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Corazón Delator por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

En este capítulo hay una pequeña sorpresita. 

CAPITULO 8


¿Por qué?


 


La mañana había pasado lenta, excesivamente lenta para el gusto de Kise. Y considerando que apenas sí había prestado atención en clases, se podía decir en resumen, que no había sido su mejor comienzo de semana.


Mientras guardaba sus cuadernos perezosamente dentro de la mochila, su salón de clases, poco a poco se fue vaciando, hasta sólo quedar él. Suspiró hondo dispuesto a marcharse rumbo al casino a almorzar junto a sus senpais y distraerse un poco, cuando sintió que la puerta de entrada se abría para dar paso a alguien que se tomó la molestia de cerrarla con seguro. Se dio la vuelta, curioso, y vio de pie en su colegio a Aomine Daiki.


—¿Aominecchi? ¿Qué haces aquí?


El moreno no le respondió, se limitó a sonreír de lado y mirar intensamente al rubio. Llevaba las manos en los bolsillos del pantalón en un gesto de despreocupación total, los primeros botones de su camisa estaban abiertos y el nudo de su corbata flojo, lo que permitía ver parte del bronceado pecho del muchacho. Comenzó a caminar con lentitud y sin dejar de mirarlo directo a los ojos, llegó junto a Kise.


—¿Qué haces? ¿Por qué me miras así?  Aominecchi…


El rubio comenzó a sentirse incómodo con la proximidad del otro muchacho y retrocedió varios pasos, hasta que sintió su espalda chocar contra la pared. Ya no tenía escapatoria.


Aomine puso sus manos a cada lado de la rubia cabeza y cerró el espacio entre ambos. Kise evitaba mirarlo a los ojos, increíblemente nervioso con la intensa mirada azul profundo fija en él, mientras sentía el cálido aliento en su rostro. Aomine rozó levemente con su nariz el níveo rostro del rubio y con sus labios entreabiertos tocó la otra boca. Kise cerró los ojos con lentitud y se dejó llevar ¡Sólo quería ser besado por ese hombre!


El más alto lo tomó con fuerza por la nuca y obligándolo a levantar el rostro lo besó con pasión. Recorría con la lengua el interior de su boca mientras la mano libre se introducía intrépidamente bajo su camisa, acariciando su cintura. Kise poco a poco se dio cuenta que ese beso era su perdición, que con él le habían quitado la razón. Llevó sus manos a la cabeza del moreno y comenzó a intensificar el beso, haciendo que sus lenguas se enredaran en un apasionado contacto.


La temperatura subió increíblemente dentro del salón, provocando que ambos jóvenes se quitaran el blazer del colegio y las corbatas que comenzaban a asfixiar sus cuellos. Aomine tomó a Kise por la cintura y lo sentó sobre una de las mesas y éste, sin perder tiempo en rodeos, desabrochó el cinturón y el botón del pantalón del moreno, envolviendo con las piernas su cuerpo, apegándolo más a él para continuar con ese beso que le hacía perder la cabeza y hacer cosas que jamás en su vida pensó.


Kise estaba completamente fuera de sí, y ansioso de sentir la piel bronceada del otro muchacho, rompió el beso y sin darse el tiempo de desabotonar la camisa, tiró de ella, provocando que los blancos botones cayeran al piso, dándole el placer de contemplar el marcado abdomen de Aomine. Éste sonreía lascivamente y continuaba mirándolo con intensidad, se quitó la camisa, o los restos que quedaban de ésta y la tiró al suelo, mientras el rubio recorría su torso completamente lampiño, acariciándolo con suavidad.


Kise ahora lo miraba sin pudor a los ojos, provocándolo con aquella mirada, incitándolo a poseerlo y Aomine sin perder tiempo, lo obligó a recostarse sobre la mesa y se subió sobre él para besarlo, desabrochando tortuosamente lento cada uno de los botones de la camisa del rubio, dejando su níveo torso expuesto a sus implacables besos, que recorrían y humedecían cada centímetro de piel expuesta.


Ambos muchachos sentían sus miembros completamente duros, palpitantes por el placer que encontraban al rozarse bajo los sensuales movimientos que realizaban sus caderas, podían sentirlos aún a través de la ropa que llevaban puesta, sus pantalones se volvieron prendas incómodas, apretándoles su hombría, mientras sentían que el deseo los estaba consumiendo.


Aomine se separó de la dulce boca del rubio y se puso de rodillas sobre la mesa, para quitar con un movimiento rudo, el cinturón del otro muchacho, que dejó caer pesadamente al suelo, donde resonó el sonido metálico de la hebilla. Sin dejar de mirarlo a los ojos, comenzó a meter la mano impúdicamente dentro del colorido bóxer del rubio, masajeando con movimientos fuertes su pene erecto, mientras la otra mano se dedicaba a estimular el suyo.


—…Ahh… ha…


Sutiles gemidos salían de la boca de Kise, quien había dejado caer la cabeza hacia atrás y se llevaba ambas manos al cabello, enterrando sus dedos en éste, sin saber cómo reaccionar ante tanto placer. Se sobresaltó de pronto al sentir la ardiente boca del moreno sobre su pene, ésta se cerraba con fuerza sobre él, succionándolo con ansias y ahora sí estaba seguro de haber perdido completamente la cordura en manos de Aomine.


La eléctrica sensación que recorría su cuerpo, erizando cada centímetro de su piel lo estaba volviendo loco, su espalda se curvó en un movimiento involuntario, guiado sólo por el placer que sentía y oyó la grave voz de Aomine susurrar mientras con la punta de la lengua rozaba su glande:


—…Ahh Kise… eres exquisito…


Se sintió desfallecer, creyó que podía acabar con sólo ese estímulo y no pudo evitar preguntarse: si encontraba tanto placer solamente con las manos y la boca del moreno ¿Cómo sería sentirlo dentro de él?


Pero él ya no quería hacer más conjeturas, quería probar la dulce realidad.


—Aomine… quiero sentirte en mi interior.


El moreno se despegó de su miembro y lo miró sonriente, para dirigirse hasta la boca del rubio y susurrarle entre besos.


—…Ahh… Kise… Me vuelves loco… Kise…


 


—¡Oye Kise! —el rubio sintió un fuerte golpe en su nuca. Se dio la vuelta escéptico, para ver junto a él el enfurecido rostro de Kasamatsu—. Estoy hablándote hace rato. ¿Estabas soñando despierto o qué?


¿Soñando despierto? ¡Eso no podía ser verdad! Como si no bastara con los sueños dormido, ahora también debía ver al moreno en los pensamientos que involuntariamente invadían su mente ¡Dios realmente debía odiarlo!


Buscando aterrizar su confundida mente, Kise miró a su alrededor y sopesó la situación de inmediato. Se encontraba en su salón de clases y debido a que ya era la hora del receso del almuerzo, muy poca gente permanecía ahí aún, sólo unos cuantos chicos que almorzaban en sus asientos y otros que conversaban en grupos. Sólo él permanecía en su asiento con el cuaderno abierto y el lápiz en la mano, con la mirada perdida sin percatarse de la realidad.


En medio de ese trance lo había encontrado su capitán, quien lo miraba ahora con expresión preocupada en el rostro, sin explicarse a que podía deberse el comportamiento tan errático del muchacho. Kise siempre había sido un atolondrado, pero nunca lo había visto en tal estado de distracción.


—Te vine a buscar para almorzar, vamos a la azotea.


—¡Claro senpai! Siento la demora —Kise guardó sus cosas rápido y siguió a Kasamatsu.


Caminaron con paso lento rumbo a la azotea, sin hablar palabra alguna en todo el trayecto. La verdad era que cada uno iba perdido en sus propios pensamientos e increíblemente, ambos pensaban en la misma persona.


Mientras Kise iba reprendiéndose mentalmente por seguir teniendo esas imprudentes fantasías con Aomine que no lo llevaban a ningún lado, salvo a parecer un idiota. Kasamatsu iba preguntándose qué había significado la visita de Aomine a sus entrenamientos y por qué se había llevado de esa manera al rubio. No sabía por qué, pero había algo que le incomodaba del moreno desde ese día.


Al llegar a la azotea, se encontraron con que ésta estaba completamente vacía. El aire era fresco, debido a la tormenta nocturna, pero el sol brillaba nuevamente entre blancas y esporádicas nubes. Ciertamente el dicho de que tras la tormenta viene la calma, se aplicaba por completo al caso, pues después de una horrible noche de incesante lluvia, ahora toda la ciudad parecía resplandecer con una nueva luz. Los pájaros cantaban, el aire se había despejado y hasta la misma gente se veía más feliz.


Kise contempló con alegría el paisaje que veía ante sus ojos y se estiró levemente, relajando sus músculos contraídos y se dio la vuelta para ver a Kasamatsu que acaba de sacar su almuerzo del bolso y parecía no prestarle mayor atención.


—¡Ah! No tengo almuerzo —Kise gritó dándose cuenta repentinamente de su error—. Tendré que ir a comprar algo, ya vuelvo senpai —comenzó a correr en dirección a la salida, cuando la voz de Kasamatsu lo detuvo.


—No te preocupes, puedes comer del mío.


—¿En serio? —Kise se giró para mirar a su capitán, sorprendido.


—Acaso no te lo estoy diciendo —contestó con desgano.


—¡Gracias senpai! —Kise habló con ojos brillantes y se sentó junto a su capitán.


Éste le prestó sus palitos y lo dejó sacar comida, tuvieron que intercambiarse los palitos cada vez que uno quería sacar un bocado, pues Kasamatsu sólo traía los suyos, pero esto no pareció incomodar a ninguno de los dos muchachos.


—Oye Kise. ¿Qué fue lo que ocurrió el sábado? ¿Por qué Aomine te fue a buscar al entrenamiento?


—Porque vivimos juntos.


Ante esta respuesta, el mayor de los muchachos prácticamente se atoró con un brócoli y tosió varias veces hasta recuperarse del asombro y del atragantamiento que éste le produjo.


—¡¿Cómo que viven juntos?! ¡¿Por qué?! —preguntó al borde de un ataque.


—Discutió con sus padres y se fue de casa —Kise respondió con una despreocupación total.


—¿Y por cuánto tiempo se va a quedar? —Kasamatsu miraba a su kouhai con sus grandes ojos celestes muy abiertos producto de la impresión y ya no comía.


—No se… —el rubio respondió con los palitos dentro de la boca.


Kise no parecía estar interesado para nada en el tema y se dedicaba a robarle pequeños bocados del almuerzo de su senpai. Éste por su parte, permanecía atónito y lo miraba con incredulidad, imposibilitado de creer la despreocupada actitud del rubio, pero peor aún, no podía creer en aquella situación.


—¿Cómo que no sabes? Y si intenta quedarse más tiempo del indicado.


—¿Indicado? Él puede quedarse el tiempo que quiera —Kise miraba al cielo mientras hablaba.


—¿Por qué? Él es nuestro rival —ahora la voz del muchacho de expresivos ojos se oía algo molesta—. No es bueno que fraternices tanto con él.


—Senpai… él es mi amigo.

Notas finales:

Gracias. 


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