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Los 8 besos que te robé por Nayen Lemunantu

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Beso 6: Por puro aburrimiento.

 

Estaba recostado a todo lo largo del sillón del living del departamento de Kise, con él recostado sobre su brazo derecho, jugando con una pequeña hebra de su suave cabello, la que enredaba una y otra vez entre sus dedos de forma mecánica. Estaban mirando una película desde hace una hora, posiblemente una comedia romántica, pero no estaba seguro porque él no había puesto ni la más mínima atención desde que se habían tirado frente al televisor.

Estaba aburrido: en el canal de deportes no estaban transmitiendo nada interesante, afuera llovía con fuerza y era domingo. En esas circunstancias, ver una película junto a Kise había parecido una buena idea, pero jamás se le había pasado por la mente que el rubio quisiera ver ese tipo de cursilerías.

Soltó un bostezo perezoso, sintiendo cómo las comisuras de sus ojos eran inundadas de lágrimas y en su rostro se tatuó una expresión de aburrimiento total. Ladeó el cuello y fijó su mirada hastiada sobre el rostro de Kise. Sólo alcanzaba a verle la mitad del rostro, sus ojos estaban muy abiertos, mirando con curiosidad y completo interés la televisión, sus cejas estaban alzadas, dándole mayor expresividad a su mirada y las comisuras de sus labios se curvaban sutilmente en un esbozo de sonrisa.

En ese instante encontró algo mucho más interesante que hacer que mirar esa estúpida película. Ladeó el cuerpo y se acomodó sobre su costado derecho, acercándose al cuerpo de Kise y apoyando la cabeza sobre su hombro. Dejó de enredar sus dedos en el cabello dorado y usó esa mano para sostenerle la cabeza y lentamente se acercó a sus labios.

Lo besó de improviso, asaltando su boca de un momento a otro, sin darle tiempo a reaccionar ni mucho menos oponerse. Alzó el cuerpo para acomodarse sobre Kise y sintió cómo éste se acomodaba de espaldas en el sillón para dejarle cabida, a la vez que abría la boca para dejarle entrar. Él exploró aquella húmeda y cálida cavidad con la lengua, rozando, frotando y enredándose con la lengua contraria y sintiendo cómo el rubio respondía con la misma intensidad a su beso.

Kise lo besaba con las mismas ansias, succionándole el labio inferior con fuerza, rozándolo con los dientes y mordiéndolo con suavidad, sin dejarse amedrentar por él e incluso retándolo a llegar cada vez más lejos. Una de sus manos se sostenía con fuerza de su corto cabello y la otra se aventuraba bajo su camiseta azul, acariciándole la piel. Debía reconocer que el rubio no era nada sutil ni se dejaba dominar con facilidad y esa era una de las cosas que más amaba de él: su espíritu indomable. 

Había sido el mismo Kise quien meses atrás lo había convencido de ser novios y ahora sólo podía reconocer que aquella había sido una excelente idea, pero la verdad era que él inicialmente se había negado. Había sido la fuerte voluntad de Kise, quien nunca se había dado por vencido, lo que terminó por convencerlo, eso sumado a que la atracción que sentía por el rubio ya era innegable.

Y ahora se encontraba junto a él, como todos los días en que tenían tiempo libre, disfrutando de los momentos que tenían para estar juntos. Y aunque esa tarde no había comenzado de lo mejor, él se estaba encargando ahora mismo de remediar el asunto, porque había encontrado su mayor entretención.

Respiró por la nariz con rapidez y a pesar de ello, sintió que el aire le faltaba debido al ímpetu de aquel beso, también las pulsaciones de su corazón se elevaban como respuesta a la intensidad de aquel contacto. ¡Ay, esa bendita sensación de éxtasis! Sólo Kise podía provocarle algo así con un simple beso, porque era innegable que su arrebatadora forma de besar lo volvía loco.

Sentía la respiración errática de Kise sobre su piel, indicándole que al rubio también le faltaba el aire, y cómo sus manos le acariciaban la piel de la espalda, cambiando el ritmo de lentas y suaves caricias a fuertes e intensos movimientos ¡Incluso llegándolo a arañar!

En ese instante se dio cuenta que el terrible aburrimiento que lo había llegado a desesperar minutos atrás, ahora se había esfumado por completo con aquella simple acción: sólo por besar a Kise. Pero eso era porque el rubio era la única cura para todos sus males. 


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