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Amor, Traición y Orgullo por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

En el capítulo de hoy por fin se cierra el círculo de esta historia un poco turbia. Las cosas vuelven a su lugar y ahora sólo queda volver a empezar y volver a fortalecer el amor que una vez se perdió.

 

Capítulo XIII

 

 

Es mejor perder el orgullo por la persona que quieres.

Que perder a la persona que quieres por orgullo.

 

 

Kagami miró de reojo al rubio que iba sentado a su lado en el asiento trasero del automóvil de Yui y que ahora inspeccionaba la ciudad con su dorada mirada. Su cuerpo iba recostado sobre el suave espaldar del asiento del vehículo y sus piernas se abrían con naturalidad, sus manos blancas iban entrelazadas sobre su regazo y su pecho subía y bajaba calmadamente al ritmo de su tranquila respiración. Sólo alcanzaba a verle la mitad izquierda del rostro, pero podía apreciar con claridad el semblante triste en su faz y el tinte melancólico de su mirada.

Anoche lo había decidido: debía hablar con Kise, pero hasta ahora, no se había presentado el momento oportuno para hacerlo, aunque debía admitir que eso no era más que una excusa para retrasar aquel momento inevitable.  

No existía tal cosa como el momento oportuno, sólo existía el ahora que debía ser aprovechado y vivido al máximo, lo demás eran sólo excusas. Él lo sabía bien, pero a pesar de ello, no había podido plantarse frente al rubio y decir lo que verdaderamente pensaba y sentía. Aunque ya comenzaba a darse cuenta que ir por la vida vanagloriándose de ser la persona sensata de la historia estaba hastiándolo.

La noche anterior se había sentido tan agotado que simplemente se desconectó del mundo al momento de cerrar los ojos y se fue completamente a negro. No se había despertado sino hasta la mañana siguiente, cuando Yui había entrado a la habitación con dos impecables trajes negros, dando órdenes a diestra y siniestra.

Él luchó por abrir los ojos mientras sentía la firme voz de la rubia cerca suyo y fue ahí que se percató que Kise se removió entre las sábanas muy lejos de él. Abrió los ojos de golpe y pudo verlo con el rabillo del ojo, acurrucado en posición fetal en el otro extremo de la enorme cama Queen size y recordó que incluso durante la noche, el rubio había buscado la distancia: rehuyendo de él de manera instintiva, inclusive mientras dormía. Esto bastó para terminar de despertarlo y se frotó el rostro para desperezarse a la vez que se sentaba en la cama mirando de reojo a Kise, quien se tapaba el rostro con el antebrazo, negándose a despertar del todo.

—¡Arriba Ryouta! —la energética rubia le gritó a su hermano a la vez que tomaba las cobijas y lo destapaba por completo.

—Lo sé Sis… Sé perfectamente lo que debemos hacer hoy y la razón por la que debo levantarme ¡Sólo dame unos segundos más por favor! —pidió con voz seria y apagada, sin dejar de cubrirse el rostro.

—Tendrás unos minutos más y no sólo segundos —el pelirrojo le habló mientras se ponía de pie—. Puedes despertar mientras yo ocupo tu baño —propuso con una sonrisa en la boca.

Kagami tomó el traje que le correspondía y se metió al baño, sin siquiera cuestionarse cómo le hacía Yui para tener ese nivel de competencia: un traje idóneo para la ocasión y a su medida ¡La joven ya lo tenía todo preparado! Tras los varios minutos que le tomó estar duchado y vestido con la propiedad que ameritaba la ocasión, salió del baño para encontrarse con la figura encorvada de Kise sentada en el borde de su cama. El cabello le tapaba la mirada, pero alcanzó a verle la boca apretada en una expresión de dolor.

Sintió una ola de preocupación recorrer su cuerpo y crear un vacío en la boca de su estómago, como una breve sensación de vértigo. Afiló la mirada y adquiriendo una pose segura, se acercó al rubio, estirando la mano para rozar tan sólo con la yema de los dedos, las finas y suaves hebras doradas del cabello de Kise. Éste reaccionó inmediatamente frente a su toque y llevó el cuerpo hacia atrás, alejándose del pelirrojo y alzando el rostro consternado.

—Kise, ¿te sientes bien? —aunque su voz era clamada, la preocupación fue evidente en su mirada.

—Sí, sólo estaba esperando que salieras del baño —el rubio respondió realizando una mueca extraña con los labios, como si intentara sonreír sin conseguirlo del todo y poniéndose de pie, se encerró en el baño.

Kagami no supo qué más hacer, pensó en quedarse ahí a esperarlo, pero terminó por convencerse que aquello no serviría de nada además de intranquilizarlo a él y presionar al modelo, así que soltando un bufido, se encaminó con paso lento hacia el comedor, donde la madre de Kise ya tenía un nutritivo y abundante desayuno japonés preparado.

El ambiente en la mesa fue tenso. Si la noche anterior las chicas habían actuado con naturalidad y jovialidad para tratar de distraer a su hermano y Kagami, esa mañana habían despertado completamente apagadas, tal vez porque se estaban adecuando a la solemnidad del acto al que debían asistir. Esa mañana todas vestían de luto, haciendo resaltar sus brillantes cabelleras rubias de distinto largo en medio de aquellos oscuros vestidos, que a cada una le otorgaban un estilo completamente diferente y característico. Kagami las admiró por bastante rato, fascinado con aquellas féminas tan distintas y semejantes a la vez, pero sin duda, de la única persona de la que no pudo despegar la mirada en ningún momento fue Kise, y no fue precisamente por su obvia y llamativa belleza: El modelo había sido el último en sentarse a la mesa y en toda la mañana apenas había probado bocado y no había mencionado palabra alguna, salvo lo estrictamente necesario.

Esa fue su excusa perfecta para negarse a hablarle, sumado a que comprendió que ese momento era de Kuroko y que él debía relegarse a un segundo plano ahora, después de todo, hoy asistirían al entierro de su compañero de clase, club y hasta podía decir amigo. Debía dejar de ser tan autorreferente y comenzar a pensar en la perdida que los entristecía ese día.  

Y ahora, Kagami estiró la mano dentro del auto y tocó con suavidad la pálida mano del rubio y vio cómo éste se sobresaltó por aquel inesperado contacto, giró el cuello con lentitud para mirarlo directamente a los ojos por breves segundos y después evadió sutilmente su toque a la vez que le sonreía de manera forzada, volviendo a fijar su mirada en el paisaje del exterior. Así se había comportado todo el día, completamente esquivo y melancólico. 

La tristeza la podía entender. Era completamente natural y esperable que se sintiera abatido por la muerte del peliceleste, que aunque últimamente se había comportado como un verdadero sicótico, a él mismo le constaba que Kise, a pesar de todo, lo quería mucho. Pero su frialdad y distanciamiento eran muy diferentes, e incluso le pareció que el rubio actuaba de forma contradictoria con él. La noche anterior lo había sentido tan apegado y cercano, buscando e implorando su cercanía y ahora era completamente indiferente a su presencia.

Cerró los ojos con fuerza y trató de no ser tan obvio, considerando que la familia de Kise viajaba en el auto junto a ellos, y procuró pensar en otra cosa. Lo más probable era que todo esto de la muerte de Kuroko lo había sensibilizado demasiado y ahora estaba sobre exagerando en sus reacciones… Aunque aún no podía sacarse de la mente aquellas crípticas palabras que le había dicho el peliceleste esa mañana que se lo encontraron.

¿Tú de verdad crees que él te ama, Kagami? ¿Tan buen mentiroso es Kise-kun o eres tú quien se engaña a sí mismo? ¿En serio no puedes ver que él está jugando contigo, de la misma forma que juega con todos a su alrededor? No te sorprendas Kagami-kun, tú no eres el primero que cae bajo sus trucos.

Ese había sido un discurso, cuando menos, impactante y no había podido evitar pensar que el peliceleste tenía razón en muchas de las cosas que dijo, pero… ¿A qué se habría querido referir Kuroko? ¿Estaba hablando por la herida o sería cierto lo que dijo? ¿Cuántos más habían caído bajo el hechizo de Kise? ¿De verdad Kise estaba jugando con él?

—Ya estamos a punto de llegar —las palabras de Yui lo sacaron de sus pensamientos y lo obligaron a mirar hacia el exterior para ubicarse en el espacio y tiempo adecuado—. Deberemos dirigirnos de inmediato al lugar de la ceremonia, porque debido al tráfico que nos encontramos de camino, vamos un poco tarde.

Yui no dejaba de vigilarlos por el espejo retrovisor, notando también que la actitud de su hermano menor desde que se había levantado era muy extraña, encendiendo las alertas de la joven. Pero Kise fue indiferente a las miradas preocupadas que le lanzaron las cuatro personas presentes en el auto y se limitó a aflojarse la corbata negra, que resaltaba sobre su camisa bermellón, y soltar un suspiro cansado sin despegar la vista de la ventanilla.

Cuando estacionaron finalmente en el cementerio, el rubio fue el primero en salir del auto y caminando con paso errático y pausado, se alejó del resto del grupo. Se paseó un poco por el estacionamiento, mirando en todas direcciones, como si buscara a alguien, aunque no había nadie ahí.

Sumire se tomó del brazo de Kagami al bajar y sin soltarlo, avanzaron rumbo al interior del cementerio.

—Ryouta de prisa, ya nos vamos —su madre le ordenó con voz suave.

—¿Kana puedes ir por él por favor? —Yui se puso los lentes de sol oscuros, mientras su hermana menor aceptaba asintiendo con la cabeza y con una sonrisa.

—Ryouta ¿estás bien? —Kana se acercó a él y se colgó de su brazo.

—Sí —se limitó a responderle ladeando la cabeza hacia la chica a la vez que esbozaba una sonrisa desabrida—. Sis… ¿Anoche fuiste a ver a Aominecchi? —preguntó finalmente con voz baja, poniendo atención de no ser escuchado por nadie más que no fuera la rubia.

—¡¿Estás preocupado por Daiki-chan?! —gritó la chica abriendo los ojos enormemente.

—¡Cállate! —dijo entre dientes, sin modular.

Kise se sentía espantado por la impertinencia de la chica y su mirada sombría y preocupada se dirigió por instinto al pelirrojo que caminaba delante de ellos, suplicando a todos los dioses que no haya escuchado las palabras de su querida hermana. Pero Kagami se había despegado unos centímetros del cuerpo de su madre y había girado el cuello en su dirección, mirándolo directamente a los ojos con una expresión indescifrable en su rojiza e intensa mirada ¡Sin dudas lo había escuchado!

Kise soltó un suspiro cansado y habló derrotado.

—Ahora entiendo lo que se siente cuando todos me dicen que soy un escandaloso.

—¡Así que por eso te veías así de triste! —la chica sólo se rio con el comentario de su hermano— Estabas preocupado por él, todo el camino venías pensando en él ¿verdad?

—¿Fuiste a verlo o no? —evadió la pregunta de Kana convenientemente.

Simplemente no estaba listo para reconocerlo aún, pero se sentía realmente preocupado por Aomine, y toda esa preocupación había nacido la noche anterior debido a las palabras de Kagami. El pelirrojo había dicho que Aomine se encontraba mal, que estaba muy afectado con la muerte de Kuroko y que incluso se culpaba por ello. Y fue tal vez esa preocupación la que le impidió dormir con calma. Toda la noche estuvo intranquilo, removiéndose entre sus sábanas, despertándose abruptamente, presa de inquietantes sueños con el moreno… Como un mal presagio.

—Lamentablemente no fui… Creí que te molestaría si lo iba a ver… ¡Lo siento! —la chica se excusó esbozando una sonrisa triste.

—¡Tranquila! No importa realmente… —dijo mientras comenzaba a caminar acompañado de su hermana— Ese cretino es muy insensible, así que no dudo que estará bien.

Pero aunque habló sonriendo y tratando de convencerse a sí mismo, cuando llegaron a la tumba del peliceleste, tuvo que tragarse sus irónicas palabras y reconocer abiertamente que sí estaba preocupado. Todo, al comprobar con sus propios ojos que sus peores sospechas eran ciertas.

El moreno se encontraba de pie junto a los demás ex miembros de Teiko al lado derecho de la tumba. Tenía las manos juntas delante del cuerpo y su cabeza estaba gacha, dándole una impresión completamente abatida. Llevaba lentes de sol oscuros, por lo que no se podía ver su mirada, pero delgadas lágrimas corrían sin cesar de sus ojos y caían en gruesas gotas de su mentón, absorbiéndose en la negra tierra bajo sus pies. Su boca tenía un rictus duro y apretado, como si se mordiera los labios para evitar sollozar a viva voz y su figura se veía extrañamente lejana, como si no estuviera físicamente presente. Parecía estar completamente perdido en sus pensamientos, indiferente a todo lo que ocurría a su alrededor, con la mirada fija en ese trozo de cemento vertical que tenía grabado el nombre del peliceleste y en ningún momento reparó en la presencia del rubio.

Todos los ex miembros de Teiko estaban ahí, parados estoicamente codo con codo, como lo hicieran muchas veces antes a la hora de recibir premiaciones y reconocimientos,  sólo que ahora el motivo de tal solemnidad era muy distinto. Todos tenían ahora esa misma expresión de consternación y tristeza total.

Satsuki estaba tomada del brazo del moreno y su rostro tenía una expresión de abatimientos bastante similar a la de él, con la sola diferencia que sus ojos descubiertos se veían hinchados y enrojecidos debido al llanto. Midorima tenía los ojos cerrados con fuerza y sus labios de vez en cuando murmuraban inaudibles palabras sin sentido por lo bajo. Murasakibara se veía anormalmente empático con la situación, secándose con la manga de la camisa negra, las lágrimas que de vez en cuando salían de sus ojos. Y Akashi se veía tan serio e imperturbable como siempre, sus ojos dispares eran ocultados con sus lentes de sol y sus brazos cruzados sobre el pecho le hacían ver indiferente, el único indicio de su tristeza, evidente sólo para aquellos que lo conocían bien, eran sus labios apretados en una línea dura para evitar su temblor y su cabeza gacha, gestos demasiado anormales en él para pasar desapercibidos.

Kise no tomó su lugar junto a ellos pues apenas se podía mover de la impresión y escasamente se pudo concentrar en lo que estaba pasando, no podía despegar su mirada inquisitiva y preocupada del moreno, por eso no fue consciente del momento en que el sacerdote budista terminó con el ritual acostumbrado en estos casos y se hacía a un lado para dejar que ahora los amigos del muchacho, dijeran unas últimas palabras de despedida.

Akashi tomó la palabra en nombre de los miembros de la Generación de los Milagros, dando un emotivo discurso que sacó lágrimas en los familiares y en sus propios ex compañeros de Teiko, hablando con voz fuerte y sin un ápice de duda o tristeza en ningún momento. Su última señal de respeto y homenaje a quien fuera su amigo. Hyuga fue su contraparte por Seirin, logrando un efecto similar, recordando divertidas anécdotas que sacaron además de lágrimas, un par de sonrisas a todos los presentes, quienes vieron cómo el joven a pesar de conocerlo hace poco tiempo, lograba retratarlo a la perfección.

Luego de esto, se depositaron las cenizas de Kuroko en la tumba y pronto, todo hubo terminado. Uno a uno, los pocos invitados a la ceremonia privada comenzaron a retirarse, dejando tan sólo a un par de personas aún de pie… Entre ellos, Aomine que no se había movido en su posición, como si no se hubiera percatado que ya era hora de marchar, y Kise que en el lado opuesto no podía despegar la vista del moreno.

—Kise, ya es hora de irnos —Kagami se le acercó y le habló con voz grave.

El pelirrojo había tomado ubicación junto a los miembros de su equipo durante toda la ceremonia, pero cuando ésta hubo terminado, se despidió de ellos con gesto rápido y desabrido, decidido a volver junto al modelo lo más pronto posible y acompañarlo a su casa. Mientras se encaminaba hacia él, se había tratado de convencer que debía hablar con Kise sin falta, en lo posible debía ser hoy mismo. Pero ahora el rubio se veía más indiferente que nunca, sin siquiera reparar en su presencia, aun cuando lo había llamado por su nombre.

—Kise ¿me estás escuchando? —volvió a preguntar. Esta vez depositó su mano en el hombro del chico, pero no obtuvo respuesta y preso de la frustración se paró frente a él y zamarreándolo levemente, le habló con voz fuerte— ¡Kise!

—¡¿Qué quieres?! —el rubio arrugó el ceño y con un manotazo le apartó las manos de su cuerpo.

Kagami se impresionó con la actitud hosca del rubio. Esa voz molesta y fría nunca la había oído salir de sus labios y tuvo que alzar el entrecejo en un gesto de impresión. Esos ojos dorados siempre tranquilos y transparentes, nunca los había visto con ese tinte insensible ni esa expresión huraña y tuvo que repasarlo con la mirada para convencerse que ese que estaba viendo era Kise.

—Y bien, ¿qué es lo que quieres? —el rubio repitió la pregunta, pero esta vez su tono de voz era calmado y suave. Se podía percibir un suave toque de ironía en su voz grave y pastosa.

—Me voy… Es lo mejor —soltó de pronto, sin pensar realmente en lo que decía.

Kise soltó un suspiro y bajó la mirada mientras se masajeaba el puente de la nariz, pensando. Cuando levantó la cabeza hacia el pelirrojo y volvió a hablar, sus ojos y su voz tenían la frescura acostumbrada, no había ni rastro del exabrupto del que había sido presa hace tan sólo minutos y hasta se permitió sonreírle con tranquilidad.

—¿Podemos llevarte en el auto si quieres? No es necesario que te vayas solo.

—No estoy hablando de eso, Kise —el pelirrojo repuso con voz decidida—. Lo que quise decir es que me marcho de tu vida.

—¡¿Qué?! —El rubio gritó espantado por esta repentina y abrupta noticia y respondió tartamudeando— ¿De qué estás hablando Kagamicchi? ¿Cómo que te vas? ¿Por qué?

—Es lo que debo hacer.

Kise negó con la cabeza y sus ojos se inundaron de lágrimas, se pasó las manos por el cabello en un gesto de frustración evidente y evitó mirarlo a los ojos, mientras un jadeo suave salía de sus labios. Kagami no había despegado su mirada rojiza e intensa del rubio, observando detenidamente cada uno de sus movimientos.

—¿Esto es una broma? —Kise preguntó viendo cómo el pelirrojo negaba con la cabeza— ¡¿Y tenías que hacerme esto justo ahora?! ¿Me vas a dejar solo cuando más te necesito?

Kise no dejaba de mirar a Kagami con una expresión consternada en el rostro mientras sentía que millones de preguntas se le venían a la cabeza. Ni siquiera se detuvo a pensar lo egoísta que podían sonar sus reclamos ni en cómo le había fallado él al pelirrojo para que éste haya tomado una decisión así de repentina y extrema, precisamente ese día. Ahora su mente sólo procesaba que Kagami lo estaba abandonando en el momento en que se sentía más solo y culpable que nunca. Sintió cómo una cólera ciega crecía en su interior y lo invadía poco a poco. Era innegable, sentía ira, resentimiento hacia aquel muchacho dulce y sensible, casi perfecto, a quien se había obligado a amar y había fallado estrepitosamente. 

—Lo siento Kise, pero debo pensar primero en mí. Sé que no es el mejor momento y que olvidarte no será sencillo, pero si no lo hago ahora, no lo haré nunca —la voz de Kagami sonaba grave y fuerte, revestida de la más completa seguridad.

—¡Pero, por qué! ¿Te vas sin siquiera dar la batalla? ¡Ni siquiera vas a intentar que lo nuestro funcione! —el rubio gritó enojado sin preocuparse de las escasas personas que aún permanecían ahí y que por suerte no les prestaban atención.

—Oye… —Kagami lo miró apretando el ceño y respondió con voz cansada— hay una diferencia entre ser optimista y ser simplemente ciego ¿lo sabes?

El rubio se veía evidentemente molesto y eso era algo que Kagami nunca previó ¡Que Kise se podía negar a aceptar aquello que era obvio! Parecía hasta ridículo de imaginárselo, pero ahí estaban: Kagami dejando libre al chico que le había dado sentido a su vida por un tiempo, por el simple hecho de ser lo suficientemente fuerte para dejar ir aquello que ama cuando se da cuenta que en realidad no le pertenece. Y Kise, incapaz de comprender que las acciones del pelirrojo eran un acto de amor sin medidas, sintiéndose traicionado, herido y abandonado.

—¿Qué es lo que quieres decir? —el rubio lo miró de manera desafiante.

—¡Que tú estás enamorado de Aomine! —Replicó alzando la voz por primera vez desde que habían comenzado a hablar— Yo he intentado hacer que lo olvides, pero ya me di cuenta que eso es imposible.

—¡Eso no es cierto! —El rubio respondió indignado— ¡Yo ya no estoy enamorado de él!

—¿En serio? —El pelirrojo lo miró divertido, preguntando con ironía— Yo creo que el orgullo es bueno, pero cuando éste nos ciega… ¡Claramente es un mal signo!

—¡No puedo creer lo que estás diciendo! —Kise lo miró de arriba abajo en un gesto de indignación total— Además… me estás terminando en un cementerio, el día del funeral de un amigo ¡Esto es increíble!

Kagami rodó los ojos y soltó una risita suave.

—¡Qué dramático eres!... Creo que voy a extrañar esto —y repentinamente sus ojos se inundaron de lágrimas—. Dime algo, Kise… después de la muerte de Kuroko, ¿no te has dado cuenta de lo frágil y rápida que es la vida?

—No te entiendo… ¿A qué viene todo eso?

—Podemos morirnos mañana mismo, Kise. ¿De verdad quieres pasar el breve tiempo que tienes en este mundo, lejos de la persona que amas?

El rubio no respondió nada, apretó los labios en una línea rígida. Ahora entendía lo que el pelirrojo quería decir. Sus ojos volvieron a inundarse de lágrimas, pero a fuerza de voluntad les impidió la salida, sintiendo cómo su garganta se apretaba y le impedía respirar con normalidad. No podía negar la chocante verdad de las palabras de Kagami, porque era algo que él mismo había pensado durante toda aquella mañana.

Ahora se sentía tan indigno y falso ¡Cómo se había atrevido a negar que seguía amando a Aomine! Si durante el viaje sólo el moreno había ocupado sus pensamientos y en toda la ceremonia no había despegado los ojos de él ¿Por qué le costaba tanto reconocer que amaba a Aomine? ¿Algún día tendría las fuerzas para hacerlo?

Kise cerró los ojos con fuerza haciendo que una delgada lágrima rodara por su mejilla derecha, pero él inmediatamente se borró del rostro aquella evidencia con el dorso de la mano. Sin abrir los ojos aún, oyó la voz de Kagami distante a sólo centímetros suyo, como un susurro grave y profundo que le llegó hasta el alma… Era el momento del adiós.

—De ahora en adelante, tratémonos con el cariño y preocupación propios de los buenos amigos que somos —propuso el pelirrojo mirando intensamente el rostro de Kise—. ¡La verdad es que no creo que pueda alejarme completamente de ti!

Kagami se acercó a Kise y tomando la rubia cabeza entre sus manos, depositó un suave beso de despedida en su frente, cerrando los ojos con fuerza, dándose el tiempo de saborear por última vez la piel nívea y suave del rubio bajo sus labios, dándose el tiempo de memorizar el delicado aroma que despedía su piel y separándose abruptamente, se alejó.

Pero alcanzó a dar sólo un par de pasos hacia la salida cuando detuvo su andar y se giró para lanzarle una última pregunta al rubio, algo que seguía dando vueltas en su mente, una duda que sólo tenía esta oportunidad para resolver.

—Kise ¿puedo preguntarte algo? Lo que dijo Kuroko… Lo que dijo Kuroko fuera de tu departamento, antes de que Aomine llegara ¿es verdad?

—¿De qué hablas? —Kise se giró para ver al pelirrojo a la cara— ¿Sobre su insinuación de que yo era prácticamente un prostituto, que me había acostado con todo Teiko?

Kagami sólo asintió con la cabeza.

—¡No sé por qué dijo eso! —Kise soltó un suspiro cansado— Yo nunca he tenido un romance con nadie de Teiko excepto Aominecchi ¡De hecho yo nunca he tenido ningún romance con nadie además de Aominecchi! Y contigo claro… —respondió mientras se encogía de hombros.

—Sin embargo, todos en Teiko te tratan de una forma especial… como… es como si tuvieran delicadeza exclusivamente para ti —Kagami puntualizó pensando en lo que él mismo había visto el día anterior: la evidente sutileza de Akashi y Midorima al tratarlo.

—¡Ah… eso! —se rio suave, sintiéndose apenado— Supongo que es porque en Teiko me trataban como si fuera la nena del equipo ¡Debe ser por eso! ¡O porque me quejo mucho!... No lo sé realmente.

—¡No sé si sea sólo por eso! —los labios de Kagami se estiraron, formando una sonrisa.

—Como sea Kagamicchi… Decidí recordar a Kuroko por el amigo que tuve alguna vez y no por los absurdos actos que cometió al final.

Kagami abrió los ojos levemente y alzó ambas cejas, recorriendo con su intensa mirada el cuerpo del rubio de pie frente a él ¡Qué criatura tan fantástica le parecía! Kise siempre había logrado sorprenderlo y hace tiempo se había dado cuenta que era alguien imposible de predecir, pero no había podido vislumbrar hasta ahora la madurez que se ocultaba detrás de su despreocupada personalidad y su perpetua sonrisa.

—¡Qué maduro te ves Kise! —admitió con una sonrisa en los labios.

—¡En realidad soy todo lo contrario! —Precisó, copiando la sonrisa del pelirrojo— Tú, mejor que nadie debería saber que sólo soy un idiota inmaduro y egoísta.

—¡Creo que esa frase no hace más que darme la razón! —Gritó mientras comenzaba a alejarse, retrocediendo con pasos lentos y sonriendo ampliamente— ¡Adiós Kise! Te deseo lo mejor.

—¡Adiós Kagamicchi! —respondió levantando la mano, pero sin poder sonreír.

El rubio permaneció unos instantes más ahí, viendo la imponente figura del pelirrojo alejarse con paso lento, oyendo sus marcados pasos cada vez más lejanos y la desconocida melodía que silbaba de manera despreocupada, hasta que por fin dobló en una esquina y lo perdió completamente de vista, dejando ante sus ojos la gris inmensidad de los millones de pequeños monumentos póstumos de cemento.

Debía reconocer que esa despedida le había costado.

Se dejó llevar por sus pensamientos y perdió consciencia de lo que ocurría a su alrededor, por eso no fue capaz de darse cuenta de la alta figura de un adulto que se le acercaba con pasos lentos pero decididos y se paraba atrás de él.

—Kise-kun, tanto tiempo sin verte ¿cómo estás?

El rubio arrugó el ceño inmediatamente al reconocer aquella voz grave que tanto se parecía a la de Aomine. Giró sobre sus talones en un movimiento abrupto, haciendo que su lacio cabello se moviera grácilmente, como si tuviera vida propia, despejándole la frente por breves instantes y dejando ver cómo esa tersa piel se arrugaba en un gesto de duda.

—¿Suegro? —preguntó abriendo la boca de la impresión.

—¿Disculpa? —Kotaro Aomine miró al rubio sin entenderlo.

Kise quedó petrificado de la impresión y ahora no sabía qué decir. Había quedado sorprendido de ver ahí a aquel hombre y soltó la primera palabra que se le vino a la mente, sin pensar ni por un segundo en lo que decía y ahora no tenía idea de cómo salir del aprieto en que él mismo se había metido.

—Es… ¡Una broma interna! ¡Sí! Es una broma que tenemos Aominecchi y yo —respondió sonriendo nervioso en medio de un breve chispazo de lucidez.  

—¡Vaya! Qué bromas tan particulares hacen ustedes —el hombre comentó con aire serio, suprimiendo una sonrisa en su rostro.

Para el adulto fue obvia la actitud nerviosa del rubio y no tuvo que pensar mucho para sacar sus propias conclusiones. Él conocía a Kise desde hace más de un año. La primera vez que lo vio fue una noche que llegó a su casa inesperadamente y se encontró con el conocido modelo instalado en su living, mirando una película junto a Daiki, fue ahí cuando se enteró que él y su hijo eran compañeros en el Club de Basketball de la secundaria y que además eran buenos amigos.

Después de ese día, lo continuó viendo muchas veces más. Había veces que incluso lo encontraba completamente solo durmiendo en la habitación de su hijo. Kotaro tenía la costumbre de pasar al cuarto de Daiki, sin que el moreno lo notara por supuesto, para constatar que estaba ahí durmiendo a salvo, cada vez que llegaba de madrugada a su casa sólo para dormir un par de horas en su cama. Y desde la primera vez que vio a Kise durmiendo ahí solo, supo que él tenía la total confianza de su hijo y que no era un simple amigo más.

Nunca los había visto durmiendo juntos, pero las sospechas que siempre tuvo sobre ambos muchachos sólo se confirmaban cuando se topaba con la puerta de Daiki cerrada con seguro y a la mañana siguiente se encontraba con el par de chicos en la cocina, que convenientemente se habían quedado haciendo algún trabajo para el colegio, aunque él sabía a la perfección que su hijo no tenía ningún interés en las calificaciones ni en el colegio. Sin embargo, nunca habían sido así de obvios, hasta llegar al punto de que Kise lo llamara suegro en público.

—No… no esperaba verlo aquí, Kotaro-san —Kise comentó con voz seria, tratando de olvidar aquel impase.

—Pedí un par de días libres en la Agencia ¡Con todo esto que ha pasado no creo que sea buena idea dejar a Daiki solo! —respondió guardándose las manos en los bolsillos.

—Y… ¿Él cómo está?

—Está muy mal ¡Nunca lo había visto así! —El hombre negó con la cabeza— Incluso se culpa de aquel accidente. Pero por lo que pude averiguar, el chico Kuroko tenía una historia clínica complicada. Había sufrido de una depresión severa y estaba medicándose con fuertes antidepresivos.

—¿Qué…? —Kise lo miró incrédulo— ¿Y usted cómo sabe todo eso?

—Porque como sabes, trabajo en la Agencia Nacional de Inteligencia, es fácil para mí acceder a información que es clasificada. Sé que esto es una falta de ética, pero después de la escena que vi ayer en mi casa al ver así de afectado a Daiki, fue mi deber como padre averiguar más sobre todo este asunto.

—Entiendo…

—Kise-kun —el hombre se acercó al rubio y le puso una mano en el hombro—. Por favor, te pido discreción con respecto a esto.

—¡Por supuesto!

—Sólo te lo dije porque sé que eres uno de los involucrados y creí que podías tener las mismas autorecriminaciones que mi hijo, aunque al verte ahora, me doy cuenta que no es así —el hombre esbozo una sonrisa leve, mirando con intensidad al muchacho de pie frente a él—. ¡No sabes lo que me alegra verte así de bien!

—Debe pensar que soy un insensible —el rubio habló encogiéndose de hombros y bajando la mirada—. Pero Kurokocchi y yo estábamos bastante distanciados ¡Aunque eso no quiere decir que no me haya dolido su fallecimiento!

—No creo que sea sólo por eso —el hombre lo contradijo, hablando con seriedad—. Creo que se debe a que tú posees una fuerza de voluntad muy particular ¡Tal vez se deba a tu acérrimo optimismo!

Kise no supo qué responder y se limitó a esbozar una sonrisa cordial, no se imaginó que aquel hombre que siempre había sido tan ausente, lo conociera tanto y menos aún que ahora se mostrara tan preocupado por su hijo ¡Pero si él lo había dejado solo toda la vida! ¿A qué venía tanta preocupación ahora? Y fue en medio de este pensamiento que se dio cuenta: Aomine debía estar realmente mal como para lograr que hasta su padre se preocupe por él.

—¿Se van ahora a su casa? —preguntó de improviso, mirando al hombre con ojos preocupados y moviendo el pie con gesto impaciente.

Kotaro Aomine soltó un suspiro cansado y miró el cielo unos instantes antes de responder.

—Decidí esperar hasta que Daiki quiera marcharse… No quiero llevármelo en contra de su voluntad, pero si lo ves, te darás cuenta que no tiene intenciones de marcharse —habló girando el cuerpo y posando su mirada en su hijo.

A esa hora ya todos se habían marchado del lugar, pero Aomine aún permanecía inamovible junto a la tumba del peliceleste. Se había sentado en el monumento contiguo, sin mostrar el menor respeto por el muerto que descansaba ahí y recargaba los brazos en sus piernas dobladas, inclinando el cuerpo levemente hacia adelante. Se había quitado los lentes de sol y ahora sus ojos se veían hinchados e inyectados de sangre debido al llanto que de seguro lo desveló y por sus mejillas, el surco enrojecido de las lágrimas derramadas recientemente le marcaba el rostro. Satsuki se encontraba de cuclillas a su lado, jalándolo del brazo en un vano intento por ponerlo de pie y suplicándole con voz suave y aguda que se marcharan.

Sin embargo, todo aquello era inútil. Se podía ver que Aomine ni siquiera se daba cuenta de la presencia de la chica en el lugar y su rostro apagado e inexpresivo le daba la impresión de que su cuerpo no era más que un cascarón vacío.

Kise tuvo que pestañear un par de veces para convencerse de la veracidad de la realidad que sus ojos le mostraban y su ceño volvió a apretarse en una expresión de dolor, pero esta vez fue por el sufrimiento que vio reflejado en los ojos azules y apagados del moreno. En ese instante sintió miedo, sintió terror puro, al pensar que era probable que a fin de cuentas, con su muerte, Kuroko había logrado lo que siempre quiso: separarlos para siempre.

—Kotaro-san, ¿me deja cuidarlo? —pidió de pronto, otra vez sin pensar en lo que decía.

—¿Cómo dices? —El hombre desvió la atención de su hijo y volvió a girar el cuerpo para ver al rubio— ¿Entiendes lo que estás diciendo? ¿Estás seguro de ello?

—Yo quiero cuidarlo —respondió ahora con seguridad—. Sé que puedo hacerlo ¡Sólo déjeme intentarlo! Lo llevaré a mi casa y si mañana sigue igual, lo iré a dejar con usted.

—¡Está bien, tú ganas! —El hombre suspiró derrotado y sonrió— Creo que a Daiki le hará bien estar contigo ¡Pero prométeme que cualquier cosa que pase me llamarás! —pidió con voz seria.

—¡Lo prometo!

Y sin esperar nada más, se encaminó hacia la figura encorvada del moreno, sin despegar en ningún instante su mirada dorada del abatido rostro del chico. Fue seguido de cerca por Kotaro, quien se encaminó con la intención de llevarse a la pelirrosa con él, ya que los padres de la chica no habían podido acompañarla.

—Satsuki, es mejor que nos vayamos, yo te iré a dejar a casa —Kotaro tomó a la chica del antebrazo y la ayudó a ponerse de pie.

—No me iré ¡No pienso dejar a Dai-chan solo! —protestó firmemente.

—Él no estará solo, se quedará con Kise-kun —el adulto explicó con voz paciente.

—¡Qué! —Fue sólo en ese instante que Satsuki ladeó el cuello en dirección al rubio y lo vio por primera vez— Creí que no habías venido, no te vi en ningún momento.

—Llegué un poco tarde así que me quedé atrás —admitió con voz baja.

—Bueno Kise-kun, ¡te lo encargo! Y recuerda que puedes llamarme a la hora que sea.

El rubio asintió con la cabeza y el hombre se despidió de él palmeándole el hombro. Luego de eso, tomó a la pelirrosa del brazo con suavidad y comenzó a alejarse. La chica caminó reticente a su lado, dándose vuelta para mirar hacia atrás varias veces y en muchas ocasiones sintió el impulso de soltarse del agarre del adulto y echar a correr de vuelta junto a su amigo. No le había gustado nada la idea de tener que verlo junto a Kise, ni mucho menos que ahora el mismo Kotaro Aomine le dé su venia para cuidarlo. Pero nada pudo hacer más que aceptar.

Kise por su parte, ni siquiera esperó a que se marcharan, simplemente se acercó al moreno y se sentó junto a él en una posición similar, ignorando lo que ocurría a su alrededor. Fijó la vista en el nombre esculpido en el cemento, su espalda estaba erguida debido a que sus brazos reposaban sobre su regazo y sus largas piernas estaba dobladas casi tocando el suelo con los muslos.

—Lo que más extrañaré de Kurokocchi, será su abrumadora sinceridad —comentó sin mirar al moreno, con los ojos fijos en la tumba y sin saber realmente si sus palabras estaban siendo oídas.  

Aomine no respondió nada, por eso él tuvo que girar la cabeza y mirar directamente aquellos ojos azules ahora perdidos para darse cuenta que no obtendría respuesta alguna. Se dio cuenta en ese momento que el moreno aún continuaba en estado de shock, que si bien era consciente de lo que sucedía a su alrededor, era incapaz de reaccionar frente a ello y rogó al cielo para que sea un estado transitorio, fácilmente curable con un buen descanso, aunque por ahora eso parecía cuando menos, difícil.

Se arrepintió en ese momento de haberse ofrecido a cuidarlo y se dio cuenta de la tremenda irresponsabilidad que había cometido ¿Qué haría si el moreno se negaba a moverse en todo lo que resta de la tarde? ¿Cómo lo llevaría a su casa él solo? ¿Podía hacerlo reaccionar?

—Aominecchi… vamos a mi casa —probó suerte hablándole de frente, pero no obtuvo respuesta—. ¡Yo te cuidaré! Vámonos.

El moreno siguió sin hablarle, sin moverse y sin mirarlo, era como si se tratara de un muñeco con la forma exacta y perfecta de Aomine, pero completamente inerte. Aunque Kise no se dio por vencido con tanta facilidad y poniéndose de pie, lo tomó del antebrazo y lo alzó con fuerza, logrando que éste lo imitara y se incorporara en toda su altura. El rubio no le había soltado el brazo de donde lo tenía firmemente sujeto, preparado para cualquier cosa, pero al ver que el moreno no vacilaba y sus pies estaban firmes sobre el suelo, lo jaló del brazo y se encaminaron hacia la salida.

Aunque Aomine no le respondía, tampoco lo rechazaba, sino que se dejaba guiar con docilidad por el rubio, sin poner ni un obstáculo.

Minutos después, Aomine se dejó caer con pesadez sobre el asiento del taxi, hundiendo la cabeza en el suave respaldo; su cuello iba estirado a todo su largo y su mirada seguía igual de perdida, fija en el techo del vehículo. Kise se aventuró a tocarlo: estiró la mano en su dirección y con la yema de los dedos rozó el dorso de la mano inmóvil de Aomine, éste no reaccionó, no movió un sólo músculo, así que con suavidad le sostuvo la mano. En un inicio la sintió fría, casi sin vida, pero lentamente reaccionó a su estímulo y con lentitud se cerró sobre sus dedos, haciendo una presión mínima.

El lento tránsito del vehículo fue imperceptible para Kise, sus grandes ojos iban fijos en el muchacho que se sentaba a su lado y lo inspeccionaban incansablemente, con evidente preocupación. No se dio cuenta que había llegado a su edificio sino hasta que el taxista se giró en su asiento y le habló para cobrarle. Kise le sonrió con gesto forzado y pagó sin decir una palabra para bajar apresurado y tirar al moreno de la mano.

No rompió ese contacto que se formó dentro del vehículo y continuó guiándolo de la misma forma, sosteniéndolo con firmeza pero con suavidad, jalándolo de manera demandante pero no impaciente. Poco a poco se fue dando cuenta que el moreno realizaba pequeños cambios de presión sobre su mano y cuando se acostumbró a ese mudo lenguaje, sintió cómo de vez en cuando Aomine apretaba su mano con mayor fuerza y relajaba el agarre después sin ninguna razón aparente. Él trató de imitar aquel gesto, como si se tratara de una conversación sin palabras entre ambos, pero no estaba seguro de haber entendido el mensaje que el otro le quiso transmitir. No, hasta que se dio cuenta que Aomine evitaba abiertamente mirar hacia su izquierda, hacia el lugar donde había muerto el peliceleste.

Cuando Kise se dio cuenta de qué era lo que perturbaba al moreno, se sintió tremendamente estúpido e inconsciente por haberlo llevado ahí, por no haberse apresurado más en entrar y simplemente por no haberse dado cuenta antes de lo que pasaba. Apretó el paso y fue seguido de cerca por Aomine, sin dejar de sentir esa intranquilidad hasta que por fin atravesaron las puertas de cristal del edificio y entraron a su enorme y seguro interior, un armazón de hierro y concreto.

Durante el rápido trayecto del elevador volvió a darse cuenta que la mano de Aomine permanecía floja entre sus dedos, ya no lo apretaba con la premura de su lenguaje mudo: ya no tenía necesidad de comunicar nada o ya no se sentía intranquilo, sólo existían esas dos opciones. Y ahora había vuelto a ser aquel muñeco inerte que se dejaba guiar con docilidad.

Cuando llegaron al departamento, Kise tuvo que soltarlo de la mano para abrir la puerta, pero Aomine no hizo nada, sin moverse ni un centímetro de la posición donde lo dejó y tuvo que jalarlo de la mano nuevamente para ingresar al departamento. Cerró la puerta dando un portazo con el pie y guió al moreno rumbo a su habitación, específicamente rumbo a la cama.

—Debes descansar Aominecchi. Sé que aún es medio día, pero ambos necesitamos dormir —susurró más para sí mismo, pues ahora estaba seguro que el otro no lo escuchaba realmente.  

Se sentía completamente exhausto y apresuradamente se quitó la corbata y el saco, dejándolos caer al suelo a la vez que mandaba a volar los brillantes zapatos negros estilo Oxford. Soltando un suspiro cansado, siguió con su tarea y ahora fue el turno de la delgada camisa que se quitó con movimientos casi desesperados hasta quedar con el torso desnudo, sintiendo la refrescante sensación del aire acondicionado enfriar su blanca piel. Los incómodos pantalones simplemente los dejó caer al suelo luego de abrir el botón y el cierre, sin tomar real consciencia que ahora se encontraba sólo en bóxer.

Al girar su cuerpo hacia la puerta, recién se percató que Aomine seguía igual de estático y ausente, sin reparar en lo más mínimo en él. En ese momento pensó que realmente no importaba si iba completamente desnudo o cubierto hasta el cuello, porque a fin de cuentas el otro no parecía darse cuenta de nada, sin embargo, soltando un suspiro resignado, rápidamente tomó su pijama de verano y se lo puso.

Luego se dio cuenta que si él no ayudaba a Aomine a quitarse la ropa y guiarlo a la cama, éste nunca se movería del lugar en donde estaba y lentamente se le acercó. Levantó las manos hacia él con algo de duda, evidente en el temblor de sus dedos, y le quitó el saco con movimientos medidos, inspeccionando la reacción del moreno a su accionar. Al ver que éste continuaba siendo aquel muñeco, prosiguió con su tarea, desabotonando uno a uno los diminutos botones de su camisa negra y descubriéndole el bronceado torso. Sus dedos dudaron un poco a la hora de abrir la plateada hebilla del cinturón y lo jaló con fuerza para sacarlo del pantalón. Sus movimientos fueron tan abruptos que desestabilizaron el cuerpo del moreno, que se tambaleó sobre su eje hasta recuperar el equilibrio. Kise jadeó fuerte para tranquilizarse y terminó de desvestirlo.

Suprimió los nervios que lo invadieron al momento de contemplarlo vestido sólo con unos bóxer rojos. No era la primera vez que él desvestía a moreno, pero esta sí era la primera vez que se sentía así de intranquilo. Las palmas de sus manos sudaban, y no era sólo por el sofocante calor, su corazón latía con fuerza dentro de su pecho y tenía una sensación de vértigo en la boca del estómago… Nunca había contemplado así de indefenso a Daiki Aomine.

Se tomó unos segundos para contemplarlo en toda su magnitud: el cuerpo bronceado y perlado de sudor, con los músculos marcados que delineaban su imponente figura, un cuerpo perfecto que ahora más que nunca parecía pertenecer a una estatua griega y no a un joven de Preparatoria. Aquella inmovilidad que tenía se le hacía tan inhumana, que sintió un escalofrío de terror recorrer su espalda.

Y fue en ese instante en que Aomine se movió por primera vez con voluntad propia. Sin mirar al rubio, simplemente levantó los pies del suelo y se acercó a la enorme cama, y dejándose caer boca abajo, exhaló un suspiro cansado y lentamente cerró los ojos.

Kise lo miró asombrado, con los ojos abiertos enormemente, inspeccionando cada movimiento en busca de una mejoría a su estado de shock, pero al ver que el moreno siguió igual de inmóvil sobre la cama, se acostó a su lado sin saber realmente qué hacer ni qué pensar. Se sentía tan extraño estar acostado así con él, era como dormir al lado de otra persona, pero al mismo tiempo no podía evitar sentirse preocupado.

Se acomodó de espaldas en la cama y entrelazó sus manos sobre su vientre mirando fijamente al techo, pero sin dejar de vigilar de reojo al moreno. Toda su preocupación dio paso a la sorpresa absoluta en sólo segundos, le bastó con sentir el cuerpo de Aomine acercándose al él para tranquilizarlo de inmediato.

Aomine se acurrucó sobre su pecho, rodeándole la cintura con fuerza. Él tuvo que alzar los brazos de manera automática para dejarle libre acceso al otro y luego dirigió una de sus manos a la cabeza del moreno y le acarició con suavidad el corto cabello, su otra mano se sostuvo con firmeza del bíceps bronceado que se cerraba sobre su cintura y moviendo el pulgar circularmente, lo acarició con suavidad.

Pero no logró relajar al moreno, por el contrario, sintió cómo lentamente tensaba el cuerpo y lo abrazaba con mayor fuerza y pronto fue consciente de la humedad que le mojaba la camiseta y la piel del pecho: Aomine estaba llorando en silencio. Automáticamente, Kise se aferró con mayor fuerza del moreno y la mano ubicada sobre el bíceps recorrió el marcado brazo hasta cerrarse sobre la espalda, a la vez que levantaba su torso sólo un poco hasta alcanzar la frente de Aomine y besarlo con suavidad.

Sus labios fueron bajando con lentitud hasta llegar a los ojos cerrados con fuerza y absorbió una a una las lágrimas, sintiendo salinidad en su paladar y amargura en su corazón. Aomine se movió otra vez, esta vez acercándose más hacia los labios del rubio hasta esconder el rostro en el suave y pálido cuello de éste.

Kise no dejó de besarle el rostro en ningún momento, sólo se detuvo cuando sintió que por fin el moreno relajaba su cuerpo y el brazo sobre su cintura se aflojaba, hasta que se dio cuenta que estaba completamente dormido. Sólo ahí dejó de ser el guardián de sus sueños y se permitió a sí mismo cerrar los ojos y descansar.

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado

Besos!!


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