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Amor, Traición y Orgullo por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

En el capítulo de hoy, nuevos personajes hacen su entrada. Los que ya me han leído saben lo que me gusta la amistad entre Kise y Kagami… en general al pelirrojo lo ponen de amigo con Aomine, pero a mí me encanta cómo se ve con Kise. 


 

Capítulo IV

 

 

Lo bueno de empezar de nuevo por enésima vez,

Es que los mismo errores los cometes con mucho más estilo.

 

 

Lo primero que sintió fueron unas manos pequeñas y suaves sobre su espalda, las que lo movían con una mezcla perfecta entre delicadeza y fuerza. Luego llegó la conocida voz aterciopelada a sus oídos y ya no tuvo ninguna duda: era Satsuki.

—¡Dai-chan! Despierta.

—¡Que molesta! ¿Qué quieres Satsuki?

El moreno no se tomó la delicadeza de mirarla siquiera al hablar, de hecho no se movió ni un centímetro en su posición. La madrugada anterior se había dejado caer boca abajo sobre su cama con zapatos incluidos y no había querido saber nada más del mundo hasta ahora que su amiga lo obligaba, despertándolo a la fuerza.

—¿Cómo que qué quiero? —la chica se sentó en su cama y golpeó con fuerza su espalda— Anoche después de irte junto a Ki-chan regresaste a mi casa por tu motocicleta y te fuiste como un lunático ¡No creas que no te vi!

No respondió.

—¡Estaba muy preocupada!

—No tenías por qué estarlo.

—¡Claro que sí! Por la forma en te vi salir a toda velocidad creí que podrías tener un accidente… Además, no contestabas mis llamadas.

Ante este último comentario, Aomine se giró en la cama y se sentó. Su rostro se veía más cansado de lo habitual, con leves ojeras bajo los ojos y su ceño estaba más apretado que de costumbre. Realmente estaba enfadado.

—Oye Satsuki ¿No te parece que ya estoy muy grande para necesitar una madre? —le habló con voz dura y cortante.

—Dai-chan… —la chica pareció sentirse por el tono usado por su amigo.

—¡Tú sola te lo buscas Satsuki! —chasqueó la lengua molesto— Mejor déjame dormir tranquilo.

—¿Qué fue lo que pasó?

—¿Es que acaso no me piensas dejar en paz?

—¡No hasta que me digas qué está ocurriendo!

El moreno se dejó caer sobre la cama y se tapó el rostro con el antebrazo, dejando que un suspiró se escapara de sus labios entreabiertos. No tenía caso seguir discutiendo con la pelirrosa, él sabía mejor que nadie que no lo dejaría en paz hasta saber con exactitud qué estaba ocurriendo.

—Kise y yo terminamos —admitió con voz queda.

—¡¿Qué?! —la sorpresa hizo que la voz de la pelirrosa se oyera chillona— ¿Por qué? ¿Crees que nos vio besándonos anoche?

—No es por eso.

—¿Entonces por qué?

—Simplemente el amor se acabó y punto.

Aunque Aomine no estaba dispuesto a reconocerlo, Satsuki pudo detectar el tono de tristeza en su voz. Después de todo, ella era la persona que mejor lo conocía y para él era casi imposible engañarla. Satsuki no necesitaba oírlo con palabras, ella sabía perfectamente cómo se sentía su amigo sólo con verlo a los ojos, fue por esto que el moreno escondió su mirada.

—No te preocupes, seguramente se van a arreglar muy pronto.

—Eso no es lo que yo quiero.

—¡¿Qué?! ¿Pero qué estás diciendo Dai-chan? ¿Acaso no quieres volver con él?

—No —respondió con voz cortante y seria.

—¿Cómo que no? ¿Por qué no?

—¡Qué molesta eres Satsuki!

Aomine desvió la mirada hacia la ventana, concentrándose en el paisaje exterior. El sol se encontraba en lo alto del cielo, por lo que calculó debía ser cerca del mediodía de un día que auspiciaba ser radiante. Chasqueó los labios con fastidio, molesto hasta del hermoso día, pues le pareció una burla del cielo: justo ahora que su vida se veía más nublada que nunca.

—¿Qué significa todo esto Dai-chan? —volvió a insistir.

—¡Es lo mejor para él!... que él y yo estemos separados…

—¿Por qué dices eso?

—Porque yo sólo he conseguido hacerle daño.

Satsuki soltó un suspiro melancólico. No podía negar que el moreno tenía razón. Él le había hecho mucho daño al rubio, ella misma le había hecho daño sin tomar en cuenta las consecuencias de sus actos. Tal vez Aomine tenía razón. Sea como sea, Satsuki vio en este nuevo comportamiento de su amigo una oportunidad para madurar. Y aunque suene cruel, se alegró por eso.

Aomine por su parte, sabía a la perfección la verdad que había tras sus palabras. Pero la culpa no era lo único que le había hecho aceptar irrevocablemente la decisión del rubio de terminar su relación. Este repentino rompimiento le había enseñado que Kise era más importante para él de lo que le habría gustado admitir y constatar el peso del sentimiento que acarreaba en el corazón ahora, le producía temor.

Tuvo que salir forzosamente de sus turbios pensamientos al sentir la penetrante mirada de la pelirrosa sobre sí. Buscó ponerse de pie y escapar de su escrutinio y recién ahí fue consciente del ruido que se oía en el piso bajo de su casa.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó entre sorprendido y molesto.

—Es Sakurai —respondió sonriente—. Se quedó anoche en mi casa y decidí traerlo, pensé que sería útil.

Aomine obvió el hecho de que su amiga más que hablar de una persona parecía hablar de un objeto y la miró con intriga.

—¿Útil para qué?

—Está preparando nuestro almuerzo —la pelirrosa habló con total naturalidad—. Así que bajemos de una vez.

—Baja tú, yo me voy a dar una ducha primero.

—Está bien.

La chica se puso de pie y salió de la habitación rumbo a la cocina, alegrándose de su buena idea de llevar consigo a Sakurai, el castaño realmente cocinaba muy bien y la comida siempre lograba poner de buen humor al moreno, además que a él siempre le había gustado mucho la forma de cocinar del otro novato de Touou.

—¿Cómo va el almuerzo? —preguntó a la vez que ingresaba a la cocina.

—¡Lo siento! Creo que me tardaré más de lo previsto.

—¡No te preocupes! Dai-chan se está duchando, así que tenemos tiempo de sobra ¡Yo te ayudaré! ¿Qué falta?

—Puedes ayudarme con las ensaladas Momoi-san.

—¡Claro!

—¿Cómo se encuentra Aomine-san? ¿Está bien? ¿Sufrió algún accidente?

—¿Eh? No, no… él está bien… sólo tuvo una noche de parranda, eso es todo.

Sakurai no volvió a preguntar nada más, se limitó a terminar el elaborado y cuidado almuerzo que preparaba en completo silencio y la pelirrosa no lo interrumpió. Ella no sabría decir si su silencio se debía a la concentración que parecía necesitar para cocinar o a que se había perdido en sus pensamientos.

El muchacho estaba sirviendo los platos cuando se oyeron los fuertes pasos de Aomine bajando la escalera y a los pocos segundos su imponente figura ingresó a la cocina. Llevaba puesto un jeans suelto de color gris y una musculosa negra, aun venía secándose el cabello con una toalla blanca, la que dejó caer sobre sus hombros al mirar sorprendido el almuerzo.

—¡Qué producción!

—¡Por eso invité a Sakurai-chan!

—Sus almuerzos sí que son de nena —Aomine comentó riendo burlón.

—¡Dai-chan! Deja de burlarte de la gente… sobre todo de quienes vienen a acompañarte —Satsuki lo reprendió para luego tomar los platos y salir rumbo al comedor.

Sakurai no comentó nada. Principalmente porque no era sensible a ese tipo de comentarios y menos aun viniendo de Aomine, el moreno había sido así desde el día en que lo conoció, así que se podía decir que ya estaba acostumbrado. Pero lo que no estaba preparado para ver era esa expresión abatida en su rostro bronceado.

Desde el primer momento en que lo vio dentro de una cancha de basketball, Sakurai había admirado el estilo de juego del moreno. Su fuerza de voluntad, su deseo de ganar inquebrantable, la espectacularidad de su juego, la potencia de sus movimientos… a los ojos del castaño: Aomine era la perfección.

Y siempre lo había visto así, fuerte y seguro. Nunca había tenido la oportunidad de ver la sombra de la duda revolotear por sus intensos ojos azul profundo.

—Aomine-san…

El moreno estaba sacando el jugo del refrigerador cuando la suave voz del otro muchacho ubicado a sus espaldas, hizo que se girara sobre sus talones, quedando sosteniendo su antebrazo derecho sobre la puerta abierta de la heladera. No dijo nada, sólo alzó una ceja, invitando al más bajo a continuar.

—No sé qué es lo que te ha pasado Aomine-san… pero… deberías enfocarte en el basketball.

—¿Ah?

—Quiero decir… Tienes una gran capacidad, un gran talento para jugar… ojalá yo pudiera algún día jugar como tú. Por eso, no puedes dejar que nada te aleje de la cancha.

—Mejor vamos a almorzar —respondió ignorándolo por completo.

Aomine cerró la puerta del refrigerador y se encaminó con paso tranquilo hacia el comedor, pero fue detenido por la voz del castaño, que extrañamente sonaba firme y segura, contrastando con su mirada asustada.

—¡Yo te admiro mucho!... Aomine-san.

No respondió.

—Por favor… no dejes que nada te afecte.

El castaño no tenía seguridad de por qué había dicho todo esto. Efectivamente le importaba como un miembro titular del equipo de Touou, por lo que no podía dejar pasar el hecho de que la estrella de su equipo pareciera estar completamente desenfocado. Pero no podía decir que esa era la única razón. De algún modo le había parecido insoportable ver esa expresión perdida en los ojos siempre seguros del moreno.

Este se dio la vuelta y lo miró con intensidad unos momentos, pero sus ojos no perdieron ese toque de melancolía con el que habían amanecido hoy, y avanzó tres pasos hacia adelante, cerrando la distancia entre ambos. El más bajo pareció intimidarse con la acción del moreno y retrocedió con rapidez hasta que su cuerpo chocó con el mueble de cocina a sus espaldas, pero su intento de retirada fue en vano, el más alto lo había seguido y ahora ponía ambas manos a cada costado de su cabeza, impidiéndole la salida. Con una distancia de tan sólo centímetros entre ambos rostros, los ojos del moreno miraban con intensidad los asustados ojos del castaño. 

Sakurai tragó seco. Aomine era impredecible y por segundos temió lo que podría hacerle. Pero no pudo pasar por alto el hecho de que su corazón comenzó a latir desbocadamente dentro de su pecho, lo que atribuyó a un impulso adrenalínico debido al miedo que le produjo tener al moreno tan cerca.

—¿Qué pretendes? —preguntó con voz dura.

—So…sólo quería animarte… —Sakurai apenas pudo susurrar una respuesta.

De pronto vio cómo el moreno lentamente acercó aún más su rostro y sus ojos se cerraron instintivamente, esperando… esperando algo que ni en su mente quiso formular qué era, pero que de todas formas jamás llegó. Sólo lo sintió acercarse más a él, casi rozando su oído con la boca.

—¿Tú crees que un clavo puede sacar otro clavo?

La voz grave y baja de Aomine le llegó a los oídos y sintió cómo su tibio aliento rozaba su piel, pero él no se atrevió a abrir los ojos ni responder.

A los segundos sintió cómo el moreno se apartaba de él y se alejaba con paso tranquilo hacia el comedor. Sólo hasta el instante en que lo sintió salir de la cocina se permitió abrir los ojos nuevamente y volver a respirar.

¿Qué había sido todo eso? ¿Qué significaba esa pregunta? El extraño comportamiento de Aomine lo había dejado descolocado, pero lo que más le sorprendía era su propia reacción ¿Qué le estaba pasando? ¿Qué era lo que él había sentido?

 

*          *          *

 

—Esto… no es posible…

Los dorados ojos de Kise miraban espantados cómo el espeso humo gris salía de la olla e inundaba toda su cocina. Gracias a Dios reaccionó a tiempo y tiró la olla humeante al lavaplatos e hizo correr el agua antes que la alarma contra incendios se activara.

Se suponía que hoy iniciaría una nueva vida. Una vida sin Aomine.

Las chicas por lo general deciden cortarse el pelo, renovar su closet, hacerse un completo new look cuando una situación así les ocurre. Kise en cambio, había decidido empezar por aprender todas aquellas cosas a las que le había hecho el quite desde siempre. El día de hoy se despertó cuando los molestos rayos del sol, que le daban de lleno en la cara, no le permitieron dormir más y se levantó decidido ¡Iba a ordenar su casa!

Lo primero que tenía que hacer era empezar por lavar su ropa, debía hacer el aseo del departamento completo, debía cocinarse algo para evitar morir de inanición… Pero al ver la cantidad de cosas que se estaban transformando en su deber, se arrepintió de haber empezado su nueva vida limpiando la casa. Es decir ¿Eso en qué lo ayudaba de todas formas?

Más resignado que convencido, decidió empezar por el lavado. Llenó la lavadora de toda la ropa que cupo, sin reparar en que mezclaba prendas de casi todos los colores del arco iris y vació sobre ellas una bolsa entera de detergente. Apretó el botón de inicio con una gran sonrisa en los labios y salió del cuarto de lavado.

Lavado de ropa… Listo.

Caminaba con un gesto de realización total en el rostro hacia el living cuando miró de reojo el gran reloj que colgaba en medio de la pared. Marcaba las 12.36 del mediodía. Eso explicaba el hambre que sentía y ahora que lo pensaba, no recordaba la última vez que comió algo medianamente decente.

Se encaminó con paso seguro hacia la cocina, después de todo ¡Qué tan difícil podía ser cocinar! Pero en esto se equivocó, pues casi termina por incendiar su casa.

—¡Gran inicio de mi nueva vida!

Soltó un suspiró cansado, el que repitió casi de inmediato con mayor cansancio aún al reparar la gran cantidad de loza sucia que había sobre el fregadero. Definitivamente toda su vajilla se encontraba derrumbada ahí, y a juzgar por el estado de los restos de comida en los platos, estaba ahí desde hace meses.

Se apoyó en la pared y dejó que su cuerpo se deslizara hasta el suelo.

—¡Maldición! ¿Por qué es tan difícil hacerse cargo de uno mismo?

El sonido de la lavadora anunciando el término de su ciclo de lavado hizo que se levantara de un salto y corriera hasta el cuarto del lavado ¡Al menos podría decir que no sabía cocinar, pero que sí había aprendido a lavar su ropa! Abrió la tapa de la máquina y comenzó a sacar una a una las prendas con una cara de completo horror. Es más, al ver cada una de las prendas, su cara se transfiguraba más y más, pasando de la sorpresa al horror y del horror al desaliento.

¡Su exclusiva ropa de reconocidas marcas estaba completamente arruinada! La ropa blanca se había manchado de diversos colores y su ropa de color se había manchado con el exceso de detergente ¡Era un verdadero desastre!

Kise se dejó caer al suelo junto al verdadero cerro de ropa que tenía ahí con una cara de desaliento total. Su nueva experiencia de manejo de su vida lo había desmoralizado completamente. Era indiscutiblemente incapaz de hacerse cargo de las cosas más básicas de su vida… ¿Cómo pretendería manejar sus sentimientos después de esto? Ahora estaba seguro de ser un completo inútil.

A este paso estaba seguro que su futuro sólo le aguardaba dos opciones: morir de inanición y congelamiento por desnudes… o transformarse en un indigente por inutilidad.

—¡Maldición Ryouta! ¡No te puedes rendir así de fácil! —se reprendió a sí mismo y se levantó del suelo.

Su rostro mostraba ahora una expresión de resolución total. Caminó con paso seguro hacia su cuarto y se vistió con la ropa más decente que aún le quedaba. Tomó el resguardo de ponerse un gorro estilo beanie y unos anteojos sin prescripción médica de marcos gruesos y oscuros, para evitar ser reconocido. Y salió decidido rumbo al supermercado más cercano.

El trayecto era de tan sólo tres cuadras, por lo que decidió ir caminando. Iba cruzando la recepción del edificio, cuando súbitamente recordó la llamada de la noche anterior. Hasta ese instante no le había dado mayor vuelta al asunto, pero ahora sentía una curiosidad incontrolable por la extraña llamada.

—¡Buenos días Tanaka-san! —saludó animado acercándose al mesón de la recepción, donde el anciano se arreglaba los escasos cabellos blanquecinos, mientras veía un programa de entretención en su pequeña televisión portátil.

—Buenas tardes joven Kise —el anciano le contestó de manera educada.

—¡Ah sí, tiene razón! Ya es tarde… —Kise rio— Tanaka-san, ¿qué significó la llamada de anoche?

—¡Lo siento mucho joven! Como le expliqué anoche, me confundí de número.

—Eso es extraño. Los otros residentes me habían dicho que usted es un excelente recepcionista, que se toma muy en serio su trabajo y que nunca se equivoca… —Kise se veía pensativo.

—Es que estaba un poco confundido… Ese joven llegó en la madrugada, cuando yo estaba dormido y pues me equivoqué… una equivocación la comete cualquiera ¿no?

—¡Joven! ¿Cuál joven?

—Pues ese joven alto, musculoso y de cabello a… —el anciano calló súbitamente— Lo siento mucho, pero no puedo revelarle más detalles. Se trata de la visita de otra persona.

Kise lo miró no muy convencido con la explicación.

—¿Y usted a dónde va, joven Kise? Por lo general los domingos usted se levanta más tarde… aún —el hombre trató de distraer a Kise.

—¡Voy al supermercado! Iré a hacer mis compras por primera vez —el rubio se veía animado, demostrándole al anciano que su estrategia había servido, porque el rubio olvidó por completo el tema anterior.

—¿Eso no lo hacía su madre? —preguntó sorprendido.

—Sí. Pero de ahora en adelante lo haré yo —Kise habló lleno de orgullo, ante lo cual el anciano sólo alzó las cejas—. Bueno… entonces me voy.

—¡Que le vaya bien!

—¡Gracias!

Kise salió con una gran sonrisa del edificio y recorrió las escasas cuadras que lo separaban de su destino con la misma alegría. Con un radiante sol que parecía acompañar a la perfección aquel momento.

La noche anterior, cuando había decidido terminar definitivamente con Aomine, había tomado la determinación de dejar de pensar en él por completo. No quería ser inundado por los fantasmas del pasado. De todas formas ¿De qué le servía ahora preguntarse qué había hecho mal? ¿De qué le servía saber si toda aquella historia había sido o no una mentira? ¿En qué le ayudaba descubrir por qué todo se había derrumbado?

Él ya había aprendido la lección: amarlo había sido un desastre y no estaba dispuesto a perder más tiempo en pensar a dónde se habían ido todos aquellos sentimientos que alguna vez sintió. No estaba dispuesto a permitir que nada de eso volviera a inquietar su corazón.

Suspiró hondo y alzó la mirada al cielo despejado, dejando que su blanca piel absorbiera la vitamina D y sonrió con verdadera alegría.

Pero su sonrisa se desvaneció por completo al entrar al enorme supermercado. Caminaba con su carro de compras completamente desorientado. No tenía idea de dónde estaba nada y cada vez que caminaba se perdía aún más. No entendía cómo su madre y sus hermanas podían hacer las compras con una sorprendente facilidad.

Él por su parte, además de estar completamente perdido, no tenía idea de qué hacer. No sabía qué productos comprar y qué no, no sabía qué marca era mejor que la otra y no entendía por qué había tanta variedad de todo… Si hubiera sido por él, se habría comprado el supermercado entero por el sólo hecho de verse incapaz de elegir.

Otra vez se sentía completamente perdido ¿Por qué se le había ocurrido hacer todo eso? Tareas del hogar ¡A quién se le ocurre empezar su nueva vida así! Reconocía que tenía el factor simbólico de estar haciendo una limpieza en su vida… Pero, esto era ridículo.

Su carro se detuvo por inercia frente a las despensas de frutas y verduras, ya que el rubio había dejado de empujarlo y se dejó caer con desaliento sobre éste. Hasta el momento lo único que había logrado era llenar el carro con chocolates, galletas, jugos y golosinas… Además de comprobar que realmente era un verdadero inútil.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Esa conocida voz lo hizo regresar a la realidad y levantó la cabeza rápidamente para ver a aquel pelirrojo de pie frente a su carro con algunas compras en las manos y una expresión de incredulidad en los ojos.

—Kagamicchi… —susurró bajo.

—¿De qué estás disfrazado Kise?

—¡No estoy disfrazado! Es sólo para que no me reconozcan.

—Reconozcan… ¿Quiénes?

—Fanáticas… paparazzis… no sé ¡Quién sea!

—Aha —Kagami miraba al rubio cada vez más sorprendido.

—¡Oye! Pero… ¿Qué haces tú aquí? Tú no vives tan cerca de aquí como para venir casualmente a este lugar.

—No, pero me gustan las verduras de esta cadena de supermercados y esta es la sucursal más cercana a mi casa —explicó con seriedad.

—¡Mentira! —exclamó sin poderse creer que alguien preferiría viajar extra sólo por las verduras. Después de todo, las verduras eran igual en todos lados ¿O no?

—¿Pero qué estás haciendo tú aquí? ¿Le estás preparando una fiesta a Murasakibara? —Kagami habló divertido mirando el carro del rubio.

—¡Muy gracioso! —Kise lo miró con fastidio— ¡Es sólo que no sabía qué comprar!

Después de volver a fijar la mirada en su carro de compras, Kise volvió a mostrar esa expresión de desánimo en el rostro y comenzó a vaciar el contenido de su carro, dejándolo en cualquier estante cercano, sin importarle que estaba llenando de dulces la sección de frutas y verduras.

—¡Qué haces tonto!

—¡No lo sé! —Kise parecía estar al borde de la desesperación.

—¡Drama Queen! —Kagami suspiró con cansancio y rodó los ojos.

Sin embargo, el rubio recuperó la vitalidad de un momento a otro y miró al otro muchacho con ojos brillantes

—¡Ya sé! Kagamicchi… ¿Me ayudas?

—¿A qué…? —el pelirrojo preguntó con cierto temor.

—¡A todo! Tú vives solo ¿no? Entonces debes saber cómo se hace todo.

—¿Qué es todo, Kise?

—Lavar, planchar, barrer, ordenar, limpiar, cocinar, comprar… ¡Todo! —el rubio enumeraba actividades con los dedos completamente absorto de la realidad.

El pelirrojo se dio media vuelta y comenzó a alejarse lo más pronto posible del modelo. No entendía qué rayos estaba pasando, pero si de una cosa estaba seguro, era que nada de eso tenía que ver con él, así que no iba a perder su tiempo libre haciendo el papel del buen samaritano ¡Menos aún con uno de sus rivales!

—¡Espérame Kagamicchi!... ¿A dónde vamos?

El pelirrojo se sobresaltó al escuchar la melodiosa voz de rubio  a sus espaldas, y cuando ladeó el cuello, éste ya caminaba junto a él. Kagami detuvo su caminar y se quedó mirándolo seriamente.

—¡¿Vamos?! Creo que te estás confundiendo un poco Kise.

—Kagamicchi… ¿Es que no me quieres ayudar? —los labios del Kise se curvaron en un gracioso puchero que le daba un toque de encanto a su rostro.

—¡Claro que no! —El pelirrojo desvió la mirada y respondió con molestia— Eso es problema tuyo.

—¡Y para qué están los amigos entonces si no es para ayudarse!

—Tú y yo no somos amigos.

—¡Que cruel eres Kagamicchi! —Kise hizo un leve puchero, para agregar enseguida con una gran sonrisa— ¡Pero no importa! Desde hoy seremos amigos.

—¿Ah?... eso es sólo porque te conviene.

—¡Claro que no! Tú me caes muy bien —Kise tomó de las manos de Kagami sus compras y las dejó caer dentro de su carro—. Y como tu nuevo mejor amigo… yo voy a pagar esto.

—¿Mejor amigo…? —preguntó dudoso.

—Bueno… entonces ¿Qué te parece mi nuevo amigo/enemigo…?

Al pelirrojo no le quedó otra más que suspirar derrotado y seguir el paso del rubio que ya se encaminaba sin rumbo fijo a buscar quién sabe qué. Lo alcanzó con paso rápido y tomó el carro de compras dispuesto a tomar así las riendas del asunto, sabiendo que si dejaba a Kise al mando, terminaría por comprar un pony bajo un arcoíris. Tuvo que contener una sonrisa ante sus pensamientos y mejor desvió la mirada hacia el estante de pastas, donde Kise miraba todo con cara de sorpresa, sin siquiera saber cuándo y cómo habían llegado ahí.

—Bueno ¿Y qué es lo que te hace falta?

—¿Qué? —Kise apenas ponía atención a lo que le hablaba el otro chico.

—En tu despensa… ¿Qué hace falta?

—No lo sé.

—¿Y entonces qué viniste a comprar? —Kagami suspiró cansado.

—Sólo… compremos un poco de todo ¿Te parece?

Kise realmente estaba muy confundido. En realidad estaba acostumbrado a que toda esta clase de decisiones, que aunque parecieran triviales y pequeñas, las tomara alguien más por él. Esto era todo un mundo nuevo para él, donde había mil opciones para elegir y no sabía cuál era la mejor. Para su suerte, Kagami pareció percibir su indecisión y sin preguntarle nada mas –excepto el presupuesto del que disponía- comenzó a hacer todas las comparas él, intercalando cada compra con un útil comentario.

El pelirrojo le explicó qué tipo de comida era mejor llevar para cada ocasión. Tomando en cuenta que él era un deportista, la alimentación no era algo que podía descuidar, pero considerando la gran cantidad de actividades extra que realizaba, tampoco disponía del tiempo necesario para realizar comidas muy elaboradas. Por lo que Kagami decidió priorizar en alimentos que sean de rápida cocción, pero nutritivos a la vez. Poniendo especial énfasis en frutas, verduras y lácteos… Cosa que Kise jamás habría hecho por cuenta propia.

El pelirrojo caminaba con el carro ahora abarrotado de cosas y el rubio caminaba al lado con las manos en los bolsillos, mirando atentamente a su acompañante que le explicaba la mejor manera de encontrar siempre lo que querías dentro de un supermercado: leer los letreros de cada pasillo.

Mientras más lo escuchaba, Kise se sentía más idiota ¡A él jamás se le habría ocurrido algo así! Salir de compras junto a Kagami había sido sorprendentemente fácil, se había transformado en la solución perfecta a sus problemas.

Llegaron a la caja donde increíblemente tuvieron que esperar bastante poco. Kise se veía entusiasmado y conversaba sobre el último partido de Los Angeles Lakers quienes según el rubio ya no eran lo mismo. Kagami por su parte, no pudo prestar toda la atención que debía a la plática, pues desde hacía unos minutos se había dado cuenta que eran constantemente observados. En realidad él siempre sobresalía a donde quiera que fuera: su llamativa cabellera, su cuerpo atlético y su gran estatura no lo hacían pasar desapercibido para nadie, sobretodo en Japón. Pero ahora sentía que eran el centro de atención de todos en ese supermercado. Un grupo de chicas ubicadas en la caja contigua hasta les habían sacado un par de fotografías con el celular y podría jurar que sentía como cientos de miradas se clavaban en su espalda.

Fuera como fuera, si había una cosa de la que Kagami estaba 100% seguro, era que este extraño episodio estaba directamente relacionado con su rubio acompañante. Kise por su parte no pareció notarlo, o tal vez estaba demasiado acostumbrado a este tipo de comportamientos para prestarle atención. Sólo hasta que salieron del supermercado Kagami se pudo sentir aliviado.

Ahora podía entender por qué Kise salía a la calle disfrazado.

—¿Y ahora qué hacemos con todo esto?

La voz del modelo lo sacó de sus pensamientos e hizo que se volteara a mirarlo. Sostenía el carro del supermercado abarrotado de cosas y lo miraba con ojos duditativos a través de los cristales de los anteojos.

—Es mejor que vayamos en taxi ¿O vives cerca?

—Sí… pero caminar con todo esto no es opción, prefiero el taxi.

El resto del trayecto fue una verdadera odisea. Subir todas las compras al taxi para pasados un par de minutos bajarlas del taxi y luego subir con todo eso al trigésimo octavo piso en que vivía Kise fue prácticamente una tortura.

—Todavía no entiendo por qué estoy ayudándote —Kagami se dejó caer pesadamente sobre el espacioso sillón en forma de L.

—Gracias Kagamicchi… me salvaste —Kise se dejó caer en el sillón contiguo quitándose los anteojos y el gorro.

—No me agradezcas aún, por lo que veo necesitas mucha más ayuda que sólo con las compras.

Kagami paseó su mirada rojiza por todo el lugar. Era un departamento enorme y espacioso, por lo menos tres veces más grande que el suyo. El pent-house ubicado en el último piso del edificio era por decir lo menos, sofisticado. Cada ambiente estaba diseñado cuidadosamente, destacándose la sala principal con sus enormes ventanales que permitían ver la cuidad y el río, donde incluso había un piano de cola.

Aunque debía reconocer que el rubio lo tenía hecho un desorden total.

—¿En serio me ayudarás? —Kise preguntó con un dejo de incredulidad en la voz.

—Das pena ¿sabías?

El rubio hizo un gracioso mohín con la nariz y desvió la mirada, provocando la risa de su acompañante.

—¡Muy bien! Manos a la obra —Kagami se puso de pie con energía— ¿Por dónde empezamos?

—Por lo más importante: mi ropa.

El pelirrojo sólo rodó los ojos y se limitó a seguirlo hasta el cuarto del lavado.

Cuando Kise abrió la puerta y le dejó ver el suelo lleno de ropa completamente arruinada, no pudo evitar reírse a viva voz, importándole lo más mínimo la cara de indignación del rubio en ese momento. Y ahora sí sabía por qué estaba ayudándolo: Habría sido un pésimo ser humano si lo dejaba solo en esa situación ¡Ese chico estaba totalmente perdido! No pudo evitar sentir pena nuevamente por Kise.

—¿Puedes parar de reírte? No es nada gracioso… Toda mi ropa está arruinada —Kise se dio la vuelta y comenzó a recoger una a una las prendas de suelo.

—Kise… realmente eres un inútil —el pelirrojo apenas habló entre risas.

—¡Ya basta, Aominecchi!

Kagami dejó de reír súbitamente y Kise paró todo movimiento en el acto, cerrando los ojos con fuerza. El peso de un silencio sepulcral inundó el aire.

Kagami no dijo nada.

Kise no dijo nada.

—¿Qué?… ¿Cómo me dijiste?

—¡Lo siento! —Kise se giró rápidamente hacia el pelirrojo y le habló apenado— Creo que fue la fuerza de la costumbre… Es que él siempre me decía que soy un inútil.

Kagami sólo lo miró.

—Lo siento… —susurró otra vez bajando la mirada.

—¿Decía? ¿Lo hiciste cambiar de opinión? —preguntó levantando levemente una ceja y cambiando el tema, divertido.

—¡No!... Es que nosotros terminamos…

—¿En serio?

—Sí.

—¿Y debo felicitarte o darte mis condolencias? —habló burlón.

El rubio rodó los ojos y se llevó ambas manos a las caderas.

—¡Mejor ayúdame con la ropa!

Mientras Kagami le ayudaba con el lavado, explicándole paso a paso qué debía hacer y cómo lo debía hacer, Kise trató de poner su mejor póker face y actuar con naturalidad, pero la verdad era que él mismo estaba algo consternado ¡No podía creer que lo había llamado Aomine! Aunque sí debía reconocer que ambos muchachos se parecían mucho, sobre todo al antiguo Aomine… a ese del que se enamoró.

Pero aun así, él había decidido dejar de pensar en el moreno ¿Por qué había pasado todo esto? Además había logrado quedar más idiota aun frente al pelirrojo. Por suerte, éste no le había dado mayor importancia a esa “pequeña equivocación”.

Cerró los ojos y suspiró con pesadez. Era mejor dejar de pensar tanto y concentrarse en lo que estaba haciendo. Kagami le había dejado como tarea organizar el siguiente lavado mientras él iba a la cocina a preparar algo de comer, ya eran casi las tres de la tarde y como era lógico, el pelirrojo estaba muriendo de hambre.

Kise trató de recordar cada uno de los pasos que Kagami le había dicho y comenzó con su tarea: primero separó la ropa que se había alcanzado a salvar del lavado infernal, de la que estaba completamente arruinada. La primera la separó por colores, así que ahora echó la escasa ropa blanca que aún le quedaba dentro de la lavadora y usando el muy práctico dosificador que recién se enteraba venía dentro de la máquina, echó la cantidad justa de detergente. Y con el dolor de su corazón, vació toda la ropa arruinada dentro de una enorme bolsa plástica, con un único destino posible: la basura.

Ahora sí… lavado de ropa: Listo.

Se encaminó ahora a la cocina, de donde salía un exquisito aroma y abrió la puerta con cuidado. La primera visión que tuvo fue la ancha espalda de Kagami que cortaba verduras con la rapidez de un maestro, se había puesto un delantal azul cielo con un pollito por decoración que solía usar su madre cuando venía a cocinarle. Kise no pudo negar que la imagen le resultó enternecedora.

—¿Cómo aprendiste a cocinar así de bien? —preguntó casi maravillado.

—Mirando.

—¿Mirando? —Kise se apoyó sobre la gran barra de la cocina sin dejar de mirar las hábiles manos del pelirrojo— ¿Y por qué aprendiste a cocinar?

—Mis padres son divorciados y yo viví desde chico sólo con mi vieja, pero como ella trabajaba todo el día tuve que aprender a cocinarme por mí mismo.

—¿Y cocinas desde pequeño?

—Sí.

—¿Y qué fue lo primero que cocinaste?

—Un día de invierno mi vieja había vuelto a casa muy tarde y se fue directo a lavar, no había tenido tiempo últimamente así que se había acumulado mucha ropa sucia.

—¡Cómo yo! —gritó emocionado.

—Sí, cómo tú —respondió poniendo los ojos en blanco.

—Bueno… continúa —pidió con voz suave.

—Yo la fui a ver y noté que tenía las manos entumecidas por lo helada del agua, así que fui a la cocina y le preparé una sopa. Era instantánea y no me costó nada hacerla, pero para ella significó mucho. Desde ahí que seguí cocinando.

Kagami se extrañó de no obtener respuesta alguna del anfitrión, sobre todo considerando lo hablador que era Kise, así que bajó el cuchillo y se dio la vuelta para verlo por primera vez desde que había llegado a la cocina. Abrió los ojos con sorpresa al verlo, unas delgadas lágrimas corrían por sus mejillas las que se intentaba secar con la manga del sweater.

—¿Qué te pasa?

—¡Es que es una historia muy tierna!

—¡Tú en serio eres tonto!

Kise ya no pudo responder, ahora su llanto había aumentado y se cubría los ojos con el antebrazo. Kagami, que nunca había sido capaz de soportar el llanto, no supo qué hacer y en un arrebato momentáneo le golpeó con fuerza la espalda un par de veces.

—¿Qué haces? —Kise se quejó por la brusca acción.

—Trato de animarte.

—¡Pues no lo hagas! Tonto…

La verdad era que Kagami no soportaba ver llorar a las mujeres, pero no sabía por qué le había afectado tanto ver llorar a Kise. Tampoco era que el chico le resultara un afeminado, el rubio de hecho era muy masculino. Tal vez era sólo que nunca había visto a un hombre llorar de la forma en que lo hacía Kise. Daba una impresión de fragilidad que contrastaba con su imponente figura.

—Mejor termina de cocinar tú —la voz de Kagami se oía algo nerviosa.

—¿Yo? —preguntó mientras se secaba las lágrimas.

—Sí. Yo te diré qué hacer.

Kise se acercó al mesón de cocina y tomó el cuchillo con ciertas dudas. No tenía claridad sobre lo que debía hacer y el temor a cortarse algún dedo fue constante, pero la presencia y las indicaciones del pelirrojo le bastaron para darse cuenta que cocinar no era tan difícil después de todo.

El resto de la tarde trascurrió con la misma aparente calma y pasividad. El pelirrojo le ayudó a hacer las demás tareas del hogar y le enseñó todo lo que pudo, y aunque a primera vista no lo pareciera, Kise era un muy buen aprendiz y tenía una excelente memoria. No por nada su técnica especial era la imitación. Así que cuando las primeras luces anaranjadas del atardecer llegaron hasta el salón principal, ya todas las labores hogareñas estaba hechas y Kagami supo que era la hora de marcharse.

Kise insistió en bajar con él y luego de pedir un radio taxi a la puerta del edificio, lo despidió con una gran sonrisa.

Lo que ninguno de los dos jóvenes sabía, era que desde su estadía en el supermercado, habían estado siendo fotografiados desde cerca. Ni mucho menos podían sospechar todo el revuelo que generarían esas imágenes.

 

 

Notas finales:

¿Qué les pareció? Los espero en los comentarios!!

Besos!!!


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