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Los 8 besos que te robé por Nayen Lemunantu

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Beso 4: Bajo la lluvia.

 

Ese día una lluvia inesperada caía sobre la cuidad: El verano había llegado y con él, había iniciado la temporada de lluvias. Pero el día de hoy no habían avisado en los noticiarios ni en el reporte del tiempo, que por la tarde toda la humedad suspendida en el aire caería sin mayor aviso sobre la ciudad.

No había habido ninguna advertencia, sólo un súbito cambio en el aire que comenzó a arreciar con mayor intensidad y al cabo de minutos, el cielo azul estaba cubierto de nubes grises que descargaron el agua acumulada de un minuto a otro.

Y en consecuencia, él no había salido preparado de su casa. Sólo llevaba puesta la delgada camisa manga corta del colegio y el bolso de entrenamiento colgaba de su hombro izquierdo y por supuesto, no llevaba paraguas.

Iba de regreso a su casa cuando las primeras gruesas gotas de agua comenzaron a caer y sólo atinó a cubrirse la cabeza con el bolso y correr a la tienda más cercana y resguardarse en el estrecho alero del techo de la impetuosa lluvia. Suspiró resignado mientras miraba hacia el cielo cada vez más oscuro y reparó que a su alrededor cientos de personas corrían apresuradas en busca de refugio. Los pies envueltos en delgados calzados de verano iban empapados, chapoteando entre los charcos, los cabellos bien peinados se humedecían y se pegaban en el rostro, el viento jugaba entre las faldas de las mujeres a la vez que les revolvía en cabello.

Sólo una persona que apareció en el horizonte, caminando tranquilo y sin preocupaciones en dirección contraria a la que él recorría minutos atrás, parecía completamente ajeno al caos que se había instalado a esa hora en Tokio.

Aquel alto muchacho rubio vestía sólo la camisa de su uniforme escolar, la tela blanca estaba empapada y se le pegaba al cuerpo, delineándole la delgada y tonificada figura, sus manos reposaban tranquilas dentro de los bolsillos delanteros de su pantalón y sobre uno de sus hombros colgaba su bolso. Sobre su cabello dorado como el sol, iban suspendidas millones de pequeñas gotitas de agua que al ser atravesadas por los escasos rayos de luz, despedían pequeñas luces, provocando una turbadora ilusión óptica: como si todo el cuerpo del rubio resplandeciera.

Cuando su tranquilo andar alcanzó la librería en la que él se encontraba acampando el agua, el rubio ladeó el cuello en su dirección y lo reconoció al instante, esbozándole una enorme sonrisa sólo a él.

—¡Aominecchi! —El rubio habló alegre mientras se le acercaba al trote, chapoteando un poco, pero sin darle importancia—. ¿Qué haces aquí?

—¿Qué te parece que hago? —él le respondió con voz fastidiada mientras rodaba los ojos, incrédulo de las preguntas que hacía el rubio. Más bien él debía preguntarle por qué rayos no se había guarecido de la lluvia.

Y volviendo la mirada hacia Kise, reparó en que éste se hallaba frente a él pero a medio metro de distancia, por lo que estaba parado justo bajo el final del alero del techo y las gruesas gotas de agua le caían directamente sobre la cabeza y rodaban por su rostro hasta caer en gruesos goterones desde su mentón. La excesiva humedad le pegaba el cabello a la frente y le tapaba parcialmente la mirada y éste se veía mucho más largo de lo normal debido a la lluvia ¡Nunca antes se había dado cuenta que Kise tuviera el cabello tan largo!

—¡Acércate más, imbécil! —le gritó enfadado. Realmente no podía entender cómo a Kise parecía no molestarle para nada la lluvia—. ¿Qué no ves que te estás mojando?

—Ya estoy todo mojado. ¡Qué más da! —comentó indiferente mientras se encogía de hombros.

Él soltó un bufido de frustración frente a aquella respuesta y una pequeña nube de vapor salió de su boca. Le parecía una respuesta absurda, pero al mismo tiempo no podía negar la verdad intrínseca en ella. Pero lo que sí podía hacer era ignorarla completamente y sin tener reparos, estiró el brazo y envolviéndolo en la cintura del rubio, lo acercó hasta dejarlo cubierto por el alero del techo, justo donde él lo quería: resguardado de la lluvia y a salvo… sólo que esta vez Kise quedó a centímetros de su cuerpo.

Lo tenía tan cerca que sintió su cuerpo helado y empapado pegarse al suyo. Le mojó la camisa, pero extrañamente su temperatura corporal no bajó, por el contrario, sintió su corazón acelerarse y sus manos sudar mientras sus ojos se movían en contra de su voluntad para depositarse sobre los labios pálidos de Kise.

Éste, pareció darse cuenta de su mirada fija y de la distancia mínima que ahora los separaba y de manera instintiva retrocedió un par de pasos, internándose nuevamente bajo la lluvia. Él lo siguió, esta vez importándole bien poco si se mojaba o no, lo único que quería era seguir estando a su lado. Dio dos largos trancos hasta volver a reducir la distancia que los separaba sin dejar de mirarlo a los ojos, y cuando le sostuvo la cintura nuevamente, ya no lo dejó escapar más.

Tomándole el mentón con suavidad, se lo alzó para dejarle la boca a su merced y bajando el rostro, atrapó los labios de Kise entre los suyos, succionándolos con suavidad, delineándole los labios con la lengua e internándose completamente en su boca.

Ahora la gente seguía corriendo a su alrededor, la lluvia seguía cayendo sobre sus cuerpos… Pero esta vez ya nada más le importó, sólo la conquista de aquella dulce boca bajo la lluvia. 


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