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Amor, Traición y Orgullo por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

Hoy se cuenta la historia de Aomine, para tratar de entender por qué es tan cabrón!! No creo que existan personas malas por naturaleza, todo tiene un razon de ser y una explicacion... Aquí está la explicación de la insensibilidad de Aomine.


 

 

 

Capítulo III

 

 

 

 

 

No busques con quien dormir,

 

Busca con quien valga la pena despertar.

 

 

 

 

 

El taxi se estacionó despacio a unos metros de la casa del moreno. Éste se bajó con los movimientos desganados que ya se habían hecho típicos en él y sin mudar esa expresión apática que sólo lograba desesperar a los demás, se alejó con paso lento. Sin embargo, pareció recobrar la vitalidad al llegar a la escalinata que daba a su casa y subió a saltos los siete peldaños que lo separaban de la puerta justo en el momento en que el ruido del taxi alejándose le indicaba que volvía a estar solo.

 

Vivía en un tranquilo barrio residencial de clase media-alta, muy cercano a la casa de su amiga de toda la vida: Satsuki. Su vivienda, al igual que todas las de aquel barrio se caracterizaban por poseer un estilo occidental en la construcción. Ahí vivía principalmente  un sector vanguardista de la población japonesa, que había florecido con la nueva era globalizada y buscaba e idealizaba la identidad cultural global. La mayoría de esas familias se vinculaba al sector económico, específicamente a las principales áreas de desarrollo del país: Businessman y sus familias, acostumbrados a viajar por toda Asia y Europa, completamente opuestos a las familias japonesas tradicionales.

 

Su casa tenía un toque del estilo inglés, de dos pisos, con un hermoso antejardín que aprovechaba la suave pendiente de la calle para quedar en altura, construida con ladrillos a la vista que conservaban su color original, contrastando con los ventanales y puertas de color verde.

 

Aomine llegó a la puerta, giró la llave y entró a la casa en penumbras.

 

El lugar estaba completamente vacío, él lo sabía.

 

Daiki era el hijo único de la familia Aomine y en la práctica… el único residente de esa casa.

 

Su madre había fallecido cuando él era aún un infante. Había sucumbido frente a un cáncer repentino y fulminante que la alejó de su vida para siempre. Él casi no la recordaba, en parte porque era tan sólo un niño de 7 años cuando eso pasó, pero principalmente porque había preferido que su recuerdo se esfumara en las tinieblas del olvido junto con el dolor que le provocaba su muerte.

 

Su padre era miembro importante del Departamento de Seguridad Nacional de Japón. Una institución formada por miembros de elite de las Fuerzas de Seguridad Pública que actuaba bajo criterio propio por sobre la legalidad vigente, abocada específicamente a controlar posibles acciones terroristas. Daiki ni siquiera sabía qué cargo ejercía su padre dentro de este grupo, en parte porque el cargo mismo exigía completa confidencialidad, pero también porque luego de la muerte de la esposa, el hombre se había encerrado en su trabajo de tal modo que escasamente había visto a su hijo en todo ese tiempo.

 

El único gesto de preocupación paternal que desempeñó mes a mes y sin falta, fue el pago de todas las cuentas y gastos junto a un sobre con una abundante mesada que siempre dejaba sobre la mesita del living.

 

Daiki había heredado el temperamento fuerte del padre junto a su fortaleza física. Pero sus azules ojos y su piel morena, eran un legado de su madre. Su padre le había dicho una vez que la principal razón por la que rehuía la casa era porque cada vez que veía sus ojos azul profundo, veía a la esposa fallecida en la mirada del hijo.

 

Desde ese día Daiki dejó de exigirle a su padre la atención que necesitaba y aprendió a sobrevivir solo.

 

Las calles fueron el refugio perfecto. Exento de los cuidados maternales y la vigilancia paterna, Daiki gozó desde pequeño de una dolorosa libertad. Ahora, con 16 años podía decir que había probado toda clase de excesos. Sexo, drogas, alcohol, eran parte cotidiana de sus noches de parranda, pero no eran más que una máscara que ocultaba la soledad que lo consumía por dentro.

 

Pero las calles también le trajeron el basketball. Lo único bueno que había conseguido en toda su vida, lo único que le hacía sentir vivo y útil… Pero el basketball había terminado por transformarse en otra más de las grandes desilusiones que le había entregado la vida. Tal vez la más dolorosa de todas.

 

Fue esa soledad y abandono la que fue marcando poco a poco la personalidad del moreno… Hasta lograr alejarlo completamente de la gente.

 

Y buscó la indolencia como una forma de menguar el dolor que le producía la soledad y el rechazo. Comenzó mintiéndose a sí mismo. Auto-convenciéndose de que no sentía la angustia por las noches oscuras en la soledad inmensa de la casa vacía, que no sentía frustración al pasar los cumpleaños solo, que no sentía tristeza por haber dejado de visitar la tumba de su madre, que no necesita de nadie en su vida. Hasta que logró convencerse que no sentía nada en lo absoluto. Había aprendido a fingir tan bien esa indiferencia, que ahora él mismo se la creía.

 

La única persona que había sido una constante en su vida y que recordaba estando a su lado desde que tenía memoria, era Satsuki. Se habían conocido en Kindergarten y desde ahí, no se habían separado jamás. Incluso Daiki podía decir que ella era la única familia que tenía.

 

Estiró el brazo justo en el lugar que sabía estaba el interruptor y encendió la luz. La casa estaba igual a cuando él había salido horas antes, nada fuera de lugar en ese vacío infinito que le parecía la casa llena de objetos. Se quitó las zapatillas y la chaqueta, dejándolas caer junto a la puerta desordenadamente. No le importaba.

 

Subió a su habitación con caminar tranquilo y se dejó caer sobre la cama pesadamente. Su rostro no reflejaba ninguna clase de emoción salvo indiferencia, como si lo que acabara de pasar no significara nada para él o no lo afectara en lo absoluto. Como si hace tan sólo media hora no hubiera terminado su relación con Kise… o para ser más apegados a los hechos: como si no lo acabaran de terminar.

 

Sacó su Smartphone del bolsillo trasero de su pantalón, buscó entre sus contactos con expresión aburrida en el rostro y llamó.

 

El teléfono marcó varias veces antes de ser contestado y cuando por fin lo hizo, pudo entender el porqué de la tardanza: la fuerte música de fondo y las risas de las animadas conversaciones de varios jóvenes se podían oír hasta a través de la línea telefónica.

 

—Aló —el muchacho al otro lado de la línea respondió con voz tranquila.

 

—Estoy solo en mi casa… ¿Vienes? —preguntó alejando un poco el celular de su oído debido a la molestia que le produjo tanto ruido.

 

—Creí que te habías marchado con Kise-kun —la voz del joven en el teléfono se oía casi tan apática como la suya propia.

 

—¿Vienes o no? —Aomine ahora respondió molesto.

 

—Voy.

 

Cortó la llamada y dejó caer el celular sobre la cama. Se cubrió los ojos con el antebrazo tratando de borrar la imagen mental que se le venía a la cabeza después de oír ese nombre. Realmente tuvo que reprimir el gesto de fastidio que tatuó su rostro ¿Por qué lo había mencionado a él? ¿Por qué justamente ahora escuchaba su nombre? lo que menos quería escuchar en este momento era cualquier cosa relacionada con Kise.

 

Temía perder esa indiferencia que tanto le había costado conseguir.  

 

Trató de no pensar más en él. Después de todo él era igual que todas las demás cosas en su vida… intrascendente y pasajero. Otra desilusión más que podía agregar a la ya larga lista de frustraciones reprimidas y errores no admitidos. Porque Aomine jamás podría admitir que la mayor parte de sus problemas eran debido a su excesivo orgullo… Orgullo que ya se le había convertido en arrogancia.

 

Suspiró ahogadamente y cerró los ojos, dejando que el cansancio de su cuerpo lo consumiera. Debió haberse quedado dormido por unos minutos, porque perdió levemente la consciencia después de hablar por teléfono y ahora había despertado sobresaltado al escuchar el ruido de ligeros pasos en la escalera.

 

Se sentó sobre la cama de un salto y ladeó la cabeza para escuchar mejor, ahí estaban, eran casi inaudibles, pero eran pasos. Permaneció expectante y con la mirada fija en la puerta dispuesto a levantarse ante la más mínima amenaza. Los pasos se detuvieron justo frente a su puerta y ésta se abrió con suavidad dejando ver de pie en el umbral a un muchacho de baja estatura y complexión delgada, piel extremadamente pálida, cabello celeste y expresión estoica… Justo a quien él había llamado hace minutos.

 

El peliceleste debió notar la mirada descolocada del moreno, que no quitaba sus ojos de él y lo miraba con el ceño fruncido.

 

—La puerta estaba abierta —se apresuró a explicar.

 

Aomine suspiró aliviado y habló con voz somnolienta.

 

—Debí haber olvidado poner el seguro.

 

Las comisuras de los labios de Kuroko se curvaron casi imperceptiblemente en una sutil sonrisa. No podía negar que le divertía asustar al moreno. Le parecía un efecto exclusivo de su persona, pues sabía que Aomine no se asustaba fácilmente y nadie más era capaz de hacerle poner esa expresión duditativa en el rostro.

 

Él mismo no se dio cuenta de lo triste de la situación… lo único que le provocaba exclusivamente él era miedo, cuando en su corazón deseaba que fuera amor.

 

Se acercó con los pasos ligeros que le caracterizaban, rodeando la cama donde el moreno se había vuelto a recostar y bostezaba con pereza, esta vez no era fingida. Cuando llegó hasta el costado, se sentó tranquilamente y continuó mirándolo con ojos curiosos, pero ante la negación a hablar por parte de éste, preguntó tranquilamente.

 

—¿Y bien?... ¿Pasó algo?

 

—Tengo sueño.

 

—¿Y me llamaste para que te ayude a dormir? ¿Soy una especie de somnífero para ti? Aomine-kun.

 

El comentario de Kuroko le sacó una risa y se incorporó apoyando el peso de su cuerpo en su codo izquierdo.

 

—Todo lo contrario… acabas de lograr que mi sueño se esfume.

 

El peliceleste sonrió con picardía, comprendiendo a la perfección las palabras del otro muchacho. Y decidió jugar sus cartas.

 

En un movimiento rápido se sentó a horcajadas sobre el moreno y con experticia comenzó a descubrirle el cuerpo. Hace tiempo que había enviado el recato y la timidez al tacho de la basura cuando estaba con Aomine y el día de hoy no fue diferente. Él no tenía siempre la oportunidad de estar con el moreno, así que cada vez que era llamado por él, no dudaba en aprovecharlo al máximo.

 

Primero desabrochó el cinturón muy lentamente, para pasar a desabrochar luego el botón y el cierre del pantalón. Detuvo el movimiento de sus manos y levantó la vista, como pidiendo permiso para continuar, el que le fue concedido por la sonrisa de lado que le dio Aomine. Subió entonces sus manos por el marcado abdomen, arrastrando consigo el sweater y la camiseta.

 

Aomine se dejaba hacer. Debía admitir que le divertía el ímpetu del más pequeño, pero por sobre todo le provocaba curiosidad saber cuál era su límite, hasta dónde estaba dispuesto a llegar, qué cosas estaba dispuesto a hacer… por él.

 

Levantó los brazos y el torso, marcando exquisitamente la zona abdominal, para dejarse quitar las estorbosas prendas y vio tranquilo cómo el peliceleste tiraba de su pantalón y su bóxer hasta desnudarlo por completo. Su miembro aún estaba dormido, pero no tardó en responder a las caricias del chico.

 

Vio, sostenido sobre ambos codos, los pálidos dedos que se cerraban alrededor de ese trozo de carne, jalándolo con fuerza una primera vez y haciéndolo crecer y endurecer poco a poco, irrigando cada vez más sangre al músculo y sensibilizando las millones de terminaciones nerviosas, provocándole una sensación exquisita que se extendía desde ahí a todo su cuerpo.

 

Kuroko pareció complacido al ver la expresión ardiente en el rostro de Aomine y sonrió sutilmente antes de humedecerse los labios y cerrarlos como un anillo alrededor del miembro de éste. Lo succionó todo, hasta sentir la punta chocar con sus amígdalas y luego lo sacó con lentitud, apretando aún más los labios. Acarició con movimientos ascendentes y descendentes la base del pene mientras con su boca succionaba una y otra vez la punta, recorriendo de vez en cuando el glande con la lengua.

 

Aomine permanecía estático y silencioso en su posición, limitándose a mirar con ojos serios pero ardientes al muchacho. Demostrando una paciencia que muy pocos esperarían de él, como un cazador que espera el momento justo para atacar. De vez en cuando liberaba pequeños e inaudibles jadeos de placer y entrecerraba los ojos cuando las sensaciones eran demasiado intensas. Fue la visible tensión de su cuerpo lo que le indicó a Kuroko que estaba a punto de acabar.

 

Pero el peliceleste paró en el momento justo, cerró su mano alrededor del glande y apretó la punta, conteniendo el orgasmo, provocando que un gemido ronco de dolor saliera de la boca del moreno. Dio una lamida a la punta para alzar el rostro y preguntar en un tono burlón.

 

—Dime Aomine-kun… ¿Kise-kun no te hace esto?

 

Llámenlo venganza personal, orgullo herido, karma o lo que sea… pero tenía que preguntar. Ese era un pequeño gusto que no estaba dispuesto a dejar pasar, aunque desde un principio no se esperaba una respuesta por parte de Aomine.

 

El moreno en vez de responderle, se incorporó y con un movimiento rápido tomó el pequeño cuerpo de Kuroko y lo tumbó en la cama, ubicándose él encima ¡Se había acabado el juego!  Aomine miró intensamente el rostro pálido del peliceste y sin desviar la mirada de sus ojos, comenzó a embestirlo aun con la ropa de por medio, rozándole la entrepierna y estimulándolo con el cuerpo y con la mirada. El cazador había atrapado a su presa.

 

—Yo no volveré a hacer estas cosas con él —respondió indiferente.

 

—¿Qué?

 

Kuroko no pudo seguir preguntando, pues su boca fue sellada con un beso rudo que le quitó el aliento y sin ser consciente de cómo y cuándo, sintió que las grandes y cálidas manos de Aomine le quitaban la ropa, dejándolo desnudo y a su merced. El juego que había iniciado el peliceleste se había vuelto en su contra en sólo segundos.

 

—No… espera… ¿Qué dijiste? —Kuroko apenas podía murmurar palabras entre los demandantes besos del moreno—. Aomine-kun… para…

 

Como pudo, Kuroko puso ambas manos en el pecho del más alto y haciendo acopio de toda su fuerza, lo empujó hasta finamente hacer espacio entre ambos cuerpos.

 

—¡¿Qué rayos te pasa?! —Aomine se incorporó molesto de rodillas en la cama.  

 

—Repíteme lo que dijiste, Aomine-kun —pidió con voz seria, apoyándose en los codos.

 

Aomine lo miró con un fastidio que en ningún momento trató de disimular y tras revolverse los cabellos en un gesto despreocupado, fijó su mirada azul e intensa en Kuroko, se dejó caer sobre él y muy cerca del rostro le susurró con voz seria.

 

—No voy a tener más sexo con Kise.

 

—¿Qué significa eso? —el peliceleste lo miraba con expresión intrigada.

 

Y si Kuroko había demostrado algo ahora en su estoico rostro, no significaba que había perdido esa capacidad de ser indescifrable para los demás, sólo había dejado entrever una de las tantas emociones encontradas que sentía ahora invadir su pecho. Porque no dejó que ni su rostro, ni sus ojos, ni su voz, ni su cuerpo, revelaran el rayo de esperanza que había sentido al oír a Aomine decir eso. Había anhelado tanto tiempo este día, que ahora que había llegado no lo podía creer y no quería hacerse falsas ilusiones.

 

—Terminamos… —sentenció el moreno con voz seria y neutral.

 

Kuroko frunció el ceño y trató de analizar la situación lo más racional e imparcialmente posible. Esta no era la primera vez que ellos se peleaban y siempre volvían. Pero Aomine nunca había dicho esa palabra antes… terminamos.

 

—¡Ustedes siempre pelean!... pero él siempre termina volviendo a ti —repuso expectante a la respuesta del moreno.

 

Aomine pareció molestarse con el comentario y se puso de pie. Caminó completamente desnudo hasta su closet y sacó un pantalón de pijama de algodón gris y se lo puso. Se dio la vuelta para ver al peliceleste sentado en la cama, llevándose las rodillas al pecho y mirándolo impaciente por su respuesta.

 

—Esta vez es diferente… —suspiró cansado— Kise es diferente.

 

—¿A qué te refieres?

 

—¡Oye! No te llame para esto… si quisiera conversar de mis problemas sentimentales con alguien iría al psicólogo.

 

—¡No! Me llamaste para desquitarte con sexo, ¿no es así?

 

Kuroko pareció liberar por fin el cúmulo de sentimientos encontrados que guardaba tan celosamente y estalló en un arrebato de sinceridad que sorprendió hasta al mismo Aomine, supuestamente la persona que mejor lo conocía. Se puso de pie ofuscado y recogió su pantalón del suelo para ponérselo sin reparar en que no llevaba puesta ropa interior y siguió recogiendo con movimientos arrebatados el resto de su ropa.

 

—¡Tetsu! Ya te estás pareciendo a Kise.

 

—Quizá él ha tenido razón todo este tiempo…

 

Kuroko se encontraba de espaldas al moreno, intentando en vano ponerse la camiseta estilo polo que vestía esa noche, pero luego de repasar las palabras que él mismo había dicho, dejó caer sus brazos con pesadez, provocando que también su ropa cayera al suelo.

 

Se sintió contrariado en la súbita comprensión que él y Kise en el fondo, eran más parecidos de lo que a él mismo le habría gustado admitir. Finalmente, ambos sentían lo mismo y buscaban lo mismo.

 

—¿Por qué él? —le preguntó con desaliento.

 

—¿Ah?

 

—¿Por qué Kise? ¿Por qué lo escogiste a él? ¿Por qué él era tu novio?

 

—No hay ninguna razón en especial.

 

—Siempre me ha molestado…  él… la facilidad con que lo consigue todo ¡Su increíble habilidad para los deportes! Logró en tan sólo semanas obtener un puesto como titular que a mí me costó años ¡El famoso modelo que tiene a todo el mundo bajo su hechizo! Desde el primer día que llegó, llamó la atención de todos ¡Hasta tú caíste rendido a sus pies!... Él y yo somos completos opuestos: él un completo sol y yo una absoluta sombra… Comparado con él soy más sombra que nunca.

 

—Tetsu…

 

—¡Es injusto! ¿Por qué? Si él lo tiene todo ¿Por qué se tenía que fijar justo en ti? Él podría haber conseguido a quien quisiera ¿Por qué tenías que ser precisamente tú?

 

Silencio.

 

—¡¿Por qué le correspondiste?! ¿Porque es famoso… por su talento… porque es lindo… porque era la novedad?

 

Silencio.

 

Kuroko se dio la vuelta y encaró al moreno. Una lágrima solitaria rodaba por su mejilla derecha, pero el resto de su rostro se veía igual de inexpresivo que siempre cuando preguntó.

 

—¡¿Por qué?!

 

¿Por qué? Nunca lo había pensado realmente, no con seriedad al menos. Kise siempre se lo preguntaba… junto con un ¿Te gusto? ¿Me quieres? Y un montón de preguntas más del mismo estilo, pero él nunca le había respondido sinceramente y la mayoría del tiempo no le respondía y punto. Pero ahora lo que llamaba su atención no era la pregunta en sí, sino que fuera Kuroko quien se lo preguntara.

 

Aomine nunca se había detenido a pensar siquiera cómo se sentía el chico. A decir verdad, nunca se detuvo a pensar en los demás. Pensar en los sentimientos de los demás implicaba preocuparse por ellos, preocuparse por ellos significaba que le importaban, si le importaban era porque los quería… y eso era algo que Daiki Aomine no estaba dispuesto a permitirse a sí mismo.

 

Del cariño se pasa fácilmente al amor. El amor implica riesgo. El riesgo de la pérdida… una pérdida que él no quería volver a sufrir nunca más.

 

Era preferible su acostumbrada soledad al dolor amargo del desamor.

 

Pero esa noche se permitió a sí mismo un breve segundo de empatía y por sólo ese instante comprendió el dolor del peliceleste. Él había dicho quererlo y aun así comenzó un noviazgo con alguien más, con ese alguien que hacía al peliceleste sentirse inferior. Y aun después de eso, el chico no lo había dejado, había permanecido a su lado, siempre dispuesto, siempre esperando por él, con una esperanza que parecía infinita.

 

Lo mínimo que se merecía ese muchacho era una respuesta sincera.

 

—Me sentía distinto cuando estaba con él… me sentía bien… alguien mejor… como si por él pudiera hacer cosas buenas… o al menos intentarlo —admitió por fin.

 

—¿Yo nunca te he hecho sentir así?

 

—No…

 

El ceño de Kuroko se contrajo al escuchar esta respuesta. Debía admitir que ese no había dolido y ni siquiera su excelente inexpresividad pudo ocultar su desilusión. Cada vez sentía que la vida era más y más injusta. Él había sido constante, había sido paciente, había trabajado día a día por conseguir el amor del moreno, había soportado humillaciones y había llorado en soledad muchas noches ¿Por qué no había sido premiado? ¿Por qué la vida se empeñaba en castigarlo una y otra vez?

 

Pero se negaba a dejarlo todo así, a dejar que esta historia se la lleve el viento. Y si ya se había permitido sincerarse por fin, todavía faltaba una última verdad que no había dicho nunca a nadie.

 

—Yo te quiero Aomine-kun.

 

Silencio.

 

—¿Tú qué sientes por mí?

 

Silencio.

 

—¡Aomine-kun!

 

—¿Qué no ves que estoy completamente solo?… Yo no quiero a nadie… No puedo hacerlo.

 

—¡Puedes intentarlo!

 

—¡Déjate de estupideces! Yo no necesito querer a nadie… el amor no son más que burradas de nenas… el mundo real es muy distinto. En el mundo real todos estamos solos.

 

—¡Tú estás solo porque alejas a todos los que se preocupan por ti!

 

Aomine alzó una ceja. Ese había sido un golpe bajo, debía reconocerlo. Y ahí había otra similitud más entre Kuroko y Kise: ambos podían darte donde más te dolía usado sólo palabras. Pero Aomine no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, hace mucho tiempo que se había planteado la posibilidad de cambiar, pero no podía. La verdad era que estaba aterrado de sentir nuevamente y había decidido permanecer en la indolencia. Ya estaba muy lejos de la salvación… Ya no había marcha atrás.

 

Se acercó al peliceleste amenazante y le susurró mirándolo a la cara con voz impersonal y filosa, sus azules ojos ahora se veían más fríos que nunca.

 

—¡Me voy! Cuando regrese con quiero encontrarte aquí.

 

Ya no había marcha atrás. No había cambio posible.

 

Si no lo había hecho por Kise, menos aún lo haría por él.

 

Aomine recogió su ropa del suelo y salió dando un fuerte portazo. Se vistió en el living de la casa y tomando sus llaves, salió hecho una furia. Caminó con paso rápido hasta la casa de Satsuki, distante a tan sólo cuatro cuadras de la suya y recogió su motocicleta para salir a toda velocidad sin rumbo fijo.

 

Aunque llevaba puesto el casco, el frío aire nocturno la daba de lleno en el cuerpo haciéndole sentir dolor. Casi no podía respirar por la gran velocidad a la que manejaba y sus ojos lagrimeaban por el viento que se colaba a través del casco. Sus manos iban desenguantadas, así que se habían entumecido hasta el punto de perder la sensibilidad. Pero en ningún momento dejó de acelerar mientras conducía por las calles nocturnas de Tokio.

 

La motocicleta negro y azul se movía a más de 150 km/h en medio de un avance vertiginoso. Dejó atrás las calles estrechas y solitarias hasta llegar a las grandes avenidas donde esquivaba magistralmente los numerosos coches que circulaban por una ciudad que nunca duerme.

 

Cuando tuvo que detenerse debido al semáforo en rojo, las centelleantes luces de neón y el retumbante y rítmico sonido de la música le anunció que estaba en Shinjuku que incluso a esa hora aún permanecía abarrotado de gente. Grandes luces y brillantes carteles donde predominaba el rojo iluminaban la calle y frente a él, los numerosos transeúntes cruzaban como una marea humana.

 

No sabía cómo ni por qué había llegado ahí, ni mucho menos tenía claro cuál sería su próximo destino. Tal vez dejaría que la moto recorriera las calles toda la noche sin ningún sentido aparente, de todas formas, no importaba a dónde fuera, escapar era inútil, porque de lo que él huía estaba dentro de su corazón.

 

Temía a su incapacidad de amar, a su incapacidad de entregarse por completo a alguien, por miedo a sufrir. Era una espiral sin salida.

 

Se sentía siniestro, miserable y autodestructivo.

 

La luz cambió de color y él levantó los pies del suelo al mismo tiempo que la motocicleta arrancaba impulsada velozmente hacia adelante, hasta llegar al único lugar en toda la ciudad donde realmente quería estar: el departamento de Kise.

 

No sabía ni siquiera por qué había llegado ahí ni mucho menos qué haría a continuación. Lo único que sabía con certeza era que lo invadían unas terribles ganas de verlo.

 

Se estacionó afuera del edificio y bajó de la motocicleta. Se quitó el casco y este simple movimiento le provocó dolor a sus manos tiesas y entumecidas por el frío, éstas habían pasado del rojo a un color azulado y sus uñas estaban completamente blancas. Se llevó ambas manos al cuerpo para calentarlas y caminó con la mirada baja y paso tambaleante hacia la entrada.

 

Llegó a la recepción del edificio, pero el anciano recepcionista que se había quedado dormido en su silla no se percató de su presencia. Aomine tuvo que toser fingidamente, provocándole un sobresalto al hombre que se arreglaba los escasos cabellos blanquecinos y lo miraba con expresión apenada.

 

—Buenas noches joven ¿A dónde desea ir?

 

—Departamento 3802

 

—¿Cuál es su nombre joven?

 

—Daiki Aomine.

 

—Muy bien. Permítame avisar su visita.

 

El anciano tomó el teléfono y comenzó a discar el número correspondiente. Desde donde se encontraba Aomine, se podía escuchar claramente el tono de espera del teléfono, y a medida que pasaban los segundos, las ansias y el nerviosismo se apoderaron de su cuerpo. No sabía por qué se sentía tan nervioso, pero su pulso se había acelerado y sentía un vacío en el estómago.

 

—¿Sí? —la voz somnolienta de Kise lo volvió a la realidad, provocándole un vuelco en su interior.

 

—Buenas noches. El joven Da…

 

El sonido intermitente anunció que la llamada había finalizado, por lo que el anciano no pudo seguir hablando. Cuando levantó la vista, vio la mano de Aomine sobre el teléfono: él había cortado la llamada.

 

—Por favor, discúlpeme… no… no… no le diga que estuve aquí —negó con la cabeza.

 

El teléfono comenzó a sonar evidenciando que Kise había decidido devolver la llamada, pero Aomine volvió a colgar frente a la mirada atónita del anciano que no entendía qué estaba sucediendo ahí.

 

—Joven. Este es mi trabajo, permítame hacerlo —el hombre se recompuso de la sorpresa inicial y habló con seriedad.

 

—¡No! Por favor no le diga nada.

 

El anciano miró al alto joven de pie frente al recibidor. Lo había visto varias veces ahí antes, acompañaba a uno de los nuevos residentes del edificio, un modelo. Pero estaba seguro de no haberlo visto nunca así. Por lo general se trataba de un joven altivo y dominante, pero ahora se veía casi angustiado y lo miraba con ojos suplicantes.

 

El teléfono volvió a sonar un par de veces antes que el anciano contestara.

 

—Disculpe por molestarlo joven Kise. Me equivoqué de número. Fue un error mío ¡Discúlpeme por favor! —el anciano no supo cómo, pero fue convencido por el moreno.

 

Se pudo oír el sonido de fastidio que salió de la boca de Kise al escuchar la disculpa del anciano y Aomine hasta pudo imaginarse la expresión de su rostro en ese momento: de seguro había rodado los ojos y habría alzado una ceja incrédulo antes de colgar con monotonía.

 

—¡Gracias! —susurró cuando el hombre hubo terminado de disculparse y colgó.

 

Aomine se dio la vuelta y se marchó de la misma forma precipitada e impulsiva en que llegó. Aún sentía esas ganas inexplicables de ver al rubio, pero esa noche su auto-convencimiento de ser alguien sin sentimientos había sido más fuerte.

 

Ya lo había decidido tiempo atrás, no tenía por qué cambiar de opinión ahora. Él no amaba a nadie. Él no necesitaba a nadie. Él no sentía nada.

 

Y lo único que podía hacer, era dejar de ver a Kise… para siempre.  

 

 

Notas finales:

Los espero en los comentarios.


Besos!!!


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