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Corazón Delator por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

He aquí el pic de drama de este nada dramático fic. 

CAPITULO 11


¿Volverás?


 


Soledad.


Esa era la palabra que expresaba completamente el estado anímico y mental de aquellos dos jóvenes.


Ambos sentados en el mismo amplio sillón. Sus miradas fijas al frente, pero perdidas al mismo tiempo. Mirando sin ver, respirando sin respirar, viviendo sin vivir. Kise se llevaba las rodillas al pecho y se las abrazaba, hundiendo su cabeza en las piernas. Kagami tenía las piernas abiertas y su cuerpo se encontraba ligeramente inclinado hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.


Silencio y soledad.


Aunque estaban los dos ahí, no podían sentir más que soledad. Aunque estaban los dos ahí, ninguna palabra salía de sus bocas.


A pesar de la corta edad que ambos tenían, por primera vez comprendieron a cabalidad el significado de la palabra soledad: Estar rodeado de gente y sentir la falta del ser amado. Desde ese instante dejó de importar el hecho que estuvieran ambos. No importaba cuando les faltaban precisamente ellos, aquellos a quienes amaban… aquellos que ahora estaban juntos.


Aomine y Kuroko.


Kagami suspiró hondo y se pasó la mano por el rojizo cabello, para luego ponerse de pie bajo la atenta mirada del rubio, que parecía haber salido del estado vegetativo en que se encontraba y lo miraba con tristeza.


—Creo que debo irme, ya es muy tarde —comentó con voz baja y desganada.


—¡Pero tú vives solo! Nadie te va a decir nada si llegas tarde —Kise miraba a su amigo con ojos tristes, sin comprender por qué éste se marchaba.


—De todos modos debo irme, mañana tenemos que ir a clases, deberías ir a acostarte —Kagami lo miró con expresión preocupada.


—¿Por qué no te quedas? No quiero estar aquí solo —Kise habló bajito mirando al piso.


—Kise… ya estamos solos —Kagami habló con tristeza, pero también con resignación.


Kise no respondió ni levantó la mirada. La frase de Kagami había sido como una sentencia de muerte.


—Además, quiero estar solo… para pensar —el pelirrojo levantó la voz, tratando de sonar más animado.


Kise bajó los pies al suelo y levantó la mirada hacia su amigo y le sonrió tristemente, comprendiendo a la perfección los sentimientos del otro. Aunque no quería estar solo, entendió que no tenía caso que se quedaran juntos, eso sólo serviría como un medio de escape, una excusa para evitar pensar en lo inevitable. Kagami había decidido afrontar la realidad y no engañarse a sí mismo como pretendía hacer él.


—Buenas noches, Kagamicchi.


—Buenas noches, Kise.


El pelirrojo se puso la chaqueta y tomó su bolso, le dio una fuerte palmada en la espalda a Kise como muestra de camaradería y con una fingida sonrisa salió del departamento. Decidió irse caminando a su casa, tratando que el frío viento nocturno despejara sus ideas y aclarara su mente y corazón.


Kise, ahora solo en medio de su lujoso pent-house, se dio cuenta por primera vez de lo grande y vacío que se le hacia ese departamento. Nunca antes le había parecido tan absurda la idea de vivir ahí como ahora ¿Qué haría ahora solo en ese gigantesco lugar? ¿Cómo llenaría el vacío que había dejado Aomine con su partida?


No lo sabía… No sabía nada.


Lo único que tenía claro era que el moreno se había marchado con su antiguo amor, prácticamente odiándolo y no creía que regresaría, al menos no para quedarse. Probablemente volvería mañana a buscar sus cosas y a entregarle la llave del departamento. Quizá hasta viniera cuando él no esté, imposibilitándolo de darle un adiós adecuado. Seguramente se iría a vivir con Kuroko ahora… seguramente ellos habían vuelto.


Por más que pensaba, no encontraba respuesta a las miles de preguntas que ahora invadían su mente ¿Por qué la vida tenía que ser tan injusta? ¿Por qué el destino era así de cruel y jugaba de esa forma con su corazón? ¿Por qué tenía que haber aparecido Aomine en su casa y su vida, si finalmente iba a marcharse tan imprevistamente como llegó? ¿Por qué tenía que enamorarse de él si no iba a ser correspondido?


Lentamente se puso de pie. No quería ir a acostarse, de todos modos no tenía sueño y sabía que no iba a dormir. Tampoco quería ir a su cama, pues le parecía insoportablemente grande y fría ahora. Se dirigió al cuarto de huéspedes en penumbras y se dejó caer con pesadez sobre la cama, abrazando con fuerza la almohada, hundiendo la nariz en ese blanco objeto que tenía impregnado el olor del moreno. Se acomodó en posición fetal sin despegarse de la almohada y cerró los ojos con fuerza, dejando que las lágrimas cayeran libres de sus ojos.


Lloró, lloró en silencio sintiendo que en cada lágrima un pedazo de su alma se desgarraba, sintiendo que el aire le faltaba y que las paredes de la habitación se le venían encima, aprisionándolo en la insoportable soledad.


Tenía frío, sus pies descalzos estaban congelados y su cuerpo tiritaba, pero no se arropó, no se movió ni un centímetro y lentamente fue sintiendo que el cansancio y el desgaste emocional se apoderaban de él. Sus ojos le ardían y tenía un nudo en la garganta, pero aun así y entre sollozos, se fue quedando dormido.


Pasadas la una de la madrugada, Aomine llegó al departamento y lo encontró vacío. Había esperado encontrarse al pelirrojo y a Kise instalados en el living, disfrutando juntos de una película o riendo animados, pero no había nadie. Todo estaba igual a cuando él había salido. Las luces encendidas, el televisor apagado, los platos limpios, ninguna huella de lo que imaginó.


Dejó las llaves en la mesita junto a la puerta y caminó con paso cansado por el pasillo rumbo a su habitación. Miró hacia la puerta de Kise; oscuridad, fue lo único que vio. Tendría que hablar con él mañana, pero aun no tenía idea de qué decirle, o más bien sabía perfectamente lo que le tenía que decir pero tenía miedo de hacerlo. ¿Cómo empezar? ¿Qué palabras usar? ¿Y si le rechazaba? ¿Y si lo corría del departamento? ¿Qué haría él si Kise lo odiaba después de confesarse? ¿Cómo viviría sin él? Luego de haber pasado estos días junto a él que le habían parecido un paraíso, ¿cómo acostumbrarse a su ausencia?


Suspiró pesado y se masajeó el puente de la nariz. No tenía caso pensar en eso ahora, mejor trataba de descansar algo, mañana sería un día muy largo. Abrió la puerta de su habitación y encendió la luz, viéndolo. Estaba acurrucado sobre su cama, abrazado a una almohada con el ceño fruncido en una expresión de dolor, temblando leve. Dando una impresión de fragilidad total.


Todas las dudas y pensamientos que nublaron su cabeza segundos atrás, desaparecieron por completo ante la visión del desprotegido rubio. Se olvidó absolutamente de todo lo demás. Ahora sólo importaba él. Se dirigió apresurado hacia la cama, se sentó junto a él y tocó con suavidad el cuerpo del muchacho que se sentía helado.


—Kise… despierta.


Éste entreabrió los ojos con pesadez, mirándolo desorientado por unos segundos, para luego incorporarse de improviso y abrazarlo por el cuello con fuerza.


—¿Aominecchi? Creí que te habías ido, para siempre —hablaba entrecortado y sollozante.


—Tranquilo, estoy aquí —la mano izquierda de Aomine sostenía la cabeza del rubio, y con la otra mano acariciaba su espalda con suavidad.


—No te vayas… ¡Por favor, no te vayas! —Kise ahora lloraba con fuerza, haciendo que sus tibias lágrimas cayeran por el cuello del moreno.


—No voy a ir a ningún lado, tranquilo —su voz era calmada, trataba de tranquilizar con ella al rubio.


—Aominecchi, quédate conmigo… siempre —suplicó en un susurro.


Aomine suspiró pesado a la vez que una expresión triste se instaló en su mirada. Le dolía el hecho de saber que esa petición podía significar dos cosas totalmente distintas, a la vez que ilusionaba su corazón, estaba convencido que para el rubio no tenían la misma intencionalidad.  


—No me pidas algo así, porque no creo que signifique lo mismo para ambos.


Lento, Kise se despegó del cuello del moreno y se separó, se quedó mirándolo con los ojos nublados de lágrimas.


—¿Es por Kurokocchi? ¿Ustedes volvieron?


—¡No!


—¡Entonces por qué! ¿Por qué no me quieres? —Kise trató de limpiarse las lágrimas del rostro, pero éstas seguían saliendo con porfía de sus ojos.


—Kise… yo sí te quiero —Aomine limpió con cuidado las lágrimas del rubio.


—¡Entonces quédate! Te prometo que nunca más me entrometeré en tu vida, que te dejaré usar mi baño siempre, voy a ser el mejor amigo ¡Lo juro!


—¡Es que yo no te quiero de ese modo! ¿No lo entiendes?


—¡No, no lo entiendo! Yo sólo quiero que te quedes aquí. ¿Es mucho pedir? ¿Acaso no es eso lo que hacen los amigos?


—¡Es que yo no te quiero como amigo! —Aomine alzó la voz, desahogándose por fin.


Kise parecía no entender la situación, o más bien no podía dar crédito de ella. Se limitaba a mirarlo con ojos impresionados y la boca ligeramente abierta. Aomine no supo cómo interpretar este silencio, pero aunque tenía miedo, decidió no dar marcha atrás.


—Yo te amo, Kise —su voz grave sonó segura y firme. 

Notas finales:

Gracias por leer.


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