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Los 8 besos que te robé por Nayen Lemunantu

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Beso 5: Entre balones de Basketball.

 

Sofocante calor.

Sentía su cuerpo caluroso. Un fuego que abrasaba su piel morena y hacía que su respiración saliera humeante de su nariz, en medio de una agitada respiración. Aquel calor era especialmente intenso en su rostro y en su entrepierna, sentía sus mejillas arder y su miembro endurecer.

Penetrante humedad.

Su cuerpo estaba empapado. Estaba sudando y aquella humedad salina le empapaba la negra camiseta sin mangas de entrenamiento en el pecho y en la línea de la columna vertebral. Sentía la piel pegajosa y un diminuto hilo de sudor bajaba por su pecho, absorbiéndose en su ropa.

Hormigueante dolor.

Sentía sus poderosas piernas temblar y la fuerza de sus brazos flaquear. El sobreesfuerzo físico del entrenamiento lo había dejado agotado y ahora el ácido láctico recorría sus extremidades debilitadas haciéndolas palpitar. Pero no sólo las piernas las sentía palpitar: entre sus apretados bóxer negros había un trozo de carne que sentía pulsar con intensidad.

Pero ahora nada de eso importaba más. El dolor, el calor, la humedad… Todo formaba parte del delicioso placer que sentía: se unía a él, se subyugaba a él y lo intensificaba, haciéndolo más receptivo y sensible a los cambios y estados de su propio cuerpo. Porque el arduo entrenamiento no era el único causante del calor y dolor que sentía, más bien todo se debía al rubio ubicado bajo su cuerpo.

Todo era culpa de sus besos.

Lo estaba besando, intensa, vigorosa y dominantemente. Hace minutos había tomado su boca como si estuviera siendo atraído por un hechizo y ahora no podía alejarse de ella. Y el rubio no se había opuesto ni había soltado reclamo alguno, había correspondido a sus besos, dejándose conquistar y dominar por él.

Por eso sus besos eran ardientes, apasionados; porque mostraban el deseo que sentía por Kise y a la vez el deseo que éste despertaba en él, una apasionada locura que sólo era capaz de desatar Kise. Ahora se sentía preso de esa locura y sus besos eran fogosos, húmedos y dolorosos.

Tomaba los labios del rubio entre los suyos una y otra vez, absorbiéndole la boca completa para soltarla y tirar con sus dientes el labio inferior o morderle la comisura de la boca, haciéndole soltar gemidos inaudibles. Quería dejar claro que era él quien llevaba las riendas de la situación, mostrando su clara aprehensión y apasionamiento. Luego se entretenía por minutos explorando con la lengua toda la cavidad bucal del rubio, llegando incluso a simular una penetración con la lengua, introduciéndola una y otra vez entre los labios de Kise que se cerraban como un anillo, de manera sugerente. Quería ser muy directo a la hora de mostrar el nivel de su excitación.

Entreabrió los ojos, enfocando con dificultad el rostro de Kise. El rubio estaba de espaldas en el suelo, aprisionado por su cuerpo y su cabello lacio, demasiado largo para su gusto, caía sobre el suelo, despejándole por completo la frente. Así pudo contemplar sin interrupciones su expresivo rostro: sus ojos cerrados con soltura, su frente lisa y libre de imperfecciones, sus delgadas cejas se acercaban en el entrecejo, marcándole diminutas arrugas, interpretables como un gesto de dolor o de placer… o de ambas cosas. Con el rabillo del ojo podía ver que todo alrededor de ambos estaba dominado por el naranja, por las decenas de balones repartidos por el suelo del gimnasio, igual que ellos.

Lo estaba besando sin siquiera haber terminado su partido, en el suelo del gimnasio, en medio de balones de basketball… Y era la experiencia más maravillosa del mundo. 


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