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De Soledad y Recuerdos por Nayen Lemunantu

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Notas del capitulo:

¡Buenas!

Si estás leyendo aquí y no te diste cuenta que actualicé la semana pasada, pues vuelve un capítulo. Al parecer no fue tan buena idea simplemente reemplazar la Declaración por el capítulo correspondiente y pues, si son unas depravadillas como yo, se deben haber perdido un muy buen capítulo xD 

Capítulo IX: Junto al río de aguas diáfanas

 

Jean se subió a horcajadas sobre Bullfart; un caballo ruano acostumbrado a la batalla y el miedo. La mañana estaba helada, el vapor salía humeante a través de su boca y se deshacía lentamente en el aire frío. La formación ya estaba lista para partir, sólo hacía falta la orden del Comandante y saldrían otra vez al exterior.

Jean habría preferido no ir. La última vez que atravesó la seguridad de las murallas había sido tan terrible que esperó que nunca en la vida le toque nuevamente enfrentarse a ese lugar, a esas horribles bestias. Pero no había nada que hacer; él era un soldado, había jurado su vida a defender a la humanidad de los Titanes y ahora sólo quedaba cumplir con su deber. Aunque el honor no era lo único que lo empujaba a continuar con el camino que eligió al unirse a la Legión de Reconocimiento, un camino que excede toda lógica, su motivación ahora era Eren, de eso no tenía dudas.

Había sufrido con la muerte de Marco un dolor incomparable, pero no permitiría que la misma historia se volviera a repetir. Ahora estaba dispuesto a dar su vida por proteger a Eren, aunque claro, sabía a la perfección que el castaño no necesitaba que nadie lo defendiera, después de todo él era la esperanza de la humanidad.

—¡En formación! —la voz cruda y sin emoción de Levi lo hizo concentrarse en la misión.

Toda la compañía estaba alineada a las afueras de la posada, listos para marchar. Jean sujetó firme las riendas de su caballo y tomó su puesto, vigilante de las espaldas de Eren, mirando cómo los encargados de cada escuadrón se paseaban al trote de sus caballos, dando a sus soldados las órdenes de último momento.

—¿Asustado? —Eren retrocedió su montura hasta el costado de Jean. Lo miró por varios segundos, como estudiándolo, y luego sonrió.

—¡Ah! Realmente no quieres saber lo que siento en estos momentos, Eren —Jean le devolvió la sonrisa. Ahora que las cosas volvían a estar en paz entre ambos sentía que volvía a respirar con libertad.

—¿Quieres apostar?

Jean no tuvo tiempo de contestar, vio que delante de ellos la compañía comenzaba a moverse intranquila: El momento había llegado, ya todo estaba listo. El Comandante Smith levantó la mano y la bajó en un instante, era la señal. Raudos, la cabalgata comenzó, los cascos de los caballos resonaron contra los viejos adoquines del pueblo y en medio del ajetreo y el bullicio, abandonaron Sonra con las primeras luces del amanecer.

La marcha era rápida y tardaron sólo un par de horas en estar frente a las puertas de la Muralla Rose, resguardada por un importante contingente de las Tropas Estacionarias. Las puertas se abrieron con lentitud; Jean pudo escuchar con claridad cada uno de los engranajes de metal cediendo hasta que las puertas estuvieron elevadas por completo. Jean y Eren habían cabalgado lado a lado en todo momento, y aunque no habían cruzado palabras, el tenerse codo a codo los hacía sentir tranquilos.

—La expedición acaba de comenzar. ¡Avancen! —a la orden del Comandante Smith, Jean espoleó fuerte contra las ancas de su caballo y la marcha comenzó.

Ahora cabalgaban a toda la velocidad que les permitían sus monturas; la idea era llegar hasta la ciudad abandonada de Roothmar, donde establecerían un campamento base, lo más pronto posible.

—¡Prepárense para entrar en formación! —Smith puso el brazo derecho completamente horizontal, a su señal todos los escuadrones comenzaron a desplegarse de acuerdo a la posición de cada uno en la formación.

Seguían la formación de los combates a Larga Distancia ideada por el Comandante Smith. Como estaba previsto, el Equipo de Operaciones Especiales quedó resguardado en la mitad de la formación. Jean no se dio cuenta del momento exacto en que Eren tomó su posición, sólo se percató cuando vio las Alas de la Libertad ondeando en sus espaldas justo frente a él.

La zona aledaña estaba libre de Titanes. Los ánimos dentro de esas bestias parecían haberse calmado y al no haber salidas humanas en un tiempo considerable, los Titanes que antes de arremolinaban tras las murallas, ahora se habían dispersado. Jean paseó la mirada por el paisaje circundante: un terreno plano, con suaves lomajes y pocos árboles, perfecto para la detección a larga distancia, pero desfavorable para el uso del equipo tridimensional. Tragó duro y esta vez observó a los miembros de su equipo, vio suspenso, expectación en las miradas intranquilas de todos.

Algo andaba mal, ya llevaban más de una hora de cabalgata y no se habían topado aún con ningún Titán. Todo estaba demasiado tranquilo, demasiado pacifico; demasiado parecido a la calma de la muerte.

De improviso, el disparo de un arma se oyó a lo lejos, Jean ladeó el rostro y vio a metros de distancia el humo rojo que avisaba del avistamiento de un Titán, volvió la mirada al frente y vio el humo verde de Smith que indicaba la dirección a seguir. La misma acción se repitió otras tantas veces durante todo el trayecto, pero debido a la posición que ellos ocupaban dentro de la formación, no avistaron ni de cerca a alguna de esas bestias. Jean chasqueó los labios molesto; eso era muy distinto a lo que le tocó vivir en la última expedición al exterior: ahora estaba en la seguridad de estar en el equipo mejor protegido, pero eso le hizo sentir inútil y frustrado, culpable por quienes sabía que estaban muriendo en el combate en ambos flancos para que ellos pudieran avanzar con seguridad.

El sol estaba en su cenit cuando llegaron a las inmediaciones de lo que alguna vez fue la gran ciudad de Roothmar; ahora sólo quedaban ruinas desmoronándose a pedazos bajo el implacable peso de la naturaleza y un silencio fatídico inundaba el lugar. El pueblo era cruzado por un gran río de aguas diáfanas y puras, a Jean le sorprendió que el agua no se hubiera transformado en una ciénaga nauseabunda de putrefacción.

La formación se agrupó en la plaza central de la antigua ciudad; los líderes de escuadrón hicieron sus reportes y se había logrado llegar con muy pocas bajas. Jean concentró su atención en Eren y luego miró alrededor, buscando señales de sus amigos; pudo verlos a todos, algo asustados e intranquilos, pero a salvo. Sólo en ese instante respiró con alivio.

—El Equipo de Operaciones Especiales encargado de tender las trampas —el Comandante hizo el llamado y a su orden varios equipos se movieron—, ¡Empiecen con su trabajo! —los equipos se movieron, los carromatos encargados de transportar el equipo salieron en la dirección de los cuatro puntos cardinales—. Los demás, nos instalaremos en los edificios que rodean la plaza, cada escuadrón tiene designado su lugar ¡A tomar posiciones!

—¡Entendido! —todos los soldados respondieron al unísono.

A ellos les había tocado en el edificio que antiguamente fue la alcaldía: un edificio alto de más de cuatro pisos que les permitiría estar seguros. Guardaron los caballos entre las paredes agrietadas del interior, pero luego usaron el equipo tridimensional para tomar las posiciones que les correspondían, en los techos de los edificios, donde tendrían una vista favorable que les permitiría evaluar las condiciones del combate si este se llegaba a presentar… Pero no era sólo por eso.

—¡Maldición! Estar siendo usados como vil carnada para Titanes… —Jean se puso de cuclillas y escupió las tejas del techo—. ¡Esto es denigrante!

Ya habían tomado posiciones sobre el tejado, podía ver a un par de metros de distancia a sus compañeros y superiores en la misma situación en los edificios circundantes. A Jean, Armin, Dubois y Rademaker les había tocado hacer el primer turno de vigilancia, mientras los demás miembros del equipo descansaban en el interior del edificio. 

—Es lo que hay que hacer, Jean —Armin le respondió con calma, su voz era suave, casi un susurro—. Nuestra presencia aquí, en los techos, a la vista, atraerá a los Titanes que necesitamos.

—No entiendo por qué no pudimos haber simplemente capturado a uno de camino hasta aquí —Jean no miró al rubio mientras le hablaba, sus ojos se perdían en los últimos colores anaranjados del horizonte—. Nos habríamos ahorrado varias muertes inútiles.

—Es por la seguridad —aunque los demás miembros del escuadrón estaban cerca y podían oír a la perfección su conversación, sólo Armin le respondió—. El Comandante Smith no se podía arriesgar a elaborar un plan en torno a supuestos, eso podría haber significado muchas más bajas aún.

—¿De qué estás hablando? Explícate.

—Este era el mejor plan con la información de que disponíamos —Armin hizo una pausa para mirar a Jean a los ojos, éste le devolvió la mirada—. El pueblo presenta condiciones que nos permiten utilizar nuestro equipamiento de la mejor manera posible, está ubicado cercano a las murallas para así volver lo más pronto posible una vez se finalice la misión… Salir y arriesgarse a lo que la suerte nos depare, eso sí era riesgoso e irresponsable.

A Jean nunca le gustó ese tipo de planes: quedarse tranquilo esperando a ser devorado por los Titanes. Chasqueó los labios, molesto, y volvió a fijar su atención en el horizonte, sabía que Armin tenía razón, así que prefirió callar.

No había pasado ni media hora desde que se había puesto el sol cuando al Capitán Levi apareció en su campo de visión, impulsado en el aire por su equipo tridimensional, y aterrizó a un par de metros de ellos.

—Nuevas órdenes —su voz era ronca y fría—: las trampas ya están tendidas, así que aprovecharemos la noche para descansar. Resguárdense dentro del edificio.

—Sí, Capitán.

Tuvieron que usar el equipo tridimensional para dejarse caer otra vez al suelo de adoquines y entraron al edificio por una grieta de la pared derruida, más cercano que llegar hasta las antiguas puertas de madera ahora despedazadas. El grupo estaba en el tercer piso, resguardados en una habitación central que parecía haber sido en algún momento una amplia sala de reuniones; unos dormitaban en el suelo, otros simplemente descansaban o comían lo poco de comida que habían llevado en las alforjas. Jean y Armin se encaminaron directo hasta el rincón donde estaban Eren y Mikasa: el castaño dormía sentado, apoyando la espalda contra la pared, mientras que la chica vigilaba su sueño de pie a su lado.

—¿Cómo este imbécil puede dormir en un momento así? —Jean lo miró unos instantes meneando la cabeza; pensó en patearlo suave para obligarlo a despertar, pero recordó que la noche anterior no se habían dedicado precisamente a descansar.

—¡Déjalo en paz! —Mikasa le dedicó una mirada fría que Jean ignoró.

—Tranquila, Mikasa —Armin se dejó caer sentado junto a Eren, sonreía—, es sólo envidia.

Jean rio bajo; no quiso responder, en lugar de eso caminó hasta sus alforjas que ya había subido hace un rato y sacó un trozo de pan y queso, dividió la escasa comida con Armin, que al igual que él tampoco había comido y se sentó en el suelo a su lado; aunque habría preferido sentarse junto a Eren, decidió guardar las distancias.

La poca comida y el cansancio del viaje hicieron que Armin cayera rendido, cuando Jean giró el cuello para verlo, lo vio recostado en el hombro de Eren, profundamente dormido. Sonrió suave, tan suave que fue imperceptible en aquella penumbra. Suspiró hondo y se puso de pie, iría a echarle un ojo a Bullfart antes de dormir un poco, si es que lo conseguía.

Bajó despacio y en silencio hasta el primer piso. La oscuridad de la noche sin luna ni estrellas lo llevó a trastabillar varias veces antes de llegar a su destino, y sólo la respiración apacible de los caballos lo guio.

—Hola amigo, ¿cómo estás? —Jean preguntó acariciándole el cuello a su caballo—,  ¿hambriento? —el animal sólo bufó en respuesta y Jean sonrió.

Se encaminó hacia una gran abertura en la pared, algo que alguna vez tuvo la regular forma de una ventana, pero ahora era completamente amorfa, como si un puño gigante la hubiera atravesado. Jean sintió nauseas de pensar en toda la gente que había muerto y había sido devorada dentro de esas mismas paredes. Se paró frente a la ventana; sus piernas abiertas bien plantadas en el suelo y sus brazos cruzados frente al pecho, dejando que el aire frío nocturno le golpeara la cara y le apaciguara la intranquilidad.

Ahí lo encontró Eren horas después, en la misma postura, en la misma posición.

—Siempre me he preguntado cómo le haces para dormir de pie —Eren se acercó riendo, se veía relajado—. Debes tener algo de caballo después de todo.

—Sí, lo que tengo entre las piernas.

—Yo más bien estaba pensando en lo asustadizo.

—¡Cállate idiota! —Jean se bajó la capucha y dejó que Eren viera su rostro—. No estaba durmiendo de pie, estoy en estado de alerta.

—A si… —Eren no le creyó—. Y si estabas en estado de alerta, ¿por qué no reaccionaste cuando aparecí?

—Porque sabía que eras tú, imbécil.

—¿Cómo lo sabías?

—Por tu… —Jean había estado hablando fuerte, era evidente que estaba enojado por las burlas del castaño, pero calló de improviso y serenó su actitud. Cuando continuó, sus palabras eran medidas—. Simplemente porque lo sé.

—Idiota.

—Di lo que quieras —Jean desvió la mirada hacia el exterior; estaba inquieto, había demasiada tranquilidad esa noche, era como una mala premonición—. ¿Qué viniste a hacer aquí de todas formas?

Eren no le respondió, se limitó a recostar el cuerpo contra la fría pared de roca corroída por las inclemencias del tiempo y mirar al cielo en silencio a través de la ventana. Jean soltó un suspiro de cansancio, su cuerpo temblaba de frío y extrañaba una fogata, pero como era obvio, no podían correr el riesgo de encender un fuego y delatar su posición.

—Oye, Eren… Hay algo que quiero decirte.

—Hace días que estás con eso. ¿Qué sucede?

—Es sólo que… ¡Bueno! Es probable que yo no sobreviva, ¿sabes?

Eren se sobresaltó con sus palabras; se irguió en su posición y miró fijo a Jean, sin entender a qué venía todo aquello. No era ningún idiota, sabía de los riesgos de morir en cada una de las misiones, pero evitaba abiertamente pensar que esos muertos podían ser sus amigos; de lo contrario caería presa de la desesperanza. Así que respondió como sabía hacer, ignorando que esa posibilidad pudiera siquiera existir.

—¡Tranquilo, Jean! Hierba mala nunca muere —Eren comentó con una sonrisa burlona en los labios.

Pero a pesar de la broma para distender el ambiente, éste seguía tenso. Jean no le respondió; se puso la capucha sobre la cabeza y envolvió los brazos alrededor de su cuerpo, tratando de darse calor. Miraba al suelo concentrado en sus pensamientos.

—Salgamos a caminar, Jean —las palabras de Eren sobresaltaron al taciturno muchacho.

—¡Estás loco! Eso es peligroso —Jean miró a Eren de improviso, con el ceño fruncido. Durante esos segundos, pareció ser el mismo chico malhumorado de siempre.

—¡Tranquilo! Si hay algún peligro —la sonrisa en el rostro de Eren era amplia, evidenciaba que estaba a punto burlarse de su compañero—, yo te protegeré.

—¡Cretino!

—¡Vamos! —Eren no esperó más, despegó la espalda de la pared y comenzó a alejarse, iba rumbo al río.

—Espérame, imbécil —Jean tuvo que trotar un poco para darle alcance.

—Qué… ¡Ya tienes miedo! —Eren se veía animado; parecía disfrutar en demasía burlarse de Jean—. Aún ni salimos del refugio y ya estás temblando.

—Es por el frío, idiota —Jean volvió a envolverse en su capa, el viento que hacía fuera era más intenso y le bajó la temperatura corporal—. ¡Yo no tengo miedo!

—Claro…

Eren caminaba rápido, parecía guiarse bien entre las sombras de las ruinas de la antigua ciudad, y en sólo minutos escucharon el claro rumor del río. Cuando se acercaron a la orilla Eren por fin detuvo el paso, las aguas eran oscuras en esa noche sin luna y una espesa bruma se extendía a ras de suelo, pero el sonido de la calmada corriente los tranquilizaba.

Jean se detuvo a palmos del cuerpo de Eren y lo abrazó desde atrás, cruzándole los brazos sobre el pecho. Éste no pareció molestarse, aunque por el breve temblor de su cuerpo, Jean supo que lo había sobresaltado. Cuando vio que el chico no intentaba separarse, Jean se aventuró a pegar su cuerpo por completo a él y depositarle un suave beso en el oído; Eren ladeó el cuello para darle cabida y soltó un suspiro suave. Jean hasta pudo imaginarlo con los ojos cerrados y la boca entreabierta: la más grande tentación que jamás haya existido.

—¿No me digas que quieres hacerlo? —Jean preguntó en tono juguetón; su lengua dibujaba círculos en el cuello del castaño.

—¿Tú no quieres? —Eren le siguió el juego, pero luego de reír unos instantes, se puso serio y se giró para encarar a Jean; el brillo de sus ojos turquesa lo atravesó— ¿Te puedo pedir algo, Jean?

—Lo que quieras —Jean lo miraba serio porque se había percatado del cambio en el ambiente, ahora lo sostenía de la cintura y pegaba su frente con la de Eren.

—¿Me besarías?

Jean no supo si fue el tono suplicante de su voz, la tristeza de sus ojos, la frialdad de su piel… Pero se sintió desgarrado por esa petición y juró que si sobrevivía, dedicaría su vida a cumplir cada estúpido capricho de ese niño que se había robado su corazón.

Movió ambas manos y sostuvo el rostro de Eren, levantándole el mentón, y lentamente unió sus labios con los de él. Lo besó lento y largo, acariciando con los labios la boca ajena, degustando su sabor, sabiendo que no se saciaría nunca de él: lo besó como nunca lo había besado, porque en este beso no había la pasión usual en los besos de ambos, sino que había simplemente amor; necesitado e imprevisto.

Se separaron luego de minutos, pero a la vez no se separaron, sus bocas aún estaban unidas, una sobre la otra; los ojos cerrados, las respiraciones agitadas, la piel de sus rostros rozándose.

Ese era el momento indicado, Jean sabía que debía hablar con Eren y decirle lo que sentía por él. Era ahora o nunca.

—Eren, quiero decirte algo —Jean suspiró largo, hizo una pausa, se veía nervioso—. Yo te… Tú me…

—¿Qué rayos es lo que quieres decir? —Eren se desesperó, la impaciencia era uno de sus defectos más renombrados—. ¡Habla de una vez! —Exigió alejándose del cuerpo de Jean, retrocedió unos pasos.

—Yo… creo que… —Jean calló otra vez. Cerró los ojos con fuerza y exhaló un suspiro hondo, cuando los volvió a abrir, se veían cargados de seguridad—. Eren, te qui…

Los gritos interrumpieron sus palabras. En el silencio de la noche resonaron los ecos de los alaridos de auxilio de un momento a otro, el ruino era ensordecedor y desgarrador a la vez: era el rugido de la muerte. Estaban siendo atacados.

—¡Es la alarma! Nos están atacando —Eren gritó, pero sus ojos no reflejaban temor, reflejaban convicción—. Debemos ir a nuestras posiciones de combates.

—¡Eren, no! Espera.

Jean no alcanzó a detenerlo. Las Alas de la Libertad ondeando en su capa fue lo último que alcanzó a ver de él, antes de que su figura se perdiera entre las brumas de la noche.

 

Notas finales:

¿Qué les pareció el capítulo? Cuéntenme en los comentarios.

Besos~


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