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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Notas del capitulo:

Una pequeño detalle: esto comienza el mismo día del capítulo anterior.

Había llegado a la universidad algo más apresurado que lo de costumbre, no porque se me hiciera tarde, sino porque no quería encontrarme con Andrés en alguno de los pasillos, aunque ya se había ido del apartamento, aún me resultaba incómodo el tener que cruzarnos por el campus.

Todo pasó una noche que llegué al departamento después del trabajo y me topé no con la sorpresa, pero sí fue un poco inesperado, darme cuenta del modo en que se había ido de la casa. En cuanto entré lo supe por mirar las llaves encima de la barra de la cocina, ni siquiera me acerqué a recogerlas, mi instinto me decía que debía ir a confirmar mis sospechas y así lo hice. Me dirigí como rayo a su habitación, dándome cuenta que estaba vacía –al menos de sus cosas-, estaba tal y como la había dejado el primer día en que me mudé.

Honestamente, en algún lugar de mi recóndita mente, estaba esperando a que él se despidiera de mí. No de una forma agradable, pero al menos un adiós hubiese estado bien. Aunque obviamente sabía que no me lo merecía. Me había comportado de una forma inapropiada con él y con todo lo que alguna vez tuvimos.

Me llené de cuestionamientos, de grandes inseguridades y terminé desperdiciando a una persona que me quería. Y yo le quería a él, de eso jamás dudé en ningún momento, pero hay veces que se llega a un punto dónde caes en un profundo abismo y es como si todos esos fantasmas que se mantuvieron alejados en las relaciones pasadas que mantuve, ahora se impregnaran en cada parte de mi alma. Se dice que cuando quieres mucho a alguien, más difícil se torna la situación. Llega ese espacio crítico dónde debes de decidir qué camino tomar, donde debes analizar profundamente el estado en que estás y a base de eso y tus sentimientos, claro, determinar si vas a caminar por el paseo de la incógnita o cerrar la historia y guardarla como un buen recuerdo.

Lastimosamente, en el momento en que entré a su habitación, -porque para mí, todavía pertenecía a él- me di cuenta  que había tomado la decisión errónea

Caminando por los pasillos dirigiéndome al auditorio para ensayar la ceremonia de fin de curso, meditaba sobre la pequeña posibilidad de ir a buscarlo para solucionar lo que no tenía solución. Una vez más, me preguntaba si era buena idea dejar todo como está o tratar de comenzar de nuevo. No obstante, estaba consciente de las muchas veces que había arruinado todo e iba con la excusa de ‘comenzar de nuevo’. Qué frase tan trillada, pensé. Realmente, caía en cuenta que, si yo iba a pedirle reanudar todo, Andy no dudaría en aceptarme. Lo cual me hacía sentir mal, porque eso significaba que lo tenía comiendo de la palma de mi mano, a la vez, creía lo mejor si me rechazara, aunque me doliera, pero eso sería indicio que él finalmente estaba madurando.

Pero podía ahorrarme el rechazo y simplemente no buscarlo. Dejar que él finalmente comprendiera su lugar, lo crédulo que había sido y la inverosimilitud con que se había hecho todo, que aprendiese a valorarse, aunque se consumara a través de una forma no muy buena.

Ese día la pasé hasta tarde en la facultad, practicando el absurdo número que se ve en cada graduación. La toga y el birrete. Cómo recibir el diploma, la formación, y algunas cuántas cosas triviales cómo qué tipo de música debería usarse. ¿Es que acaso alguien le ponía atención a la banda sonora? Toda la atención siempre se concentraba en los futuros profesionistas, entre llantos y flashes de los familiares, sin contar los estridentes aplausos e incluso, gritos.

Después de eso decidí ir a cenar en algún lugar, solo, mientras el fúnebre recuerdo de una persona no dejaba de rondar en mi cabeza.

Sentía ese desagradable  aguijonazo en el lado izquierdo de mi pecho, inyectándolo de veneno que me sumía en la profunda melancolía de añorar al ser amado.  En ese momento no existía medida que pudiese calcular los profundos deseos que tenía de verlo, tocarlo, tan sólo sentir su presencia cerca, escuchar su armoniosa voz. Que volvieran esos días dónde me despertaba a su lado y le observaba por un largo rato sin que él se diese cuenta, admirando lo revuelto de su cabello, el gesto tan suave de sus ojos cerrados, la respiración irregular que a veces tenía, sus labios entreabiertos, incitándome a besarlo y su frágil figura tendida bajo las sábanas.

¿Verdaderamente estaba haciendo lo correcto?

Cuando me di cuenta ya era bastante noche y el mesero me indicaba amablemente que tenía que retirarme. Casi la una y media de la mañana.

Pagué la cuenta, la cual resultó algo elevada gracias al gran amigo llamado alcohol dónde mantuve sumergido mi amor.

Salí del local, aún lo suficientemente sobrio como para recordar dónde aparqué mi coche. Por un momento me pareció escuchar la voz de mi madre recitando esas estrictas palabras: “Es peligroso manejar sobre los efectos del alcohol”; pero entonces recordé que mi madre me despreciaba y no tendría por qué vigilar mis pasos cómo para saber en dónde estaba en plena madrugada.

-Sebastián, ¿estás bien? —Sentí como una fría mano se posaba en mi mejilla, dándome suaves palmadas para que volviese a la realidad.

-Ju… Julieta, ¿qué haces aquí? —Le retiré cortésmente su mano de mi cara.

-Salí a dar un paseo, me sentía algo ofuscada en mi casa. Todo esto del juicio me está acabando. —Suspiró con pesadez— Y no creí encontrarte aquí, menos en ese estado. —Me analizó de pies a cabeza.

-Estoy bien, ¿sabes? Un par de copas nada más. —Me reí tontamente mientras giraba mi rostro hacia mi auto, dando a entender descaradamente que quería irme. Ya no me importaba mucho lo que esa mujer pensara de mí, de hecho, en esa fase, contradictoriamente, veía las cosas con más lucidez. Yo no quería a Julieta, no fue más que un sentimiento confundido de lo que alguna vez hubo en el pasado. Incluso sentía algo de molestia tenerla cerca ahora.

-Entiendo. Al menos déjame llevarte a casa, no puedes manejar así.

-Yo puedo. —Abrí la puerta del conductor y justo cuando estaba a punto de abordar, ella se interpuso en mi camino.

-No te comportes como un niño. Si no quieres que te lleve, al menos deja que te acompañe a casa para asegurarme que llegaste bien.

-Y a ti qué te importa. —Repliqué claramente irritado mientras una estrepitosa corriente de aire me recorrió el estómago, provocándome arcadas. Me cubrí la boca acto de reflejo— Mierda.

-¿Ves lo que…?

-Sube ya. —Cedí con tal de llegar a casa cuanto antes— Pero yo manejo y en cuanto llegue, te vas.

Durante el trayecto Julieta se mantuvo hablándome de ciertas cosas, interrogando mi ausencia en la corte y contándome unos hechos más, no porque quería que supiera, sino para mantenerme despierto en lo que llegaba a casa, una de ellas, de cómo iba el juicio y me informó que, lamentablemente, para ella, todo parecía apuntar a favor de Andrés. Yo sonreía hacia mis adentros porque ni eso tenía ánimos de hacer. Comenzaba a sentirme algo mareado y las luces de pronto se volvieron más centellantes que nunca y la voz de mi acompañante se distorsionaba entre el motor de los demás automóviles y el barullo de la vida nocturna.

Por alguna fuerza mística, logré aparcar el coche frente al condominio. Notaba como pequeñas gotas de agua cubrían el parabrisas, escurriéndose hasta formar un pequeño arroyo justo donde comenzaba el cofre del vehículo.

Me bajé cuidadosamente yendo hacia la puerta en el otro extremo y la abrí, no en un acto de caballerismo, sino porque quería que se bajara para poder echarla cuanto antes. Ella me tendió la mano, más que ofreciéndose, obligándome a que le ayudara a bajar, y yo con tal de poder ir a dormir pronto, le tomé de la mano sacándola del asiento. Cerré torpemente la puerta de un azote, entré hasta la recepción ya tambaleándome un poco, aunque no sabía si era por el alcohol o porque mi vista se nublaba por el agua que caía del cielo. Le tendí las llaves al portero con claras intenciones de que se encargar de meterlo al garaje y en eso noté que Julieta todavía me sostenía de la mano y peor, que aún seguía junto a mí.

-Dijimos que te ibas en cuanto llegaras. —Mascullé arrancando mi mano de la suya y dirigiéndome hasta el ascensor.

-Puedo acompañarte hasta arriba.

-No, gracias.

-¿Qué tal si te quedas por ahí tirado? Al menos debo asegurarme que entres sano y salvo a la cama.

-Dije que no.

-¿De verdad tienes que ser tan grosero?

-¿De verdad tienes que ser tan molesta? ¡Te estoy diciendo que te vayas! ¡No te quiero ver nunca! ¿Es que no entiendes? ¡Estoy harto de ti, de tu cara, de tu cuerpo, de tu vida, de tu simple existencia! ¡Maldigo el maldito día en que te volví a encontrar! Joder. —Sólo observaba la forma en que sus ojos estaban abiertos de par en par y como mantenía los labios entreabiertos, buscando las palabras adecuadas para dirigirse a mí. Por suerte, en ese momento, el sujeto de la recepción debería estar en el estacionamiento.

-¿Todo es por ese maldito niño verdad? Todo estaba bien entre nosotros, de seguro te metió un montón de ideas y tú...

-Cállate. Nunca, en tu vida… —Me acerqué a paso trémulo hacia ella, no por miedo a enfrentarla, sino porque temía poder explotar en cualquier momento y hacerle daño. No emocional, eso ya no me importaba, sino físico— …maldigas a Andrés, porque aquí la única detestable, eres tú. Por suerte, no volveré a verte la cara otra vez en mi puta vida. —Sentencié antes de subir al elevador y justo antes de que las puertas se cerraran, ante la mirada atónita de Julieta, concluí ese capítulo de mi vida con una última palabra— Zorra.

 

*         *         *

 

Tiempo después de sólo llamadas y mensajes, Sandy por fin había podido escaparse de mis padres y venir un rato a visitarme. Ella estaba enterada de que la relación que llevaba con Andy, ahora estaba terminada. No le di muchos detalles y ella no preguntó mucho, no porque no quisiera saber, sino porque ambos sabíamos que eso no era algo que se debiera de hablar a través de un teléfono celular. Por eso, tanto para ella, como para mí, su visita era muy importante. Era la única persona con la que podía hablar sobre mi relación, jamás tuve un amigo o alguien a quién recurrir este tiempo para contarle acerca de mis problemas y quizá, esa fue una de las razones por las que tomé las decisiones que tomé; no tuve a alguien que estuviese para escucharme y darme su punto de vista para saber cómo se veía todo desde un tercero.

También después del profundo desahogo que tuve en decirle por fin todo lo que pensaba de Julieta en su cara, me sentía más aliviado que antes, pero todavía sentía la profunda carga de qué podía hacer con Andrés. Cada día lo echaba más de menos, había noches en las que lloraba en la soledad de mi habitación, preguntándome qué estaría haciendo en ese tiempo, ¿él también lloraría por mí? Ya no lo sabía, había pasado un mes desde entonces y cada día que corría seguía con esa angustia de pensar que quizá él me había sacado de su vida por completo, que tal vez, yo no era más que un vago recuerdo que sólo revoloteaba de vez en cuando en esos días de melancolía.

Me resultaba difícil de creer la posición en que me encontraba, no entendía del todo que yo sufriera tanto por alguien, por amor. Jamás me había sucedido algo así, quizá cuando mi primer mascota murió, pero eso no había durado tanto, ni tampoco me la pasé pensando en mi perro muerto durante mucho tiempo, ni mucho menos fantaseaba con el cadáver.

Pero no era como si a Andy se le pudiese comparar con un animal. De hecho, si hubiese algo con qué compararlo, sería con una flor. Tan suave como los pétalos, tan frágil como su estructura, tan colorida cuando florece, tan expuesta al mundo y aun así, jamás pierde su belleza, ni cuando se  marchita, cuando su tallo oscuro se tambalea y el capullo queda pendiente de éste, no pierde su forma, se mantiene, tal vez no tan firme como un principio, pero está ahí, dejando que los rayos dorados del sol le quemen con su calidez, permitiendo que la espesa nieve se amontone bajo su soporte y la arremolinada lluvia la empape. Cumplirá su ciclo, hasta que llegue el momento en que alguien decida  que no pertenece más ahí y la corte, deshaciéndose de ella.

Y yo había sido el tal alguien que se deshizo de ella, sólo materialmente, porque aún guardaba cada detalle de su rostro, cada acción y pensamiento que conformaban su persona. Es que incluso, hasta en esos momentos de intensa tristeza me deshacía en risas de rememorar lo divertido que era estar con él, la ternura que irradiaba inconscientemente. Aquella imperfección que me enamoró.

El timbré sonó y fue como si alguien me diera un fuerte golpe para volver en sí. Me levanté pesadamente del sillón y abrí la puerta para encontrarme con mi hermana. La abracé fuertemente recibiendo el calor familiar que tanto me hacía falta e ineludiblemente un par de lágrimas se escaparon de mis ojos, sorprendiéndome por completo. ¿Pero en qué me había convertido? Ni mi propio dolor podía controlar como lo hacía antes. ¿De dónde salía este lado tan sensible?

-¿Estás llorando? —Preguntó Sandy cautelosamente mientras dejaba de abrazarme, pero yo no. No quería que me viese.

-Por supuesto que no. —Dije por lo bajo con dificultad por el nudo en la garganta.

-Eso significa que es grave lo que te pasa.

-Déjame ser.

-Bien, pero, ¿podrías soltarme? Me estás aplastando. —Palmeó mi espalda apresuradamente. Le solté y me di vuelta rápidamente, dirigiéndome al asiento en que estaba antes, aproveché ese breve instante para limpiarme las súbitas lágrimas.

-¿Ahora sí me vas a decir por qué terminaste con él?

-Porque soy un idiota.

-Eso es sabido. Justifica tu respuesta. —Mi hermana usaba ese tono serio al que escasamente recurre.

Le conté toda la historia de mis confusiones y enredos, dando resultado al gran error que cometí. También mencioné que si no había buscado a Andrés en ese tiempo era porque creía que era lo mejor para él, que la experiencia que vivió conmigo le ayudaría a crecer y salir de la burbuja donde estaba metido. Además, agregué que él probablemente ni me recordaría y quizá hasta estaría con alguien más, a lo que ella me miró molesta.

-¡Vaya que sí eres idiota!

-¿De qué hablas?

-¿En serio crees que Andy se va a olvidar de ti tan fácilmente? ¿Tan débil crees que es su amor por ti? Bastaba con ver la forma en que te miraba, como siempre estaba pendiente de ti y las sonrisas que te dedicaba. ¡Tú eres el que deberías saber eso! Yo sólo digo lo que veo, tú que lo viviste de cerca, no puedo creer que no te hayas dado cuenta que ese chico estaba totalmente loco por ti. —Se estrujó el cabello en un gesto de frustración y negó repetidamente con la cabeza—Entiendo lo que me tratas de decir, que sí, puede ser lo mejor para él, pero, ¿no crees que es estúpido preocuparse por el bien de alguien implicando que eso significa que ambos estarán separados cuando aún se aman?  Porque te aseguro que a él le importa un soberano comino su futuro bien con tal de poder estar contigo, ¿y sabes por qué? Porque para él, su bien, en este momento, es permanecer a tu lado. Ya en su momento será el tiempo de él para aprender de esta relación, pero eso sucederá cuando ya no dé para más, cuando ustedes, por decisión mutua, decidan que lo mejor es separarse, no porque tú, un imbécil quiera lo mejor para el otro. Así no funcionan las cosas, hermanito. En una relación, antes que preocuparse por uno o por el otro, se debe preocupar por ambos. Son pareja, de dos. Si captas, ¿no?

Hice un mohín aguantando, esta vez con todas mis fuerzas, las ganas de echarme a llorar por la estupidez tan grande que había cometido.  Me hundí en el sofá, dejando caer mis extremidades lánguidamente. Si tan sólo hubiese tenido esta charla antes, podría haberme evitado esas madrugadas abrumadoras.

-No puedo creer que dejaras pasar tanto tiempo para que pudieses darte cuenta de algo tan simple. —Concluyó mientras se acomodaba en su lugar de la misma forma que yo.

-¿Y tú? ¿Algún romance con alguien? —La miré de reojo notando como su cara se sonrojaba rápidamente.

-Algo así…

-¿Quién? —Arrugué la frente.

-Alguien por ahí… —Tosió fingidamente y se puso de pie yendo hacia la cocina.

No insistí más, no porque no me interesara, de hecho me daba bastante curiosidad saber con qué clase de persona podría salir mi hermana ahora; sólo esperaba que no fuera uno de esos patanes con los que en su pasado tuvo una especie de amorío.

Ahora tenía toda mi atención fijada en las palabras que Sandy me había dicho. ¿Andrés todavía me quería? Era una respuesta que no podía averiguar ahí sentado, pero tampoco me sentía preparado para ir a buscarlo. Ella lo había dicho, dejé pasar mucho tiempo para darme cuenta de algo tan sencillo.  Y también estaba otro inconveniente: no sabía dónde demonios vivía. Tenía el conocimiento que estaba con su madre, ya que no tenía otro lugar donde ir, y que ésta vivía en un departamento, pero jamás tuve la indagación de preguntar la dirección y el hablarle por el móvil, me resultaba vergonzoso, tenía que resolverse en persona.

Y sentía que no tenía caso ir a proponerle algo de lo que no estaba seguro del todo. Sin contar que tenía mi graduación en unas semanas,  y estaba atareado con los últimos preparativos. No tenía tiempo para casi nada, de hecho, el día de la visita de Sandy era uno de mis días libres después de mucho tiempo.

Pese a eso, yo no dejaba de pensar en él.

Notas finales:

Nunca conduzcan en estado de ebriedad (?).


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