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Corazón Delator por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Agradezco de corazón a las personas que siguieron el fic en su proceso, y con cada uno de sus comentarios ayudaron a desarrollarlo. 

CAPITULO 20 


Te amo


 


El capitán de Kaijo suprimió el jadeo de impresión que estuvo a punto de salirse de sus labios al ver salir del baño a Kise acompañado de Aomine Daiki.


El moreno lo miraba directo a los ojos con una expresión de superioridad. Su pose corporal era de completa seguridad, la de alguien que sabía que manejaba la situación. Su boca se alzaba en una arrogante sonrisa, como si quisiera decirle al otro que no le bastaba con hacerlo polvo dentro de la cancha de basketball, sino que debía hacerlo también afuera y recordarle que era mejor en cualquier aspecto.


Kise en cambio se veía preocupado e incluso apenado, había desviado la mirada hacia el piso evitando mirarlo a la cara y se mordía el labio inferior en un gesto nervioso. Su mano izquierda era sostenida por el otro muchacho y la derecha caía al lado de su cuerpo casualmente. Como su cabeza estaba gacha, el lacio cabello le cubría la mirada.


Increíble…


Sencillamente… no podía dar créditos a lo que veía.


Sintió que un millón de sensaciones contradictorias lo invadieron a la vez. Pena por no ser correspondido, arrepentimiento por no haberse confesado nunca, ira por verse desplazado por otro, envidia hacia aquel que ahora tenía todo lo que él una vez deseó. Amor y odio se habían hecho un solo sentimiento dentro de su corazón. Las sensaciones eran tan fuertes que sentía que habían formado un vacío dentro de su pecho y que todas se acumulaban dentro de su garganta, impidiéndole respirar y sus ojos ardían al contener las lágrimas que luchaban por salir. 


Pero valiéndose de toda la fuerza de voluntad que había en su interior y de toda la fortaleza que había forjado en su espíritu a través de los fracasos que le había dado la vida, cuando lanzó su pregunta, ninguna de esas sensaciones se reflejaron en su voz, pues está se oyó firme y segura, resonando por todo el lugar.


—¿Qué significa esto?


Kise sintió como si el tiempo se hubiera detenido. En los breves segundos que habían pasado entre que salieron del baño y se encontraron con Kasamatsu, pudo tener la misma sensación que te invade al estar cercano a la muerte, viéndolo todo en cámara lenta. Salió casi a rastras del baño, jalado por Aomine en medio de una actitud demasiado posesiva que le sorprendió. Tuvo el tiempo para pensar en alguna posible excusa, en tratar de encontrar una justificación para lo que veían los ojos de su senpai: él y Aomine de la mano saliendo del baño, pero no encontró ninguna. Entonces se dio cuenta que todo era inútil, todo los delataba: su actitud, su cara, su expresión, sus acciones ¡Hasta le parecía que todo aquel lugar olía a sexo!


Levantó la vista hacia Kasamatsu cuando oyó su pregunta y apretó la mano de Aomine, tratando de evitar que éste hablara, pero fue inútil.


—A ti qué te parece —el moreno contestó con una sonrisa.


Kasamatsu miró de arriba abajo al alto moreno con disgusto y volvió a fijar su vista en su kouhai, el que con dificultad le sostuvo la mirada. Esta vez, cuando habló, sus palabras se oyeron cargadas de sentimientos, los mismos sentimientos que sus grandes y celestes ojos expresaban al mirar las doradas orbes de Kise: desolación.


—¿Qué es lo que sientes por él?


Tanto Aomine como Kise sintieron de inmediato el peso de aquella pregunta. Para Kasamatsu significaba la última gota de esperanza, pero para ellos era una prueba de fortaleza, convicción y amor. Si lo que sentían realmente era amor, nada podría detenerlos, nada podría dañarlos y nada podría ocultarlo.


Kise abrió los ojos y se preguntó a sí mismo ¿Qué sentía por Aomine? Realmente eso era amor o sólo eran sus hormonas alborotadas por la adolescencia, las que el moreno se había encargado de hacer que le nublen el juicio con su excesiva maestría a la hora de demostrar la pasión. Tal vez estaba confundiendo la amistad que los unía con amor.


Pero si era así, por qué entonces se sentía tan desesperado y desdichado cuando sufría la ausencia del moreno. Si no era amor lo que sentía, por qué estuvo dispuesto a dejar sus sentimientos de lado por garantizar la felicidad de Aomine cuando pensó que él aun amaba a Kuroko. Si él no lo amaba, entonces cómo era posible que el moreno pudiera causar un verdadero huracán en su vida con cada acción que realizaba. Si no lo amaba por qué sentía que estando a su lado vivía al borde del abismo, con sentimientos y sensaciones a flor de piel.


No. Ya no había dudas. Él lo amaba.


Kise volvió a levantar la dorada mirada hacia su senpai, pero esta vez sus ojos se veían llenos de convicción. Su expresión facial era segura; estaba dispuesto a todo y ya nada más importaba, no cuando estaba con él.


—Yo lo amo —su calmada y firme voz se oyó fuerte y clara, sorprendiendo a los otros dos presentes.


Aomine ladeó la cabeza hacia la derecha para verlo a la cara, una sonrisa sutil, más sincera que la que había mostrado hasta ahora se formó en su rostro al ver la seguridad en la faz del rubio y sus ojos perdieron la dureza que tenían al mirar al capitán de Kaijo. Lo único que pudo hacer fue cerrar su mano con mayor fuerza sobre la de Kise y hacer que ambos entrelazaran los dedos.


Kasamatsu en cambio, no pudo soportar la seguridad en la voz de Kise al decir estas palabras. Palabras que se habían convertido en su sentencia de muerte. Se dio la vuelta en un movimiento brusco, dándoles la espalda a ambos muchachos evitando a toda costa que las lágrimas salieran de sus ojos.


Aunque pareciera un idiota infantil e iluso, Kise quería vivir una vida perfecta. Él sabía que Aomine no era precisamente querido entre los miembros de su equipo, pero tenía que preguntar. Su senpai era alguien realmente importante para él, un amigo incondicional que había estado con él tanto en buenos como en malos momentos, por eso tenía que oír su aprobación. Y aunque no estaba dispuesto a cambiar de opinión ni de elección bajo ningún precepto, pues nada impediría que siga enamorado del moreno, quería poder compartir la felicidad que sentía con aquellos que eran importantes para él.


—¡Senpai, dime algo! Necesito saber qué piensas —habló impaciente. 


—Una agradable mezcla de tristeza, ira, resentimiento y amargura.


Esas palabras habían salido sin intención de la boca de Kasamatsu, como si se tratara de un reclamo venido directo de su corazón, un último desahogo, un consuelo para su corazón: decirle aunque sea una vez a Kise, lo que realmente sentía.


Kasamatsu abrió la puerta del baño dispuesto a marcharse, pero respirando hondo y recomponiendo su rostro, mostrando la dura expresión acostumbrada, se dio la vuelta para hablarle directamente a Aomine.


—Espero que lo hagas feliz.


El moreno se sorprendió unos segundos con aquella frase, pero luego contestó con arrogancia.


—Claro que lo haré.


Kasamatsu volvió a afilar la mirada y habló con voz fuerte


—Kise no es cualquiera: debes dedicarle todo tu tiempo, porque no puede vivir sin atención; cómprale miles de flores, porque las ama; llévalo a cada fiesta que quiera, porque adora bailar; regale chocolate cuando este triste, porque no hay nada que lo haga más feliz; nunca sueltes su mano, porque no hay nadie en el mundo que la merezca más; entrégale hasta tu último aliento, porque es lo que se merece… Más te vale hacerlo la persona más feliz de este mundo.


—Senpai…


Kise susurró bajito viendo impresionado a su senpai. Éste le devolvió la mirada con una sonrisa, una sonrisa que parecía triste acompañada de esos celestes ojos que ahora brillaban con lágrimas contenidas y se giró para salir del baño con paso rápido.


Kise aún temblaba ligeramente. Todo eso había sido demasiado intenso para un solo día. No sabía si se sentía triste, feliz, relajado, angustiado, aliviado; sólo sentía el fuerte latido de su corazón, aun controlado por la adrenalina que recorría su cuerpo.


Pero cuando sintió los fuertes brazos de Aomine cerrarse sobre su cuerpo, entendió que eso era lo único que necesitaba en este mundo. La seguridad que le dio su presencia, la contención que le dio ese abrazo, la paz que le dio oír los calmados latidos de ese corazón. Él era lo único que deseaba y necesitaba; él era el único a quien amaba.


Giró su cabeza con suavidad y sus labios se vieron atrapados en un dulce beso. Un beso que fue una caricia de ambas bocas. Ese contacto fue breve, delicado e íntimo, pero sirvió para sellar como si de un pacto se tratara, el amor que mutuamente se sentían. Estaban  unidos por un gran sentimiento y conectaron sus almas con ese beso, suave y dulce.


—Creo que es hora de que nos vayamos —Kise se separó con lentitud de la codiciada boca del más alto


—Sí, volvamos a casa.


Se tomaron nuevamente de la mano y salieron juntos del baño, para encontrarse directamente con todo el equipo de Kaijo afuera.


Muchos de los presentes arrugaron la frente al ver a los dos muchachos. Ellos estaban esperando a Kise, dispuestos a marcharse del lugar, pero no sabían que Kise estaba acompañado. Cuando Kasamatsu salió del baño sólo les dijo que el rubio aún estaba dentro y ellos decidieron esperarlo. Aunque jamás pensaron que estaría en el baño precisamente con él.


—¿Estabas en el baño con él? —Moriyama preguntó con voz indignada.


—Ah, otra vez no… —Aomine desvió la mirada con cansancio y habló desganado.


Kise sonrió inocentemente frente al comentario del moreno y lo abrazó por el cuello. Ya no había nada que temer ni ocultar. Él lo amaba sin importar razones.


—Aominecchi y yo somos novios —dijo convencido mientras miraba a su equipo aun abrazado del cuello del otro, que le había pasado una mano por la cintura.


Kise podría jurar que vio cómo se desencajaban varias mandíbulas y nunca vio ojos tan abiertos de impresión en toda su vida, pero él sólo pudo reír abiertamente.


—Siento que haya parecido que no me importaba el equipo o que prefería la amistad de Aominecchi antes que Kaijo… pero últimamente he estado un poco cansado físicamente, por eso no he jugado como debiera ser —Kise hizo una reverencia a modo de disculpa—. Prometo que esto no volverá a pasar.


El rubio continuaba en esa pose, esperando oír quejas y contraargumentos, pero sólo oyó silencio, silencio que fue cortado por la fuerte respiración de cansancio de Moriyama.


—Muy bien. ¡Todos al autobús! Y dejen a los tortolitos solos, tienen que despedirse.


El pelinegro de finos rasgos tomó el bolso de Kise y lo cargó guiando al resto del equipo hacia el estacionamiento del lugar, pero no se fue sin antes girarse para gritarle.


—¡Oye Kise! No te tardes demasiado —y susurró más despacio, con palabras sólo audibles para él—. Y gracias, tal vez ahora ese idiota repare en mi existencia…

Notas finales:

Gracias por leer y comentar. 

 


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