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Redención por Sorgin

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La mano de nácar se deslizo hasta la frente para empaparse con las gotas de rubí líquido. El adolescente apenas podía creerse quien estaba frente a él. Sus ojos esmeraldas brillaron y en un inconsciente acto se aferró a la cintura de aquel que lo había protegido. El hombre de cabello negro aprovecho el acto de sorpresa del duque para alejarse y revisar al pequeño que temblaba ligeramente bajo su abrazo.

 

-Soka-chan.- Le llamó con dulzura.

 

-Vaya menuda sorpresa. ¿Hoy es el día de las resurrecciones?- Pregunto con cinismo.- ¿Alguien más quiere participar en la fiesta?

 

-No te preocupes.- Su voz sonaba áspera.- Tu no tendrás tanta suerte.

 

-Asato Tsuzuki. Deberías ser más amable con tu familia.- El pelinegro le dirigió una mirada de asco.- ¿No vas a abrazarme?

 

-Solo he venido para llevármelo de vuelta.- Apretó a Hisoka contra sí.- Y si te entrometes.- Sonrió.- Simplemente tendré que matarte.

 

-Cada día te pareces más a Ruka. Se sentirá orgullosa de ti cuando te vea. Lleva mucho tiempo esperando este momento.

 

-No la menciones en mi presencia.- Se colocó frente al adolescente que no podía para de llorar.

 

-¿O qué? ¿me matarás?, ¿frente a él?- Señaló al pequeño.- Hazlo, así verá la clase de persona que eres.

 

-Tú comenzaste esto.- Grito Hisoka furioso.- No le culpes a él. Solo hará lo que sea necesario.

 

-Necesario, ¿para que? ¿Para llevarte de vuelta con él? Después de lo que has hecho.- El pequeño tembló ante las palabras.

  

-Si esta aquí es por tu culpa. Si va a morir es por tu culpa. Tú nos ayudaste, ¿recuerdas? Por ti se encuentra en esta situación.- Hisoka cayó de rodillas entre gritos y lágrimas, se arañó la cara al sentir todo el odio que manaba de Tsusuki.

 

-¡Soka-chan!- Se arrodillo para abrazarle.- Tranquilo Soka, tu sabes lo que siento. Entra en mí. Averígualo.- Le tentó. A pesar del miedo, el rubio se concentro para poder entender hacía quien dirigía el resentimiento y la ira que inundaban aquel corazón.

     

Noto el miedo que Tsuzuki había sentido al pensar que podría perderle. Se sintió culpable, pero no pudo decir ni una sola palabra. La calidad de los sentimientos del hombre de ojos violetas le reconfortaban asegurándole que todo estaría bien. Una canción en el pecho le decía que no había nada que temer pronto estarian de vuelta en el hogar.

 

-¿Soka-cha?- Le llamo preocupado al sentir como temblaba. Una débil sonrisa le hizo tranquilizarse.-Todo saldrá bien. Te lo prometo.

 

Colocándole tras él adquirió una pose defensiva de combate. Esta vez no podrían huir, para bien o para mal. Con un gesto de cabeza el duque le permitió que recogiese la espada del rey dragón. Se lo agradeció con una reverencia, típico saludo de esgrima. Al menos se alegraba de contemplar como el honor de la lucha no se había perdido. Se acercaron lentamente el uno al otro, las armas desenvainadas imploraban por la sangre.

 

Una primera carga que se resolvió a favor de Astaroth sufriendo el otro una laceración en su costado izquierdo. Regresaron a la posición inicial mientras Hisoka se llevaba las manos a la boca para evitar gritar. No debía ser una distracción para su compañero, de lo contrario los dos acabarían muertos. Sintiendo como su corazón palpitaba tratando de escaparse de su pecho se alejo unos pasos del campo de batalla con la esperanza de permitirle una mayor movilidad.

 

La segunda carga fue distinta, más rápida, más penetrante. La hoja afilada de Tzuzuki se hundió en el muslo derecho del conde, mientras este trataba de contraatacar rebanándole la cabeza. Sin embargo los agudos reflejos del peli negro hicieron que retrasar el cuello quedandose el acero pendiente en el aire, a escasos centímetros de su objetivo. Furioso el duque arranco la capa que le cubría la armadura, que no servía para protegerle de la mística espada, y el peto de la misma. El metal infernal del que estaba hecha solo entorpecía su camino en la batalla negándole la protección que debería haber albergado. Tsuzuki retrocedió un par de pasos dispuesto a volver a cargar. Debería ser más rápido que la vez anterior, porque esta vez quien diera el golpe se alzaría con la victoria.

  

Muraki sujeto la cintura del secretario del Enma mientras que con la otra mano trataba de abrir el portal. Hijiri al otro lado de Tatsumi miraba sin descanso hecía atrás con la esperanza de ver aparecer el cabello rubio de su gemelo. Los ojos azules del herido le miraron con ternura, también él deseaba ver aparecer al adolescente. Y ser posible en compañía de un goloso shinigami.

 

-Esta abierto.- Anuncio el doctor.

 

-Dale un par de minutos.- Rogó el pequeño.

 

-Eso es imposible.- Dijo con voz ronca.

 

-O vamos solo un minuto.- Suplico.

 

-Créeme que lo deseo, pero sino nos damos prisa el portal se cerrara. Y lamento decirte que estoy demasiado débil para abrir otro ahora. Además él necesita un médico.

 

A regañadientes acepto. Se sujeto muy fuerte al adulto que estaba a su lado cuando sintió que algo tiraba de él. De nuevo aquella extraña sensación en el estómago, como si habría subido a una montaña rusa en el espacio. Cuando su vista se despejo pudo ver como yacía en el piso de la oficina del trabajo. A su alrededor varios shinigamis les miraban boquiabierto.

 

A unos pasos Watari atendía al castaño de ojos claros. Su semblante claramente preocupado se dulcifico al ver que el muchacho despertaba; aunque no por ello dejo de cumplir con su obligación. Tras varios minutos de ajetreado trabajo consiguió vendar las heridas de su amigo y cortar le profusa hemorragia.

 

-Listo.- Dijo satisfecho de sí mismo. Para dirigirse al adolescente y curar los pocos rasguños que tenía. El último en ser atendido fue Muraki. Su mano derecha presentaba un horrible color morado y estaba inflamada. Un chasquido de lengua les hizo saber que no debían esperar buenas noticias.

 

-Tiene varios huesos fracturados. Y un esguince en un ligamento. Con esta hinchazón no podrá mover la mano al menos en una semana.- El jefe Konoe se llevo las manos a la cabeza y se dejo caer en una silla.

 

-¿Y Tsuzuki e Hisoka?- Pregunto en un hilo de voz.

 

-Lo siento señor.- Contesto Tatsumi tratando de levantarse de la improvisada camilla, que en realidad era una mesa.- No lo…

 

-Shhh calla.- le ordeno Watari.- Será mejor que lo lleve a la enfermería. Tarezuma échame una mano por favor.- el pelinegro apago en cigarrillo en el cenicero de su escritorio y se dirigió hasta el médico. Wakaba les acompaño abriéndoles las puertas.

 

-Jefe, ¿no deberíamos buscar la manera de enviarles?- Sugirió Saya. El hombre negó con la cabeza.

 

-Ellos eran los refuerzos. Les daremos una hora más. Si para entonces no han vuelto…

 

-Volverán.- Sentencio Yuma.- Ya lo verá. Confie en Tsuzuki le traerá de vuelta.

 

El jefe abandonó la habitación preguntándose si las muchachas habían entendido mal las palabras del secretario a propósito. Para él estaba claro de que si Tsuzuki no lo había conseguido era porque había caído en el intento. Resignado se dirigió a su despacho rogando porque la ayuda secreta que les había enviado trajera por lo menos al pequeño sano y salvo.

Tsuzuki apretó la empuñadura de la espada con las manos resbaladizas. Cerró los ojos y con un grito ensordecedor se lanzo al ataque. Imitándole su contrincante repitió sus movimientos. Las espadas colisionaron en el aire y una ráfaga de ardiente chispas dibujaron una estela en el aire. Aguantando la respiración ambos oponentes presionaron para hacer caer a su enemigo. Por un instante los ojos del Duque se clavaron en un punto lejano del horizonte, entonces la presión cedió. Con un rápido y preciso movimiento las espada del shinigami se clavo en el estómago del otro.

 

-Has perdido Astaroth.- Sus piernas fallaron pero unos delicados brazos le sujetaron en el aire. Hisoka había abandonado su escondite para atenderle.

 

-Vamonos Tsuzuki.- Le pidió.- Llévame a casa. El pelinegro le acarició el rostro y le beso la frente antes de darle un pequeño abrazo.

 

-Sí.- Dijo agotado.- A casa.

 

Los seguidores de Astaroth se apartaron de su camino mientras se rasgaban las ropas y gritaban sollozantes. Algunos incluso derramaron su sangre en honor a su líder caído. En el suelo agonizante el duque no prestaba atención a lo que pasaba a su alrededor, como en durante el combate sus ojos seguían fijos en una oscura esquina de la gran sala.

 

Un hombre se acerco tambaleante por el peso extra hasta el moribundo. En su rostro se veían la marca de los años. Su cabello plateado oculto le oculto los ojos mientras dejaba reposar en el suelo su preciada carga. Una larga melena negra se desparramo en el suelo y el que antes fue amo y señor de esa tierra se arrastro sobre ella para acariciar su rostro lleno de paz.

 

-Asesino.- La sangre resbaló por sus labios.- no tuviste bastante con matarla una vez, que tuviste que hacerlo dos.-Acarició el rostro de la joven y beso tiernamente sus labios maquillándolos de carmesí.

 

-No había alternativa. Sabes tan bien como yo que nunca quise llegar a este extremo.- La risa mezclada con las arcadas rojas inundaron los oídos de los presente.

 

-¿Tratas de convencerme a mi o a ti? Puedes alegar lo que quieras en tu defensa, pero solo eres un vulgar asesino que mata para ocultar sus errores.- Le tomo del brazo.- pero te prometo que tarde o temprano tus fantasmas te atraparán.

 

Una convulsión le hizo caer al piso. Las sacudidas se volvieron más violentas a medida que le faltaba el aire y como única meta se aferro al cuerpo sin vida de su esposa. El hombre observo un instante los cuerpos que yacían a sus pies. Sabía que lo que había sucedido aquel día allí era culpa suya, pero aunque Ruka lo desconociera hacía mucho que llevaba pagando por sus pecados con una vida eterna que le atormentaba en la soledad de sus largas noches.

 

Salió del salón del trono y siguió las huellas de sangre fresca que Tsuzuki había dejado a su paso. Se dirigían al lugar por donde Muraki les había traído. Suspiro aliviado al percatarse que debía de estar consciente y con fuerzas para guiar al muchacho. Con rapidez se colocó el antifaz de plata que guardaba su identidad y corrió a su encuentro.

 

-¿Aquí?- Pregunto Hisoka viendo el lugar desierto.

 

-Al menos deberían estar.- Dijo el castaño mientras se sujetaba el costado herido.- Muraki nos trajo hasta aquí. ¿Dónde diablos se habrán metido?- Se dejo resbalar por la pared hasta el suelo.

 

-Se fueron.- Suspiro resignado Hisoka.-Se suponía que tu estabas muerto y yo, bueno, no pensaba sobrevivir. Solo darles tiempo.- Le dedico una sonrisa triste y no pudo evitar que las lágrimas cayeron empapando sus mejillas

 

Tsuzuki extendió el brazo para acercarle. Le recostó sobre su pecho y le beso el cabello, acariciándoselo. Realmente se sentía cómodo en aquella posición, era como volver a aquellos días despreocupados en los que se tumbaban al sol y el mayor de sus problemas era decidir que postre comerían ese día. Le apretó fuerte entre sus brazos ahora solo era cuestión de tiempo que los encontraran y matarán como animales. El sonido de los pasos acercándose le hizo temblar e inconscientemente tapo el oído del muchacho para que no descubriera lo que él temía. Una respiración entrecortada llego hasta el lugar donde estaban descansando.

 

-¡Hisoka!- La voz le era amigablemente conocida.- ¿Tsuzuki?- Parecía sorprendida. Los ojos violetas del shinigami se enfocaron con cansancio en la oscuridad. Un antifaz de plata brillaba frente él.

 

-¿Conde?- Pregunto sin poder entender del todo la situación.- ¿Qué hace aquí?

 

-Refuerzos.- Y aunque no podía verle el rostro le pareció que sonreía desde su invisibilidad.- ¿Nos vamos o preferís continuar con vuestras vacaciones aquí?

 

Hisoka se puso en pie y sujeto al peli negro por la cintura el conde la ayudo y de pronto algo en el aire comenzó a brillar. La luminiscencia les hizo cerrar los ojos. Un grito de sorpresa les hizo regresar a la realidad. Volvían a estar en el Enma. Saya y Yuma tomaron a Tsuzuki mientras llamaban a gritos a Watari. Por su parte el jefe Konoe ayudo al adolescente a tomar asiento cuando este se tambaleo. El médico llego corriendo y les hizo un examen preliminar antes de ordenarles ir a la enfermería.

 

-Gracias a Kami-sama que estás bien muchacho.- Dijo el hombre de cincuenta años con una sonrisa dibujada en el rostro. El muchacho avergonzado bajo la cabeza.-Ya ha pasado todo, estás en casa.- Le levanto la cabeza sujetándole el mentón. No se trataban de palabras vacías, era cierto por fin todo había acabado.

 

Con una sonrisa cansada siguió a Watari hasta la enfermería, lo único que deseaba era saber que Tsuzuki estaba bien. Y después dormir, descansar y sobre todo dejar de pensar. Por el rabillo del ojo observo como su jefe y el Conde se dirigían al despacho del primero. Esperando poderles atrapar antes se lanzo con pasos rápidos tras ellos. Sin embargo ninguno de los dos se percato del muchacho que les seguía. La puerta se cerró frente a él, tomo el picaporte para abrirla pero una voz le interrumpió.

 

-¿Qué paso con Ruka?- Pregunto Konoe. El Conde se dejo caer sobre la silla frente al escritorio y dejo el antifaz sobre él.

 

-Tuve que matarla.

 

-¿Tuviste?- Pregunto incrédulo.- ¿O quisiste?

 

-Sabías que esto pasaría. Si la habría dejado viva probablemente habría vuelto a atacarnos. Tsuzuki estaba en peligro. Lo hice por él. Se excuso, pero Konoe negó con la cabeza.

 

-No es a mí a quien debes darle explicaciones y supongo que tampoco se las darás a él.

 

-Es mejor. Conoces a Tsuzuki mejor que nadie, sabes que si supiera la verdad no dejaría de culparse. No, - Suspiró con resignación.- es mejor que lo olvide todo y siga adelante. Yo soy el único responsable de todo lo que ha pasado.

 

-¿Y qué te hace creer qué no se enterará?- El Conde le miro sin comprender.- Ruka pudo habérselo contado al muchacho.- El hombre asintió.

 

-No lo hará. No hará nada que este seguro que pueda dañar a Tsuzuki. Espero.- Añadió con una sonrisa cansada.- El conde volvió a colocarse el antifaz en el rostro recuperando su invisibilidad. Pero ya era tarde.

 

Hisoka se llevo una mano a la boca para no gritar cuando vio aquel cabello de color negro y esos penetrantes ojos. Le reconoció al momento, había visto ese rostro en los recuerdos de Ruka. Mareado camino hasta la enfermería. Tatsumi estaba recostado en la cama y conversaba animadamente con Watari, le dedicaron unas sinceras sonrisas al verle. En la siguiente cama Muraki estaba sentado con la espalda apoyada contra la pared, Hijiri sentado a un lado le daba de comer pequeñas cucharadas de compota de manzana. La imagen no le pudo resultar más cómica.

 

-¡Soka-chan!- El peli negro había dejado su tarea para lanzarse sobre él en un abrazo-prisión. Sonreía de oreja a oreja y parecía ruborizado.- Menos mal que estás bien. ¿Tienes idea del miedo qué nos has hecho pasar?- Quiso contestar pero la voz del doctor le supero.

 

-Hijiri deberías dejarle respirar si quieres que te conteste.- El castaño le soltó avergonzado y escondió las manos a la espalda.- Además seguro que esta deseoso de ver a su compañero.- Aún desconfiado Hisoka le dio las gracias con una perfilada sonrisa.

 

Al fondo de la habitación se encontraba la cama que Tsuzuki ocupaba, era cómoda. Se sorprendió al ver lo rápido que le habían tratado las heridas. Tenía algunas vendas alrededor del pecho y un parche en la mejilla. Su cuerpo había sido lavado y olía a perfume de azahar. Por un momento se sintió culpable por no ocuparse de él personalmente. Recorrió las facciones del joven con la punta de los dedos recordando dónde las había visto antes. Un sueño o un recuerdo o como pudieran llamarlo los incrédulos hay había visto aquellos preciosos rasgos que hacían latear a su corazón.

   

*******

-¿Quieres conocer mi historia?- Le había pregunto la mujer de cabello azabache. El había tardado un par de segundos en reaccionar tragando saliva.- ¿Quieres saber por que luchó?- El joven asintió.- Los de tu departamento lo llamarían venganza, pero yo lo llamo justicia.

 

El aire se hacía pesado a su alrededor. Los ojos violetas se clavaban en él penetrando en sus defensas. Los sentimientos y recuerdos fluían hacía él, asfixiándolo. Las rodillas comenzaron a temblar y al poco le era imposible sostenerse en pie. La mujer se deslizo hasta el joven y le abrazo. Recostó la cabeza del pequeño sobre sus piernas y le acarició el cabello mostrándole lo sucedido más de cien años atrás.

 

El caos inundo la mente del rubio. Imágenes sin orden aparente le desorientaron durante interminables minutos. Recuerdos de vida y muerte. Su mente grito y una escena apareció tenue y clara frente a él.

 

La suave luz de las lámparas de aceite inundaba la habitación en la calurosa noche. La mujer gritaba sobre la cama mientras sus manos buscaban anhelantes las sábanas que apretaban furiosamente en un vano intento de mitigar el dolor.

 

Una mujer de castaña melena se acerco a la joven para secarla el llanto. Cubrió su frente con una toalla húmeda y pasó la mano por la hinchada tripa. Ya faltaba poco, en unas horas todo acabaría. Las uñas de la joven se clavaron en la piel tostada de aquella que tanto la había cuidado, suplicando por que todo aquello parara. Sin embargo el ciclo de la vida había vuelto a comenzar y solo los dioses sabrían cuanto costaría para una primeriza.

 

Tres mujeres entraron en la habitación con toallas y agua caliente, sonriendo amablemente a la parturienta. Con la serenidad que da la experiencia la más mayor ayudo a la muchacha a relajarse, una infusión de hierbas calmo los constantes dolores.

 

Durante casi dos horas la joven dio pequeños gritos esporádicos y golpeó el futón. Las sabanas se tiñeron de color bermellón  cuando un terrible grito escapó de su garganta. El parto había comenzado. Un hombre de negros cabellos paseaba en el pasillo como una fiera enjaulada. Sus ojos amatistas se clavaron en la puerta que le separaba del suceso.

 

El alba llego y junto a ella el primer llanto de la esperada criatura. Su pequeño cuerpo manchado de sangre fue lavado con una bondad infinita por la mujer de cabello castaño mientras la comadrona atendía a la nueva madre. Con una sonrisa colocó al pequeño en los brazos de la cansada muchacha.

 

Quiso hablar para decirle que el sexo del bebe, pero calló al ver la sonrisa de la joven. Las frágiles manos de la parturienta recorrieron la sonrosada piel, las pequeñas manos, las puntiagudas orejas y la chata nariz. Las comadronas salieron del lugar y un hombre ocupo el espacio vació. Los ojos amatistas de los dos se retaron durante un breve espacio de tiempo. La sonrisa de la joven se volvió cínica al mostrar al pequeño recién nacido.  

 

-Es un varón.- Espetó levantando el rostro altiva.- Contempla tu obra padre.- El hombre de cabello negro no la presto atención.

 

-Un niño. Un maravillosos niño con el que prevalezca nuestro apellido.- Dijo tratando de acercarse para acariciar a la frágil criatura.- ¿Por qué no estás feliz querida?- Pregunto extrañado.- Bueno supongo que también estabas así cuando tuviste a Ruka.

 

-¡Estás loco!- Bufo rabiosa.- Yo soy Ruka.- Dijo a voz en grito.- Madre murió hace tiempo. Mírame padre, soy tu hija. Mírame- Suplico al borde del llanto. El hombre la abofeteo.

 

-Basta Sora no te consentiré esas estúpidas rabietas.

   

La escena cambió entre sueños, aunque no reconoció la estancia. Parecía un salón de corte clásico en el que una pareja discutía acaloradamente. La mujer gritaba furiosa mientras señalaba al hombre que suspiraba en la chimenea. Escondido tras una puerta corredera un pequeño de seis años miraba la escena sin comprender. Sus ojos amatistas lloraban en silencio por el miedo que producían los gritos. Hisoka le miro con ternura la imagen infantil de su compañero se alzaba ante él. Aunque pronto su atención regreso a la pareja.

 

-Si los otros niños no lo aceptan es tú culpa.- Le señaló.- Si le tiran piedras, es porque saben como fue concebido.

 

-Fue concebido por el amor.- Rugió el hombre.

 

-¿Amor? Tu no sabes que es eso. Despierta de una vez y mira a tu alrededor. Mírate.- Le señaló.- Nos has marcado a los tres, llevamos la vergüenza grabada en los ojos. El hombre miro al fuego y sus ojos amatistas resplandecieron. Hisoka sintió temblar su cuerpo al mirar aquel rostro tan parecido al de su hijo.

 

-No permitiré que Tsuzuki sufra por tu culpa.- La mano de la mujer se aferro al alfiler de pelo que sostenía su largo cabello. Avanzo en silencio dispuesta a clavarlo en la espalda del hombre.

 

-¡Padre!- Advirtió el falsete del pequeño, pero la alarma llego tarde. La mujer había descargado el golpe que el hombre no trato de evadir. El niño salió de su escondite asustado y se arrojo sobre el cuerpo que yacía. Esos ojos violetas miraron con profundo odio a la joven antes de huir a su habitación.

 

*******

 

Hisoka abrió los ojos confuso. El sueño le había dejado desorientado y con un amargo sabor de boca. Había visto como acababan los recuerdos de la mujer y eso aún le perturbaba. Al cumplir los veintiún años el shinigami había tomado control de las posesiones de su padre y había vengado su muerte delatando a su asesina. Ruka hija del conde Tsuzuki había sido condenada a una muerte privada permitiéndola quitarse la vida personalmente. Cinco años de no vida después Tsuzuki la había seguido.

 

El roce de una mano en su mejilla le hizo recobrar su propia mente. Se levanto con pesadez de una cama donde no se había acostado. A su derecha Tsuzuki comía con entusiasmo los bombones que Saya y Yuma le habían traído. Se sentó con las piernas colgando y de un pequeño paso sus pies llegaron al frío suelo. No hubo tiempo para reaccionar el pequeño se arrojo feliz a los brazos del hombre y le dio un suave beso en los labios dejándole sin palabras.

 

-Vuelva en un momento.- Sonrojado Asato no pidió explicaciones. Las muchachas gritaron eufóricas mientras el secretario las hacía callar.

 

El adolescente de cabello rubio salió camino con tranquilidad disfrutando del frió contacto de los azulejos, aunque no se molesto en calzarse cuando salió al jardín. Los guantes del Conde flotaban cerca del árbol de Sakura más alto. Hisoka se coloco a su lado llamando su atención.

 

-Conde.- La invisible figura se giro e hizo una reverencia.-No le dí las gracias por salvarme la vida.

 

-No es necesario.- Su voz fingía una felicidad que no sentía.- Era necesario. Quiero decir que eres parte de esta familia y por eso era necesario que volvieras.- Hisoka acorto las distancias y levanto las manos para atrapar con delicadeza el antifaz de plata. El rostro sorprendido del hombre quedo expuesto.

 

-Realmente os parecéis.- Dijo con una sonrisa.

 

-¿Te lo dijo ella?- Hisoka hizo una mueca que no pudo descifrar.

 

-Digamos que me mostró sus recuerdos.

 

-¿Y quieres ver los míos para comparar?- El chico negó con la cabeza.

 

-Ya lo hace.- Le sonrió.- Sigue doliéndole, se siente culpable. Por eso acepto ser el guardián de la casa de las velas. Quería seguir cuidándoles, por eso Tsuzuki tardo más de cinco años en morir. Usted se lo impedía.- El hombre le miro sorprendido.

 

-¿Cómo lo…?

 

-No sabía lo que hacía cuando violó a Ruka y creo que realmente nunca lo supo hasta que murió. Cuando llego aquí se dio cuenta de todo y el remordimiento le impidió cruzar al otro lado. Por eso acepto ese trabajo que nadie más quería. Necesitaba redimirse.

 

-Pero no funcionó.- Cansado se apoyo contra el árbol.- Cuando logre el puesto Ruka ya había fallecido; así que hice todo lo posible para cuidar de Tsuzuki. Por mi culpa ha odiado a su hermano durante toda su vida. No puedo decirle la verdad.

 

-No pienso entrometerme en eso. Solo quería decirle algo que creo merece saber.- El hombre le miro con curiosidad.- Cuando Ruka me mostró su pasado también me mostró otras sentimientos. Creo que no era consciente de ello. Pensaba en usted.

 

-Me odiaba.- Negó con la cabeza.

 

-Sí y no. Nunca pudo perdonarle lo que la hizo, pero tampoco pudo perdonarse a sí misma por matarle. Cuando empezó esta lucha ella ya sabía el resultado. Y no se equivoco. Solo quería que todo acabara para poder descansar, pero necesitaba volverle a ver una vez más. No podía odiarle todo lo que la gustaría y eso la hacía sentirse peor.

 

-Hisoka…- Una lágrima había descendido por su mejilla.- ¿Porqué me cuentas esto?

 

-Porque se merece saber la verdad. Usted no tuvo nada que ver con lo que sucedió allí, no fue su decisión sino la suya. Podía haberle contado la verdad a Tsuzuki pero prefirió callar. – Hisoka le dio la espalda para coger una flor de cerezo caída unos pasos más adelante.- ¿Cree qué renacerá?

 

-Eso espero.- Sonrió.

Pasaron dos días hasta que Tsuzuki recibió el alta y para celebrarlo se marcharon a una cafetería. Hisoka pidió un café solo con hielo y su compañero una chocolate con nata montada con confites de colores esparcidos por encima y dos trozos de tarta, una de cerezas y un bizcocho de limón.

 

-Va a darte un empachó.- Tsuzuki le miro con los ojos llorosos y el rubio no puedo evitar reír. Parecían lejanos aquellos días en que habían estado separados, aunque eran muchos los cambios que se habían producido en poco tiempo.

 

Desvió la mirada por el cristal del bar y sonrió al ver a una pareja caminando por la acera de enfrente. El doctor Muraki caminaba con un adolescente que era su vivo retrato, aunque tenía el cabello negro. El joven reía y el médico también, como había sucedido aquello aún era un misterio para todos los que les conocían. Pero milagro o no la realidad era sencilla y gratificante el peli plateado se había unido a ellos solo para estar cerca del muchachos.

 

Sin pensar se llevo la mano hasta la cadena plateada que colgaba de su cuello. Una preciosa alianza de oro blanco se balanceaba en ella y la sonrisa volvió a iluminar su rostro cuando su prometido le miro sin entender.

 

-Te quiero.- Dijo con total naturalidad y el otro casi se atraganto. Con rapidez se levanto y se hizo con el trozo de pastel de limón que Tsuzuki iba a comerse. Asato le miro sorprendido y luego le devolvió la sonrisa besándole. Ahora todo iría bien estaba seguro de ello.

 

Lejos de allí un hombre colocaba su antifaz sobre la mesa del escritorio y se mesaba las sienes. Frente a él los retratos de una niña de doce años y un niño de seis le miraban risueños, había sido realizado solo con sus explicaciones y el resultado había sido el mejor. Simbolizaban una realidad que debió haber sido y que si años antes significaban dolor ahora le daban una nueva alegría a la estancia. Tras él una vela se ilumino y el no pudo evitar sonreír el ciclo de la vida volvía empezar.   

Notas finales: Porfin he conseguido llegar al final, muchas gracias a todos los que lo habéis leído y solo espero que os haya gustado.

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