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Los 8 besos que te robé por Nayen Lemunantu

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Beso 3: Entre sábanas de seda.

 

Se despertó lentamente. Sentía un terrible dolor de cabeza que le hacía presión sobre las sienes y le hizo arrugar la lisa y tersa frente bronceada al instante. Trató de abrir los ojos, pero esta tarea le costó un mundo y luego de pestañear en varias ocasiones, por fin enfocó su mirada desorbitada en el techo de la habitación. Se sentía mareado y desorientado, pero alcazaba a darse cuenta que aquella era una habitación desconocida, que aquellas blancas paredes no eran las de su casa y que aquellas suaves sábanas no eran las de su cama.

Suavidad. Ahí se dio cuenta que la suavidad y la calidez lo envolvía. Realmente la textura de aquellas sábanas era extraordinaria, de una delicadeza que él nunca había experimentado antes y recorrió con su mano abierta aquella superficie, cerrando los ojos para dejarse llevar por aquella sensación. Y la calidez que sentía en su cuerpo, era tan delicioso sentir su piel así, tibia y confortable.

Pero al abrir los ojos nuevamente, volvió a sentir aquel molesto dolor en las sienes. Era una pesadilla mezclada con un sueño. Sentía tanto la incomodidad como la exquisitez y se reprendió a sí mismo por haber tomado tanto la noche anterior, es más, se juró a sí mismo que no volvería a tomar tequila nunca más en la vida.

La noche anterior habían salido junto a los titulares de Too a un pub nuevo, donde la principal atracción era que no revisaban el carnet de identidad y no controlaban la edad al ingresar ¡Era ideal! Y todos habían acudido encantados y divertidos al nuevo lugar. En ese instante había parecido una idea genial, pero luego de un par de cervezas y de la tediosa conversación de sus superiores, se encontraba tan aburrido que sin decir palabra alguna, se había puesto de pie y había caminado hacia la salida.

Pero antes de llegar a la puerta, había visto la conocida silueta de un rubio sentado en la barra, conversando animado con otros muchachos de apariencia igual de cuidada y arreglada que él, con toda seguridad, colegas modelos. Se trataba de Kise.

Él no había podido evitar sonreír de lado, viendo que su suerte había cambiado y que la noche auguraba volverse diversión total, después de todo, él siempre lo pasaba bien cuando estaba con Kise. Se acercó al rubio desde atrás, caminando con seguridad hasta posar una de sus manos en su hombro izquierdo y lo obligó a girarse.

¡Cómo se había alegrado el rubio al verlo! Se había puesto de pie y le había presentado a los demás muchachos, y pronto, se encontraron tomándose botella tras botella de tequila con el infaltable limón y la sal hasta que perdieron completamente la consciencia.

Ahora lo recordaba todo… ¡Kise! él había estado toda la noche con Kise. ¿Y dónde estaba Kise ahora?

Volvió a abrir los ojos de golpe y ladeó el cuello abruptamente hacia la derecha, pero como el movimiento fue tan rápido, le provocó un agudo dolor en la cabeza y tuvo que cerrar los ojos y masajearse el puente de la nariz por unos instantes hasta recuperarse. Sólo ahí volvió a abrir los ojos y vio sin ninguna duda, el rostro del rubio durmiendo boca abajo entre las mismas suaves sábanas que dormía él.

Kise usaba ambos brazos como almohada y tenía el cuello ladeado hacia él, varias hebras doradas se desparramaban sobre sus antebrazos y otras le cubrían parcialmente el rostro. Él bajó la mirada, recorriendo la nívea espalda desnuda del rubio marcada de músculos, hasta constatar que las sabanas beige le cubrían el resto del cuerpo. Arrugó el ceño levemente y bajó la mirada hacia su propio cuerpo, bronceado y desnudo, y ya no le quedaron dudas de lo que había pasado después de salir de aquel pub.

A su mente, con la nitidez que otorga la nostalgia, volvieron el sabor de aquellos besos más embriagantes que el mismo alcohol, la suavidad de aquella piel más deliciosa que las mismas sábanas, la exquisitez de haber pasado la noche junto a él. Sentir su cuerpo vibrar, saberse en su interior, oírlo gemir suave y grave, susurrar su nombre al oído oyéndole susurrar el suyo… Besos, millones de besos repartidos por toda su nívea piel y lentas caricias hasta cansarse de recorrerlo y reconocerlo.

Sonrió de lado ahora que lo recordaba todo y ladeó el cuerpo en su dirección para acercarse a él, lo abrazó con fuerza y apoyó la cabeza en su hombro pálido. Kise, sin despertar aún, se removió en la cama y se acomodó para quedar entre sus brazos, acercando peligrosamente la boca a la suya ¡Esa era una tentación demasiado grande para dejarla pasar! Se acercó a sus labios y lo besó.

Aún dormido, Kise respondió el beso con deliciosa lentitud y él cerró los ojos y se dejó llevar nuevamente por el sueño, por el dolor, por el placer, por la suavidad… Y se durmió, sin despegarse de aquella dulce boca, entre sábanas de seda. 


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