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Amor, Traición y Orgullo por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

La frase de inicio pertenece a Love Panda. Gracias linda por permitirme usarla =)

 

 

  

 

Capítulo VI

 

 

 

 

 

El amor no es ni tan doloroso, ni tan maravilloso.

Eso es lo que lo hace humano, eso es lo que lo hace real.

 

 

—¡Idiota! Ven por mí si eso es lo que quieres.

La voz de Kagami salió ronca y cargada de rabia desde su garganta, mientras alzaba las manos poniéndose en guardia, como si de un verdadero boxeador se tratara. Ante este desafío del pelirrojo, Aomine sonrió de lado con arrogancia y adquirió la misma pose de combate.

—Te vas a arrepentir de haberte cruzado en mi camino… Kagami —masculló con odio.

—¡Basta! Los dos… ¡Paren! —Kise gritó al borde de la histeria, pero ninguno de los dos muchachos le prestó la más mínima atención.  

Aomine lanzó un golpe rápido y fuerte, dando de lleno con su puño cerrado en la mandíbula izquierda del pelirrojo al que se le fue la cabeza hacia atrás por la fuerza del golpe. Aomine se confió del golpe dado y cerró la distancia entre ambos, dispuesto a golpearlo nuevamente, pero antes de que su puño alzado volviera a impactar contra Kagami, éste detuvo el golpe sosteniéndole la muñeca derecha y tomándolo por el cuello de la camisa, lo empujó contra la pared, reaccionando rápido, luego del aturdimiento momentáneo que el generó el golpe del más alto.

Aomine sintió el ruido sordo que hizo su espalda al golpear contra la pared y tuvo que cerrar levemente los ojos debido al dolor, y cuando los abrió segundos después, vio los ojos rojizos de Kagami a centímetros de su rostro, ardientes como las brasas. Lo tomó por los hombros y lo acercó más a él, mirándolo con profundo odio, dispuesto a terminar esa pelea ahí mismo.

—¡Basta!

Kise trató de separarlos a la fuerza, tirando de uno y otro, pero su acción fue inútil. Ambos chicos tenían mayor masa muscular que él, lo que sumado a la adrenalina que debía correr ahora por sus venas, los había transformado en dos seres imparables.

Fue el sonido del elevador anunciando su llegada, el que rompió el tenso ambiente y logró que finalmente los dos muchachos se separaran en medio de agresivas miradas, listos para atacar nuevamente.

Kise, completamente pendiente de los chicos frente a él, no prestó atención a la persona que bajaba del ascensor a sus espaladas y que hacía que el sonido de sus altos tacones resonara por todo el pasillo, hasta que reconoció aquella voz.

—¿Ryou-chan?

El aludido se dio la vuelta para ver a una hermosa y refinada joven de unos veinticinco años, alta y de nívea piel, con una larga y lisa cabellera rubia que le llegaba a la mitad de la espalda y un flequillo recto que le llegaba hasta las cejas. Vestía un vestido blanco sin mangas hasta las rodillas, ceñido en el torso y suelto de la cintura hacia abajo, junto a unos tacones beige claro que hacían juego con el bolso Louboutin que colgaba casualmente de su brazo izquierdo.

—¡Sis!... ¡Volviste! —Kise perdió completamente el interés en los dos muchachos y corrió a abrazar a la rubia.

La joven correspondió el abrazo cariñosamente mientras sonreía y acariciaba la espalda de su hermano pequeño.

—Te extrañé muchísimo Sis… Me he sentido muy solo —el rubio habló bajando la cabeza para esconderla en el cuello de su hermana mayor.

—Lo siento, Ryou… Sabes que por trabajo tuve que permanecer tiempo en el extranjero y que tanto Kana-chan como mamá están ocupadas.

—Lo sé… los primeros años de Universidad son los más duros, sólo por eso perdoné a Kana Sis por tenerme tan abandonado —el modelo habló con el rostro escondido aún en el cuello de su hermana.

—¡Ryou! Eres un niño mimado —declaró sonriéndole con ternura.

Luego de varios minutos de permanecer abrazados, los hermanos Kise se separaron y el modelo se dio la vuelta para avanzar, tomando de la mano a la rubia, hacia los otros dos muchachos que se habían olvidado completamente de la pelea y ahora contemplaban extrañados el reencuentro de los rubios. Ryouta tenía los ojos inundados de lágrimas contenidas y ahora sus doradas orbes se veían cristalinas con las luces del atardecer, a diferencia de la joven que tenía una mirada segura y firme.

Con esta escena, ambos chicos tuvieron impresiones muy distintas: Aomine conocía desde hace dos años a la familia Kise, sabía a la perfección quién era aquella hermosa joven y qué hacía ahí. Kagami por el contrario, no tenía ni la menor idea de la vida personal y familiar de Kise y sólo en ese instante se dio cuenta.

—Hola Daiki-kun —la rubia se acercó a Aomine y le saludó dándole un abrazo cariñoso.

—Bienvenida Yui —el moreno respondió con una cercanía similar.

Kagami sólo pudo levantar ambas cejas en señal de sorpresa. Aquel muchacho no se parecía en nada al que hace unos instantes se había agarrado a golpes. Ahora había relajado completamente su expresión facial y por el gesto tan confidencial entre ambos, se notaba que se conocían hace tiempo. Y no pudo evitar sentir un poco de envidia hacia Aomine en aquel momento.

Luego de un abrazo que duró unos segundos, la rubia se separó del moreno para dirigir su atención al pelirrojo y extenderle una mano en un saludo cordial, pero que marcaba la distancia existente entre ambos, y marcaba más aun la diferencia que había entre él y Aomine.

—Soy Yui Kise, mucho gusto.

—Taiga Kagami. Mucho gusto —correspondió al saludo de la manera más educada que pudo.

La rubia sonrió con dulzura y desvió su mirada dorada hacia las bolsas dispersas por el suelo para mirar a su hermano menor con reproche.  

—¿Pero qué significa esto Ryou?

—¡Ah! Es que fui de compras —el modelo habló poniendo cara de inocente.

—¡Muy bien! —la rubia suspiró cansada moviendo la cabeza para agregar con tono autoritario— Arreglemos este desastre.

La chica comenzó a recoger las numerosas bolsas con movimientos femeninos y elegantes, pero tuvo que alzar la mirada para que los tres muchachos se dieran por entendidos y decidieran ayudarla. Aunque al parecer los hermanos Kise tenían un extraño poder de mando, pues quienes terminaron cargando las bolsas fueron Aomine y Kagami, que en medio de miradas hurañas que no dejaron de lanzarse, tuvieron que llevarlas hasta la habitación de Ryouta.

Aomine conocía esa alcoba muy bien, tanto como si fuera la propia, por lo que entró adelante con paso seguro, seguido por un sorprendido Kagami que miraba todo lo que lo rodeaba con impresión. El moreno dejó caer las bolsas sobre la cama Queen size del rubio y en ese momento se dio cuenta que el retrato de ambos que antes decoraba la mesita de noche había sido reemplazado por uno que sólo tenía a Kise como protagonista.

La antigua foto era simple y nada comprometedora, donde fácilmente podían pasar como buenos amigos. Sólo aparecía un sonriente Kise colgado a su cuello desde atrás y él con una cara de aburrimiento total, pero Aomine tenía más que claro lo que significaba para Kise y lo que le había costado conseguirla. Él se había negado rotundamente a hacerse una foto cual ridículos enamorados, hasta que el día del cumpleaños del rubio no le quedó más remedio, porque una foto de ambos juntos fue lo único que éste le pidió por presente.

La conservaré siempre como una muestra de nuestro particular amor.

Eso había dicho el rubio en esa ocasión, pero ahora ya no estaba más, había desaparecido… Probablemente, al igual que ese particular amor.

Suspiró con resignación, agobiado y sin saber con exactitud lo que estaba sintiendo en ese momento.

—Deberíamos volver al living —Kagami le habló con voz seria.

—¡Ya lo sé! No es necesario que me digas lo que tengo que hacer —respondió a la defensiva.

Yui y Ryouta esperaban a los muchachos en el living del departamento. El modelo había traído una bandeja con bebidas para refrescarse y le había servido un té verde frío con limón a su hermana, como sabía que a ella le gustaba. Ésta se dedicó a recorrer el lugar con una mirada curiosa, sorprendida del orden dentro del departamento.

—¿Mamá vino a ayudarte? —le preguntó mientras miraba a su hermano servirle el vaso de té.

—No Sis, sabes que ha estada muy ocupada en el trabajo, sólo la vi este sábado cuando fui a almorzar con ellas a casa.

—¿Y quién ordenó entonces?

—¡Yo! —le respondió como si fuera lo más lógico y natural del mundo.

Kagami y Aomine llegaron en ese preciso instante al living. El moreno que se sentía en completa confianza, tomó un vaso con bebida que el rubio acababa de servir y se dejó caer en uno de los sillones individuales. El pelirrojo en cambio, permaneció de pie y se aclaró la garganta al oír la respuesta del rubio.

—Bueno… tuve algo de ayuda —reconoció al ser sorprendido por Kagami.

Yui no dijo nada, pero no pasaron desapercibidas para ella las miradas entre su hermano y aquel atlético pelirrojo. Tomó el vaso que le ofreció Ryouta y se sentó cruzando las piernas, invitando a los otros dos muchachos a sentarse también.

—Me alegra encontrarme con ambos aquí —la rubia habló mirando a Kise y Kagami, quienes se habían sentado juntos en el sillón con forma de L— Porque quiero que me expliquen inmediatamente todo lo referente al artículo que salió esta mañana en Hanako.

La rubia había cambiado drásticamente de actitud. Su expresión alegre y suelta de hace unos momentos había sido reemplazada por una expresión de total seriedad. Tanto así, que Kagami no pudo evitar tragar seco, limitándose a mirarla dudoso. La joven era realmente imponente.

—¡Sis, eso es sólo un mal entendido! —Kise se defendió.

—¿Cómo así?

—Las fotos son reales, pero están manipuladas al igual que la información —Kagami le respondió seriamente.

—¿Manipuladas? Hasta donde pude ver son bastante reales.

—Son reales, pero representan situaciones distintas… quiero decir… Es verdad que estuvimos en el supermercado y eso, pero por el ángulo de las fotos, los momentos en que fueron tomadas, la omisión del contexto, perecen más comprometedoras de lo que fue la acción real —Kagami explicó con una sorprendente lucidez todo el asunto.

—¡Es verdad! Kagamicchi y yo nos encontramos de casualidad en el supermercado y él me ayudó a hacer las compras, eso es todo… Aun no entiendo cómo eso se transformó en la publicación que vimos hoy.

—Ya veo… —la rubia se veía pensativa mientras analizaba la información— Es normal que los medios manipulen este tipo de situaciones, más si se trata de un personaje como Ryouta a quien han perseguido por largo tiempo tratando de encontrar una noticia sensacionalista como esta.

Aomine, permaneció en completo silencio sin despegar la mirada del rubio y escuchando atentamente su explicación. Sabía de antemano que Kise respetaba mucho a su hermana y dudaba que le estuviera mintiendo por lo que se sintió como un completo imbécil teniendo arranques de celos por la publicación de un par de fotos en una revista rosa.

Debió haberse dado cuenta que esa información era falsa, debió pensar que ese tipo de revistas hacen sus ganancias con escándalos de este tipo o por último, debió leer el artículo y verificar si la información publicada ahí era cierta. Pero él había reaccionado como la bestia que era, dejándose llevar por sus impulsos, dando la impresión de un completo celópata.

La autoritaria voz de Yui volvió a sonar por el departamento, haciendo que Aomine enfocara su atención nuevamente en ella.

—¡No se preocupen más por eso! Hoy en la tarde saldrá un comunicado oficial descartando toda la información publicada por la revista —y agregó con voz suave—. Espero que esto no te haya traído muchos problemas Kagami-kun.

—No lo hizo… descuida —Kagami admitió serio, pero nervioso a la vez.

Para él la situación se había vuelto terriblemente incómoda. Hace tan sólo minutos había tenido un altercado con Aomine, de quien no paraba de sentir su intensa mirada en cada momento, sintiéndose vigilado hasta en el más mínimo movimiento. Y ahora además tenía que permanecer bajo el severo escrutinio de Yui. Todo sumado al embarazoso incidente de la revista.

Pero fue la cercanía y calidez de Kise la que logró tranquilizarlo. El rubio, sentado junto a él puso una de sus manos en su hombro y le habló sonriente.

—Kagamichi, Yui es publicista graduada de la Todai y también es mi manager, así que no te preocupes, ella lo arreglará todo.

—¡Ryou-chan! Tampoco es para que te relajes de esa forma… Nada de esto habría pasado si hubieras tomado el cuidado adecuado al estar en público —la joven se puso de pie y sutilmente tomó del brazo a su hermano, separándolo del cuerpo del pelirrojo.

Aomine que estaba a punto de hacer lo mismo, suspiró aliviado al ver cómo Kise ahora se acurrucaba junto a su hermana y le hablaba inocentemente. Una inocencia que él tenía más que claro que era completamente fingida, un gesto que solía usar el rubio para ganarse el perdón y el cariño de los demás, pero que era un gesto tan espontaneo en él que lo hacía ver adorable.

—¡Lo siento Sis! —susurró recargando la cabeza en el hombro de la rubia.

—Bueno… Ahora lo importante es que no sean vistos juntos en público de nuevo, ¿entendido?

—Hn —Kagami dudó, no supo si decirle o no a la rubia de su reciente salida por Shibuya.

—Me alegra que lo entiendan —la chica sonrió abiertamente, bebiendo de su vaso.

Aomine se limitó a observar en completo silencio la escena. Primero porque quería reunir información, escuchar de primera fuente la explicación para la inusual publicación de la revista Hanako. Pero luego se dedicó a analizar las declaraciones de su, hasta hace poco, cuñada, presintiendo que su intervención no auguraba nada bueno.

Él la conocía hace bastante tiempo y sabía que la chica era de armas tomar. Incluso Kise había mantenido la relación de ambos oculta por miedo a lo que dijera su familia. Aunque él nunca le había dado mayor importancia: Mejor para mí había pensado en ese instante. Por lo que era conocido por la familia Kise como el mejor amigo de Ryouta.

Aunque siempre había presentido que Yui estaba al tanto de todo y a veces su manera fija de mirarlo, lograba ponerle los pelos de punta.

—Yo sólo pasaba a verte para hablar eso, Ryou. Ahora tengo que irme a mi casa —la rubia miró con ternura a su hermano que hacía un puchero—. Ando en mi auto chicos, si quieren los puedo llevar hasta su casa.

—Gracias —sólo Kagami respondió.

Y aunque a Aomine le habría gustado rechazar esa amable sugerencia y quedarse en la casa de Kise, no pudo negarse y viéndose más fastidiado de lo común, se puso de pie en silencio. Él aún no había terminado de aclarar cuentas con el pelirrojo y no estaba dispuesto a dejar pasar ni un minuto para hacerlo.

Los demás se levantaron tranquilamente, siguiendo al moreno que ya se dirigía a la salida y que se marchó del departamento sin despedirse del anfitrión, gesto que tampoco pasó desapercibido para la rubia. Ryouta los acompañó en silencio hasta la puerta de la casa, donde los despidió con una sonrisa.  

—Cuídate mucho Ryou —la chica se despidió con un beso en la mejilla de su hermano que asintió en silencio.

—¡Bye! —el rubio se despidió de los tres levantando la mano y permaneció mirándolos hasta que se perdieron detrás de la puerta del elevador.

Al cerrarse la puerta, el ambiente dentro de esas estrechas cuatro paredes, se volvió tenso de un momento a otro. La voz de Yui hizo eco en aquel pequeño espacio y ésta pareció adquirir un tono frío y metálico.

—Ustedes dos… Quiero que se mantengan alejados de Ryouta y dejen de ser un incordio en su carrera.

Kagami se sorprendió con esta petición. Miró a la joven que permanecía de pie en medio de ellos dos, soberbia e inmutable. No se había tomado la molestia de mirarlos a la cara para hablar y no parecía ser del tipo de persona que esperara una contra-respuesta. Ella ya había dado la orden y sólo esperaba que la acataran.      

—¿Por qué? Temes perder a tu gallina de los huevos de oro —Aomine comentó con sarcasmo sin mirarla a la cara.

—¡Cómo te atreves! Yo sólo estoy preocupada por el porvenir de mi hermano —la rubia encaró al moreno—. No voy a permitir que ustedes arruinen su carrera.

—Kise ni siquiera ha decidido si quiere dedicarse al modelaje… ¡Tú no tienes idea de nada! No lo conoces realmente —Aomine no se dejó amedrentar ni un poco por la fría actitud de la rubia.

—Pues si llega el día en que él quiera alejarse del modelaje, espero que sea por su propia decisión… No porque no le quede otra alternativa —Yui serenó su actitud y volvió a fijar su mirada en frente.

—¡Qué considerado de tu parte!

—Ustedes no parecen entender que sus actos tienen consecuencias. Ryouta siempre ha sido considerado una de las “promesas” del modelaje nacional y esto lo ha logrado con trabajo duro. Cuidando su imagen y limitándose a hacer un trabajo serio, desvinculado de escándalos y prensa rosa. Y ahora no sólo se rumorea sobre él, sino también de una relación homosexual. Yo no tengo nada en contra de los gay, pero ustedes mejor que nadie deben estar conscientes de lo prejuiciosa que es la sociedad en que vivimos. Esto puede perjudicar enormemente la carrera de Ryouta y ya se le han cerrado un par de contratos que teníamos asegurados.

—Así que finalmente se trata de eso… dinero —el moreno repuso indiferente.

—¡Se trata de la carrera de Ryouta!

Silencio dentro de ascensor.

—Espero que entiendan mi petición. No tengo nada en contra de la amistad que tienen con mi hermano y tampoco quiero que ésta se pierda, sólo espero que eviten causarle más problemas.

El tema quedó zanjado ahí. No volvieron a hablar al respecto y el trayecto dentro del  Mercedes Benz blanco de la joven se hizo en completo y absoluto silencio.

Yui manejaba concentrada en la ruta, sin desviar la mirada del frente, mientras Aomine, sentado en el asiento del copiloto centraba su mirada azulina en el exterior. Kagami iba sentado atrás, por lo que tenía una vista privilegiada de ambos.

Al pelirrojo le sorprendió que sin siquiera preguntárselo con antelación, la chica supo exactamente a dónde llevar al As de Touou. Al parecer la relación que tenía Aomine con Kise y toda su familia era bastante cercana, él era conocido y reconocido por el círculo más cercano del modelo. Constatación que le produjo un leve malestar al pelirrojo. Aunque por la conversación de Yui pudo suponer que ella veía la relación del moreno con su hermano sólo como una simple amistad.

Debía reconocer que lo último que se hubiera esperado era la aparición de la rubia y le había sorprendido muchísimo el conocerla. Esa chica era alguien con mucho carácter y en cierta forma, ella y Kise eran muy parecidos. A primera vista podían parecer personas alegres, relajadas y hasta despreocupadas, pero si los conocías a fondo te dabas cuenta que en realidad eran inquisitivos, decididos y astutos. Y ahora que la conocía, entendía un poco la personalidad infantil y caprichosa del modelo: él era el único hombre y el más pequeño dentro de una familia de féminas.

Sin embargo, Kagami estaba impresionado por lo fuerte y aterrizada de su declaración. Él ni siquiera se había cuestionado al respecto. Cuando vio la publicación en la revista Hanako sólo pensó en él y en cómo su vida se había visto afectada, en ningún momento se detuvo a pensar en Kise y en lo que significaría este artículo dentro de la carrera del rubio. Primero porque nunca había tomado tan en serio la profesión de modelo de Kise. Y como resultado, ahora se sentía completamente superficial y egoísta.

Aunque no estaba seguro aún sobre sus propios pasos a seguir ¿Le haría caso a Yui? ¿Se alejaría de Kise?

Y ahora que lo pensaba bien… ¿Qué era lo que tenía él con Kise? Su respuesta debió haber sido amigos, pero en ese momento se preguntó si era normal sentir por un amigo las cosas que él estaba sintiendo ahora por Kise ¿Y qué era exactamente eso que estaba sintiendo por Kise? Para ser sinceros era un sentimiento conocido, uno que había sentido anteriormente y que estaba convencido de que era imposible volver a sentirlo por otra persona… Pero tal parece que se equivocó.

—Con que me dejes aquí está bien.

La voz grave y neutral de Aomine lo trajo de vuelta a la realidad y tuvo que mirar rápidamente hacia ambos lados para ubicarse dentro de la cuidad. La rubia no se tomó el trabajo de responderle y aparcando con suavidad, permitió que el chico se bajara del auto.

Y el moreno, respondiendo de la misma forma, no tuvo la decencia de agradecer ni despedirse, se limitó a bajar del auto y cerrar la puerta dando un fuerte portazo que la rubia no dejó que la sorprendiera, pero que en él hizo que se girara para mirarlo alejarse con paso despreocupado.

—Y bien ¿A dónde debo llevarte? —la rubia se dio la vuelta para preguntarle.

Kagami la miró sorprendido y luego de unos segundos respondió con voz apenada.

—Lo siento… Debí decírtelo antes, yo vivo más bien cerca de Kise.

—¿Me estás diciendo que tendré que darme la vuelta?

—Sí —susurró alzando las cejas inocentemente, provocando como respuesta que un suspiro saliera de los labios rosa de la joven.

 

*          *          *

 

Aomine caminó lentamente por la suave pendiente que lo llevaba a su casa. Yui Kise lo había dejado en la calle principal y luego de caminar unos metros, tuvo que doblar por un pasaje más angosto y menos transcurrido hasta subir por la suave colina que lo llevaba a su destino.

Chasqueó los labios disgustado ¡Se sentía como un imbécil! ¿En qué estaba pensando cuando fue a hacerle la escenita de celos a Kise? El disgusto que ya sentía sólo se agravó al constatar que precisamente no estaba pensando cuando arrebatadamente salió en busca de Kagami y de Kise, dejándose llevar por sus impulsos ciegos.

—¡Maldición! Ahora ese estúpido de Kise va a saber que estoy interesado en él —habló molesto despeinándose el corto cabello con ambas manos—. ¡En qué mierda estaba pensando cuando le dije todo eso! ¡Agr!

Pateó con fuerza desmedida una pequeña piedra que se encontraba en su camino, tratando de descargar en ella, su enojo consigo mismo y con los demás. Otra acción más que revelaba el naufragio emocional que sentía.

Si a sus frustraciones sentimentales ahora le sumaba la aparición de Kagami y el ultimátum de Yui, podía decir que el panorama con el modelo se había complicado en demasía ¡Como si él no tuviera ya suficientes problemas! Su vida era prácticamente un infierno donde lo único que en algún momento le había dado sentido a su existencia eran el basketball y Kise… Y ahora no tenía ninguno de los dos.

Se había dejado dominar por sus inseguridades y temores… Y ahora los había perdido a ambos.

¿Acaso había alguna posibilidad de recuperarlos?

Caminaba con la mirada fija en el suelo que pisaba, indiferente de todo a su alrededor, simplemente concentrado en sus pensamientos, por eso no se dio cuenta que a esa hora una persona le esperaba sentado en la escalinata.

—Aomine-san.

El mencionado dejó de caminar y levantó la vista para encontrarse con unos grandes ojos marrones que lo miraban con duda. En la escalinata de su casa y ahora poniéndose de pie se encontraba Ryou Sakurai.

—¿Qué haces aquí? —preguntó arrugando el ceño.

—Aomine-san ¿Por qué?

—¿Ah?

—Tú eres la estrella del equipo… No deberías faltar, no deberías haberte ido hoy… ¡No deberías dejar que esas cosas te afecten!... Yo… yo te lo pedí, ¿no es así? Que siguieras siendo ese grandioso jugador por sobre todo.

—¡De qué mierda estás hablando! —Aomine lo miró levantando una ceja, sin comprender a cabalidad las palabras del castaño.

—De la forma en que reaccionaste hoy… sólo por ver una tonta revista —contestó destacando con sus palabras lo mundanos que eran para él los motivos de Aomine para ausentarse del entrenamiento.

—¡Que niñato más fastidioso! No tengo tiempo para ti, así que mejor te vas yendo —le respondió con su tacto característico. 

—Aún no respondes mi pregunta… ¿Por qué?

Aomine lo miró un instante con desprecio. No tenía ganas de discutir con nadie hoy, ni menos con él ¿Qué se creía ese niñito? ¡Venir a darle discursos moralistas a su propia casa! Sus palabras no eran más que una mentira ilusoria propia del niño ingenuo que era ¿Qué sabia él de su vida? ¿Qué sabia él de sus problemas? ¡Nada! No sabía nada… Y aun así se atrevía a mirarlo con reproche y exigir explicaciones.

Trató de seguir de largo y subir hasta su casa, pero el castaño no estaba dispuesto a dejar las cosas así. El día de hoy, a pesar de que sus ojos se veían dudosos, el resto de su expresión facial y corporal dejaba ver que estaba decidido. Se movió justo para interceptar al moreno e impedirle que avanzara. Debido a la diferencia de peldaños que los dividía, Sakurai quedaba a la misma altura de los intensos ojos azules de Aomine.

—¿Qué crees que estás haciendo? —el moreno preguntó con una mezcla de sorpresa y molestia.

—Yo… tengo una respuesta —el chico respondió dudoso mirando fijamente el suelo, evitando mirar los ojos del otro.

—¿Ah?

—Ayer me preguntaste si un clavo era capaz de sacar a otro —esta vez los ojos marrones se encontraron con los azules—. Creo que la respuesta es sí.

Aomine no dijo nada, sólo levantó una ceja intrigado.

Este silencio fue interpretado por Sakurai como una invitación a probar si sus palabras eran reales o sólo un juego de niños. Reuniendo todo el valor que le era posible tener y temblando levemente de nervios y de miedo, se acercó al rostro del moreno, uniendo sus bocas en un beso torpe e inocente, sólo un breve contacto entre ambos labios.

Al castaño le costaba creer lo que él mismo estaba haciendo. Ese era su primer beso y aun no creía que hubiera tenido el valor de besar a Aomine. Aunque el contacto de sus bocas haya durado sólo segundos, pudo sentir la calidez de la boca ajena y el masculino olor de su piel.

Aomine por su parte, se sorprendió tanto con aquella acción del muchacho, que a pesar de tener la misma edad de él le parecía un niño en pañales, que no pudo evitar quedar con los ojos abiertos enormemente sintiendo aquel beso que se le hizo tan insípido y carente de sentido… Tan distinto a los intoxicantes besos de Kise, que le provocó dolor.

—Aomine-san —Sakurai se despegó de la boca del moreno y lo miró a los ojos con ilusión.

Pero éste se limitó a permanecer con aquella expresión inmutable sin mover un solo músculo y sin dejarse alterar ni lo más mínimo por la acción del más bajo, mostrando una frialdad inquebrantable. Aunque al hablar, bajo y grave, su voz adquirió un toque melancólico.

—Creo que ya es muy tarde. El clavo que llevo clavado en el corazón es demasiado profundo para que alguien lo saque.

—¿Qué? —lo miró descolocado— ¡Espera Aomine-san!

Aomine esta vez le pasó de largo y subió calmadamente hasta la puerta de su casa. Se veía realmente inalterable, como si no tuviera sangre en las venas, excepto por la tristeza de sus ojos. Abrió la puerta de la casa y caminó dos pasos hasta que se dio cuenta que había alguien más ahí. Pudo sentir el olor a comida y el ruido del trajinar de una persona proveniente de la cocina y cuando él abrió la puerta, el intruso apareció vistiendo un lindo delantal rosa sobre su uniforme escolar.

—Bienvenido Aomine-kun —susurró con voz neutra.

—Esto es escalofriante, Tetsu —su lapidaria declaración logró sacar una leve sonrisa en el peliceleste.

—¡Aomine-san! —Sakurai que venía tras el moreno, paró en seco al ver a alguien más ahí dentro— ¿Qué estás haciendo aquí?

—Más bien, ¿qué estás haciendo tú aquí? —repuso el peliceleste arrugando el ceño.

—Eso no es de tu incumbencia —el castaño se dirigió ahora al moreno—. Aomine-san yo…

—¡Aomine-kun! —La inusualmente fuerte voz de Kuroko interrumpió al castaño.

—¡Ya basta los dos! Se largan ahora mismo de mi casa —gritó molesto.

Sakurai abrió los ojos con sorpresa y tuvo que pestañear un par de veces antes de caer en la cuenta que era real lo que estaba escuchando: el chico al que acababa de regalar su primer beso y a quien había declarado su amor, le había mostrado una total indiferencia y ahora además lo corría de su casa. Kuroko en cambio, permaneció inalterable. Era alguien mucho más maduro que el castaño y no guardaba falsas ilusiones, además de conocer a la perfección el carácter de Aomine.

—Veo que al final sí estaban juntos —el peliceleste caminó hacia el moreno y lo miró a la cara.

—¿Qué dijiste Tetsu? —Aomine lo miraba incrédulo, ese chico lo estaba desafiando.

—Kise-kun y Kagami-kun… Por eso vienes tan molesto ¿no? —éste, respondió con voz serena.

—¡Deja de importunar a Aomine-san! —Sakurai gritó molesto encarando a Kuroko

—Tú deja de meterte en lo que no te importa —el peliceleste le respondió hoscamente pero tranquilo.

—¡Me importa! Porque… Aomine-san me importa —confesó con voz suave.

Kuroko sólo pudo alzar el entrecejo frente a semejante declaración.

Aomine sin embargo, no se dejó impresionar y realmente cabreado con todo el numerito que le estaban armando los dos muchachos, habló con voz fuerte y autoritaria mientras su rostro adquiría una expresión agresiva. 

—Pues les aviso a ambos que yo no estoy interesado en ninguno de los dos y quiero que se larguen de mi casa ¡Ya!

Aomine se acercó a Kuroko y tomándolo del brazo lo arrastró hasta la puerta, donde aprovechó de sujetar a Sakurai con la otra mano, dispuesto a cortar por lo sano y sacarlos a ambos de ahí. Sin embargo, la imponente figura de un hombre adulto que se detuvo en la puerta abierta, frenó sus intenciones.

—¿Qué significa esto, Daiki? —el hombre habló con voz dura y seria viendo cómo el moreno arrastraba de cada brazo a dos jóvenes mucho más pequeños e indefensos que él.

El moreno aflojó el agarre y guardó silencio.

—Sólo estábamos de visita, pero ya nos vamos Aomine-san —Kuroko se soltó del agarre del moreno y esta vez él tomó del brazo a un confundido Sakurai y salieron de la casa—. Hasta luego.

—Hasta luego Tetsuya-kun —el hombre se despidió con indiferencia, sólo por guardar las buenas costumbres—. ¿Quién era el otro joven? —preguntó entrando en la casa y cerrando la puerta.

—Un compañero de mi nueva escuela —Daiki respondió escuetamente.

—¡Ya veo! —el hombre dejó el maletín sobre el sillón del living— ¿Tú cocinaste? —preguntó notando el olor a comida que inundaba la casa.

—Tetsu lo hizo… ¿Quieres comer? —ni siquiera supo por qué preguntó, si ya sabía de antemano la respuesta.

—Sólo vine a cambiarme de ropa, así que ya voy de salida —respondió subiendo hasta su habitación—. Come tú solo.

Esas dos últimas palabras rebotaron dentro de su mente, haciendo un eco cada vez mayor, haciendo mella en su corazón que ya creía endurecido. Él siempre había estado solo, pero ahora esa soledad se le hacía insoportable.

Se quedó un instante como si no supiera que hacer, con la mirada vagamente perdida, hasta que caminó con paso cansino al living y se dejó caer en uno de los sillones individuales pesadamente y se acurrucó en él, llevándose las rodillas al pecho, mostrándose completamente indefenso.

Luego de los varios minutos que le tomó darse una ducha y cambiarse de ropa, su padre bajó para tomar el maletín del sillón frente a él y salir de la casa sin decir palabra alguna y sin reparar siquiera en el evidente estado desamparado del hijo.

A Daiki esa fría indiferencia se le hizo tan conocida. Era lo mismo que él hacía a los demás… Sólo que ahora sabía perfectamente lo que se siente.

No se había dado cuenta hasta ahora de lo parecido que eran su padre y él. O que tal vez lo único que él había hecho todo este tiempo era reproducir el horrible y aborrecido accionar del padre ¡Qué irónica resulta la vida a veces! Él, quien más que nadie sabía del dolor que produce el rechazo y la indiferencia, era quien más lo practicaba con todos aquellos que le rodeaban.

Una solitaria lágrima rodó por su mejilla, la que se apresuró a secar con la manga de su camisa ¡Su orgullo hasta le impedía desahogarse libremente!

El sonido del timbre lo sacó de sus cavilaciones y se puso de pie con gesto cansado en el rostro, soltando un suspiro ahogado de su boca entreabierta. No tenía idea de quién podría ser ahora y francamente no tenía ánimos para más visitas. Ya había tenido suficiente por un solo día.

Abrió la puerta y vio frente a sus ojos la seria figura de Kuroko. Abrió los ojos con impresión y repasó con la mirada al más pequeño, detallándolo de arriba abajo, como si fuera la primera vez que lo veía. Reparando sólo hasta ese instante que el chico aun vestía el delantal rosa y que estuvo todo ese tiempo en la calle en esas fachas.

—¿Qué estás haciendo de nuevo aquí, Tetsu? ¿Acaso no te dije que te marcharas? ¡Y quítate esa mierda que llevas puesta! —le habló golpeado, pero se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—No podía dejarte solo… ¿Estás bien? —su voz no se oía con la indiferencia acostumbrada, más bien se oía preocupada. 

—¿Quién te crees que soy? —Preguntó con arrogancia— No soy ninguna nena llorona, así que no necesito de tus cuidados.

—No hace falta que finjas conmigo… Yo sé que sí te afecta lo que pasa con tu padre.

—¡Vete a la mierda! —Contestó evasivo mientras se dejaba caer en el mismo sillón— ¿Y qué hiciste con Sakurai?

—No lo que me habría gustado, eso es seguro —este apático comentario del más bajo logró sacar una divertida risa al moreno.

—No quiero ni imaginar lo que te habría gustado hacerle —comentó divertido posando su mirada en el peliceleste.

—Lo envié a su casa luego de explicarle que era mejor dejarte a solas con tu padre. Él se fue creyendo que yo también me iba a la mía, por supuesto.

—Lo puedo imaginar… —Aomine sólo pudo soltar otra carcajada— Es un niño muy iluso.

—Sí. No es de tu estilo, Aomine-kun.

—¡No tienes que decírmelo! Eso ya lo sé.

Esta vez el que sonrió fue Kuroko.

—Ven ¡Vamos a comer! Voy a servir la cena.

Aomine dejó escapar otro suspiro ahogado, pero se puso de pie y siguió al peliceleste, que aún no se quitaba la femenina prenda, hasta la cocina. No pensaba decirlo, pero le alegró tenerlo ahí, su presencia lo hizo sentir reconfortado.

 

*          *          *

 

Suspiró agotado y decidió ir a ordenar sus recientes compras, para no perturbar así aquel inusual nuevo orden de su departamento. Mantenerse ocupado le serviría para despejar su mente, pensó tratando en vano de tranquilizar su agitado corazón: El pobre hace varios días que no conocía la paz.

Con la intempestiva llegada de su hermana, la pelea entre Aomine y Kagami no había pasado a mayores, pero no se quería ni imaginar cómo habría terminado ese enfrentamiento si la chica no hubiera llegado justo a tiempo.

¿Y qué rayos era lo que le pasaba al idiota de Aomine? ¿Por qué había armado todo ese escándalo? ¿Eso era una escena de celos? Debía reconocer que eso le había sorprendido. Aomine era muy territorial y muchas veces se molestó con él por su actitud tan cercana con los demás, pero jamás había reaccionado de un modo tan violento. Y a pesar de su carácter explosivo, él nunca lo había visto pelearse con nadie.

Por otra parte, estaba seguro que Aomine no tenía ningún sentimiento romántico hacia él. Eso ya lo sabía con hechos. Lo que hacía más inexplicable aún este repentino arranque de celos. Tal vez se debía a su orgullo herido y nada más, era lógico pensar que la personalidad ególatra del moreno no le permitiría aceptar que el rompimiento de la relación hubiera sido dado por alguien que no era él.

—¿Por qué me está pasando esto a mí? —susurró haciendo un puchero y contrayendo sus delicadas facciones.

Aunque no podía negar que su corazón había latido acelerado al volverlo a ver, pero no sabía si atribuirlo al estado alterado en que se encontraba con el peligro inminente de una pelea… O si se podía deber a otra cosa.

El rubio sacaba maquinalmente las prendas de las bolsas y las depositaba en los numerosos cajones de aquella habitación que tenía por closet, tratando de que quedaran lo más ordenas posible. Pero la verdad era que actuaba sin prestar mucha atención a lo que estaba haciendo, reaccionando como un autómata. Por esto, sólo se dio cuenta que la ropa que ahora tenía en sus manos no era suya, hasta que la quiso colgar dentro del armario.

—Esto… es de Kagamicchi —susurró con ojos asombrados, como si estuviera viendo un gran descubrimiento—. ¡Debo ir a dejárselas!

Terminó de ordenar su ropa y tomando una mochila donde guardó un chaleco por si le daba frío, sus llaves, su billetera y su celular, salió con un total de tres bolsas en sus manos. El día anterior habían intercambiado teléfonos y direcciones con Kagami, así que sabía a la perfección a dónde se dirigía.

La casa de Kagami se encontraba en un complejo departamental que, considerando la inmensidad de Tokio, se ubicaba relativamente cerca de la suya y Kise decidió ir caminando con tranquilidad, disfrutando de la tibieza de esa tarde de verano.

El cálido aire suspendido traía hasta sus pulmones el cargado olor de las flores veraniegas y cuando miró hacia el cielo que empezaba a oscurecer, lo vio completamente despejado.

—¡Ah! Qué desastre —soltó un suspiro lastimero.

Mientras caminaba por las calles en penumbras, su mente divagaba una y otra vez con Kagami y súbitamente se dio cuenta que no podía sacárselo de la cabeza ¿Qué pensaría Kagami de él? ¿Por qué lo había defendido hasta llegar a los golpes con Aomine? ¿Por qué lo estaba ayudando tan incondicionalmente? Tal vez era que…

—¡No! No puede ser… ¿O sí? —se preguntó a sí mismo atrayendo la vista de un par de transeúntes que a esa hora paseaban a su perro.

Kise sonrió para sí mismo y agachó la cabeza al ver el ridículo que estaba haciendo gracias al pelirrojo y volvió a hacerse la misma pregunta ¿Qué pensaría Kagami? Tal vez su presencia resultaba ser un completo incordio para el pelirrojo, después de todo, al pobre lo había metido en un millón de problemas en tan sólo dos días. En su afán egoísta por facilitar sus propios problemas, no tuvo ningún resguardo ni ninguna precaución y como resultado, ahora la tranquila vida de Kagami se veía afectada.

Iba tan concentrado en sus pensamientos, que ni siquiera se dio cuenta cuándo subió los cuatro pisos por la escalera y llegó al departamento de Kagami. Tocó el timbre de la casa y esperó por el pelirrojo. Lo sintió caminar al otro lado de la puerta y abrir desprevenido, para verlo segundos después completamente descalzo y sin camiseta, vistiendo tan sólo el largo short.

—Kise… ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó sorprendido.

El rubio tuvo que pestañear un par de veces, repentinamente impresionado con la vista del alto y atlético pelirrojo. Lo detalló con la mirada: se apoyaba casualmente en el marco de la puerta, un bóxer negro con motivos violeta oscuro se dejaba entrever desde la pretina del short y su torso levemente bronceado, delineado por los músculos trabajados, estaba adornado por una gruesa cadena de plata de la que colgaba un anillo del mismo material.

¿Y ese anillo? ¿Qué significa? Hasta el momento, Kise nunca había reparado en ese peculiar detalle que colgaba siempre del cuello del pelirrojo y ahora su constatación le llenó de dudas los pensamientos. Ese anillo representaba a alguien que debía ser muy importante para el muchacho más alto.

Kise sacudió la cabeza, liberándose de su sorpresa y levantó las bolsas frente a los ojos rojizos de Kagami, ocultando así su rostro levemente ruborizado, de la intensa mirada del otro.

—Vine a traerte esto, ¿puedo pasar?

—Sí claro, pasa —se hizo a un lado dejándolo entrar.

El rubio miró el departamento pulcro y ordenado, tanto que le pareció extraño que un chico como Kagami fuera así de riguroso. Comenzó a girar, detallando aquel lugar pieza a pieza, la habitación central era un solo gran espacio que reunía living y cocina, ya que el comedor era reemplazado por la cocina americana. En el living, destacaba un plasma con un pequeño mueble a su lado, lleno de cientos de videojuegos que el pelirrojo parecía adorar y el lugar era iluminado por una gran lámpara colgante de forma cuadrada que dejaba caer una luz amarillenta y tamizada por el filtro de género blanco. 

Kise terminó de dar la vuelta y su mirada dorada se encontró con las pupilas contrarias fijas en él.

—¿Ya saciaste tu curiosidad? —le preguntó divertido.

—¡Lo siento! Es que no me imaginaba que fueras tan ordenado.

—¿Qué pensabas de mí? —preguntó realmente intrigado.

—¡No lo sé! Sólo te imaginaba más… alocado —habló encogiéndose de hombros—. Ya sabes… como Aominecchi.

—¿Puedes dejar de compararme con él? —El entrecejo de Kagami se arrugó visiblemente y habló con molestia.

Kise abrió los ojos impresionado.

—Y dame esas bolsas, las iré a guardar —agregó más calmado.

Kise dejó que el pelirrojo le quitara las bolsas de la mano, como si de un muñeco de trapos se tratara, y se giró para verlo alejarse por el pasillo en penumbras. No le dijo nada, sino que más bien se preguntó sinceramente ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué siempre terminaba comparándolo con Aomine?

Tal vez la única respuesta era que él a pesar de todo no podía sacárselo de la cabeza.

Kise dejó escapar un suspiro melancólico. Este pensamiento lo abrumó al punto de resultarle insoportable. Había tratado de alejarse y huir, creía haber logrado ser libre de las cadenas del moreno, para darse cuenta ahora que no era más que una ilusión.

Cuando Kagami volvió al living lo encontró sentado en el descansabrazos de uno de sus sillones individuales. No pareció percatarse de su llegada hasta que estuvo muy cerca y cuando se giró para verle, su dorada mirada se veía opaca y distante… Tal vez triste. Pero de una tristeza que él nunca antes había podido ver.

—Kise… ¿Estás bien?...

—Sí —el rubio lo miró desconcertado unos segundos—. ¿Y tú? Quiero decir… por el golpe… ¿Te duele? —preguntó dudando de sus propias palabras.

—No.

Y a decir verdad, Kagami a penas se acordaba de aquel golpe. Le había dolido hasta el alma, debía reconocerlo, pero había estado tan concentrado pensando en toda la serie de acontecimientos que le habían ocurrido desde ayer por la tarde, que no había tenido tiempo ni de acordarse del dolor.

—Es un alivio… No quiero causarte más problemas ¡Lo siento! —Kise habló mirando hacia el piso de baldosas blancas.

El pelirrojo no supo qué decirle, así que un incómodo silencio se formó entre ambos.

—Creo que es mejor que me vaya, ya es tarde y mañana tengo entrenamiento matutino —la voz de Kise trataba de sonar animada como siempre, pero era detectable el toque de desilusión en ella—. Adiós Kagamicchi.

El rubio se puso de pie y caminó hacia la puerta sin esperar una respuesta del anfitrión, dándole la espalda. Pero cuando estaba a punto de abrir, la mano de Kagami se cerró sobre la suya con delicadeza, haciendo que él se girara a verlo impresionado por la cercanía y suavidad de aquel toque.

—Espera… ¿No dijiste que hoy día me demostrarías tus avances como cocinero? —le habló animado.

—¿Eh?

Kagami le respondió sonriendo ampliamente.

Kise tuvo que ladear la cabeza evadiendo la mirada intensa del pelirrojo fija en él, turbado por la sinceridad de esa sonrisa y las emociones que en él producía. Pero finalmente terminó asintiendo con la cabeza y se quitó la mochila con movimientos lentos y cuidados, para seguir al chico hasta la cocina.

—Aquí está mi cocina a tu entera disposición, has lo que quieras con ella —habló levantando las manos, señalando su completa inocencia de lo que ahí pudiera suceder.

El rubio le sonrió de vuelta de manera sutil, se veía más animado, pero sus ojos seguían estando tristes. No le respondió, sólo comenzó a sacar del refrigerador y del mueble de la despensa todos los ingredientes que necesitaría, en completo silencio, mientras Kagami daba la vuelta y se sentaba al otro extremo de la barra de la cocina americana.

—Kise… ¿Qué fue lo que pasó con Aomine para que terminaran así? Digo… se ve que no fue un rompimiento en buenos términos —preguntó con el mayor tacto del que era capaz, temiendo volverlo a entristecer.

Kise se inmovilizó con la pregunta. Dejó de lavar las verduras que tenía entre sus manos por unos segundos, pero al instante se recompuso y continuó con su tarea, hablándole con voz tranquila y segura, dándole la espalda debido a la disposición de los muebles.

—¿Sabías que la flor del amor es la rosa? —Kagami se sorprendió con sus palabras— Pero al cabo de unos días, la hermosa rosa pierde sus bellos pétalos y su delicado aroma, dejando sólo un tallo espinoso —se giró para comenzar a cortar los ingredientes en la barra—. ¡¿Qué ironía verdad?!

Kagami asintió en silencio.

Nunca se esperó una declaración como esa de parte del modelo. Debía reconocer que Kise era un ser sorprendente, capaz de desconcertarlo al instante y con cada acto. Esa simple analogía expresaba perfectamente y en toda su profundidad al amor. Vacuo, perecedero y fugaz.

Pero mientras él se sumergía en un letargo de impresión, Kise pareció recuperar de pronto toda su característica vitalidad y volvió a sonreírle otra vez mientras terminaba de cortar las verduras… ¿O era todo una ilusión, una mentira, una actuación? Kagami tuvo de pronto la terrible impresión de que toda esa alegría del rubio no era más que una máscara.

—Ya verás que sí aprendí a cocinar muy bien Kagamicchi —le habló radiante.

Kagami, descolocado por este abrupto cambio en el humor del modelo, concentró su mirada más preocupada de lo usual en sus manos, y tuvo que reconocer que estaba sorprendido.

A decir verdad, en tan sólo un día, parecía que los movimientos del rubio habían mejorado bastante. Se manejaba con seguridad cortando cada uno de los vegetales, midiendo la cantidad exacta de los condimentos y vigilando eficientemente la comida.

Sólo había un detalle que no pasó desapercibido para el pelirrojo.

—¿Estás aplicando tu Perfect Copy a la cocina?

—¿Qué tiene de malo? —Kise rio al ser descubierto.

—Que sólo sabrás cocinar lo que yo te enseñé ayer.

—No Kagamicchi ¡Ya pensé en eso! —Dejó de cocinar para mirar al pelirrojo— De ahora en adelante voy a mirar programas de cocina en la TV y así aprenderé a cocinar —declaró triunfalmente.

Kagami sólo levantó ambas cejas.

—¿No te parece una buena idea?

—Claro… si tú lo dices…

Kise sonrió satisfecho y tomando una cuchara, sacó un poco de curry para probarlo y luego de constatar que efectivamente sabía decente, sacó otra cucharada más para darle a probar al pelirrojo sentado detrás de la barra.

—Toma… pruébala —le acercó la cuchara a la boca.

El pelirrojo, cohibido con el accionar tan suelto y cercano del otro chico, se negó alejando el rostro.

—No… ¡No quiero!

—¡Pruébalo! —insistió alargando más el brazo.

—¡No!

Mientras más se acercaba Kise con la cuchara en la mano, más se estiraba Kagami buscando la distancia entre ambos, hasta que inevitablemente ambos chicos cayeron al suelo estrepitosamente. La cuchara voló por los aires para aterrizar sobre las baldosas haciendo un ruido metálico muy lejos de ellos, mientras que Kise cayó de lleno sobre el cuerpo del pelirrojo de espaldas en el suelo.

Kagami dirigió los ojos hacia abajo, buscando a Kise con la mirada. La cabeza de éste había aterrizado sobre su pecho y ahora la alzaba, haciendo que su lacio cabello cayera sobre su rostro, ocultándolo. De pronto Kise sacudió la cabeza, despejando su mirada del dorado cabello que la cubría como un velo y comenzó a acercarse con lentitud hacia él, mirándolo fijamente a los ojos con expresión decidida e impulsivamente besó sus labios.

Kise lo besó con lentitud pero con intensidad, aprisionó y succionó su labio inferior con fuerza, y luego su lengua delineó todo el contorno de la boca contraria. Ese rubio besaba condenadamente bien ¡Era un verdadero experto! El pelirrojo no pudo evitar pensar que era debido a Aomine, de seguro que ese pervertido lo había entrenado bien.

¡Pero qué estaba pensando! ¿Por qué pensaba en Aomine en un momento así? O más bien… ¿Por qué Kise lo estaba besando?

Reuniendo toda la fuerza de voluntad que pudo, Kagami lo tomó de los hombros y lo alejó de su cuerpo, rompiendo el beso. Provocando que ahora el rubio quedara sentado a horcajadas sobre él que se había sentado en el suelo.

—¿Qué estás haciendo Kise? —inquirió con voz seria.

—¡Kagamicchi, no te hagas! Yo sé que también te gusto.

—¿Qué?

—Vi cómo me mirabas hace un rato en la boutique… Además ¿Por qué te peleaste con Aomine si no es por mí? —preguntó completamente serio, mirando fijamente los ojos contrarios.

—Eso… yo… —Kagami no supo qué decir.

Hasta ese instante había pensado que el rubio no se había dado cuenta de nada. Creía haber sido completamente discreto, pero al parecer se había equivocado. Kise a pesar de parecer alguien distraído, estaba completamente consciente de lo que sucedía a su alrededor. En ese instante, Kagami supo que también él lo miraba de reojo y vigilaba sus movimientos, de otro modo no se habría dado cuenta de que lo miraba.

—¡Tú también me mirabas!

Kise sonrió coquetamente y volvió a besarlo, esta vez con mayor intensidad aún. Sujetó con ambas manos la cabeza pelirroja mientras besaba con insistencia esa boca que poco a poco se iba rindiendo a sus demandas. Mordió levemente el labio inferior, haciendo que el gemido salido de la boca abierta de Kagami le permita adentrarse con su lengua a esa cavidad, otorgándole más pasión al beso.

Kagami, que aún mantenía las manos en los hombros del rubio, las bajó con lentitud hasta estrechar la masculina cintura, correspondiendo al beso, haciendo que su lengua jugueteara con la otra dentro de su boca. Kise rodeó con uno de sus brazos el cuello del pelirrojo y su otra mano se enredó en el cabello de éste, respirando agitadamente por aquel beso lleno de pasión.

Pero Kagami, en otro breve momento de lucidez, volvió a separar el cuerpo del rubio, esta vez con más fuerza, haciendo que ambos se levantaran del suelo.

—¡Ya basta! ¿Por qué estás haciendo esto? —lo recriminó con severidad.

—¿Cómo que por qué? —Kise lo miró sorprendido.

—No deberías ir por la vida besando a la gente si te interesa alguien más.

—¿Lo dices por Aominecchi? Eso ya se acabó

—¿Y todo lo que vi hace un momento qué significa? No me puedes negar que aún te gusta.

Kise lo miró serio, frunciendo el ceño.

—Kuroko tenía razón. No eres más que un egoísta que utiliza a la gente en su beneficio ¡Si quieres sacarle celos a Aomine no me utilices a mí para eso!

—¡Eso duele, Kagamicchi! —lo miró triste, con el ceño arrugado y la boca apretada.

Kise se sentía realmente herido por esas palabras. Había sentido que él y el pelirrojo tenían una conexión especial, que sentían una atracción similar el uno por el otro y que tal vez él era el único capaz de lograr que olvidara definitivamente a Aomine. Pero las hirientes palabras que salieron de su boca lograron descolocarlo visiblemente.

¿Por qué Kagami le había dicho eso? ¿Desde cuándo el pelirrojo era así de cruel? ¿Había dicho Kuroko? ¿Qué era lo que Kuroko le había dicho de él? ¿Por qué le había hablado de él? ¿Por qué le había hablado mal de él?

Pese al dolor que sintió, prefirió fingir indiferencia. Porque Kise ya estaba harto de llorar. Eso era algo que no se iba a permitir nunca más y menos frente a los demás. Apretando los puños a ambos lados de su cuerpo, desvió la mirada oprimiendo aún más sus labios, impidiéndole el camino a las lágrimas que inundaban sus ojos.  

No dijo nada más. Se limitó a tomar su mochila y salir de ahí lo más pronto posible, sin mirar atrás.

Sólo cuando hubo bajado dos pisos por las escaleras de aquel complejo departamental en que vivía el pelirrojo, disminuyó paulatinamente sus pasos hasta parar por completo y dejarse caer abruptamente sentado en uno de los peldaños. Pequeñas lágrimas corrían por sus mejillas y enrojecían su rostro níveo.

—Kurokocchi… ¿Por qué me odias tanto? —susurró bajito.

Notas finales:

Gracias por leer =)


Besos!!!


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