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Corazón Delator por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Este cap. se centra más en Aomine y en lo que pasa por esa cabecita que aunque muchas veces pensemos que está hueca, no lo está...

 

 CAPITULO 4

¿Qué quiero de ti?

 

 

 

Esa mañana se levantó temprano.

 

Aunque no estaba acostumbrado a hacer eso un domingo, ese día se puso de pie apenas abrió los ojos y puso cuidado de hacer el menor ruido posible al salir del departamento, para no despertar a su rubio anfitrión. Sentía que de algún modo, las cosas se estaban poniendo extrañas entre ellos y no quería dar explicaciones… después de todo, él tenía cosas más importantes de las que ocuparse ahora.

 

Subido en su moto, no le costó nada llegar a aquel lugar, había ido tantas veces antes que conocía el camino de memoria y podía llegar incluso con ojos cerrados: la casa de Kuroko Tetsuya.

 

Apenas aparcó fuera de la vivienda, pudo ver al peliceleste en la ventana de su habitación. Se habían telefoneado el día anterior con la intensión de reunirse a primera hora, al parecer Aomine tenía algo importante que decir. No pasaron ni cinco segundos para el chico más bajo apareciera en la puerta de su casa y se subiera sin previa invitación a la motocicleta. La cercanía que había entre ambos era evidente.

 

Aomine condujo velozmente por las descongestionadas calles de Tokio un domingo por la mañana y se detuvo en un pequeño restaurant tradicional frente a un parque. Ambos bajaron y tomaron una mesa.

 

—Y bien, ¿qué querías decirme Aomine-kun?

 

Kuroko era tan directo como lo había sido siempre, aunque esto no pareció sorprender al moreno, quien sonrió con el comentario.

 

—¿No quieres pedir algo de desayuno primero?

 

El peliceleste continuó mirándolo inexpresivamente mientras Aomine levantaba la mano al camarero y pedía una orden para él y para el chico. Al parecer recordaba a la perfección los gustos de su antigua sombra, pues Kuroko no pudo más que confirmar la orden.   

 

—Mi papá me echó de la casa —Aomine lo soltó sin previo aviso, sobresaltando un poco el apacible rostro del peliceleste.

 

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Tienes dónde quedarte? —preguntó realmente preocupado.

 

—Me estoy quedando con Kise —comentó con gesto despreocupado.

 

Kuroko levantó levemente una ceja y su inexpresivo rostro cambió imperceptiblemente.

 

—Ya veo… ¿Y eso querías decirme?

 

—No. Mi papá me echó al ver una foto… de nosotros —Aomine lo miraba tan serio e inexpresivo como el mismo Kuroko.

 

Fueron interrumpidos por el camarero que dejó sobre la mesa las dos órdenes pedidas previamente y con gesto cortés, dio la vuelta y se alejó. Kuroko no probaba bocado alguno, a diferencia del moreno, quien ya había comenzado a comer y luego de unos bocados, volvió a dirigirse al peliceleste.

 

—No sé lo que hará, pero es mejor estar prevenido —Aomine continuaba comiendo indiferentemente, como si su charla fuera sobre el clima—. Podría intentar contactar con tus padres y contarles todo.

 

-—Gracias… —Kuroko habló pensativo.

 

El resto del desayuno transcurrió en silencio, cada uno concentrado en su propio plato. Perdidos en sus preocupaciones y en sus recuerdos. Fue Kuroko quien decidió romper el hielo y habló:

 

—Y… ¿Estás bien con Kise? En su casa… quiero decir… ¿Te recibió bien? —al parecer su lengua y su cerebro se habían puesto en huelga.

 

—Creo que no le di mucha alternativa —Aomine miró a Kuroko a los ojos, notando lo nervioso que se encontraba el peliceleste.

 

—¿A qué te refieres?

 

—No le pregunté si me podía quedar, sólo lo hice —comentó despreocupado—. Pero no creo que le haya gustado mucho la idea.

 

—¿Y qué vas a hacer? Si te hecha —Kuroko frunció el ceño imperceptiblemente.

 

—Ya veré cuando eso pase.

 

Aomine realmente era un total despreocupado. Obviamente su lógica de vida era el único problema que no tiene solución es la muerte por lo que solía no tomarle el peso a nada. Precisamente era esa ligereza de carácter lo que había alejado a los dos muchachos que ahora tomaban desayuno juntos. 

 

Finalizada esta reunión repentina, Aomine fue a dejar al peliceleste a su casa y volvió al departamento del rubio.

 

Eran pasadas las once de la mañana cuando el moreno entró al departamento. Había tomado la previsión de sacarle una copia a la llave de Kise, por lo que pudo entrar sin tomarse la molestia de tocar el timbre. Al entrar, lo primero que vio fue al rubio durmiendo en el sillón del living.

 

Éste aun vestía su pijama: un holgado pantalón de lino blanco y una camiseta de algodón del mismo color. Dormía sobre el costado derecho, usando su propio brazo como cabecera, su lacio cabello caía hacia el costado, despejando su frente y la expresión de su rostro era de relajo total. El sol que entraba por el amplio ventanal, le daba de lleno en la cara, resaltando una pequeñas e imperceptibles pecas.

 

—¿Kise tiene pecas?—Aomine se preguntó en voz baja abriendo levemente la boca.

 

Se acercó silenciosamente y se sentó en el piso, muy cerca del rostro del rubio, donde pudo constatar que efectivamente, la nariz del muchacho era decorada por unas casi invisibles pecas, que sólo eran perceptibles ahora, debido al leve sonrojo que provocaba la luz del sol en el blanco rostro. Nunca antes se había dado cuenta ¿Por qué no? Tal vez nunca antes le había prestado tanta atención o tal vez era simplemente porque de verdad eran imperceptibles.

 

Aomine sonrió mínimo con la vista que tenía ante sus ojos y levantando la mano derecha, rosó con la punta de los dedos las sienes de Kise, despejándolas del sedoso cabello. No supo por qué lo había hecho, sólo había sido un impulso involuntario guiado desde algo profundo en su interior, el mismo impulso que lo había llevado el día anterior a sacarlo prácticamente a rastras del gimnasio.

 

El rubio se removió incómodo en sueños, acomodándose en posición fetal bajo la fuerte mirada de Aomine. Éste finalmente se puso de pie y haciendo ruido a propósito, se dirigió a la habitación de huéspedes con la intensión de “ordenar” un poco el desastre que había ahí. Más que el dormitorio de un joven, parecía que un tornado hubiera pasado por ahí anoche. Las cobijas revueltas estaban tiradas en el suelo al igual que la poca ropa del moreno.

 

Kise, al oír el ruido en su siempre silencioso departamento, despertó sobresaltado. Le costó unos segundo procesar la información y recordar que forzosamente ahora… él no vivía solo.

 

—¿Aominecchi? —Preguntó mientras asomaba la cabeza en la habitación de huéspedes— ¿Qué pasó aquí? —obviamente notó el desastre que había causado su invitado.

 

—Yo pasé —Aomine lo miró intensamente a los ojos.

 

Frente a esta respuesta, un escalofrío involuntario recorrió su espalda, provocando que se le erizara completamente la piel y sin decir una sola palabra, dio la vuelta y volvió a living.

 

Minutos después, Aomine lo encontró sentado en el suelo leyendo una revista sobre la mesita de centro, se jalaba inconscientemente pequeñas hebras del cabello mientras ojeaba concentrado las páginas de una Vogue de edición especial. Él se dejó caer pesadamente en el sillón donde el rubio dormía minutos atrás, teniendo una vista de perfil del modelo.

 

—¿Dónde estabas? —Kise preguntó sin mirarlo, en un tono que le restaba completamente la importancia a la pregunta.

 

Luego de un tenso silencio, Aomine respondió midiendo cada una de sus palabras.

 

—Fui a ver a Tetsu.

 

—¿Kurokocchi? ¿Cómo está? —con sólo oír el nombre, Kise se volteó a mirarlo con ojos brillantes.

 

Aomine no supo a qué se debió esa extraña molestia en su pecho. Obviamente no le habían gustado ni la expresión ni la pregunta de Kise, pero no sabía si su molestia se debía al interés que el rubio mostraba en Kuroko o a que el rubio mostraba un marcado interés en alguien. Por lo que se limitó a mirarlo con el ceño fruncido.

 

Ante el silencio de Aomine, el rubio insistió.

 

—¿Por qué lo fuiste a ver? Creí que ya no se veían...

 

—Tenía algo que hablar con él —el tono de voz de Aomine era apático.

 

—¿Qué cosa? 

 

—¡Qué te importa! —gritó exasperado ante la insistencia del rubio.

 

Éste se limitó a mirarlo con ojos sorprendidos, mientras una pequeña V se formaba entre sus cejas. Cerró la revista con fuerza y se puso de pie, dispuesto a marcharse de ahí inmediatamente ¡No podía creer el descaro de Aomine! Se sentía realmente indignado.

 

Al pasar frente al moreno con la intensión de salir, éste se puso de pie rápidamente y lo sostuvo por el brazo.

 

—Kise… lo siento… —el rubio no se dio vuelta y no respondió, por lo que Aomine continuó—. No quise gritarte, lo siento. Te lo explicaré todo.

 

—No me interesa. ¡Suéltame!

 

Kise forcejeó para soltarse del agarre del más alto, pero éste lo tenía fuertemente tomado por el brazo y su movimiento fue inútil. Trató de soltarse una segunda vez, aplicando más fuerza, pero el moreno tiró también del agarre, provocando que durante el forcejeo, ambos cayeran sobre el sillón.

 

Kise cayó abruptamente, evitando golpearse el rostro contra el pecho de Aomine sólo gracias a sus buenos reflejos, ya que pudo amortiguar su caída apoyando su brazo libre. Sin embargo, esto no impidió que ahora se encontrara recostado sobre el cuerpo del moreno. Estaba tan cerca que pudo sentir los latidos de su corazón y su calor corporal, su pecho se movía acompasadamente acorde con su respiración y pudo darse cuenta de lo bien trabajado de su cuerpo. Kise levantó lentamente la mirada, encontrándose con la mirada azul profundo fija en su persona. Su corazón dio un vuelco dentro de su pecho.

 

—Su…suéltame.

 

Hizo el amago de levantarse, pero el moreno lo volvió a retener, tomándolo de las caderas, provocando que el rubio quedara sentado sobre él.

 

—¿Qué… qué haces? ¡Suéltame!

 

Kise ahora forcejeó fuertemente, pero el moreno no estaba dispuesto a soltarlo y esta vez ambos cayeron al suelo, invirtiendo posiciones. El cuerpo de Aomine estaba sobre él, aprisionándolo con su peso. El ceño de Kise se frunció en una expresión de temor y no pudo evitar recordar aquella fantasía inconsciente al tener el rostro de Aomine a sólo centímetros. Tan cerca estaba que sentía la respiración del otro como una caricia en su rostro y lo inundó el masculino olor que despedía su piel, involuntariamente sus ojos se dirigieron a la boca entreabierta del moreno.

 

Poco a poco… Kise se fue dando cuenta que lo único que procesaba su mente eran unas inmensas ganas de besar esos labios. 

Notas finales:

Gracias por leer. 


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