Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

De Soledad y Recuerdos por Nayen Lemunantu

[Reviews - 61]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola a tod@s

Primero que todo pido disculpas por no haber actualizado ayer, pero he estado ocupadísima y no he tenido tiempo de nada.

Así que aquí les dejo el capítulo correspondiente, espero lo disfruten y no se olviden ¡Si leyeron, comenten!

Capítulo XI: La cabaña de Tobías

 

Euforia. Adrenalina. El tiempo parecía ralentizarse. Ya no existía el miedo. Esa clase de sensaciones eran comunes dentro de la fiebre del combate; no era la primera vez que las experimentaba. No sentía ningún dolor en el corte que tenía en la barbilla, no sentía el peso de las cajas metálicas a los costados de su cuerpo, no sentía la incomodidad de las correas del equipo tridimensional apretándolo. Sólo existía ese único instante: el presente.

Jean y Eren clavaron sus ganchos en el edificio de enfrente y gracias al gas, fueron propulsados, volando por el aire hasta aterrizar sobre las tejas viejas que se deshicieron con la fuerza del impacto. Se encaminaron hacia el bosque que flanqueaba la ladera oeste de la antigua ciudad de Roothmar, pero tuvieron que bajar la velocidad; el tejado estaba resbaloso por la sangre.

Antes de que pudieran llegar al último edificio que tenía la mitad de su construcción entre los árboles; parecía haber sido tragado por el monte, vieron a uno de sus compañeros luchando con un Titán a menos de tres metros de distancia. El aire comprimido de su equipo de maniobras silbó sobre sus cabezas, pero eso no los desconcentró, siguieron en su carrera hasta perderse entre la floresta, los edificios fueron reemplazados por árboles y los ganchos se ensartaron en los troncos gigantes de un bosque de secoyas.

En tan sólo un par de años, el bosque que había sido parte de una reserva, se había expandido y densificado hasta convertirse en un monte casi impenetrable. Ambos sabían que era poco probable que hubiera Titanes en su interior. Esta característica, junto a sus propiedades para facilitar el desplazamiento mediante el equipo tridimensional, habían llevado a Jean elegir el bosque como su vía de escape del pueblo.

Una rama le golpeó la cara, la madera dura le rozó la mejilla apenas a centímetros del ojo, pero Jean no parpadeó; su mirada no se despegó de la espalda de Eren.

—Dirígete hacia el norte —gritó para que Eren pudiera oírlo por sobre el sonido del viento y los gritos de sus compañeros que aún se oían a lo lejos.

—¿Hacia el norte? —Eren miró hacia atrás antes de detener su marcha y dejarse caer al suelo. Esperó a que Jean aterrizara a su lado antes de seguir hablando—. Pero así nos estaremos alejando de Rose. La muralla está hacia el oeste.

Jean guardó las hojas de sus espadas en los compartimentos laterales, las había llevado desenfundadas, temiendo un nuevo ataque, pero la quietud dentro del bosque de secoyas lo había tranquilizado; ahí no había peligro. Los troncos enormes, absolutamente rectos, cubriendo el cielo con su follaje, era lo único que se veía dentro de la densa oscuridad, y ningún sonido se escuchaba, salvo los gritos que provenían del exterior.

—Tienes razón, nos estaremos alejando, pero debemos mantener una distancia prudente con los Titanes que rodean el pueblo —explicó. Se paseó por el bosque tratando de orientarse; la noche era cerrada, pero dentro de esa floresta impenetrable, la visibilidad era mínima—. Este trayecto es un rodeo, será más largo, pero también más seguro.

—¿Me vas a decir ahora a dónde vamos? —Eren tenía la miraba fija en Jean. Movió el pie, escarbando en la tierra y le llegó el aroma húmedo y ocre de las hojas y la madera en estado de putrefacción—. ¿Y qué es eso de Tobías?

—Cuando veníamos de camino hacia acá, Armin y yo hablamos sobre un libro que él estaba leyendo ¡Ya sabes lo que le gusta leer a ese tipo! —dijo rodando los ojos. Pensar en Armin lo hacía sentir intranquilo; era un amigo demasiado preciado que no quería perder—. Pues Armin estaba leyendo archivos administrativos de la ciudad. Quería obtener información de las condiciones del terreno: mapas, distribución de los edificios, el entorno que rodeaba la cuidad, el curso del río, etc. —Jean se cruzó los brazos sobre el cuerpo para darse algo de calor y empezó a caminar; a lo lejos se veía una claridad y supuso que se trataba del fin del bosque. Eren lo siguió de cerca—. Pero leyendo todos esos documentos, se encontró con la historia de un antiguo alcalde de Roothmar; un hombre que desilusionado del estado de la política actual, había renunciado a su puesto y se había alejado del resto de los ciudadanos: pasó sus días viviendo como ermitaño en una cabaña cerca de las montañas,

—¿Y por qué rayos estaban hablando de eso? —preguntó Eren extrañado.

—Armin y yo teníamos opiniones diferentes sobre el rol actual de los políticos —explicó. Aminoró el paso para esperar a Eren y cuando éste lo alcanzó, siguió hablando—. Así que Armin usó el caso de este alcalde para explicar su punto; su nombre era Tobías. —Eren asintió con la cabeza, estaba comprendiendo el plan de Jean.

—Entonces, supongo que en el mapa también salía la ubicación del lugar donde estuvo viviendo de ermitaño el alcalde Tobías.

—No exactamente —negó Jean—. Cuando veníamos camino aquí, divisé a lo lejos una pequeña cabaña, cercana a las montañas. No estaba en nuestra ruta, pero los vidrios brillando al sol delataron su posición. Medio en broma, le dije a Armin que había encontrado la cabaña de Tobías. —Jean se detuvo para mirar a Eren a la cara, éste lo imitó—. A ese lugar nos dirigimos ahora.

—¿Y crees que estaremos seguros ahí?

—Si no nos encontramos con algún Titán en el camino, sí —respondió con voz extrañamente tranquila—. Tengo la esperanza de pasar desapercibidos. Como somos sólo dos y la mayoría de los Titanes de los alrededores ya se dirigen o están en Roothmar, creo que es probable que no nos encontremos con muchos.

—Está bien —acordó Eren por fin—. Confío en ti.

Jean forzó una sonrisa. Se sentía bien oír que contaba con la confianza de Eren, pero también sabía que estaban en desventaja: en cuanto salieran del bosque, no podrían usar su equipo tridimensional y el trayecto a pie sería lento, arriesgado, agotador y dificultoso.

—¡Jean, mira! —Eren se adelantó a la carrera. Ya estaban en los límites del bosque, más allá de los enormes troncos que flanqueaban los bordes, se abría ante ellos una pradera basta—. Son los caballos. —Eren dejó de correr cuando salió de la protección de los árboles y sólo ahí Jean pudo alcanzarlo.

Eren señaló con el dedo índice a un grupo de unos diez caballos. Los animales estaban intranquilos, asustados, con los ojos saltones, nerviosos, mirando en todas direcciones, bufando. Era claro que si se les acercaban en ese estado, lo animales huirían despavoridos. En medio del grupo, Jean alcanzó a reconocer a Bullfart.

—¡Es mi caballo! —dijo Jean con una mueca en los labios, casi una sonrisa—. Es Bullfart.

Se llevó los dedos a la boca y dio un silbido largo y agudo, lo bastante audible como para que lo oyeran los caballos distantes a más de cien metros. La mayoría de los animales se asustaron y corrieron en la dirección opuesta, Bullfart incluido. Pero luego de que Jean silbara por segunda vez y gritara su nombre, el caballo dejó de trotar de a poco y movió las orejas en su dirección.

Jean y Eren se le acercaron caminando lento, poniendo cuidado de no asustarlo; el animal seguía inquieto, pero parecía haberlo reconocido.

—Soy yo amigo, soy yo —dijo Jean con voz suave como la seda—. Bullfart ven. —Extendió las manos y el caballo volvió a bufar y caminó lento y dudoso en su dirección. Cuando estuvo al alcance de sus dedos, Jean le acarició el cuello—. Eso es muchacho, buen chico.

El caballo tenía las riendas cortadas, pero los restos que quedaban aún servían. Se subió a horcajadas sobre su lomo y le tendió la mano a Eren para que se subiera a ancas. Jean espoleó al caballo y éste galopó con suavidad en dirección norte. Tenían que dar un rodeo hacia el oeste y luego remontar el cauce del río que discurría hacia el norte y luego giraba hacia el oeste, dejándolos muy cerca de la ruta de regreso a la muralla Rose.

Jean conocía la ruta porque había estudiado los documentos que tenía Armin.

El trayecto fue lento y no exento de peligro. La noche era cerrada y al caballo se le dificultaba el tránsito por un terreno pedregoso y disparejo de la orilla del río, sumado al peso excesivo de cargar con dos cuerpos, tuvieron que avanzar al trote suave, pero aun así, era mejor que haber hecho el trayecto a pie.

Eren se abrazó al cuerpo de Jean, pasándole ambas manos sobre el pecho y apoyando la cabeza en su hombro. El lento mecer de la caminata del caballo y el cansancio acumulado, hicieron que en menos de una hora se quedara dormido. Jean se dio cuenta con sólo oír su respiración suave y sentir que el agarre de sus manos se aflojó.

Jean no podía correr el riesgo de quedarse dormido; alguien tenía que guiar al caballo, seguir el rumbo y vigilar si eran perseguidos por traidores o atacados por Titanes. Sabía que Eren estaba herido y que los poderes del Titán en él funcionaban más rápido cuando estaba dormido, así que lo dejó descansar.

Siguieron el cauce del río durante toda la noche, hasta que gracias a las primeras luces del amanecer, divisaron a lo lejos la cabaña de Tobías; los rayos del sol se habían reflejado en los vidrios.

—Debe ser ese lugar. —Jean miró la luz que se divisaba en los faldeos de la montaña. Su voz despertó a Eren, que se apretó más contra su cuerpo.

Jean espoleó el caballo y éste trotó a galope tendido hasta el pequeño refugio. En una explanada tan amplia como esa, las distancias eran traicioneras; la cabaña se encontraba a más de cinco kilómetros. Pero ahora, con la pista exacta de su ubicación, llegaron allí en menos de media hora.

Al verla de frente, la cabaña de Tobías no era más que una choza. Eren bajó de un salto, sobresaltando un poco a Bullfart en el proceso; parecía haberse recuperado del todo, porque era evidente que no sintió dolor alguno. Jean se bajó con bastante más cuidado y caminó lento, tirando de las riendas del caballo para amarrarlo en un árbol pequeño en las inmediaciones de la cabaña.

—¡Está despejado! —gritó Eren desde dentro. Había entrado enseguida con la intensión de explorar y asegurar el terreno. Cuando lo escuchó hablar, Jean le siguió los pasos.

Era una cabaña muy pequeña, apenas dos cuartos que contenían todo lo que un hombre solitario pudiera haber necesitado. Jean se abrió paso; la puerta estaba en perfectas condiciones, y se encontró a Eren paseándose tranquilo por el comedor: un hogar en medio de la cabaña con chimenea adosada a la pared, una mesa de cuatro sillas y un par de muebles. El polvo había cubierto la superficie de la mayoría de las cosas, pero en la mesa aún estaban servidos dos platos y un jarrón, aunque la comida que una vez hubo en ellos había desaparecido, probablemente debido a las ratas.

—Esto está desierto —dijo Jean—. Si alguien vivió aquí, lo más probable es que esté muerto.

—Claro, después de lo que pasó cuando cayó María, no sólo las grandes ciudades y poblados menores sucumbieron ante la furia de los Titanes, sino que los pequeños caseríos y las chozas solitarias lo hicieron de la misma forma. —Eren corrió hacia una esquina los platos y usó la mesa como soporte para sentarse. Miró atento a Jean, éste cerró la puerta tras sus pasos y se adentró a la cabaña, inspeccionando si podía encontrar algo ahí que les fuera de utilidad—. Los que no alcanzaron a huir —continuó luego de unos minutos de silencio—. Fueron devorados.

—Me extraña que las cosas aún estén como si esperaran por el regreso de su dueño —dijo Jean. Cuando dejó de inspeccionar la cabaña, apoyó la espalda sobre la puerta que daba al dormitorio; quedó mirando de frente a Eren.

—Supongo que con lo rápido que debió haber sido la huida, no tuvieron tiempo de ordenar los platos. —Eren se encogió de hombros en un gesto despreocupado. Jean sabía que el tema le tocaba de cerca; él había sido uno de esos que tuvo que huir con lo puesto y tuvo la suerte de sobrevivir.

—Tienes razón —acordó. Soltó un suspiro largo y cansado; por primera vez en toda esa noche de tensión, se permitió a sí mismo relajarse—. No he dormido nada y no estoy pensando con claridad. —Se restregó los ojos con los pulgares.

Ahora, que la adrenalina de la batalla había pasado, el cansancio le cayó encima, implacable. Tenía sueño, le dolía la herida de la barbilla y tenía hambre, pero todo pasó a un segundo plano cuando volvió a abrir los ojos y vio a Eren. Sus piernas largas colgaban hacia abajo de la mesa; las mecía en un gesto despreocupado y juguetón. Jean lo detalló de arriba abajo con la mirada.

—¿Qué vamos a hacer ahora? Estamos solos en este lugar peligroso —le preguntó de pronto.

—Esperar.

—¿Esperar? —Eren lo miró descolocado—. ¿Esperar qué? —Sus fuertes ojos turquesa se clavaron en Jean—. ¿Esperar a que los primeros que nos encuentren sean nuestros amigos y no lo traidores... O algo peor?

—¿Qué es lo que propones?

—Es peligroso que nos quedemos aquí, debemos volver.

—¡¿Volver a dónde, Eren?! —Ahora era el turno de Jean de mirar descolocado al otro—. Ese pueblo estaba infestado de Titanes, si volvemos allá, nuestra muerte es segura.

—¡No estoy hablando de Roothmar! Hablo del castillo de la Legión de Reconocimiento. —Eren tenía el rostro tenso de rabia—. Debemos volver y dar la alarma. ¡Debemos buscar ayuda!

—Imposible.

—¡¿Qué?! ¿Qué dijiste? —Eren se dejó caer de la mesa de un salto; sus botas cayendo sobre el suelo de madera hicieron un estruendo—. ¿Estás insinuando que dejarías morir a nuestros compañeros? ¡¿No vas a hacer nada por ayudar a nuestros amigos?!

—Piensa un poco, idiota. —La voz de Jean no reflejaba enojo ni sorpresa; era esperable una reacción así por parte de Eren—. ¿De verdad crees que esos traidores actuaron solos? —Dejó que el chico procesara sus palabras antes de continuar—. Yo no lo creo.

—¿Qué estás insinuando?

—Lo que presiento, aunque debo decir que bien pocas veces mis instintos me engañan, es que el conde está detrás de todo esto.

—¿Por qué dices algo así? ¿Sabes algo que yo no?

—Es sólo un presentimiento, pero si lo analizas con detención, es lo más lógico —respondió paciente—. ¿Quién más tendría el poder para convencer a un grupo de veteranos de los más calificados? ¡¿Quién sabe qué fue lo que les prometió?! —Ahora la indignación le teñía las palabras—. Pero lo cierto es que no correré el riesgo de llevarte hasta allá.

—¿El riesgo? ¿Lo dices por el viaje y el peligro de ser atacados?

—Por eso también. —Jean despegó la espalda de la puerta y se acercó a Eren, le pasó los brazos por los hombros y lo abrazó—. Pero si todo saliera bien y lográramos llegar a salvo al castillo, sería como entregar tu cabeza en bandeja de plata al conde.

—¡Pero ese es el castillo de la Legión de Reconocimiento! —susurró Eren justo en su cuello—. Es el único lugar donde podemos estar a salvo.

—¡Tú no estás a salvo en ningún lugar, idiota! —Jean estrechó el abrazo y esta vez hundió la nariz en el cabello de Eren—. Es mejor que aceptemos este hecho.

—¿Qué quieres decir?

—La Mayor parte de las tropas de la Legión de Reconocimiento salieron en esta misión —explicó Jean—. En el castillo tan sólo quedaron unos cuantos instructores a cargo de los nuevos reclutas. Pero la mayor parte de los soldados que hay en el castillo son miembros de la Policía Militar que llegaron en la comitiva del conde. —Jean besó a Eren en el cuello y volvió a alejarse—. ¿Debo explicarte que los miembros de la Policía Militar son los mejores reclutas de cada generación? —preguntó irónico—. Si nos acercamos al castillo, moriremos. O en el mejor de los casos, yo muero y tú eres llevado a Sina como prisionero.

—¡No digas eso! No quiero que mueras por mi culpa —dijo Eren frunciendo el ceño—. Ya tengo que cargar con la muerte de todos los hombres que murieron en Roothmar. Pero tu muerte es algo con lo que no podría cargar.

—Tranquilo, no pienso morir hasta verte a salvo.

—¿Y dónde es eso? ¿Dónde voy a estar a salvo?

—El único lugar donde puedes estar a salvo es junto al Comandante Smith —dijo firme; ni una sombra de duda en su voz—. En un principio desconfíe de él y del Capitán Levi, pero ahora me doy cuenta que ellos son los únicos que pueden mantenerte protegido.

—Tú me has mantenido protegido, Jean.

—Yo soy un simple soldado, no puedo protegerte de los políticos. Ellos sí.

Notas finales:

L@s espero en los comentarios. 

Besos~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).