastante. 

-¿A-agustín? —Mis piernas flaquearon y si no es porque Sebastián me tomó por el brazo, estuviese tendido en el suelo— ¿Julieta y Agustín? —Repetí alterado, viendo una cinta con recuerdos de mi vida frente a mí, como si estuviera al borde de la muerte. 

-Sí, sí. ¿Qué hay con ello? —Me sujetó por la cintura y con una una mano lo estrujé por la camiseta como punto de apoyo. 

-E-eso d-de lo q-que hablas pasó hace... ¿cuánto tiempo? 

-Lo de la infidelidad de Agustín o... —Asentí efusivamente— Pues... a ver, ella dijo que al año de casados...—Cerró los ojos tratando de recordar— hace nueve años, casi diez. Pero no entiendo, ¿qué pasa? 

-Entonces... —Sentí un acceso de náuseas subir por mi esófago a pesar de que no había comido casi nada. Tapé mi boca con mi mano libre para evitar cualquier accidente— Agustín... él estaba con mi mamá cuando tenía diez años, lo conoció cuando él iba de paso y empezó a venir más seguido para verla e incluso vino a vivir con nosotros un tiempo, —Rompí a llorar con la voz quebrada y entre mi nublada visión podía ver como él se alejaba despacio de mí— Ellos se iban a casar, estaban haciendo los planes y todo, m-mi mamá estaba muy ilusionada pensando que al fin había encontrado al hombre correcto, él nos trataba muy bien, nos ayudaba con las cuentas, y a mí me compraba regalos en cualquier ocasión que se presentaba, convencía a mi mamá para que me llevara a lugares que quería ir... p-pero... comenzó a actuar extraño meses antes de la boda y... —Entre sollozos logré tallar mis ojos con las manos, eliminando las lágrimas sin éxito— Una noche, él entró a mi habitación y se recostó junto a mí, me contó varias historias sobre cosas que me gustaban, m-me decía que algún día íbamos a venir a la ciudad y al parque de diversiones, así fue varias noches, hacía lo mismo hasta que me quedaba medio dormido, p-pero una vez, que pensaba que iba a ser lo mismo de siempre, é-él me acarició por encima de la ropa y yo pensaba que era normal... porque lo empezaba a ver como una figura paterna y creía que eso era algo que hacían todos los padres... P-p-pero... —Me escurrí por el mármol hasta quedar en el suelo, con mis rodillas encogidas y mis manos húmedas de tanto llorar. Habían pasado tantos años... tantos años suprimiendo esas cosas malas, tantos años viviendo con algo que me consumía cada vez más y que me llevó al borde del abismo, y ahora me sentía incapaz de parar— U-un día llegó más allá. Y-yo no quería, pero él me amenazaba con hacerle daño a mi mamá, me amenzaba con lastimarme a mí si gritaba, yo no le creía y trataba de forcejar y a cambio, él me hacía heridas por todos lados, me obligaba a hacer cosas asquerosas y tuve que soportarlo durante meses. Una vez... mamá se dio cuenta que él no estaba en la cama con ella y fue a mi cuarto y... y n-nos vio; él la golpeó y salió huyendo de la casa, incluso dejó las pocas cosas que tenía. —Traté de alzar la vista pero no pude, estaba demasiado temeroso para hacerlo, apenas y distinguí una silueta borrosa delante de mí— Ella lo llamó después, diciéndole cosas feas y obligandolo a que se entregara, una vez, contestó una mujer diciendo que se llamaba Julieta y que era su esposa, cambiaron el número después de eso. Lo denunciamos, pero jamás lo encontraron. Por eso mi mamá no quería que viniera a la ciudad solo, y no puedo creer que él esté aquí, más cerca de lo esperaba. 

Al final me rendí. Dejé de contener las lágrimas y lloré, lloré como hacia tiempo que no lo hacía, dejando mis miedos flotar en el aura tan pesada que me rodeaba y dejándome inundar por la tristeza. Mi cuerpo sin fuerzas, mi corazón cansado de tanto luchar por salir a flote, mi mente destrozada y mis sentidos a flor de piel, me llevaron a acurrucarme a ese cándido pecho que me rodeaba con sus largos brazos, sumergidos en el profundo silencio, ninguno se atrevió a decir nada más, ninguno se atrevió a separarse del otro. 

Sus latidos chocaban contra mi oído, y a veces pequeñas gotas caían desde arriba, humedeciéndo mis hombros y deseando jamás separarme de él. Estábamos conectados por un lazo más que sentimental, era la necesidad de tenerlo cerca, la angustia de separarme de él, que desde el primer momento que crucé la puerta sabía que ese chico se convertiría en lo más importante de mi vida. 

                                                          *       *         * 

 

Miré la luz colarse por el espacio medio de las cortinas y volví a cerrar los ojos con pesadez. Sentía mis ojos como si fueran de plomo, mi boca pastosa y un punzante dolor de cabeza, era de esos días donde sólo deseas quedarte en cama toda la vida; recorrí fugazmente con la mirada la habitación y me di cuenta que no era la mía, sino una mucho más amplia y sofisticada. 

Escuchaba lejanamente el tráfico citadino, y podía ver por un espacio del cristal de la terraza, a un pájaro sobre el barandal picando el aluminio. Alcé las sábanas cuando miré mi ropa tendida sobre un sofá frente a la cama y observé como estaba en unos pantalones de chándal que me quedaban relativamente grandes, al igual que la playera que se escurría por uno de mis hombros. Me ruboricé. 

Volteé a mi derecha y ese simple movimiento lo sentí como una tortura, Sebastián estaba a mi lado, dormido, y yo quedé embelesado admirando su belleza; su piel lisa y apiñonada, el cabello castaño que se ondulaba desorganizadamente en su frente, su nariz de estructura fina y perfectamente derecha, aquellos labios vóraces y expertos que había saboreado tantas veces y que ahora se mantenían perfectamente sellados y por supuesto, esos cautivantes ojos verdes de los que ahora no tenía acceso. Su respiración a veces se volvía irregular y jadeaba adormilado.

Después sucedido la noche anterior no recordaba nada, ni siquiera como vine a parar a esta habitación. Ahora más consciente, me sentía algo avergonzado, pero de una forma u otra, estaba tranquilo y liberado. Quizá no del todo conmigo mismo, pero al menos ya no tenía que ocultarle nada a Sebastián, mi novio. 

 

                                                   *           *          *

 

Lo que más me gustaba de este mes, era la primavera. No me consideraba fanático del clima helado porque era de esas personas que les daba frío hasta el más mínimo aire. 

Era sábado y Sebastián había ido con su madre a buscar el regalo para el cumpleaños de Sandy que se celebraba en pocos días, mientras yo acababa con una investigación que tenía que entregar el lunes y valdría para la calificación final del trimestre. Como la noche anterior me había quedado a doblar turno en la papelería, me dieron el día libre. 

Estaba en el cuarto de Sebastián, últimamente casi no visitaba el mío, más que para ir por mi ropa, o alguna otra cosa que necesitase. Tenía varias hojas alrededor de mí y uno que otro libro que usaba para informarme e ilustrarme con las imágenes y mapas conceptuales que venían. Llevaba cerca de una hora enfrascado entre letras, palabras extrañas y esquemas, hasta que mi celular sonó al borde de la cama. Un número desconocido. 

-¿Hola? —Contesté extrañado. 

-¿Andrés, eres tú? Soy Julieta. —Estuve a punto de colgar al jurarme no tener contacto con ella jamás, pero entonces recordé que tenía mi número que yo no se lo había dado, y no creía que Sebas hiciera lo contrario. 

-¿De dónde sacaste mi número? 

-Hm, no te molestes. Tengo acceso a todos los expedientes, y recordé tu nombre por la otra vez y... 

-Lo que hiciste está prohibido. Mis archivos deben ser confidenciales, ¿sabes que te pueden despedir si se enteran de lo que has hecho? 

-Créeme que no lo haría si no fuera necesario. Me encontré a Sebastián en el campus hace unos días —Añadió— y me dijo que lo mejor es romper el contacto entre nosotros, no necesitó decirme que es por ti, y es por lo mismo que debemos hablar... Hay varias cosas que necesito explicarte. 

-¿Tú a mí? Si te dijo que no quería verte es porque eso es lo que desea. —Resoplé molesto por su altanería. 

-Quiero hablar contigo. Como dos personas civilizadas, sé que no te caigo bien, y esa es la razón, no quiero que malinterpretes las cosas. 

-Já. Sé todo lo que ha pasado y no necesito saber más... 

-Por favor. 

-¿Por qué? Deberías respetar las decisiones de los demás y ya está. —Me levanté del colchón, enfadado y comencé a dar vueltas por toda la habitación. 

-Si aceptas vernos, juro solemnemente que no te vuelvo a molestar. 

-No te creo. 

-Te estoy hablando sinceramente. —Escuché como su tono de voz se iba volviendo más fuerte y me convencí de que tal vez sí pensaba cumplir con su promesa. 

-Está bien. —Cedí— ¿En dónde? 

-En la cafetería Savoureux, ¿sabes cuál es? está a unas cuadras de un almacén de papelería. 

-Sí. Te veo ahí en quince minutos. —Colgué, tomando mis llaves y guárdando mi móvil para acabar con todo esto. 

 

Cuando llegué, noté que la decoración navideña había sido reemplazada por una más jovial y había varias macetas llenas de flores adornando la entrada. Julieta me esperaba sobre una mesa de en medio, la mayoría ya estaban ocupadas y pensé que tal vez era una de las que quedaban, de otra forma, no creía que elegiría estar rodeada de personas. 

-Hola. —Sonrió al verme, extirando su mano para saludarme. 

-¿De qué quieres hablar? —Suspiró y revolvió el café que estaba tomando. 

-¿Quieres pedir algo? —Me ofreció la carta con el menú. 

-No. Estaba ocupado y mientras esto termine rápido, mejor. —Mantuve mis brazos debajo de la mesa en todo momento, aunque dijera que no quería hablar con ella, tenía cierta curiosidad por saber de qué quería decirme. 

-Lo siento. —Se acomodó en su asiento— Me gustaría hablarte sobre la relación que tuve con Sebastián en un pasado. —Tragué saliva, nervioso. Ese tema me llegaba demasiado, no terminaba de asimilar cómo Sebastián se pudo meter con ella, no es que fuese una mujer fea, pero a mi gusto, no era actractiva, además ¿cómo ella aceptó estar con un adolescente? ¿acaso no se daba cuenta de lo inmoral que era eso? Y también me dolía que ella estuviese relacionada con ese tipo, con su ex. Me daba pavor saber que en cualquier momento se pudiese aparecer. 

-Y-yo lo sé. —Admití, aparentando no querer entrar en esos terrenos, pero ahí estaba mi subconsciente deseando que me dijera todas esas cosas que Sebastián no mencionó. 

-¿De verdad? —Abrió mucho los ojos, parpadeando varias veces— ¿Él te lo dijo?

-Sí. Es horrible. —Sonrió ladina y negó con la cabeza. 

-¿Me vas a venir a hablar de valores ahora? Porque sí es así, ya escuché suficiente por parte de la madre de Sebastián. 

-No es para menos. Tenía dieciocho años.

-No fue algo que planeaba, Andrés. —Me miró por unos segundos y le dio un sorbo a su bebida— Cuando Sebastián tenía diecisiete años él venía a mi casa a tomar clases privadas de matemáticas, pero siempre aprovechaba cualquier descuido para ponerse a dibujar. Me di cuenta que la habilidad que él poseía de reproducir cualquier objeto, incluso de hacer un retrato natural, era un talento innato y sorprendente que pudiese crear cosas así sin ninguna preparación previa, porque jamás había tomado cursos, o algo así. Él hacía todo lo que yo jamás pude, a pesar de que siempre estudiaba las teorías y técnicas de la pintura y el dibujo, nunca conseguía hacer lo que él hacía, él... Era todo lo que yo siempre quise ser, y eso me cautivó. —Había un brillo en sus ojos al recordar el pasado y hablaba con cierta melancolía— Poco después él cumplió dieciocho. Comenzó a venir casi diario a mi casa con la excusa de sus clases y yo sólo le enseñaba mis conocimientos sobre el arte para ayudarlo a desarrollarse más, le obsequiaba todo tipo de papel, lapices de colores, pinturas, etcétera. Un día, se nos pasó el tiempo volando y cuando nos dimos cuenta ya había oscurecido y una tormenta había caído, le ofrecí quedarse en casa para evitar cualquier accidente, él llamó a sus padres y obtuvo la aprobación, después de todo, ya se había establecido un vínculo de confianza. Esa noche, estábamos los dos solos, yo en esos años estaba casada pero mi esposo siempre viajaba por su trabajo y tenía que quedarme sola, siempre quise ser madre, pero decía que no le gustaban los niños. —Un nudo en la garganta se formó y comencé a sentir algo de rabia al oírla hablar de ese sujeto— Sebastián y yo nos quedamos hablando hasta tarde me di cuenta que disfrutaba su compañía como cualquiera, le había tomado cariño bastante rápido, y bueno, era inevitable —Rió ligeramente y entrecerré mis ojos con desprecio— es un chico carismatico y con un atractivo visual que llama la atención a cualquiera, siempre fue muy lindo. Y esa vez acabamos en la cama por primera ocasión. —No sabía cuanto tiempo iba a poder soportar esto, sentía como si me contara todo a propósito para molestar. Había tantas cosas mezcladas, sin quererlo, estabamos entrelazados por distintas situaciones— Desde eso... Se repetía cada vez que venía, no importa que hicieramos, terminábamos haciendo el amor. —Hizo una breve pausa— Un día, el decidió tener novia... 

-¿Por qué seguiste con él sabiendo que estaba con alguien más? —No pude callarme más, era ilógico que continuara con esa aventura. 

-Porque me enamoré de él. Me enamoré como jamás lo había hecho con nadie, él me hizo sentir lo que nadie, no sólo compartía mi amor por el arte, compartía mi placer y me hacía sentir viva, me hacía sentir una mujer de verdad. —Me dio un golpe bajo. ¿Yo que compartía con él? ¿qué teníamos en común? ¿El arte? ¿La pasión? ¿cómo podía decirle algo así? No sabía qué artefactos usaba para su profesión, jamás habíamos tenido relaciones, porque siempre que intentábamos algo, yo era incapaz y eso me dolía, me molestaba no tenerlo de esa manera— Además, yo sabía que él no quería a esa chica, a pesar que juraba que podía llegar a quererla, estoy segura que nunca sucedió. Él no es una persona que pueda imponer sus sentimientos, y tú mejor que nadie debe saberlo... El amor te hace egoísta e irracional, aunque odiaba compartirlo, mientras él se quedara conmigo, lo aceptaba. 

-¿Y-y por qué terminaron...? 

-Un día su madre encontró un mensaje que Sebastián me envió avisando que venía para mi casa a tener sexo. —Sonrió divertida— Su mamá se puso histérica, vino a mi casa y armó un escándalo, me amenazó de muerte si volvía a ponerle un dedo encima a su hijo. Mi marido no tardó mucho en enterarse y nos divorciamos. Desde esa vez no había vuelto a verlo... —La miraba atentamente y seguía sin comprender. En ningún pleno uso de mis facultades mentales jamás estaría con un menor; yo lo había sentido en carne propia. 

-No le quita lo desagradable que es... —Murmuré. 

-La gente es bastante hipócrita en esos temas, ¿sabes? Estereotipan a las parejas, y van alardeando que en el amor no importa el físico, el género, la edad, la condición social y todas esas porquerías, pero cuando notan algo diferente, buscan destruirlo a toda costa. Aunque fue algo unilateral, aunque fue algo pasajero, no cambia el hecho de los sentimientos implicados. No me hace falta que me vengas decir que fue horrible e inmoral de mi parte, porque, ¿acaso debo ir al infierno por no controlar mis emociones? ¿Acaso buscas hacerme sentir mal por no encajar? No necesito que me vengas a soltar eso que ya sé, Andrés. —Negó con la cabeza repetidas veces— Respeto tus creencias, pero ahórratelas.

Preferí quedarme callado y tratar de ser tolerante. Es verdad que tenía razón en la mayoría de las cosas, pero, al ser dañado de tal forma me era difícil ver las relaciones así con normalidad. Ya había oído suficiente y tenía mucho que pensar. 

-Me retiro. 

-¿Estás bien? —Se puso de pie al mismo tiempo que yo. 

-S-sí. Sólo quiero regresar a casa. Adiós. —Salí por donde vine haciendo un repaso mental. 

Ella era la ex esposa del tipo que abusó de mí por mucho tiempo, que era el mismo con el que se iba a casar mi madre y a la vez, ella mantuvo una relación con un chico que ahora era mi novio. 

-A donde me vine a meter... —Dije por último antes de subir al elevador.


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