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Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

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Notas del capitulo:

Penúltimo capítulo y una nueva perspectiva hacia la vida.

Mi madre y yo entramos a la institución que albergaba el tribunal. Era la última audiencia, aquí se decidía todo el proceso que conllevo meses y que, aunque era sabido que todo iba hacia mi favor y que las posibilidades apuntaban a que resultara el ganador del juicio, aún sentía mi estómago encogerse como la primera vez que crucé las puertas de madera que me conducían a un lugar lleno de personas que se veían igual o incluso más ansiosas que yo.

Me senté en mi lugar junto con el Licenciado Rivet y mi mamá. Ésta última no soltaba mi mano y la presionaba con fuerza, ella estaba esperando el momento tanto como yo. La presencia de Agustín no estaba en la habitación aún, pero en cambio, estaba Julieta. Podía sentir sus ojos gélidos traspasarme las espaldas, como si me apuñalara con la mirada, la había notado diferente. Sabía que yo no le caía muy bien y viceversa, pero esta vez la expresión de su cara me había parecido  más fuerte, con más rencor, con más odio…

Pero a pesar de eso, nada podía quitarme la cierta emoción que sentía de cerrar otro ciclo más de mi vida. Sí, porque Sebastián ya había pasado y no fue más que el  prólogo de mi libro. Fue un antes y después en mi vida, una persona con la cual descubrí nuevos placeres y angustias, nuevos sentimientos y desilusiones. Una pequeña parte de lo que conllevaba mi existencia. Tenía veinte años, ¿qué podría esperar de la vida? Absolutamente nada, todo lo que quisiera lo podría conseguir por mi propio medio, sin esperar que un milagro sucediera, y entre esas cosas, estaba el amor. En cualquier momento conocería a otro chico con el cual ir de la mano y no ir siguiendo sus pasos.

Probablemente, nunca pensé que una experiencia de vida, como lo es enamorarse, pudiese cambiar mi punto de vista hacia ciertos temas, hacia mí.  Comprendía distintas cosas que en un momento pasé de alto por el poco amor que me tenía, por lo poco que me valoraba, y en esos momentos, lo único que sentía que le debía a Sebastián, no era más que una simple palabra de agradecimiento por ayudarme a abrir los ojos hacia el mundo que se encontraba totalmente tendido a mi merced.

Por supuesto que aún rondaban ciertas inseguridades de vez en cuando por mi cabeza, así como el recuerdo de mi primer amor. A veces me preguntaba cómo estaría, no me lo había cruzado ni por casualidad desde la última vez que terminó conmigo, suponía que gracias a su salida de la universidad, toda su atención se concentraba en los últimos preparativos, además que era de dominio público que en esas circunstancias las clases eran totalmente nulas.

Y a pesar de mis profundas reflexiones, no me sentía del todo seguro para afirmar que ya no sentía nada por Sebastián. No era la misma intensidad que antes, o tal vez sí… pero controlada y más nítida, el suficiente amor como para entender que si no se dio, no se dio. No hay necesidad de rogar esperando que una relación dé frutos cuando la planta ya se marchitó desde hace tiempo. También sentía que a estas alturas Sebastián ni siquiera me recordaría, él no era la clase de persona que se lamenta por cada esquina y les hace saber a todos lo mal que se está o estaba… La imagen ante todo.

Una presión en mi hombro me sacó de mi ensimismamiento, mi mamá otra vez. Los murmullos crecientes de los presentes no hacían más que dar señal que el acusado entraba a la sala seguido por su abogado. Ambos tomaron asiento, y el juez impactó su mazo contra la madera, dando inicio a la sesión.

Todo empezó más apresurado de lo que pensé. Rivet llamó a Agustín al estrado, comenzando un interrogatorio sumamente tenso y cuidadoso. Cualquier palabra demás que se le escapara a ambos podría marcar una gran diferencia.

-A lo largo de este juicio hemos presentado las pruebas más contundentes que lo señalan a usted como un inminente culpable del acto de pederastia y abuso psicológico y físico de un menor. Ha admitido y dado a conocer que, efectivamente, usted conoce al joven Andrés y a su madre, la señora Belén, que convivió con ellos durante un tiempo y la cercanía que tenía hacia el entonces menor. —Aclaró su garganta, acercándose hacia la mesa donde estábamos y situándose detrás de su portafolio abierto, para luego proseguir— Sin embargo, tengo una pregunta más para usted. Si dice que las acusaciones que le hacen no son más que calumnias… ¿Qué cree que usted que pretendía obtener la señora Maldonado de todo esto?  Porque aquí mismo… —Sacó varios folios dentro de un folder y se acercó hasta la tarima donde se encontraba el juez y se los tendió con motivo que pudiese examinarlos —...están las pruebas de la denuncia que presentó la madre del afectado, un día después del descubrimiento de la ultrajación de la que era producto su hijo. Por lo tanto, no puede argumentar que lo único que desean de usted es un beneficio monetario por parte de su empresa, cuando en ese entonces, hace nueve años, no tenía una alta estabilidad económica.

-Los documentos son correctos y totalmente válidos. —Corroboró el juez sin despegar la mirada de las hojas y asintió un par de veces. Luego, dirigió su mirada hacia Agustín que, escurriendo sudor de su frente, se revolvía en su asiento altamente incómodo— Conteste lo que le han preguntado.

-Ehm… —Tragó saliva mientras se acomodaba por milésima vez en la silla— Posición social. ¿Qué más? Siempre fue una mujer interesada por que los demás la reconocieran, cuando no era más que una provinciana y…

-¿Qué posición social? —Interrumpió Rivet con cierto tono de irritación en su voz. Estaba molesto. Habían atacado no sólo a su cliente, sino a su ahora pareja.

Mamá miraba hacia el estrado totalmente indignada, no era más que mentira todo lo que salía de la boca de ese hombre. Yo la reprendía con la mirada para que no soltara algo que pudiese complicar las cosas, aunque mi nivel de exasperación también era alto.

-Repito. —Continuó ante el silencio— ¿Qué posición social? Tengo conocimiento que usted no era más que un residente y trabajador común que no tenía ningún nivel en la alta sociedad, ni siquiera de la media. —Se acercó de nueva cuenta a su lugar de trabajo y tomó más papeles, esta vez para revisarlos él mismo— Según su expediente laboral y social que he podido recolectar en este corto tiempo, pero que es el suficiente para demostrar que usted era un subordinado de piso y que el matrimonio que contrajo con su ex esposa Julieta fue demasiado recatado gracias a su falta de presupuesto…

-¡Objeción! —Intervino el Licenciado Molina, levantándose de su lugar— ¡Está usted discriminando a la clase baja!

-Denegada. —Sentenció el juez con una mirada amonestante para que guardase silencio el abogado opuesto.

-Oh, pero si no me malinterprete. —Aclaró el Licenciado Rivet— En ningún momento sometí al señor Agustín a la discriminación. Jamás le he denigrado porque era una persona de bajos recursos, ¿cierto, señor juez?

-Correcto.

La situación se prolongó durante más tiempo lo que ocasionó que pasáramos más de tres horas en el tribunal, debatiendo. Cada vez las acusaciones y defensas se tornaban más intensas. Por un instante creí que iba a colapsar por tanto revuelo que ocasionaba cada vez que mamá, Agustín y yo éramos sometidos a interrogatorios sin el más mínimo de pudor.

De un momento a otro me entró la sensación de nostalgia al no ver a Sebastián entre los espectadores, por no sentir un pilar de apoyo por su parte. Lo había tratado de ocultar, enterrándolo en lo más profundo de mi ser la falta que me hacía su presencia en momentos difíciles, porque quería hacer las cosas por mi cuenta, ser independiente y poder afrontar los retos y problemas de la vida, aunque también estaba al tanto que no siempre iba a ser fuerte y el apoyo de mi madre me resultaba insuficiente. Ella estaba concentrada en su relación y en su trabajo, me dedicaba tiempo, era verdad, siempre estaba ahí cuando la necesitaba, no obstante, el sentimiento de vacío no lo podía llenar con nada. El trabajo y el estudio sólo hacían que lo olvidara durante la jornada, pero cuando llegaba la noche y me tendía en mi cama, era preso de la melancolía.

Nunca se lo manifesté a nadie, pensaba que era de lo más normal lo que me sucedía, pero había situaciones, como la que vivía en ese momento en que casi se volvía insoportable la sensación de no tenerlo cerca.

Hubo un pequeño descanso tras varias horas de sesión y para que el juez y los testigos pudiesen dictaminar el veredicto.

Mamá estaba en total sensibilidad, y en cierta forma estaba igual. Sólo teníamos que esperar un rato. Ella y Rivet aprovecharon para ir a buscar algo de tomar, mientras que por mi cuenta, excusándome para no hacer un mal tercio, decidí salir a tomar algo de aire fresco en la parte trasera del edificio.

Había una especie de parque detrás. El césped era de un color verde pálido, desgastado por el constante calor de los rayos del sol y el suprimido contacto con el agua. Los árboles eran altos y prominentes, de la misma estructura de la alameda que se cruza para llegar. El viento mecía las hojas provocando un gutural sonido que era acompañado por el canto de los pájaros que revoloteaban por todo el lugar. El pasto era interrumpido abruptamente por la valla de metal que cercaba el aparcamiento. Me recargué sobre ésta del lado fuera de los autos, una ráfaga de viento me estremeció.

Inspiré el suficiente aire para llenar mis pulmones y lo retuve por unos segundos antes de dejarlo ir. En mis labios una sonrisa que empezó como algo sutil empezó a ensancharse, sentía un extraño hormigueo en mi vientre y mis ojos no podían apartar la mirada del sencillo paisaje que estaba frente a ellos.

Mi corazón no dejaba de estrellarse contra mi pecho y mi piel se erizaba con el contacto de la ligera brisa fresca que deambulaba por el lugar. ¿Por qué me sentía tan feliz? Ni yo lo sabía. Últimamente mi estabilidad emocional no era del todo buena, y era común que pasara de momentos de tristeza a momentos de satisfacción total. No tenía conocimiento de que era lo que me sucedía y tampoco era como si quisiera saberlo, disfrutaba plenamente cada sensación que mi mente era capaz de producir.

Ya no solía angustiarme por cosas tan pequeñas e irrelevantes. Y aunque aún tenía vagando por mi mente el recuerdo de Sebastián trataba de no considerar mucho la posibilidad de volver a verlo, realmente no lo necesitaba, pero por ahí dicen que no es lo mismo necesitar que querer. De cualquier manera, estaba en una de las situaciones más cruciales de mi vida, por lo que le decidí dar más trascendencia a ella y no a algo que había pasado, que ya había sido.

Mi pantalón vibró y en seguida supe que era un mensaje de mi mamá, avisándome que regresara adentro cuanto antes para escuchar el fallo del juez.

Me moví a paso rápido. Ambos me esperaban en la entrada con una sonrisa en el rostro, yo aún seguía entusiasmado. Era como si todo sucediese en cámara lenta, esperando una noticia que ambos ya sabíamos de qué se trataba, pero no por eso la emoción se esfumaba.

Tomamos asiento nuevamente, aguardando a que Agustín y su abogado, así como la demás audiencia terminara de acomodarse en sus lugares. Poco tiempo después, el juez entró a paso tranquilo, nos observó por un mínimo periodo y subió a su tarima donde por última vez, releyó unos papeles.

-Ya que se encuentran todos, concluyamos con esto. —Informó el juez después de dirigirnos otra mirada a ambos por encima de sus anteojos— Se encuentra al acusado Agustín Farías por los cargos de abuso a un menor, daño moral y privación de la libertad…

Para ese entonces, mamá ya estaba al borde de las lágrimas sujeta de las manos de su novio y mía. Yo sentía mi sangre hervir de la adrenalina  y cada una de mis extremidades palpitar al compás de mi agitada respiración.

-…culpable y queda sentenciado a cuarenta y cinco años de prisión sin posibilidad de fianza. —A la vez que dio a conocer la resolución, un ensordecedor sonido del lado contrario, acompañado por malas caras detonó en la habitación— Además de que las víctimas, tanto el señor Andrés y su madre, Belén, recibirán una remuneración económica de 4, 324, 567 millones producto de la empresa del culpable para cubrir el daño moral al que estuvieron sometidos los afectados.

Miré boquiabierto a mi mamá, incapaz de creer lo que acababa de escuchar, ella sólo asentía energéticamente con la cabeza al igual que el abogado me indicaba lo verdadero que era el hecho que ahora éramos millonarios. Claramente ellos tenían conocimiento de la petición que se había hecho, haciéndome sentir tonto y preguntarme por qué yo no sabía esto.

-¡Eso es injusto! —Se escuchó un grito femenino detrás de nosotros, era Julieta.

-Señora, la decisión es inapelable. —Repuso el Juez. Seguido de eso, un par de policías irrumpieron en la sala con dirección hacia Agustín.

-Sebastián… —Dijo mi madre entre sollozos contestando la pregunta aún no formulada. Alterné la mirada entre el abogado y la mujer que lloraba al lado de mí, sin saber quién podía terminar de responderme.

-Sebastián fue el que me buscó hace unos días para informarme que hiciera tal petición. —Rivet se decidió por hacerlo él— Fue el que pagó mis honorarios desde un principio, tenía que hacerlo, además de que es lo correcto y justo.

Parpadeé varias veces, todavía incrédulo. ¿Sebastián pidió eso? ¿Y hace unos días? ¿Eso quería decir que aún me recordaba? Más increíble incluso… ¿todavía le importaba? Entonces entendía por qué mi madre no me había dicho nada, de seguro pensaba que me dañaba el hecho de tener noticias de él, cuando ya no era así, al contrario, me provocaba cierto alivio… Me cubrí la boca con ambas manos, temblando, y sólo miraba a mí alrededor, impactado y no porque Agustín pasaría cuarenta y cinco años tras las rejas, ni porque ahora era un nuevo rico, sino porque Sebastián todavía pensaba en mí, pese a eso, el intentar volver con él no estaba en mis opciones.

Notas finales:

Me puede la idea de que sólo resta uno más... >.<


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