Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tan sencillo como los tulipanes amarillos por Kyasurin W

[Reviews - 149]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Aquí vamos... 

Una disculpa por tardar, pero, aunque tenía la idea de este final a grandes rasgos, decidí tomarme el tiempo para desarrollarlo bien. 
Y a pesar de que lo he hecho miles de veces, no me canso de hacerlo; muchas gracias a todos, a mis lectores que se toman el tiempo de dejar un review y también a los lectores fantasma :[ realmente me siento agradecida que esta historia haya llegado tan lejos... Sinceramente, nunca creí tener semejante cantidad de reviews y visitas xD Es tan genial cuando se rebasan las expectativas, y además, como dije en un principio, esta es la primera historia que termino, tenía la mala costumbre de dejar inconcluso lo poco que escribía. 

Y nada, aprecio a todos los que me acompañaron hasta aquí, verdaderamente crecí junto con mis /nuestros/ personajes. 

PD. El capítulo está narrado desde dos puntos de vista diferente, por lo que indiqué el cambio con «*           *          *». Espero no haya confusiones. 

Tendí el atuendo sobre la cama, contemplándolo una vez más antes de sentirlo sobre mi cuerpo. 

Un traje de lino reposaba suavemente frente a mí, la camisa blanca se divisaba bajo el saco gris y los pantalones del mismo color, pulcramente planchados, estaban sobre todo lo demás. 

Suspiré, dejándome caer sobre el colchón con sumo cuidado de no arrugar nada. Aún me parecía imposible que en unas horas estaría recibiendo mi título y por fin podría considerarme profesionista. 

Unas traviesas gotas se escurrían a paso lento por las hebras de mi cabello, y caían finalmente, deformándose, siendo absorbidas por la toalla prendida en mi cintura. 

Un lindo recuerdo bailaba en mi mente, se paseaba de vez en cuando y otras veces me sumía en la melancolía. Dejándome absorto y perdido en un bullicio de emociones que yo creía apagadas, pero tan sólo esa vaga memoria, revivía todo, pero bien sabía que el tiempo no perdona y poco más de un par de meses había pasado ya. 

En ese tiempo aprendí a convivir, e incluso a reír con aquel fugaz amor que se dio inesperadamente y que pasó tan rápido, tan intenso, y a la vez tan hermoso. Ya no me dolía. Ya no me afectaba. 

Era como si todas esas sensaciones se hubiesen quedado guardadas en una caja, y cada vez que yo me dignaba a abrirla por nostalgia o simplemente por renovada curiosidad, todo saliera a flote, se escapara, y volviese a vivir. Pero mientras tanto... 
mientras mi vida seguía corriendo, mientras la función continuaba, todo lo que alguna vez sentí por él, a su lado, se quedaba suprimido, me abandonaba enteramente a mi juventud, a salir, conocer gente, experimentar. Las densas memorias ya no me acompañaban si no lo deseaba, había recobrado el control de mi ser. 

Sebastián ya no era un puberto insolente y vanidoso. Ya no hacía -todas- las cosas sin pensar en las consecuencias. Ya no se preocupaba sólo por él. Sebastián había salido de su cascaron, de su burbuja, había conocido la realidad, que, si bien no siempre es absolutamente verdadera la percepción de nosotros mismos hacia el exterior, tenía consciencia de lo que ocurría a su alrededor. Que el mundo no giraba en torno a él, sino que él giraba en torno al mundo. 

Me levanté de la cama, y fui hasta unos de mis cajones sacando mi ropa interior que me coloqué segundos después. Me pasé la toalla por el pelo, secándolo, o tratando de que al menos no escurriera para no mojar mi nuevo traje, una vez hecho esto, dejé que el desodorante se esparciera por todo mi cuerpo. 

Paseé un rato por la habitación, sin saber qué hacer concretamente. Me sentía muy emocionado por este día que al principio de la universidad me había parecido tan inverosímil. 

Toda la extensión de mis brazos se deslizó por la tela de la camisa, hasta que por fin reposó entera en mis hombros. La abotoné completamente y acomodé el cuello por última vez, antes de pasar la corbata por éste. Me hice un nudo Windsor frente al espejo, sin apartar la mirada del patrón a rayas de la misma. 

Cada movimiento lo ejercía sosegadamente, quería que cada paso se quedase grabado en mi memoria, con cuidado; delicadamente me ajusté la corbata y me coloqué los pantalones un poco más estrechos de lo usual. 

Me miré al espejo, todavía descalzo y añorando secreta o tal vez, muy profundamente, a cierta persona. 

Aún en los últimos días había estado dudando mucho acerca si debí invitar a Andy a mi graduación, y no es tanto el hecho de ir a entregarle una invitación, sino que, lo volvería a ver después de mucho tiempo y ¿qué pasaría si me diese cuenta que todavía lo seguía queriendo exorbitantemente? Peor aún, ¿qué pasaría si él ya no me quería? 

Había muchas cosas terribles que una persona podría hacerme, que podrían afectarme, pero ante el ser amado todo se volvía complejo, irrealista, impredecible. La energía y la sensibilidad, acompañado fielmente por la vulnerabilidad que se aprisiona de uno cuando es rechazado. Sin embargo, ahora que lo sabía y lucidamente lo comprendía, era capaz de sentir empatía por la forma en que Andrés se había sentido respecto a mí. 

¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¿Cómo no había sido capaz de ponerme en su lugar? Las inseguridades le destruían, y no podía ver más allá de lo que su cerebro le mostraba y yo, en vez de mostrarle el horizonte completo, lo abandoné en su encierro. 

Pero ya de nada servían los reproches. El condenarse a uno mismo era casi tan inútil como el arrepentimiento.

Y tampoco es como si me quitase la responsabilidad de haberlo dañado, porque la asumía, y porque lo hacía, me había negado a buscarlo nuevamente. De hecho, por más arrogante que sonara en determinado momento, era una especie de prueba hacia ambos, para saber cuánto tiempo podíamos estar alejados el uno del otro. Al parecer, éramos capaces de permanecer separados. 

No era malo, al contrario, me parecía excelente desde un punto de vista muy abierto. Andrés y yo, éramos independientes; nos habíamos vuelto así, porque cuando una persona comienza a 'necesitar' de la otra, en el estricto sentido de la palabra, siempre se generan problemas. 

Si sabré yo. Durante meses conviví con un chico que si bien jamás dudé del amor que decía sentir por mí, él no dejaba de verme platónicamente. No caía en cuenta que estaba ahí, y que así como él, era una persona que no siempre iba a poder con todo. Me sentía presionado, agobiado por tanto compromiso que tenía encima. 

No tuvimos la separación correcta. Terminamos de una forma brusca, precipitada. Porque aunque yo fui el que tomó la iniciativa de terminar con todo, Andy también tuvo mucho que ver. Él esperaba que le mintiera, que siguiéramos como si nada pasara y vivir bajo una máscara, ocultando nuestros fallos con tal de no dañar al otro. ¿No dañar? Directa o indirectamente, el dolor va pisándole los talones al amor. Cuando se quiere a alguien, por consiguiente, se asume un interés enorme y si esa persona llega a su límite, si no está en buen momento, si simplemente necesita explotar su furia para sentirse bien, es inevitable que uno no reciba las ondas del impacto, porque la mayoría del tiempo se está cerca de la persona que se quiere. 

No era pesimista, ni mucho menos realista, porque, ¿qué es la realidad? Simplemente lo que creemos ver, y no todos creemos lo mismo, entonces, vivimos en una existencia distorsionada. 

Abrí el ventanal, tirando de la puerta corrediza sutilmente y ésta terminó por deslizarse sola. Salí hasta la reducida terraza que pocas veces frecuentaba, mis manos trastabillaron sobre el barandal hasta quedar firmemente sujeto a él. 

El astro de marfil se escondía detrás de una fina gasa de niebla, dejando a su alrededor una estela resplandeciente, y las contadas estrellas tiritaban sobre el firmamento. El aire frío del otoño se abría paso por cada extremidad, me recorría incesante, envolviéndome en su aura y permitiendo que respirara libremente su oxígeno. 

Los imponentes edificios se erguían a lo lejos, luces centellantes, de neón, grandes anuncios, y el parpadeo escarlata que se difuminaba a la distancia producto de los vehículos que se aglomeraban en las calles y avenidas. 

Esto era mi ciudad, mi niñez, mi adolescencia, mi madurez, mi vida se construyó en este lugar, se estaba construyendo y nada le detenía. 

Los engranajes jamás dejaron de moverse por la ausencia de él. Todo siguió funcionando pero sin un elemento... El elemento que le daba coherencia al proceso. 

Minutos después, mi padre me esperaba en el auto, abajo, con mi hermana, mi madre jamás me aceptó. Ella seguía creyendo que aún estaba con Andrés, y nunca tuve intención de desmentirla, porque si lo hacía, ella me volvería a dirigir la palabra y por más que ese fue uno de mis grandes anhelos, no sería más que un acto de hipocresía. Yo quería, necesitaba, que ella me hablase estuviera con quien estuviera. Además, otra de las razones por la que tampoco le hice llegar que ya no salía con él, fue porque en esa época todavía conservaba una esperanza de arreglar las cosas con Andy. Y como nunca se dio, y para hacer pensar más a mi madre, decidí dejar todo como estaba. 

Papá y Sandy me aguardaban en la recepción, los dos con traje de gala y en cuanto hice acto de presencia, un chillido, seguido por pequeños, pero repetidos aplausos, hizo eco en la estancia. 

-¡Pero qué guapo te ves, hermanito! ¿Verdad, papá? —Le miró cómplice. 

-Como su padre, por supuesto. —Dijo con una amplia sonrisa grabada en su rostro. Una sonrisa de satisfacción. 

Antes de que me acercase completamente, Sandy me abrazó, rodeándome con sus ligeros brazos el cuello y yo le correspondí. 

-Felicidades. —Me susurró al oído entre sollozos. 

-No seas tonta. Todavía ni pasa nada y ya estás llorando. —Atiné a decir con la voz algo temblorosa. Sentía una opresión en mi garganta. 

-Calla. —Replicó. 

-Ya, ya, niños. —Intervino mi papá, apartando a mi hermana con cuidado — Sandy, vas a arrugarle el traje a tu hermano. 

-Y te vas a arruinar el maquillaje. —Completé— No quiero que te veas más fea en la foto. 

-¡Oye! 

-Sebastián... —Me llamó la atención mi padre, sonriente. 

-Lo siento. —Reí bajo. 

-Vamos ya. No sería bueno que llegaras tarde a tu graduación. 

-Cierto. —Asintió Sandy y se adelantó saliendo a la calle. 

-Hijo, —Mi papá me tomó por el hombro una vez que Sandy se fue— estoy muy orgulloso de ti. Eres un gran hombre y es tiempo que lo demuestres al mundo. Estoy seguro que tu madre también se siente igual, ella te ama mucho al igual que a tu hermana. Sólo dale más tiempo... 

-Papá... —Sonreí tristemente, mordisqueándome los labios. 

-Yo también los amo, tal y como son. Entiendo y respeto tus preferencias, eso no te hace más o menos, aunque no te voy a negar que mi ilusión de que me des nietos siempre estará ahí. 

-Papá. —Llamé por segunda vez, conteniendo una pequeña risa— No soy gay. —Le sonreí, seguro— Sólo quise a un chico. Créeme que las mujeres me siguen gustando igual forma. —Retiré su mano de mi hombro y palmeé el suyo, pasando a su lado— Se hace tarde. 

El trecho del departamento hacia la universidad, donde se iba a realizar la entrega de papeles en el auditorio de la misma, fue un poco más largo de lo usual. Tal y como había percibido desde el balcón de la terraza, los autos se amontonaban en grandes filas y por un momento me preocupó el tener un retraso, sin embargo, a mi padre se le ocurrió hacer un pequeño desvió para tomar un atajo que, afortunadamente, funcionó. 

Apenas aparcó la camioneta en el ya concurrido estacionamiento, abandoné el vehículo y ayude a mi hermana a bajar de él. 

-Sebas, hay algo que quiero decirte. —Se acercó a mí mientras mi papá terminaba de apagar el motor. 

-¿Qué es? —Interrogué sin mirarla, estaba más entretenido en observar a mi alrededor, varios chicos, al igual que yo, se adentraban al campus acompañados de su familia. 

-Mis tíos y primos también vendrán, al igual que unas cuantas personas cercanas. 

-¿Sí? —Sonreí incrédulo. Me provocaba cierta alegría que estaría rodeado de personas en este día tan especial— Ya se me hacía extraño que dejarás pasar todas las invitaciones que te di. 

-Niños. —Llamó papá desde el otro extremo, con las llaves entre sus dedos. 

-No soy un niño. —Protesté tomando a Sandra de la mano para entrar ya. 

-Niña, hombre. —Corrigió. 

-¡Espera! —Mi hermana se soltó del agarre— Hay algo más. —Se acomodó su vestido tímidamente. 

-¿Le vas decir ya? —Se escuchó del otro lado. 

-¿Qué? —Alterné la mirada varias veces entre mi padre y hermana. Una angustia, acompañada por miedo me oprimió el pecho— ¿Qué me vas a decir, Sandra? ¿De qué hablan? 

-Es que también vendrá... —Titubeó y rompió el contacto visual mientras mi ansiedad comenzaba a crecer— Un acompañante mío. 

-¿Tu novio? —Respondí casi en seguida, mis facciones se aflojaron y de pronto, me sentí tonto por exaltarme por algo así. 

-N-no es mi novio. Es sólo un chico con el que estoy saliendo. 

-¿Lo conozco? 

-Uf. —Rio irónicamente mi padre desde su lugar, sin dejarnos de mirarnos. 

-¿Qué? Siento que me esconden algo más. 

-Sí lo conoces, y debe estar esperando en la entrada, así que vamos. —Me sonrió sutilmente pasando por mi lado. 

Me quedé estático por unos segundos sin comprender a qué se debía tanto misterio y repasé rápidamente mis amistades, pero ninguno tenía un trato directo con Sandy, algunos ni siquiera la conocían, que yo supiese, claro. 

-Sebastián, apúrate. 

Caminé apresuradamente hasta alcanzarlos. No dejaba de pasear mi mirada por cada espacio que caminaba en el trascurso de atravesar la universidad. Y aunque sí me cruzaba con algunos conocidos, ni uno se me hacía lo suficientemente adecuado para salir con mi hermana. 

Pero sabía que todo eso era a mi juicio y me estaba dejando absorber por el instinto protector que en estos casos, no me ayudaba mucho, porque aunque me costase reconocerlo, nadie era idóneo para mi hermana. 

Llegamos hasta las puertas y de tanto prestar atención a mi alrededor, no me di cuenta cuando Sandra se colocó en frente de mí, haciendo que me detuviese. 

-Es él. —Se mordió el labio inferior y se hizo a un lado, dejándome frente a frente con su cita

Lo miré horrorizado, y un gesto de desagrado se reflejó ineludiblemente en mi cara. Miré al hombre, más alto que yo, cabello oscuro y de ojos imperturbables que me observaba con una sonrisa ladeada. Me dirigí visualmente a mi padre quien me miraba con las manos dentro de sus bolsillos y se encogió de hombros en un pensamiento de resignación. 

-¿Pero p-por qué? — Las palabras se agazaparon en mi garganta y mi cordura se estaba nublando— ¡¿Por qué Gabriel?! 

-¿Por qué no? —Pronunció nerviosamente mi hermana y se acercó a mí, tomándome de un brazo y apartándome de los demás para tener un poco de privacidad— Sé que no te cae muy bien, él me lo ha contado todo y por... 

-¿Todo? —Mis piernas empezaron a temblar por el pensamiento de que sabía hasta donde intentó llevarme su ahora cita. Tomé a Sandy por los hombros, acercándola más a mí, no sin antes echar un último vistazo a Gabriel y mi papá que ahora estaban conversando amenamente— ¿Qué es todo, Sandra? 

-El porqué terminó su amistad. —Dijo tranquilamente y retiró mis manos de sus hombros, sosteniéndolas entre las suyas— Eso ya es cosa del pasado y yo aprecio mucho el valor que tuvo para decírmelo, y también para acercarse a mí. 

-¿Pero cómo de un día para otro pasó? 

-No fue de un día para otro. Desde la vez, hace meses que me pediste su dirección que, hasta ahora no sé para qué era, —Tragué saliva, recordando que sólo fue para ir a meterle una paliza— comencé a hablar con él y eso... Se dio todo, no es nada formal, recién estamos saliendo, como te he dicho ya, y es por eso que te pido que le des una oportunidad, por mí. No es necesario que regresen a ser amigos, pero al menos puedes ser amable con él, y respetarlo; el hará lo mismo contigo. —No dejaba de mirarme fijamente, expectante, me estaba suplicando internamente y yo lo entendía, lo hacía... ¿Quién era yo para controlar la vida de mi hermana? Para bien o para mal, su extraña relación con Gabriel le ayudaría a aprender algo. Además no quería que alguien como él me arruinara uno de los días más importantes de mi vida. 

-Lo haré. —Acepté condescendientemente y destruí el agarre; la rodeé con mis brazos por unos instantes— Te deseo lo mejor, en serio. 

-Gracias. —Sonrió más tranquila— Ya que está todo aclarado, vamos que ahora sí va a comenzar la ceremonia. 

Le di la razón y anduve hasta la entrada, donde más calmado, saludé a Gabriel con un breve apretón de manos y seguidamente, entramos todos juntos al auditorio. 



     *       *       *             

Mi mirada estaba perdida en algún punto del techo, viajaba por toda su extensión y me preguntaba qué sucedería a poca distancia de donde estaba. 

Mamá y yo nos habíamos mudado a una casa cerca de la universidad. No era muy grande, no era una mansión como la de los Lefévre, pero sí bastante amplia para ambos. De dos niveles, un jardín y tres habitaciones. Hacía un mes que nos habíamos cambiado y a pesar de tener el suficiente dinero para mantenernos el resto de nuestras vidas; mamá seguía trabajando y yo estudiando con el fin de ejercer mi futura profesión. 

En la soledad de mi habitación, me interrogaba cómo se vería Sebastián en esta noche tan especial, de seguro estaría acompañado de su familia y amigos, de su mamá... Probablemente ya se había reconciliado con ella y estaría muy contento. 

Me alegraba por él, sinceramente lo hacía. Siempre lo dije y a pesar de todo, jamás lo dudé, Sebastián era un buen chico. No tenía ningún vicio, era buen estudiante, siempre respetó y se llevó bien con su familia, aunque en algún punto no recibiese el mismo amor; además, también me fue de gran ayuda en mi estancia con él. Se lo merecía, nuestra relación fue muy aparte como para cuestionar su calidad como persona. 

Asimismo, después de un gran tiempo, mi visión sobre el pasado era objetiva. Entendía por qué hizo lo que hizo y no lo culpaba, se esforzó demasiado al igual que yo, dimos mucho sin seguridad de soporte y al final, todo se perdió. 

A veces mis sentimientos me llegaban a confundir, a veces pensaba en él mucho más de lo que debiera, a veces me olvidaba de él más de lo que quería. ¿Todavía tenía una oportunidad con él? Ya no lo sabía, era demasiado complicada y volátil la situación y más aun sabiendo que ya no lo vería en el colegio. Su vida, a partir de hoy, tomaba un nuevo camino. 

Comenzaría a trabajar de tiempo completo y conociendo su orgullo, ya no aceptaría la ayuda de su padre. Se llenaría de obligaciones, y no tendría mucho tiempo libre. Lo sabía porque lo veía reflejado en mi madre. 

También sentía algo más... Estaba consciente que si Sebastián aún le importaba de una forma romántica, yo estaría dispuesto a tratar, ya no tendría nada que perder y además, guardaba la madurez y autoestima suficiente para afrontar cualquier tipo de inconveniente que se nos presentara, esta vez haríamos las cosas diferentes. Pero con todo eso, esa posibilidad me parecía tan lejana e inconcebible. 

Llamaron a mi puerta y me levanté del colchón rápidamente, extrañado de qué podría querer mi madre a estas horas. 

-¿Qué pasa? —Dije apenas abrí y regresé a mi lugar. 

-De regreso a casa me di cuenta que la universidad estaba muy concurrida y... vi a Sebastián en el estacionamiento. —Informó precavidamente y se sentó junto a mí. El escuchar su nombre me estremeció y un cosquilleo se impregnó por mi vientre. Suspiré. 

-¿Hablaste con él? 

-No, no. Lo vi de lejos, iba con una niña, muy bonita por cierto, y un señor. Debe ser su familia. Todos iban elegantísimos. 

-S-sí... Debían ser ellos. —Sonreí sin fuerzas. 

-Cielo, —Me tomó de la mano— todavía lo quieres, ¿cierto? —La miré fijamente, en silencio, ¿para qué decir algo que era evidente?— Entiendo. —Dijo después de un rato con un leve asentimiento de cabeza— ¿Por qué no lo buscas? 

Arrugué la frente, incapaz de dar una objeción ante eso. Era una idea no contemplada, pero no por eso dejaba de parecerme improbable. ¿Qué le podría decir yo? Irrumpir en una ceremonia para declararme ante un chico no era una opción. No era una de esas películas donde sucedía con frecuencia. Sería vergonzoso para ambos, además de egoísta por mi parte, por hacerle pasar un momento indecoroso frente a tanta gente importante. 

-P-pero... 

-Pero nada, hijo. ¿Vas a seguir esperando más?, ¿vas a vivir con la duda de qué pudo haber pasado? ¿Qué tal si todo este tiempo siempre tuviste otra oportunidad de intentar? —Me acarició la mejilla antes de ponerse de pie— Piénsalo. —Salió de la habitación, dejándome ido. 

¿Si siempre tuve otra oportunidad? Sería tan lamentable y a la vez tan mágico. Como si todo lo que alguna vez tuvimos se hubiese quedado en pause, esperando que alguno de los dos pulsara el botón de play. Y yo... yo podría ser aquel que lo hiciera. Era mi tiempo de tomar la iniciativa. 

Abandoné la estancia y salí hasta el living, buscando a mi mamá por toda la sala para avisarle de la decisión que había tomado. La encontré en la cocina. 

-Mamá, mamá... —La sorprendí de espaldas, dio un sobresalto y volteó a mirarme inquisitivamente— Iré a buscarlo. 

-¿Lo harás? —Acunó mi rostro en sus manos y se inclinó para besar mi frente— Mucha suerte, cariño. 

-Gracias... —Susurré y salí hasta el zaguán donde tomé mis llaves y corroboré si mi billetera permanecía en mi bolsillo para cualquiera que fuese el caso. 

Salí por fin, sumergiéndome en la inmensidad de la inmaculada oscuridad, cruzando el jardín para llegar al portón de salida, pero entonces recordé algo con cierta relevancia que me hizo regresar apresuradamente. 

-No puedo ir vestido así. —Dije apenas y la puerta se abrió. Me inspeccioné con la mirada, echando un leve vistazo a mis tenis, pantalones gastados y mi sencilla playera— Es un evento de gala. 

-Tienes razón. Yo sentía que se nos pasaba algo. —Mi madre hizo un mohín de disgusto y después de verme por un rato, se acercó a mí, tomándome por la manga— Te ayudaré a escoger algo lindo. —Me guío a lo largo del pasillo y me sentó a la cama, se dio la vuelta, buscando en mi closet y cajones, mientras yo la miraba curioso, inmóvil. 

Pasaron apenas unos minutos cuando el colchón de la cama tenía una nueva cubierta, llena de ropa y otras cosas de uso personal. 

-Ponte esto... y esto. —Colocó entre mis brazos unos pantalones negros y una camisa de manga larga. Me levanté sin dudar yendo hasta al baño. 

Me despojé de los jeans y la playera rápidamente, así como los tenis que me saqué con la pura ayuda de mis talones. La fina tela de la camisa me recordaba a las que solía usar Sebastián, de hecho, no recordaba haberla utilizado nunca. Era azul de matices grisáceos, y la línea de los botones estaba adornada por un borde blanco. Me coloqué el pantalón y me miré al espejo antes de salir. Me acomodé los puños y recogí la ropa de sobra. 

-¿Qué tal? —Sonreí una vez entré al cuarto. 

-Perfecto. —Mamá se levantó de su lugar y se acercó a mí, emocionada— Te ves tan lindo... —Tocó mi cabello— Pero hay que hacer algo con esto. 

-¿Qué cosa? —Elevé los ojos, tratando de mirar el mechón que sostenía entre sus dedos. 

-Siéntate aquí. —Salió y volvió con las manos húmedas, un peine y una botella de fijador. Mojó mi cabello y roció una buena cantidad del envase en el mismo que me provocó un acceso de tos. Deslizó el peine entre mi pelo, sin saber exactamente qué intentaba, me dejé hacer como cuando era un niño. Después de un silencio se separó de mí y me contempló, como aquel que termina su obra maestra y ratifica que todo haya quedado perfecto desde una mejor perspectiva— ¡Qué atractivo estás! Y no es porque seas mi hijo. 

Me sonrojé levemente y pedí que me trajera un espejo para observarme mejor. Mi frente estaba levemente despejaba debido a que el flequillo estaba hacia un lado, pero aun así, rebeldes cabellos se atrevían a escurrirse fuera de lugar y el resto no se veía tan revuelto a como acostumbraba. 

-Gracias, mamá. —Le sonreí entusiasmado y la abracé fuertemente. 

-Ay, Andy, no hagas a tu madre llorar. —Palmeó mi espalda y eliminó todo rastro de lágrima— Y también... —Se acercó de nuevo al armario y sacó una americana negra— Empieza a hacer frío. Ahora ponte los zapatos y date prisa, aún estás a tiempo. 

Me dejó de nuevo y tras obedecer y colocarme la americana, mirarme por milésima vez al espejo para comprobar que todo estuviese en orden, salí de mi casa en busca de mi gran amor. 

Tomé un taxi en la esquina, porque, aunque estuviese relativamente cerca la universidad, no quería que el viento me desaliñara y cuanto antes llegase, mejor. 

A continuación de pagar y bajar del vehículo, miré a mi alrededor. Desierto y atascado de autos. 

Tenía conocimiento que la ceremonia se realizaba en el auditorio, pero no recordaba dónde se encontraba. El campus era inmenso, lleno de edificios, vegetación, cafeterías, biblioteca, laboratorios. Busqué durante un rato uno de los tableros donde se mostraba el mapa de éste y así fue donde ubiqué tal lugar. 

Pero tenía otra duda. ¿Podría entrar sin invitación? Si bien sabía que era un espacio para estudiantes y yo era uno, no tenía conocimiento si eso aplicaba para tal evento o sólo para la fiesta después de este. Y también era tarde, había pasado poco más de una hora y si él ya se había ido, no sabría dónde más buscarlo, jamás me enteré dónde se iba a celebrar. No obstante, parecía imposible ya que el aparcamiento todavía seguía concurrido. 

Decidí comprobarlo por mí mismo, yendo hasta el auditorio. Me postré en una de las puertas polarizadas y entré furtivamente, no parecía haber nadie en la pequeña recepción. El resonar del micrófono sumía el pasillo en un grave zumbido y me fue evidente reconocer en qué sala se encontraban. 

Me asomé por uno de los pequeños cristales de la puerta y mis ojos, como si de magnetismo se tratase, encontraron a Sebastián entre el tumulto. 

Mis sentidos se nublaron y me agité, casi al grado de sofocarme, mi corazón incesante profesaba el gran amor que le tenía. Mis piernas se volvieron de gelatina y mi cuerpo comenzó a arder, a pedir a gritos su cercanía, después de meses, ¿cómo era posible que me descontrolara de tal forma? Y aunque no escuchaba más que un sonoro sonido, producto del acto, sentía la voz de él muy cerca con tan sólo ver sus labios moverse, aquellos que me besaron tantas veces. Estaba espectacular, increíble, sublime. Absorto entre tanta belleza, encantado con sus ojos que, como dos piedras de jade flameante, resaltaban con su perfecto vestuario. Lo deseaba más que nunca. 

Metí distancia entre la puerta y yo, con la respiración agitada e incontrolablemente alegre. Toda esa felicidad se concentraba en la parte baja de mi estómago y estaba seguro de lo rojo que me había puesto. Inhalé y exhalé. Necesitaba tranquilizarme, sino, cometería una tontería. Sonreía y me mordía el labio, rememorarlo me descontrolaba. Todos mis sentimientos estaban a flor de piel, sentía hasta lo más recóndito por él. Despertaba mis más bajas pasiones. 

Eché un vistazo de nuevo. Había cambiado de posición y ahora notaba a su padre, pero a Sandy no la localizaba por ningún lado; y ahora él se encontraba acompañado... Sostenía a una chica casi tan alta como él por la cintura, el cabello negro y ondulado caía por sus hombros, cubriendo casi en totalidad su espalda. Ella mantenía su cabeza apoyada en el hombro de él, y su mano en su pecho, acomodando la corbata; Sebastián le sonreía y la tomó por la mano mientras le decía algo que fui incapaz de leer. No podía observar el rostro de ella, pero podría asegurar que le sonreía de la misma forma. 

¿Me había vuelto equivocar? ¿Pero es que cómo no lo había pensado? Sebastián pudo buscarse a alguien más en cualquier momento y prueba de ello, fue la vez que lo descubrí entrando a su apartamento con Julieta. Esa mujer... Estaba terriblemente frustrado y ya no sabía si reír o llorar. Me tiré con ambas manos del cabello y sofoqué un grito ahogado en la pared. 

Maldita sea la estupidez humana, pensé. Qué tonto, qué ingenuo, qué cegado. Cómo pude pretender buscar el amor, si no se busca, sólo se encuentra. 

Salí amargamente del pasillo, tambaleándome entre rabia con trasfondo de tristeza. Me había decepcionado a mí mismo. Él no me había hecho nada, yo esperé, creé expectativas y ahora estaba derrumbado junto con mi castillo de arena, y él en cierta manera me lo había advertido, por eso jamás me pidió volver, por eso nunca se acercó a mí de nuevo y si sólo habló con el abogado, quizá fue por un acto altruista. 

Me marché del auditorio y por un instante sentí una presencia detrás de mí, pero ya no me interesaba conocer más allá. Qué más daba. 

Me encontré en medio de la calle, siendo alumbrado por la plateada luz de la luna que me seguía a cada paso, como un reflector resaltando al personaje principal. Sólo hacían falta las risas de fondo para concluir el cómico acto. Divisé a lo lejos un pequeño puesto de flores que me resultó familiar y hasta que no lo tuve enfrente, no comprendí que yo había estado allí hace casi un año. Esas épocas llenas de ingenuidad desenfrenada donde el amor nos parece lo más invencible. 

La misma anciana que alguna vez me atendió, me sonrió mientras terminaba de guardar unos arreglos florales que mantenía fuera, se preparaba para irse. 

-¿Desea comprar algo? —Se apresuró hasta mí, interrumpiendo sus labores. 

-Uhm... sí. —Me acerqué hasta un recipiente donde se amontonaban los tulipanes amarillos— Quiero uno. —Sonreí amargamente recordando el significado de tales y la tristeza que alguna vez sentí en el pasado y en este mismo lugar porque Sebastián no me quería.

-¿Se lo lleva en la mano? 

-Sí. —Saqué mi cartera y le entregué un billete diciéndole que conservara el cambio. 

Seguí mi camino a lo largo de la avenida, en la penumbra de la exquisita soledad. Disfrutando el refrescante aire, la luna, a mí mismo, dejando que todo fluyera, que mis emociones siguieran su propio cause y desembocaran en acristaladas lágrimas, tan simples, sin el menor sollozo o perturbación alguna en mi estado. Sonreía. Mi mano jugaba con el tallo de la flor, acariciando sus pétalos de vez en cuando y siendo consumido por los sonidos y luces parpadeantes de la hermosa y sombría ciudad. 

Mientras yo lloraba, diversas familias cenaban juntas, parejas se besaban, alumnos se graduaban, gente bailaba, personas reían con sus amigos. Cuando nos rompen el corazón nos damos cuenta de la monotonía de la existencia, nadie se detiene por nadie. Comprendía mejor aquella frase tan trillada de la «La vida sigue»; por supuesto que seguía, y aquí estaba, viviéndola y disfrutándola al máximo, no me esclavizaba más de mis emociones, que salieran y brotaran. El dolor trae consigo cierto placer y no hay nada más placentero que sentir. 

Y yo lo había sentido en lo más hondo de mi miserable humanidad, y decía miserable porque apenas y tenía pocos años de gozar la excitante vida. Sebastián, Sebastián, Sebastián, repetía mecánicamente como si fuese un mantra. Su amor, mi amor, todo me había pegado tan profundo. El llegar a cometer actos tan descontrolados y a la vez el llegar a experimentar tantos deseos por una sola persona parecía increíble. No sólo eran unos ojos bonitos y un perfecto cuerpo, era él, su manera de ser, su carácter, la forma de expresarse, sus actitudes, como reía, su mente tan impulsiva, su manera de existir... simplemente era él, caí enamorado por su simple existencia. 

Llegué a un parque, adornado por almendros que se encontraban repartidos en las secciones de césped que estaban surcadas por un camino de concreto que la hacía de una estrecha pista automovilística para pasear en bicicleta o en uno de los carritos a pedales que se rentaban. Las bancas de metal con un diseño complejo permanecían varios metros lejos de una zona arenada del lugar de los juegos infantiles. 

Caminé hasta otra sección donde se levantaba una imponente estatua de piedra sobre una base del mismo material con una altura aproximada de dos metros, era un personaje histórico que no me tomé la molestia de leer la placa debajo de ella, únicamente me subí hasta la base que más bien parecía un pequeño escenario, gracias a la amplia circunferencia de ésta. Una vez arriba, camine por el espacio, en absoluto silencio y aspiré el embriagante aroma del tulipán. 

-Amor sin esperanzas. —Recité.

 

 *         *         *
 

Caminé por lo largo del salón, encontrándome con demás compañeros. Ahí estaba Héctor quién me recibió con un fuerte abrazo y nos felicitamos mutuamente para después intercambiar un par de bromas. Hice lo mismo con la mayoría de mi curso y al final me aparté, regresando a mi círculo familiar, donde en seguida, Sandy me llamó la atención, haciéndome una seña que me apartase un poco porque, claramente, tenía algo que decirme. 

-¿Qué es? —Pregunté con una sonrisa en mis labios y devolviendo saludos que me ofrecían a espaldas de mi hermana. 

-Me pareció ver a Andrés aquí. —Susurró fuertemente y de inmediato mi vista se clavó en ella. 

-¿C-cómo? —Giré sobre mi propio eje, buscando a Andy con la mirada. De pronto empecé a sentirme muy ansioso, yo deseaba que él me acompañara, ¿es que acaso una fuerza divina me había escuchado?— ¿Dónde está? —Dije con un tono moderado de desesperación. 

-No seas tonto. Dije que me pareció verlo, afuera, hace rato que salí al baño miré a una persona saliendo por el pasillo, estoy segura que era él. Se parecía muchísimo, aunque no vi su cara porque estaba de espaldas. —Hizo un gesto de resignación— ¿Tú crees que haya venido a buscarte? 

-¿Dijiste hace rato? Entonces... —Respiré agitadamente, calculando el tiempo que pudo haber pasado y las posibilidades de qué camino pudo tomar— Avísale a todos que los alcanzo en la fiesta. —Salí a paso apresurado del auditorio para no llamar la atención y pude escuchar claramente a mi hermana enloquecer al verme salir. 

Una vez afuera, decidí salir corriendo hacia la avenida en vez de la siguiente calle, era más probable que hubiera tomado ese rumbo porque era más concurrida y a él no le provocaba cierto miedo caminar por lugares solitarios. Aunque también cabía la posibilidad que hubiera tomado el camino contrario, todo dependía en qué dirección estuviese su casa, porque era casi seguro que allí es donde iría, y también ese era otro problema, desconocía donde vivía ahora. 

Después de recibir tal cantidad de dinero, porque el Licenciado Rivet me había avisado el veredicto del juez, era predecible que ahora vivían mejor él y su mamá. 

Salí corriendo como mis piernas me lo permitían, ya que la rigidez del traje me dificultaba la acción. Cada vez que pasaba por una cuadra, mi corazón dolía al saber que quizá él pudo escabullirse por ahí y estaba tomando el camino incorrecto. Tampoco tenía la opción de llamarle por teléfono, mi móvil se había quedado con mi padre en lo que recibía mis papeles y olvidé pedírselo de regreso. 

A cada zancada veía a mi amor más lejos, no lo hallaba por ningún lado y sabía que la opacidad de la noche no era un impedimento para no encontrarlo, yo podía notar su aura pura en cualquier lugar que estuviésemos. 

¿Acaso sería que el destino era tan desgraciado que prohibía el amor inminente y permitía la falsedad del mismo? Era fascinante el efecto que me había provocado el tan sólo escuchar su nombre, me había movido hasta lo inmovible, mi profundo cariño hervía por mis venas y dejaba que la ferviente adrenalina me impulsara en la busca de la persona que amaba. 

Necesitaba, imploraba mirarlo por última vez antes de decidir nuestro futuro, si ya no podíamos estar juntos, al menos quería reemplazar la dolorosa imagen de él llorando por su hermosa sonrisa, esa sería nuestra despedida. La alegría de él me paralizaba la sensatez. 

Cuando me detuve me vi rodeado de árboles y sin ningún éxito. Mi corazón no dejaba de agitarse y sentí unos fuertes impulsos de destrozar todo a mi alrededor. ¿Cómo era posible que lo perdiese de vista? Tenía que ser hoy, ya no podía esperar un día más. Estaba siendo presa de la desesperación. 

-Maldita sea. —Flexioné las rodillas, apoyando mis manos en ellas para contrarrestar el cansancio de haber corrido. Observé con más nitidez a mi alrededor, cayendo en cuenta que donde estaba era un parque, había unos cuantos columpios y demás juegos a unos metros de mí. Bufé, aún molesto, frustrado que mi búsqueda no haya tenido resultado, si fue hasta allá, ¿por qué no me habló?— Joder, joder, joder. —Decía entre dientes, casi inaudible y giré sobre mis talones, encontrándome una pequeña figura de espaldas hacia mí. 

Era él. 

No lo creía, de verdad era él. Tan cerca, a unos pasos. Se mantenía volteado, encima de un monumento y parecía no darse cuenta que había otra persona en el mismo lugar; estaba quieto, a veces se tambaleaba en su lugar y parecía totalmente fuera de sí. Sonreí como el idiota enamorado que era.

 

                                                               *          *          * 

El viento a esas alturas había aumentado su intensidad, así como el gélido aire que era capaz de provocarme estremecimientos por sus corrientes fortuitas. 

Me sentía más tranquilo. Sólo había sido un momento de debilidad por lo que había pasado, y comenzaba a recuperar el aplomo. Aún sonreía, sutilmente mientras me imaginaba a Sebastián con su nueva novia, había encontrado a alguien más y no existía mayor satisfacción que observar a una persona salir adelante. 

No quería regresar a mi casa, sentiría mucha vergüenza de decirle a mi madre que, otra vez, no se pudo dar. 

Había estado escuchando unos ruidos detrás mío, incluso una voz, pero me reservaba el derecho de girarme porque pensaba que era producto del incesante tiempo que mecía las ramas de los árboles y otras cosas más. 

Sin embargo, un sonido más cercano, más humano... me hizo volverme rápidamente, asustado. 

Sebastián me miraba, sus labios estaban curvados en una pequeña sonrisa y mantenía sus manos dentro de sus bolsillos. Sus ojos viajaban por todo mi cuerpo hasta que se detuvieron en mi mirada, perdida e inmóvil de la impresión. 

Lo miraba boquiabierto, parpadeaba varias veces esperando que no fuese más que una alucinación, un delirio de amor. Pero él seguía ahí, con su traje ceñido al cuerpo, resaltando su atlética figura, nunca lo había visto así... tan varonil, galante, encantador, un verdadero hombre por donde mirara. 

Él no decía nada y yo tampoco. Menos de un metro me separaba de él, ambos naufragando en el silencio. No lo creía, ¿qué hacía ahí, frente a mí? 

Mi mente estaba empañada y ya no podía pensar nada más que eso: por qué estaba aquí. Cuando entré en razón, los latidos de mi pecho eran tan intensos que podía jurar que él también los escuchaba, mi abdomen se contrajo y mis fuerzas se esfumaron en poco tiempo. 

-Escuché que viniste a verme. —Dijo al cabo de un rato. 

-Hm... yo... a-algo así. 

-¿Aún me quieres? —Se acercó peligrosamente hasta que un par de pasos era lo único que dejaba pasar el oxígeno. Temblé ante la pregunta, no sabía qué se proponía con saberlo, él tenía su pareja y no era justo para ambos manifestar nuestros sentimientos ahora. 

-Qué importa. —Fruncí el ceño. Comenzaba a molestarme inexplicablemente; se suponía que ya había aceptado que él estuviese con alguien más— Deberías estar con tu novia y no conmigo. Estás loco, ¿cómo se te ocurre venir hasta aquí? Deben estar buscándote, no los preocupes más y vete. 

-Qué... —Me dirigió una mirada llena de dudas e hizo una mueca como si tratase de recordar algo— Oh. —Mordió su labio inferior y después estalló a carcajadas— Eres idiota. —Sus dedos se colaron en mi cabello. El sentir su mano sobre mí después de tanto tiempo empezó a traer de vuelta el sofoco— Ella... es mi prima, es como otra hermana. No tengo novia y no la tendré mientras siga enamorado de cierta persona. 

Tragué saliva, incapaz de articular una palabra y sentía que mi cuerpo ardía. Era como si me hubiese robado el aliento y, a la vez, algo comenzaba a crecer en mi interior. Sebastián estaba enamorado de mí, lo seguía estando. 
Las cosquillas en mi vientre y una sonrisa hacia mis adentros, llena de satisfacción y alivio me hicieron comprender el verdadero significado de eso. 

-¿Y Julieta? —Aún conservaba esa duda y era de las que más me dolía. 

-¿Qué con ella? —Preguntó totalmente indiferente. 

-Yo... hace meses los vi entrando de la mano... a tu apartamento. —Posé mis ojos sobre los suyos, lucían más brillantes que nunca entre toda la oscuridad que nos envolvía, de vez en cuando dejaba escapar pequeños suspiros y no apartaba su atención de mí; en ese momento supe que todo lo que saliera de su boca era verdad. 

-¿Estuviste ahí? —Entornó sus labios, y noté como se dilataban sus pupilas. Asentí— En primer lugar, no es lo que tú crees. Ella y yo no tenemos nada que ver, nuestra amistad se ha acabado, se acabó esa misma noche. Yo... no estaba muy lúcido que digamos, pero, ella sólo me acompañó a mi casa, nada más, le dije que no la quería volver a ver después de eso y de verdad, tienes que creerme, por favor. No tengo nada, absolutamente nada con esa mujer. Andy... —Se acercó más a mí, lo suficiente para notar la flor que ocultaba entre mis manos, la observó por un corto periodo de tiempo y entonces regresó a mí. Tomó una de mis manos, dejando al descubierto los dorados pétalos y me acarició tiernamente— Te amo. Nunca dejé de hacerlo y probablemente no lo dejaré de hacer en mucho tiempo. 



                                                              *          *         * 

El precipitoso aire hacía danzar el fino cabello de Andy, su oscura melena ahora caía sobre su frente, casi llegando a sus tímidos ojos que seguían cada sencillo movimiento. Sus mejillas se impregnaban de un tono rojizo, y la palidez de su rostro resaltaba entre las sombras desgarradas y distorsionadas que nos cubrían como una sábana. 

-Sebastián. —Su melodiosa voz hizo eco en mi cabeza, llenando cada espacio de mi alma y acelerando mi torrente sanguíneo. 

Tomé su otra mano, haciéndole tirar el tulipán así como su innecesario significado. Él trató de protestar pero pronto sus labios se vieron cubiertos por los míos, fui filtrando mis manos a sus costados hasta sostenerlo firmemente por la cintura, sus delgados brazos treparon trémulamente por todo mi pecho y terminaron por rodear mi cuello. Empapando mis labios de su esencia, me atreví a llegar más allá, masajeando mi lengua con la suya, recorriendo su labio inferior y atrapándolo entre mis dientes. Era necesario, sólo sus besos podrían calmar la necesidad que me inundó de repente, me sentía desesperado, preso de un pensamiento que me decía que, quizá, esta sería la última vez que lo vería. 

En todo momento, él permitió que llevase el control, se aferraba firmemente a mi cuerpo, notaba sus latidos chocar contra mí, traspasándome, ¿es que él sentía lo mismo que yo? Había tantas cosas... ahora más que nunca había tantas cosas que nos podían separar definitivamente. 

-Yo también te amo. —Murmuró contra mis labios. La distancia era tan reducida que nuestras narices eran capaces de rozarse en cualquier movimiento— Pero... 

-No digas nada, lo sé. —Junté mi frente con la suya y le di un pequeño beso. 

-Ven. —Tiré de su mano hasta hacer que se sentara al filo de la base. Lo envolví con mi brazo y él terminó recargando su cabeza en mi hombro. 

-Yo no quiero separarme de ti... —Me tomó de la mano con que lo abrazaba, entrelazando nuestros dedos. 

-Andy, yo sé que será más complicado de lo que ya fue, puesto que ahora ya no vivimos juntos y no nos veremos en la universidad, además que comenzaré una nueva etapa llena de trabajo y tú seguirás estudiando, de por sí estábamos cortos de tiempo cuando relativamente nos la pasábamos cerca y ahora que ya no tendremos contacto diario, pues... 

-Puede que no vuelva a funcionar. —Dijo en un tono bastante bajo e inclinó su rostro para mirarme. El destello de sus ojos comenzaba a apagarse. 

-Es la realidad. —Era inevitable no sentirme desilusionado al saber las posibilidades que se nos presentaban. 

-Lo sé, también lo pensé. —Forzó una sonrisa y se reacomodó en su lugar de modo que quedase a mi altura. 

-No quiero que te sientas presionado por tantas cosas. 

-Tampoco quiero lo mismo para ti... 

-Aun así, me parece que nos despedimos muy pronto. —Con mi pulgar acariciaba sus mentón, sus labios, su mejilla, estaba encantado con cada detalle de su rostro, después de dos meses, su mirada era el paraíso, su boca el cielo y su cuerpo mi anhelo. Me era incomprensible dejarlo ir de nuevo, su amor me pertenecía. 

-¿Tú crees que...? —Dejó aquella última frase suspendida en sus pensamientos pero yo conocía perfectamente a lo que se refería. 

-Yo creo en muchas cosas y una de ellas, eres tú. Creo que podrás con esto, así como también confío que yo lo haré. Creo que aunque la distancia se interponga y uno de los dos comience a dudar, el otro le hará rectificar. Creo que no necesitarás mi ayuda cuando tengas un problema porque eres lo suficientemente fuerte para resolverlo solo, sin embargo, te daré mi apoyo incondicional. Creo que hemos ganado la suficiente experiencia para aprender del otro y nuestros errores, y aunque estos últimos se cometan, no caeremos en los reproches y buscaremos una manera de corregirlos, juntos. Creo que ambos somos hombres capaces. No obstante, el fracaso siempre estará presente, no puedo jurarte amor eterno, ni mucho menos prometer que siempre te voy a querer porque somos jóvenes, ya llegará el día donde hallemos a aquella persona con la que estemos convencidos que formaremos un futuro, podrás seguir siendo tú o tal vez alguien más... y cuando eso pase, sólo te desearé lo mejor. Pero por mientras, vivamos lo que nos queda, con altos y bajos, pero sin olvidar lo mucho que nos queremos. —Dejé un casto beso en sus labios— Estoy abierto a cualquier posibilidad, eres libre, no tienes ninguna obligación conmigo, seamos totalmente autónomos. Que esto se acabe hasta que el amor marchite por mi parte o la tuya. 

-Acepto. —Dijo conforme, esbozando una sincera sonrisa, sin intenciones de cuestionar nada, y no era porque él no quisiera, sino porque ambos comprendíamos que no podíamos basarnos en normas y condiciones, ya no podíamos atarnos y exigir nada. La situación personal en que nos encontrábamos ya era bastante complicada por sí sola. 

Que pasara lo que tuviese que pasar. Ninguno tenía que sentir el peso del compromiso encima, no podíamos echarnos una responsabilidad cuando no tenía por qué ser. El amor no limita. 

Bajando de su asiento hasta quedar en el césped, me miraba aún sonriente y extendió una mano, invitando a acompañarle. Acepté, dando un salto y aterricé de la misma forma, se acercó a mí y arregló mi corbata de igual manera que había hecho mi prima. Sonreí y solté una pequeña risa que no tardó en devolverme, por último, se paró de puntitas y me besó por un largo rato, inundados por el estrepitoso crujir de las ramas, el ronco sonido de las hojas secas rozando el suelo y el ruido rasgado del viento. 

-¿No deberías estar en tu fiesta? —Preguntó curioso una vez se separó. 

-Hm. —Recordé de repente. Mi padre seguramente me iba a matar apenas pusiera un paso en el salón— Sólo si me acompañas. 

-Hasta que el amor marchite.

Notas finales:

Ya saben que acepto todo tipo de críticas: buenas o malas; así como resuelvo cualquier duda que haya quedado :) 

Si les ha gustado la historia, no duden en hacermelo saber mediante un review, no importa el tiempo que haya pasado. Estaré eternamente agradecida que exista gente que aún lee esta pequeña novela.

Y mis estimados lectores, espero nos sigamos leyendo en un futuro. Hasta pronto.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).