EPILOGO
—Kise-kun, sonríe por favor.
El rubio ladeó la cabeza hacia la cámara y alzó con lentitud la mirada, de manera sensual, para mirar directamente el lente del fotógrafo y sonreír con sutileza.
—¡Perfecto!
La luz del flash lo bombardeó con fuerza, pero él sonrió más amplio. Esta sonrisa, sin embargo, es distinta a la que acostumbraba mostrar meses atrás, cuando pararse frente a la cámara se había transformado en una tediosa y rutinaria obligación. Ahora sonreía genuinamente.
Aunque si debía ser sincero, Kise tenía que reconocer que aquella sonrisa no se debía precisamente a la alegría que le producía ser modelo, más bien él ahora estaba feliz con su vida.
Si recordaba cómo hace casi un mes atrás veía con desánimo y desaliento, que su vida se estaba convirtiendo en un constante actuar sin sentido, le parecía increíble ahora que la presencia de Aomine, haya traído tal cambio en su corazón. Él había sido como una tormenta rápida y repentina que llegó a su alma para alterarla por completo. Todo le parecía mejor ahora que iba por la vida a su lado, como si estuviera contemplando el mundo por primera vez.
Por eso su sonrisa lograba traspasar las barreras de la imagen y tocar el corazón de quienes la veían, porque se trataba de un sentimiento sincero; era la sonrisa que te da el amor.
* * *
Levantó su mirada azulada hacia el cielo y el frío viento volvió a soplar contra su cara. Y sintió como ese viento traía hasta él aquel conocido aroma, aroma que fue una caricia en su piel y un beso en su boca, aroma que fue como una predicción de su llegada.
Pasados unos segundos, vio al rubio salir corriendo del edificio hacia él. Su rostro era adornado por una amplia sonrisa, el viento nocturno le llevaba hacia atrás el cabello, despejándole el perfecto rostro y aunque eran pasadas la una de la madrugada, aún rebosaba de energías.
Si alguien le hubiera dicho hace un mes que un día venidero estaría esperando a Kise Ryouta fuera del estudio de modelos donde trabajaba un fin de semana hasta la madrugada, por preocuparse por él, por no querer dejarlo solo a esas horas de la noche, por necesitar su presencia… Por el solo hecho de amarlo. Sencillamente no lo habría creído. Pero ahí estaba. Esperando al rubio que en poco tiempo se había transformado en la luz que iluminaba su mundo, la alegría que le daba fuerzas y en su mayor razón para vivir.
Cuando por fin llegó hasta él, lo abrazó de la cintura con fuerza, hundiendo la nariz en sus cabellos del color del sol, aspirando su olor maravilloso y simplemente disfrutando de tenerlo junto a él.
—¿Qué ocurre? ¿Pasó algo Aominecchi?
El moreno negó con la cabeza y se separó un poco para poder ver al rubio a la cara.
—Sólo que te amo, y sólo ahora me doy cuenta del maravilloso milagro que eso es.
Kise le sonrió en respuesta y sujetándole la cabeza, levantó los talones del suelo para besar a su novio.
—Te amo.
Los finales felices no existen;
Porque las buenas historias nunca terminan.