Epílogo.
Amor, traición, orgullo… y otra vez amor.
Cuando era niño, Ryouta Kise creyó que los amores eran como en las películas: sublimes y perfectos; coleccionando cartas de amor en cajitas de madera escondidas en el fondo de los armarios, guardando entre las hojas de los libros flores secas, sintiéndose identificado en cada canción de amor, pasándose las noches en vela sólo perdido en sueños, sintiendo cómo las mariposas revoloteaban en su estómago, imaginando que ese dulce sentimiento duraría para siempre.
Luego se dio cuenta que en la vida real, eso no era tan así…
Cuando el amor lo encontró, se transformó en un vicio para él, en su enfermedad personalizada. Sentía su efecto en todas partes, acechándolo implacable. Estaba hipnotizado por ese amor, viendo tan sólo lo que quería ver, viviendo en una nube a metros sobre el suelo. Su corazón palpitaba de emoción sólo con volver a verlo a él, al causante de todo ese cataclismo de sentimientos en su corazón.
Pero al descubrir la traición, ese amor le hizo sentir alegría y miseria al mismo tiempo. Uno solo de sus besos lo hacía vibrar; sus piernas, que un día creyó fuertes y poderosas, temblaban hasta hacerlo caer de rodillas a sus pies, rendido ante lo abrumador de ese sentimiento.
El ser defraudado por la persona que más amaba, le enseñó lo que era el verdadero sufrimiento ¡No hay nada peor que el engaño! Pensó lleno de inocencia, pero pronto descubrió que si las mentiras duelen, las verdades dolorosas destruyen.
Ese amor y el desamor que le siguió, lo partieron en dos, no sólo le rompió el corazón, lo rompió a él: lo hizo sentir pequeño y frágil, con el corazón lleno de cicatrices, que por más que quiso remendar, nunca lo consiguió del todo, porque lo único que cura ese tipo de heridas es el verdadero amor. Y ahí descubrió que con la misma intensidad con que lo amaba, también lo odiaba; porque sólo se puede odiar realmente, lo que una vez se quiso con el corazón. El amor que un día le alegró la vida, ahora sólo le traía dolor, mezclado con ira, resentimiento e inseguridad.
Y su orgullo, herido y rabioso, le impidió perdonar. Trató de convencerse a sí mismo que del amor se puede pasar al olvido, y así se alejó de él: se rindió, dejó de luchar, porque creyó que su amor ya no era nada… Pero se equivocó. Porque cuando se creyó seguro de la indiferencia, se dio cuenta que aún lo amaba como el primer día, e incluso más.
Aunque ese amor le trajo lágrimas, humillación, miedos, engaños y miseria, también le enseñó el perdón, la comprensión, el apoyo y la dicha. Y aprendieron a amar otra vez.
La historia de ellos había sido así, primero les llegó el amor, aplastante y abrazador. Después la traición los impactó de frente sin piedad, con un dolor que les estrujó el corazón. Y luego el orgullo fue el que los cegó, como ciega siempre… Pero el amor volvió, porque el amor nunca se extingue, sólo se camufla entre las cicatrices, pero permanece siempre ahí, en el corazón.
El amor siempre vuelve, porque las historias de amor como la suya, no mueren nunca; son eternos puntos suspensivos…
— Fin —